Capítulo 2

1561 Words
Murmuro cosas que ni entiendo. Giro levemente por la cama, me siento tan cómodo y tranquilo. Con delicadeza abro mis parpados, por la parte superior de la puerta noto rayos de luz. Sin pensarlo me levanto de la cama de un salto. No sé qué horas son. Pero tengo un mal presentimiento. Tomo rápidamente la toalla y me dirijo al baño. Es tanta la ansiedad que no hago necesidades fisiológicas, solo me ducho con rapidez. No había escuchado la radio dando las matutinas noticas, la abuela siempre lo deja y eso me explicaba que era temprano. Esta vez no es así. Me ducho con velocidad. Cuando finalizo salgo del cuarto de baño y paso por la cocina notando lo silenciosa que esta la casa, ahogo un bramido y comienzo a vestirme cuando me seco con ayuda de la toalla. Finalizo en menos de cinco minutos. Detesto estos momentos cuando es necesario un celular. Cierro mis ojos y desciendo hasta toparme con el negocio de repuestos para autos, de mi abuela. Observo como el auto de mi papá se aparca y sale por el copiloto mi hermano menor, Nick. Papá me mira sorprendido. Eso significa que es tarde, mi papá es el típico venezolano que llega tarde a todo. Alegando que, lo que tarda es lo mejor en llegar. ―¿Usted no tiene turno completo? ―es palpable la hostilidad en cómo me lo dice. ―Nadie me despertó, no tengo celular para colocar la alarma. No sé qué horas es, mi cuerpo no resistió el cansancio y pase de largo ―me excuso con un nudo atenazando la garganta. Se siente como un Déja Vú, hace años había sufrido uno de estos colapsos cuando estaba en el tercer semestre de la universidad. ―Joder. Xavier, esas no son excusas. ¡j***r! Siento como mis ojos se cristalizan. ―¿Me podrías llevar al trabajo? ―casi ruego, tratando de que mi voz no salga distorsionada por la sensación de querer llorar. ―Cinco minutos. Corro dentro de la casa y empaco una muda de ropa en el bolso que tomo, la sensación que presiento hace que tome ropa particular. ¡Maldición! Todo lo malo me sucede a mí. Corro hasta llegar frente del Chevrolet de mi papá. Observa el bolso en mis manos y guarda silencio. ―«Porsiacaso» ―demando con desdén. Cierro los ojos y aprecio como el auto comienza a movilizarse por la carretera, en menos de cinco minutos llego al portón blanco. ―Yo… ―cierro al boca y trato de continuar―. Gracias… ―Ya baja. Asiento levemente con la cabeza. Desciendo del auto y mando señales psíquicas a mis piernas para que comiencen a caminar. Lo hago, cierro mis ojos cuando llego a la puerta trasera del café. Me consigo al jefe de la mañana, Richard. Me observa con postergación de arriba abajo y demanda. ―Sube a recursos humanos. Jessica te espera. No omito palabra alguna, las cocinera de turno me miran con cierta lastima, cuando comienzo a ascender las escaleras metálicas. Les guiño el ojo buscando más seguridad para enfrentarme a lo que viene. Toco un par de veces la puerta de madera caoba. Dejo salir un suspiro pesado. Giro el pomo y abro la puerta ingresando por esta. El aire gélido impacta en el rostro y me estremezco a cusa de ello. ―¿Estoy despedido? ―tomo la primera voz. Jessica con su impecable uniforme y con el semblante serio asiente. Me siento en la silla metálica derrotado. Siento como las lágrimas crean el éxodo perfecto de mis ojos a mis mejillas y así seguir el camino correcto. Es tan simple tener las emociones necesarias para los momentos inadecuados. ―No me parece justo, pero acepto su decisión ―vuelvo a tomar la voz. ―Llegaste tres horas tardes, Xavier, es imperdonable ―chilla altanera. ―¿Y las veces que llegaba una hora, veinte minutos, diez minutos antes? ¿No cuenta? Porque si hacemos una recolección de ese tiempo sobrepasa las setenta horas. ―Eso no son excusas ―la miro ladeado. Y niego. Muerdo la lengua para no soltar acido a través de mis palabras―. Escucha ―suelta un suspiro, la observo esperando que continúe―, es apreciable tu trabajo pero no puedo hacer nada, Xavier, Richard dio la orden. Y así se debe cumplir. Ya hay un nuevo cajero ocupando tu puesto, y agradecemos tu trabajo y espero que tengas las mejores opciones de trabajo a mejor futuro ―mientras habla teclea para después imprimir una hoja con mi… renuncia. ―¿Renuncia? ―parpadeo―. Yo no iba a renunciar, Jessica ―chillo―. ¡Me están despidiendo! ―Es mejor así, Xavier ―glosa con reseques. Tomo el bolígrafo n***o y firmo la hoja. ―Dejare el uniforme que tengo puesto, el otro lo traeré cuando me entreguen la liquidez. ―Perfecto. Cruzo la oficina y comienzo a desvestirme con rapidez. Mi mente está en blanco, un nudo atenaza la garganta. Me siento tan desolado. Ya vestido con la ropa particular que había metido en el bolso, doblo con cuidado el uniforme del café para poder tendérselo a manos de Jessica. Le sonrió a medias. Puedo