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605 Words
Randy El dolor amenazaba con llevarse todo de mí. La única vez que experimenté este dolor fue cuando perdí a mis padres. No pensé que volvería a vivirlo en carne propia. Cada día pensaba en las palabras de Becky. « Lo siento, pero ya no hay lugar para ti, en mi vida»Unas palabras podrían lastimar más allá de todo lo que existía dentro de mí. Pero basándome en el dolor que también le causé al enterarse que era una apuesta, podía decir que me merecía lo que me estaba pasando. Yo mismo me lo había buscado al ser tan indiferente con ella. Sé que fui un estúpido al no llamarle o buscarla en los siete meses que han pasado, pero ella necesita tiempo. Si iba en los primeros días ella me rechazaría y me azotaría la puerta en la cara. Así que esperaba que los siete meses suficientes para que su corazón ya estuviera menos lastimado y pudiera pensar las cosas claras cuando le contara mi versión. Me estaba matando no verla ni tenerle cerca. Esta maldita soledad me era como el infierno.   —Deja de pensar tanto —la voz de Mael llegó a mis oídos.   —Necesito recuperarla, hombre —me subo a mi moto y la enciendo. —Ella es todo para mí. —Era hora de que me pusiera en marcha si en realidad la quería de vuelta. Tal vez, hasta pensó que no fui en esos meses a buscarla porque en realidad fue una apuesta, ¡Rayos! Que estúpido he sido.   Aparco fuera de su casa, había pensado en todo el camino la forma de recuperarla. Esa noche que la vi en el cine, me dio la voluntad para reclamar lo que era mío por derecho. Tenía que luchar, no la perdería sin antes luchar.   Toco a la puerta tres veces ya la cuarta vez, ella aparece. Lleva unos pantalones de chándal y una blusa suelta, aun así, se ve hermosa. Su cabello está recogido en un moño desordenado. —¿Qué haces aquí? —Pregunta con un tono frío sin mirarme.   —Quiero hablar contigo, no me has dejado explicarte las cosas, Becky. —Mi lengua acaricia su nombre y mi voz es tan áspera que parece días sin usarla.   —No hay nada de qué hablar, —trata de cerrar la puerta en mi cara, pero la detengo con un pie. Justo lo que pensé.   —Eres la misma chica desde que me presenté la primera vez en tu puerta. —Digo, —no han cambiado tus modales. —Trato de parecer relajado con humor, pero no consigo una sonrisa ni un sarcasmo de ella. Como lo amaría en estos momentos. No habla, así que prosigo: —Deja de huir. Ambos sentimos lo mismo. Mírame a los ojos, —no lo hace.   Le tomo de la barbilla y le obligo a que me mire, sus ojos aparentan ser duros, pero puedo leer sus sentimientos a través de la capa dura que interpone entre nosotros. Porque yo era igual que ella. Aparentaba una dureza y frialdad para proteger mis sentimientos, y ella fue la única que pudo derribar esa capa de hierro. Ella la derrumbó.   —Dime a los ojos que no me amas, —pido con un hilo de voz. Quita mi mano de su barbilla bruscamente.   —No me vuelvas a tocar en tu vida —refunfuña. —Y ya te he dicho que no hay nada de qué hablar. —Quita mi pie de la puerta y la cierra fuertemente en mi cara.   Revuelvo mi cabello en una desesperación de no poder llegar a ella, nuevamente. Soy un estúpido por dejar que ella se enterara de la apuesta que había hecho, fui un tonto al alejarla de mí después de hacerle el amor. Y ahora lo estoy pagando caro, me arrepiento de haber perdido su confianza.  
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