Mari Nada más cruzar el umbral del salón, supe que había entrado en otro mundo. Un universo donde el lujo no se gritaba, sino se susurraba en cada rincón: desde el aroma tenue a peonías y maderas nobles, hasta la música suave que flotaba como si no quisiera molestar. El suelo brillaba como recién pulido con diamantes. Las paredes eran tonos neutros y envolventes, el tipo de decoración que susurra “esto cuesta más de lo que crees”. Los espejos estaban iluminados con precisión calculada. No reflejaban solo rostros: reflejaban estatus. Una recepcionista impecable —moño tirante sin un solo pelo fuera de lugar, labios en tono nude mate y una tablet sostenida como si fuera una extensión de su brazo— me recibió con una sonrisa perfectamente coreografiada. —Bienvenida al salón A.V. ¿Tiene cita

