Capítulo 1-1

2028 Words
1 Amanda Bryant, Centro de Procesamiento de Novias Interestelares, planeta Tierra Esto no podía ser real. Pero se sentía real. El cálido aire sobre mi piel sudorosa. La aromática esencia a sexo. Las suaves sábanas bajo mis rodillas. El firme cuerpo que se encontraba a mis espaldas. Me habían vendado los ojos con una venda de seda que hacía todo tan oscuro como la noche. Pero no necesitaba mi visión para saber que un pene se hundía en lo más profundo de mi v****a, un pene grande y grueso. Era real. ¡Era real! Me encontraba arrodillada sobre una cama, y el hombre estaba a mis espaldas, follándome. Sus caderas tomaban impulso, haciendo que su pene impactara deliciosamente contra cada una de mis terminaciones nerviosas, mientras mis paredes se expandían a su alrededor. Sus sólidos muslos estaban debajo de mí, uno de sus brazos enroscado alrededor de mi cintura y sosteniendo mi seno, aprisionándome para que no pudiese moverme. Lo único que podía hacer era aceptarlo mientras él tocaba fondo dentro de mí. No podía escapar a ninguna parte —aunque tampoco quería hacerlo—. ¿Por qué querría irme? Se sentía tan bien. Su pene se sentía tan bien dentro de mí, ensanchándome, atiborrándome. No era el hombre a mis espaldas, solamente, el que me hacía perder la razón. Un segundo hombre —sí, ¡estaba con dos hombres!— iba dejando besos a lo largo del camino que conducía hasta mi vientre. Su lengua daba lamidas apasionadas sobre mi ombligo, y cada vez más y más abajo… ¿Cuánto tiempo le tomaría hasta que sus labios finalizaran este recorrido hacia mi clítoris? Mi centro de placer palpitaba con ansías. ¡Apresúrate, lengua, deprisa! ¿Cómo era posible que esto fuera real? ¿Cómo era posible que dos hombres estuvieran tocándome, lamiéndome, follándome? Sí, lo hacían. El hombre que se hallaba a mis espaldas envolvía sus fuertes manos alrededor de la parte interna de mis muslos, y los separaba aún más para que el otro pudiese explorarme con sus manos y lengua… Hasta que encontró mi clítoris. ¡Finalmente! Moví mis caderas hacia adelante, deseando más. —Aguanta un poco, compañera. Sabemos que quieres correrte, pero tendrás que esperar. La voz grave en mis oídos susurraba las excitantes palabras contra mi cuello, incluso mientras movía sus caderas, abriéndome de par en par con su enorme pene. ¿Esperar? ¡Esperar me era imposible! Cada vez que su pene se clavaba dentro de mí, la lengua sobre mi clítoris se movía rápidamente, lamiéndome. Ninguna mujer sería capaz de resistir la triple sensación de un pene, un movimiento rápido y una lamida al mismo tiempo. Gemí. Gimoteé, tratando de concentrar mis caderas en el foco del placer. Me encantaba. Quería sentirlos a ambos dentro. Necesitaba desesperadamente que me reclamasen, que me hiciesen suya por siempre. Por una fracción de segundo mi mente se rebeló contra mí, puesto que no tenía ningún compañero. No había tenido ningún amante desde hacía más de un año. Jamás lo había hecho con dos hombres a la vez. Nunca había pensado en tener mis dos orificios atiborrados. ¿Quiénes eran estos hombres? ¿Por qué…? La lengua se retiró de mi clítoris y entonces grité. —¡No! En una fracción de segundo, esa misma boca se encontraba sobre mi pezón, y sentí cómo el hombre que estaba sobre mí sonreía contra mi suave piel. Tiró de mi pezón y lo lamió hasta que gimoteé, pidiendo más. Me encontraba al borde del precipicio; mi cuerpo estaba a punto de tener un orgasmo. El pene que me invadía era increíble, pero no era suficiente para mí. Necesitaba más. —Más. La súplica escapó de mis labios antes de que siquiera pudiese recuperar el control, y la parte más oscura de mí se entusiasmó ante el castigo que sabía que esta orden traería como consecuencia. ¿Cómo lo sabía? Estaba muy confundida, pero no quería gastar tiempo pensando, sino solo disfrutando. Inmediatamente, una firme mano se enredó en mi cabello, tirando de mi cabeza y provocando una punzada dolorosa, mientras el hombre que se encontraba detrás de mí giraba mi cabeza para que lo viera de frente, y me provocaba rozando mis labios con los suyos. —Tú no exiges, compañera. Tú te sometes. Me besó, su lengua era como un intruso fuerte y dominante que estaba dentro de mi boca. Él daba estocadas dentro y fuera de mí mientras me follaba; su lengua y su pene invadían mi cuerpo simultáneamente antes de retroceder por completo y embestirme de nuevo. Mi otro compañero —espera, ¿he dicho compañero?