Martín y Elías se sorprenden del temor que se ve en los rostros de los pistoleros a medida que se acercan a la primera barricada que protege al Pran. Inclusive el hombre lleno de cicatrices, que hace poco le había atravesado el brazo, ahora ha demudado su gesto feroz y gesticula como un hombre acostumbrado a la servidumbre.
- Le pido perdón pastor –dice el pistolero mientras baja su cabeza-. Usted es un enviado de Dios… si algún bicho de estos lo está molestando, me avisa…
- ¿Cómo te llamas? –pregunta Martín.
El pistolero duda un segundo para dar respuesta, sus compañeros se miran entre sí tratando de esconder una sonrisa de complicidad.
- Mi nombre es: Espíritu Santo –dice apenado-. Mi mamá era bruja y así me llamó. Mi apellido es “Santo” pero todos me llaman “el espíritu”.
- De ahora en adelante usa tu apellido.
- Amén pastor.
Elías no puede esconder su asombro. Un hombre inocente, con poca o nada de experiencia en el mundo criminal, estaba girando instrucciones a un lucero del crimen organizado. Y eran órdenes que testificaban la gloria de Dios, y a la vez, servían para expandir el reino de Dios en el reino de las tinieblas.
A medida que avanzaban por los mismos laberintos que antes los condujeron al bunker del Pran, los presos se apartaban rápidamente para no tocar al varón Martín en su trayectoria. La orden del Pran viajaba más rápido que el caminar de los hombres de Dios y a su paso, los gestos temerosos indicaban que ya se había propagado el decreto de muerte que el jefe de la prisión había publicado para todo aquel que se atreviese a “tocar” al varón Martín. Y resultaba interesante el hecho de que la orden se tomara literalmente: Nadie quería rozar uno solo de sus cabellos, ni tropezar siquiera con uno de sus hombros. Temían tocarle aunque fuera por accidente, y es comprensible: Cuando el castigo es la muerte, nadie se da el lujo de hacer interpretaciones.
- Es hora de encontrarte un lugar para vivir –dice Elías-. Lo mejor es una iglesia.
Martín asiente aprobando la oferta de Elías, quien le indica un pasillo por el que antes no habían pasado, y le conduce hasta la entrada de un pasillo mucho más amplio que tiene un letrero en el dintel.
IGLESIA “LAODISEA”.
Y en una inscripción inferior podía leerse: “Apocalipsis 3:14-22”.
Martin esperaba que la iglesia se pareciera de alguna forma a los templos que están fuera de la cárcel, quizá una improvisación de bancas y un altar hecho con las limitaciones que una prisión ofrece, pero en lugar de esto se encuentra con que la entrada de la iglesia no tiene puerta, es solo un pasillo ancho con un montón de hombres hablando entre sí. Y al igual que los puestos de control del Pran, media docena de hombres permanecen en el acceso a la iglesia, sin armas, pero con una seria actitud de custodia.
Reciben a Elías con una sonrisa y miran con escrúpulo a Martín.
- Dios les bendiga varones –dice Elías-, vamos a hablar con su pastor.
- Adelante pastores –dice uno de ellos-, están en su casa.
Los guardias se apartan exageradamente para que pase Martín y éste se percata de que a su paso los hombres se repliegan al fondo de la iglesia y a medida que los alcanza, éstos le esquivan y se van hacia la entrada, de modo que mientras caminó la primera mitad de la iglesia, los presos se amontonaron al final y cuando llegaron al final, el grupo se recogió en la mitad delantera. Solo el pastor de la Iglesia permaneció en su sitio esperando el encuentro.
Buenas noches pastor –saluda con entusiasmo Elías-, ¿cómo están las cosas por acá?
- Dios te bendiga Elías –responde mientras le abraza-, aquí estamos con el señor, gozosos de ver que por fin se están rompiendo las cadenas…
- Amén pastor, por eso te traje al varón Martín, ya sabes quién es.
Martin sonríe al pastor y extiende la mano para presentarse. Pero nota que el pastor no le extiende la suya y entiende que la orden del Pran es para todo el mundo.
- Un placer varón, disculpe que no le de la mano, pero acá las cosas son distintas, hacemos lo que podemos para sobrevivir, soñando con que un día podamos obedecer, únicamente, a la voz de Dios.
- Entiendo varón. ¿Cómo se llama usted?
- Mi nombre es Juan Fernández. Y estoy a la orden.
Diciendo esto Juan mira hacia la entrada y uno de los presos se apresta a venir hacia ellos. Gira unas instrucciones en su oído y éste se va diligentemente hacia un grupo de hombres y participa a disposición del pastor. Discuten entre ellos, pero el conflicto es envuelto en una capa de murmullos que no alcanza a escuchar Martín. Luego de unos segundos, dos de los reos se acercan a los pastores y pasando lejos de Martín, desocupan dos “buguis” que están al final de la iglesia, dejando las camas y las sábanas que hacen las veces de puerta y pared.
