Aunque quise asomarme, preferí acomodarme una gorra y esperar a que ella se marchara. Pero mi intento resultó malo, se tardó mucho. Al ver la hora me di cuenta que faltaban diez para las ocho, al menos ya no llovía. Al despedirse ella llamó por teléfono, pronto llegó alguien en motocicleta a recogerla. Leo ya estaba adentro cuando ella se subió, marchándose. Hasta entonces me asomé a la casa. Al abrir, Leo estaba en su computadora portátil y usaba sus gafas para visión sin graduación; con la intención de protegerse de la luz azul de la pantalla. —¡Estás vivo! Me alegra… —Lo siento, Leo. Venía en taxi, no escuché mi teléfono sonar. —Claro… ¿Dónde estabas? —En asuntos del trabajo. Apartó las gafas mirándome fijamente. —Loren, has sido un gran apoyo para mí. Y me has ayudado muc