— separó aún más los labios de mi v****a con sus dedos. Lamió mi clítoris y luego lo chupó con delicadeza, mientras que el pene que me follaba se hundía hasta el fondo y emergía casi totalmente. Una lamida. Luego una chupada. Lamida. Chupada. Estaba al borde de las lágrimas; mi excitación era demasiado intensa como para contenerla. —Por favor, por favor. Por favor. Una lágrima cayó y escapó fuera de la venda que cubría mis ojos, humedeciendo el lugar en el que la mejilla de mi compañero y la mía se unían. Él interrumpió nuestro beso de inmediato; su cálida lengua delineaba el sendero de la lágrima. —Ah, súplicas. Nos encanta que nuestra compañera suplique. Eso quiere decir que estás lista. El hombre que imaginé que estaría arrodillado ante mí, el que me torturaba con su boca, habló: —¿Aceptas pertenecer a nosotros, compañera? ¿Te entregas a mí y a mi segundo voluntariamente o deseas elegir a otro compañero principal? —Acepto perteneceros completamente, guerreros. Al haber dicho mi promesa, ambos hombres comenzaron a gruñir, desafiando los límites de su control. —Entonces te reclamamos, y tú obtienes un nuevo nombre. Nos perteneces, y acabaremos con cualquier otro guerrero que se atreva a tocarte. —Que los dioses sean testigos y os protejan. Un coro de voces se oía a nuestro alrededor, y jadeé cuando el hombre que se arrodillaba dio un mordisco a mis muslos, haciendo una siniestra promesa de placer. —Ven a por nosotros, compañera. Muéstrales a todos la manera en la que tus compañeros te dan placer. El hombre que se encontraba a mis espaldas dictó la orden justo antes de que su boca se fundiera con mis labios en un beso ardiente. Espera, ¿todos? Antes de que siquiera pudiese terminar la pregunta mentalmente, la boca del otro hombre se aferró a mi clítoris con fuerza, lamiendo y moviendo rápidamente su lengua, llevándome al límite. Grité, pero el sonido se perdía a medida que las olas de placer azotaban mi cuerpo. Mi cuerpo se volvió rígido como el granito, solo mis paredes vaginales se agitaban y contraían alrededor del pene que continuaba follándome. Lo hacía con mucha, mucha fuerza; y aun así, la lengua que lamía mi clítoris lo hacía suave y gentilmente. Una sensación de calor invadió mi piel, una luz blanca centelleaba tras mis párpados, sentía un hormigueo en mis dedos. Demonios, sentía el hormigueo por todo mi cuerpo. Pero mis compañeros aún no habían acabado conmigo, ni siquiera me permitieron recobrar el aliento antes de que me apartaran del largo pene y me dieran vuelta. Oí el sonido del roce de las sábanas, sentí la cama moviéndose, y luego me izaron para aterrizar sobre él. Poniendo sus manos sobre mis caderas, me descendieron nuevamente sobre su pene. En segundos, ya me había colmado de nuevo, entrando y saliendo fuera de mí mientras mi otro compañero se colocaba alrededor de nosotros y tocaba mi clítoris rápidamente. Estaba tan preparada, tan sensible, que instantáneamente me llevó al borde. El deseo escalaba desde dentro de mí, y me tensé, conteniendo la respiración a medida que el fuego ardía a través de mi interior. Me iba a correr de nuevo. Se ocupaban de mí con mucha simplicidad; sin embargo, conocían mi cuerpo, sabían cómo tocarme, cómo lamerme y chuparme. Sabían cómo follarme de una manera tal que todo lo que podía hacer era correrme. Una y otra vez. —Sí. Sí. ¡Sí! —No. La orden se asemejó a una correa que tiró de mí, y mi orgasmo obedeció, en espera. Una mano firme azotó mi trasero desnudo. Sonó como un golpe potente, y se sintió como un destello brillante de dolor. Tres veces. Cuatro. Cuando se detuvo, la sensación punzante y cálida se esparció por mi cuerpo. Se suponía que debía de haberlo odiado. ¡Me dio una nalgada! Pero no. A mi cuerpo traicionero le gustó, pues la nueva sensación se extendió hacia mis