- Por hoy les ofrecemos un “bugui” –dice el pastor Juan a Martín- y mañana cuando se vaya Elías, usted se queda con los dos.
- Gracias pastor pero con uno tengo.
- No se puede pastor, cuando uno está durmiendo a veces se tropieza los pies, y es peligroso tropezarlo a usted.
- Está bien Juan –interviene Elías-, te agradecemos todo lo que estás haciendo. Dios te va a pagar al ciento por uno, a ti y a tus discípulos.
- Amén Elías, ahora te dejo porque voy a reunirme con la iglesia.
Martín quiere hablar pero un gesto de Elías le contiene. El pastor lo saluda con un asentimiento y se retira hasta el grupo de presos que le rodean en la entrada de la iglesia. A pesar de que es un pasillo y toda la parte derecha está llena de “buguis”, Martín puede ver que se las arreglan muy bien en su estadía carcelaria, hay botellones de agua potable, un filtro, tres o cuatro ventiladores de pedestal, un televisor de 30 pulgadas con dvd, una pequeña consola de sonido con cornetas medianas y en medio del pasillo, apoyada contra la pared, una especie de cocina hecha con bloques de concreto, en cuyos agujeros colocan la parrilla y el mecanismo de las hornillas eléctricas, haciéndose evidente que este es el mejor modo de cocinar sin gas y evitar el humo de un fogón.
Elías busca dos cubetas vacías de pintura y ofrece una de ellas a Martín para que se siente, y ambos lo hacen observando la acalorada pero silente discusión que se desarrolla en la entrada de la iglesia, algunos presos parecen disentir del pastor y en sus ademanes se entrevé la molestia de hospedar a Marín en aquel lugar.
- No te preocupes varón, tú estás bajo la protección de Dios y del Pran, son ellos los que temen, y el temor hace que los hombres pierdan la conciencia. Pero después de unos días la marea va a bajar y serán tus amigos, yo los conozco, la mayoría son cristianos de verdad.
- Lo que me preocupa es que le tengan más temor al Pran que a Dios.
- Eso es una realidad, y mi Fe es que tú cambiarás esa realidad.
- Tú eres un hombre valiente Elías, yo estoy aquí porque aquí me han conducido, pero a ti nadie te obliga a quedarte de noche con los presos.
Los varones se quedan en silencio mirando la pantalla del televisor que proyecta una película cristiana muy conocida por la comunidad, y mientras un equipo de futbol americano intenta ganar un campeonato para la gloria de Dios, los reos se agrupan en equipos de opinión, y Martín encuentra una similitud entre la escena de la iglesia y la del televisor.
- No soy tan valiente como tu crees varón –confiesa Elías.
- ¿Por qué dices eso varón? Si yo mismo he visto tu coraje, y apenas te conozco.
- Dios te libre varón, pero aquí estamos en los linderos del infierno… Y a cada rato se abren las puertas del abismo, dejándonos ver el rostro de la maldad. Le llamamos “King Kong”, y no es otra cosa que el enemigo apoderándose de tu vida, esclavizándote y despojándote de todas las cualidades humanas que Dios te dio. Para unos es la droga, para otros la muerte, y en otros el simple terror que causa el colosal rostro de la maldad. Dicen que te aprieta y te quita las ganas de vivir, o te convierte en un zombi que solo hace su voluntad, y creo que hoy, cuando enfrentaste al Pran, yo fui victima de lo que nunca esperé: El miedo a la muerte nubló mi entendimiento y disminuyó mi fe. Tu estabas en lo cierto, ningún pacto podíamos hacer, sin embargo en lo único que pensaba era que mi propósito en el mundo ya había sido cumplido, y era hora de partir.
- ¿Por qué pensó eso varón?
- Porque yo profeticé tu llegada a la cárcel. Dios me usó para hacer milagros, y me veía a mi mismo como Juan el Bautista… No con esto quiero decir que tú fueras el Cristo, eso sería blasfemar. Pero el Espíritu Santo me ha enseñado que la Biblia no es un libro que narra la historia que le pasó a otra gente. Y aunque es verdad que los judíos y el pueblo de Israel existieron y existen; la sustancia de la Palabra es común para todos los hombres, varones y hembras. Cada versículo es una explicación, una promesa y una profecía de lo que cada uno ha de vivir en su vida, así el antiguo testamento y el nuevo son las dos etapas de nuestra condición humana. Primero vivimos por la Ley, y cuando conocemos a Dios a través de su hijo JesuCristo, y creemos en él, empezamos a vivir el nuevo testamento, que es el tiempo de la Gracia. Pero es allí donde un nuevo peligro se levanta contra nosotros, y es que después de haber visto, no tenemos excusa para seguir pecando, y aún así lo hacemos.