apreciar en cómo se sonroja por la vergüenza que debe estar sintiendo. ―Gracias por todo y perdonen lo malo. ―No hay de que, Xavier. Salgo de la oficina y comienzo a descender a la planta baja, siento como mi corazón galopea, como la presión sanguina se atomiza. Siento tantas cosas dentro de mi cuerpo que no sé cómo vaya a llevarlo. Las emociones en fuerza me abruman, temo lidiar con una explosión de carácter, hace mucho tiempo lo tuve y aleje personas que en estos momentos me arrepiento. Hoy no debía asistir al colegio, había pedido permiso porque e tocaba trabajar corrido en el café. Les había dicho a los estudiantes que no iba asistir, y ahora estoy caminando hasta el colegio que queda a una media cuadra. Desplazo los movimientos que ejecuto hasta el compuerta donde el portero se sorprende de verme. ―Profesor, Home. No lo esperábamos. ―Gracias… decidí asistir a última hora. Ingreso sin darle más palabras y acerco los pasos a la coordinación donde está la secretaria que maneja con rapidez el teclado de la computadora de mesa. ―Buenos días ―saludo. Trato de que mi voz salga normal y no quebrada en cómo me siento internamente. Siento que en cualquier momento me desarmare tan rudamente que odiare el estado en el que me convertiré. ―Profesor Home, que grata sorpresa ―no le prestó atención a la incomodidad que abarco mi mente cuando me título de profesor. ―Si… ―me ruborizo. ―La licenciada Laura está arriba ―señala las escalares metálicas. ―Gracias… Me obsequia una diminuta sonrisa y sigue en su labor. Inspiro a mis pies subir por las escaleras, parece que hoy es día de la escalera para Xavier Home. Genial. Cuando llego al destino, miro detenidamente a la licenciada Laura quien me observa expectante. Me indica silenciosamente que me siente y eso hago, el nudo en mi garganta atenaza nuevamente. ―Fui despedido del café ―murmuro lo suficiente audible para que pueda escuchar―… yo… no sé qué hice mal ―siento un fuerte sabor salado en mis labios―. Di todo y… No puedo seguir hablando. Lo intente pero mi voz fallo con solo probar. Sin duda alguna las emociones provienen del hipotálamo. ―Xavier ―tutea. Puedo percibir como su mirada no es lesionada sino mohína―. Es duro cuando a uno lo despiden sin razón aparente; sin embargo, debes ser fuerte, aquí tienes este empleo y siéntete orgulloso de que lo haces excelente, y eso para nosotros es importante. ―Eso trato de creer… ―titubeo con las lágrimas aun descendiendo de mis ojos―. La mayoría de mi familia detesta mi forma de ser, creen que soy un inservible que no doy para nada; esto… será como aceptarlo… ―trato de limpiar las lágrimas que no se detienen en salir. ―Eso te hace único, Xavier. Tú eres único e autentico. Por eso brillas tan intensamente, y no debes permitir que esa hermosa luz que sobresale tan magnífica te la opaquen. Asiento tratando de aceptar todo. ―Gracias… ―No hay de qué. Luego de aquella grata conversación con la licenciada Laura, decidí bajar al salón con el que tenía clases hoy. Cuando sentí la suficiente fuerza para hacerlo. Pensé que la licenciada me echaría cuando noto mi estado. Siempre he mantenido la ética laboral intocable. Y esa manera tan desvergonzada de mi cuerpo al traicionarme fue como un huracán alternando a todo lo que puede absorberme y dejarme a su paso. Fue la última gota del vaso de mis emociones. Cuando llego al aula de clase correspondiente, algunos alumnos dentro me miran sorprendidos y suspicaz, son los de octavo año. ―¡Profesor Home! ―exclama una estudiante de ojos claros, se llama Albania. ―Buenos días ―trato de que mis emociones no afecten mi clase ni que  interrumpa de manera abrupta a los chicos. ―¡Yo no hice la tarea! ―otra estudiante aclama consternada―. ¡Se supone que usted no venía hoy! ―me señala con su dedo acusador. Rio fuertemente, es increíble como ellos defienden mis palabras. ―Tranquila, sé que no venía hoy ―respondo―, pero termine viniendo ―digo sin más. Ellos no son quien para saber de mis demonios internos. En ese momento llegan los demás jadeantes. Supongo que se debieron de haber enterado que llegue. Sin querer comento serio. ―Hoy evaluare sus tareas ―ellos palidecen. ―¡Pero…! Mátenme pero no puedo parar de reír cuando comienzan a quejarse, mi placer culposo es burlarme de manera sana de los demás. Luego de eso hablo con ellos y explico un poco las dudas sobre la actividad que había mandado. Para después retirarme del colegio, paso por el frente del café y lo observo detenidamente mientras sigo el recorrido, a mis oídos sigue llegando la melodía Cold Little Heart de Michael Kiwanuka para la serie de HBO Big Little Lies. Cierro los ojos por diez segundos y camino tratando de disipar todas aquellas emociones que me enmarcan.
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