pechos, hacia mi clítoris. Todo mi cuerpo se sentía en llamas, y quería más. Quería sus órdenes. Quería su control. Lo quería todo. Necesitaba que mis dos compañeros me llenaran, me follaran, me reclamaran. Quería pertenecerles por siempre. Las manos firmes sostuvieron mi trasero, manteniendo mis nalgas abiertas para el compañero que estaba detrás de mí. Incluso, mientras el hombre que estaba tumbado debajo de mí me mantenía abierta, seguía embistiéndome con su pelvis, follándome a cortos intervalos y llevándome a un éxtasis divino. Mi v****a estaba tan llena, que me preguntaba cómo habría espacio para mi otro compañero dentro de mi culo. ¿Cómo podrían reclamarme debidamente sin causarme dolor? De algún modo, intuí que me gustaría. Me tranquilizaban los recuerdos de un tapón grande llenándome, abriéndome, preparándome para lo que venía ahora. Me gustaría haber tenido el tapón llenándome mientras me follaban, así me habría desmayado del placer cuando tuviese ambos miembros en mi interior. La necesidad que sentía no era solo la de follar a mis dos compañeros simultáneamente. Era, también, la de reclamar mi parte y hacer míos a estos hombres para siempre. Solo podía lograr esto con una doble penetración. Amaba a estos hombres. Los quería. Los quería a ambos. El dedo de mi compañero se abrió paso a través de mi estrecho orificio, aún virgen. Pero sabía que cabría dentro. Ambos hombres eran poderosos y dominantes, y, aun así, delicados. El aceite que derramó sobre mí para meter dentro un dedo y luego otro, se sentía como un calor acogedor dentro de mi cuerpo. Jadeé mientras la calidez de sus dedos me abría lentamente, asegurando que realmente estuviese lista para ser reclamada. Envolvió sus brazos alrededor de mi espalda, y el compañero que estaba debajo me tumbó sobre él para descansar sobre su ancho pecho. Sus manos acariciaron mi espalda de arriba abajo. —Arquea tu espalda. Sí, justo así. Sus dedos abandonaron el interior de mi trasero, y aunque me sentía abierta y lista, también me sentí vacía. Necesitaba más. El compañero situado detrás de mí siguió hablando. —Cuando mi pene entre dentro de este apretado culo, serás nuestra para siempre. Eres el vínculo que nos conecta como si fuésemos uno. La brusca cabeza de su pene hizo presión lentamente, llenándome hasta que sentí que me moriría del placer. El líquido preseminal que estaba sobre la punta de su pene también se introdujo dentro, e hizo que una sensación de fuego se propagara a través de cada una de mis terminaciones nerviosas, como una descarga eléctrica dirigida hacia mi clítoris. Traté de resistir, traté de comportarme, de negar el placer que se disparaba por todo mi cuerpo, de esperar por su autorización, pero no podía hacerlo. Me corrí dando un alarido, mi v****a se contraía con tanta fuerza que casi hice que el segundo pene se saliera de mi cuerpo debido a la fuerza de los espasmos musculares. No podía pensar, no podía respirar, y cada una de las embestidas de mis compañeros me llevaba al borde, hasta que me corrí de nuevo… —¡Sí! —Señorita Bryant. La voz femenina apareció de la nada, y penetró en mi mente con el escalofrío de la realidad. La ignoré, buscando el éxtasis que había estado experimentando, pero mientras más trataba de concentrarme en mis compañeros, más difícil se volvía sentirlos. Su aroma se había esfumado. Su calidez, también. Sus p***s, desvanecidos. Grité en negación mientras unos dedos fríos y firmes se posaban sobre mi hombro, sacudiéndome. —¡Señorita Bryant! Nadie me tocaba así. Nadie. Los años que pasé practicando artes marciales hicieron efecto al fin; intenté subir mi brazo para impedir el repentino asalto a mi hombro. No quería sentir aquellas frías manos tocándome. No quería a nadie tocándome, no quería a nadie que no fuesen mis compañeros. Solo aquellas fuertes manos tocándome con gentileza. El dolor punzante de las esposas alrededor de mis muñecas me trajo de vuelta a la realidad. No podía apartar mi mano, no podía golpearla. Estaba acorralada. Inmovilizada. Esposada a algo como un sillón. Indefensa.
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