Si mi hora había llegado y había cumplido el propósito por el cual Dios me trajo a este mundo; ¿por qué iba yo a querer ganar un poco más de tiempo?... ¿Para ver lo que iba a pasar contigo y con los presos?...¿Para ayudarte con tu batalla?
-Varón…
- Déjame confesar mi arrepentimiento Martín, es así como obtenemos el perdón de Dios.
La voluntad de los hombres quiere muchas cosas, y son tantas que uno se extralimita en lo que le mandaron a hacer, y termina convirtiéndose en una pugna por conseguir el éxito de nuestros planes, dejando a un lado, a veces sin darnos cuenta, la voluntad de Dios. Creemos que estamos sirviendo con energía y valentía, cuando solo estamos sirviendo nuestros propios intereses, levantando la torre de Babel que un día se ha de caer ante nuestros ojos como un castillo de arena. Dios quiebra los ídolos y cuando uno idolatra su propio ministerio, es decir, cuando uno se siente inderrotable, es allí cuando entra la gloria personal y se pierde todo…
- Pero en verdad yo no le veo eso a usted varón.
-Tú no, pero yo sí lo vi, mi temor a la muerte tenía más que ver con el amor que le tengo a mi obra, quiero ver a los presos regenerados y sirviendo a Dios, y lo quiero tanto, que no quise morirme cuando Dios lo dispusiera, sino cuando yo me sintiera satisfecho de haberlo logrado. Ese fue mi King Kong, y mi debilidad, y doy gracias al Señor que me la mostró para que no me envanezca y termine sirviendo al enemigo en lugar de mi Hacedor.
Ahora entiendo que el amor que yo tengo por los presos me dio fuerzas y ganas de hacer algo por ellos, pero en algún punto del camino, mi amor fue tanto que desvié la mirada de Dios y la puse en ellos, los entendí a tal punto de justificar sus maldades y caí en los errores que ellos caen.
Pero tú estás libre de todas estas cosas, y puedes llevarlos a la tierra prometida a la cual yo no llegaré, tú serás como Josué y librarás todas las batallas que te mande Jehová, y Él te prosperará en todos tus caminos, y en todas las partes de esta prisión donde pise la planta de tu pie, el poder, la gracia y la misericordia del altísimo se posarán con ellas. Isha la bah cu, isha la bah pa.
Martín no tiene el don de lenguas y por eso no puede entender que Elías está reprendiendo el mal que lo hizo pecar y con esto ha quedado libre de su pesar.
- Te dije antes que me vi como Juan el Bautista porque profeticé que un preso vendría y encaminaría a sus hermanos a la salvación. Pero también como Juan, yo debo menguar para que tú crezcas, ya no puedo ser el pastor de esta cárcel, tú lo serás.
- Varón, hay muchas cosas que yo no sé…
- Pero las sabrás, y yo te ayudaré hasta que el Señor me llame.
Martín se queda meditabundo, ya es más de la media noche pero existe un agitado ambiente en toda la cárcel, los privados de libertad se han privado también del sueño, y es comprensible después de los últimos acontecimientos.
- Es increíble que Dios se deje ver de esta manera en la cárcel y allá afuera no se vean estos prodigios.
- Donde abunda el pecado sobreabunda la Gracia –responde Elías.
La entrada de Marrón a la Iglesia crea una suerte de efecto dominó en los presos, quienes se repliegan temerosos creyendo que el pistolero ha venido en plan de muerte. Más la confianza retorna cuando Marrón hace un ademán para que se tranquilicen, y pasa directamente hasta donde está Martín.
- Váyalo pastor, usted si que tiene a Dios “agarrao” por la chiva –expresa sonriente mientras extiende un celular a Martín-, aquí le manda el Pran para que llame a la jeva…
- Mi esposa también está en prisión –aclara Martín-, y no tiene celular allá.
- ¿Por quién me toma pastor… -dice riéndose- a la jeva le mandamos su propio “cuernófono”, sáquese el clavo y échele un “rin”…
El celular que le acaban de entregar causa honda impresión en Martín, es la misma marca y modelo de aquel teléfono inteligente que Catire dejó en su taxi y por el cual le vincularon con el secuestro y asesinato de una menor de edad.
- Dime una cosa Marrón –interpela Martín- ¿qué pasó con Catire?
- Ese está fuera de circulación pastor… Le están “haciendo los muñones” en el hospital.
Marrón se va, no sin antes mirar al pastor de la iglesia con cara de pocos amigos y apuntarle con el dedo. Elías nota la acción y mira inquisitivamente a Marrón, quién cambia el gesto por una sonrisa.
- Écheme la bendición pastor. No se puede andar “sin cobertura”…
- Dios te bendiga hijo –dice Elías-, y te aleje del mal camino.
- Amén pastor, porque no se sabe dónde están los huecos.