Mari El pasillo hacia las oficinas superiores nunca me había parecido tan largo. Cada paso sonaba como un eco de desafío. Íbamos en formación cerrada: Bruno, Santi, Carlos y yo. No éramos una tropa, pero en ese momento lo sentíamos así. Al llegar a la puerta del comisario, su secretaria alzó una ceja, sorprendida por la aparición conjunta. —¿Tienen cita? —No —respondí con firmeza—. Pero es urgente. Nos pidió que esperáramos. Apenas unos minutos después, la puerta se abrió. El comisario nos recibió desde su escritorio con expresión tensa, las manos cruzadas. —¿Se cansaron ya del papel de Robin Hood? ¿A qué han venido ahora? —No estábamos jugando —empecé—. El inspector Morales intentaba probar la inocencia de un hombre. —¿De qué hombre estamos hablando? —preguntó con sarcasmo. —De N

