Los días fueron pasando y los problemas venian unos tras otro, ya había perdido la empresa, tenía pocos ahorros que no me alcanzaba para salir ni seis meses, tenía que trabajar, me ví en la necesidad de vender la casa que con esfuerzos compramos Flavio y yo. Con el dinero que me dieron decidí mudarnos al lugar donde nací y viví feliz con mi abuela.
—Cariño, el pueblo de la abuela te va a gustar, allá también vas a conocer bonitos lugares y vas a tener nuevas amistades, —le decía a mi hija ayudándole a empacar sus cosas.
—Mami, aunque voy a extrañar a mis amigas, no te preocupes me voy a comunicar con ella por teléfono, estoy contenta y yo te voy a ayudar, también voy a trabajar para que tú no trabajes tanto —me dice y me da un abrazo y sonríe, ella me da las fuerzas para salir adelante.
—Señora ya está todo listo, solo falta que lleguen los de la mudanza —dice Nora acercándose con unos vasos de jugo.
—Te he dicho que no me digas señora, —le reprocho —a partir de ahora solo solo las tres como familia, yo soy Laura, y tú Nora ¿entendido? —le digo pasando un brazo sobre su hombro y jalando a Natalia para darnos un abrazo las tres.
Llevamos las maletas a la mi camioneta, lo demás se irá en la mudanza, comimos y esa última tarde en ella casa la pasamos viendo películas, Natalia se quedó dormida creo que estaba cansada, la desperté y nos fuimos a mi habitación, dormimos juntas, abracé a mi hija adorada, se que extraña a su papá trataré de que sea la misma niña feliz y recordemos a mi amado con todo el amor que el nos tenía.
Muy temprano llegaron los de la mudanza, cargaron todo y nosotras también, recorrí toda la casa por última vez, tocando sus paredes quienes fueron testigos del amor de una pequeña familia feliz llena de juegos y risas, que apenas empezaba a crecer.
Cerré la casa y con algunas lágrimas en los ojos partimos de ahí dejando amor y a la vez un dolor en el corazón, pero vamos a empezar una nueva vida una nueva esperanza, salimos camino a nuestro nuevo empezar, tenía que recorrer cinco horas para llegar a nuestro destino, Nora antes de irnos preparo algunos bocadillos, solo paramos a hechar gasolina e ir al baño, estaba cansado ese viaje, pero se que valdrá la pena.
Llegamos a nuestro destino por la tarde a la casa que era de mi abuela y me dejó como herencia después de su muerte, no es como la que teníamos pero si es muy bonita, más pequeña, pero no necesito más aquí crecí, hasta que me fui a estudiar, después falleció mi abuela y no volví a venir, más que de vez en cuando, pagaba para que la cuidarán y la mantuvieran limpia, solo le hice algunas mejoras, por si veníamos de vacaciones o descansar unos días con Flavio y mi hija.
—Vamos a comprar algo para comer y después desempacamos —les digo a mis compañeras de viaje, en eso tocan la puerta, Nora fue a abrir en lo que yo sabía mis maletas a mi habitación.
—Buenas tardes, se que se acaban de mudar y pensé que tenían hambre, mi mamá les ha preparado algo sencillo, pero muy rico —escucho una voz que hacia mucho no escuchaba, volteo a ver y sonrió al ver quie es el dueño de esa voz, bajo para verlo de cerca, no se si él no me reconoce, pero yo si.
—Enrique Santibáñez, eres Enrique Santibáñez ¿cierto? —le pregunto y me queda viendo, Nora ya había tomado la cazuela con comida que a lejos se podía sentir el olor agradable —si eres tú, no has cambiado nada, bueno si un poco, —le digo y luego veo que sonríe y mueve la cabeza.
—Tu debes ser la pecas, la horripilante pecas, —me dice tomando mi rostro y moviendo de un lado a otro, buscando algo —donde están, que hiciste con ellas —me dice y le doy un manotazo, luego me dió un abrazo.
Enrique y yo no fuimos grandes amigos, éramos vecinos, el es tres años mayor que yo, nuestras abuelas y nuestras mamás eran muy amigas y a parte vecinas, viven en la casa de enfrente, Enrique cuando cumplió los dieciséis años, su papá se lo llevó a estudiar dónde el vivía con su otra familia, sus padres estaban divorciados y dejé de verlo hasta hoy que lo veo parado en la sala de la casa.
—Ya te dije que no eran pecas, eran cosas de adolescentes —le aclaro, ya que el me molestaba porque en la adolescencia como a la mayoría me salieron muchas imperfecciones y eso hacia que mi autoestima estuviera baja, Enrique me molestaba mucho, diciendo que me veía horrible con esas pecas, peleabamos por eso.
—Ya veo que con cirugías te las quitaste y ahora te ves mejor aunque sigues siendo fea —me dice y se ríe —ya me voy, solo me ofrecí a traerles algo de comer para poder saludarte, como olvidar a mi horrible y pecosa amiga, la única hermosa es tu hija, espero que su papá sea guapo porque a ti no se parece —me dice y sale casi corriendo porque le he aventado un cojín que tome de uno de los sillones.
—Largo de mi casa —le grito y el se despide sacudiendo las dos manos despidiéndose y riendo cierra la puerta.
—Vamos a comer, tengo hambre —les digo a las dos mujeres que me ven con cara de sorpresa y que habían estado calladas —¿que? —les pregunto, tomando de la alacena unos platos para servir la comida.
—Mami ha vuelto a sonreír, hacia mucho no lo hacía —me dice mi niña corriendo hacia mi y me abraza.
—Eso es cierto, desde que el señor enfermo, dejo de hacerlo hasta hoy veo de nuevo esa sonrisa alegre que siempre la caracteriza —me dice Nora y yo sonrió más.
—Ya, está bien les prometo que voy a sonreír más, aquí vamos a comer en lo que acomodamos todo —les digo señalando la pequeña mesa que está en la cocina, porque el área del comedor está lleno de cajas y cosas por desempacar.