Berserker

2272 Words
Los pasos de Aleksanteri se volvieron pesados mientras recordaba el rostro de la mujer de ojos tan verdes como el manto que cubría las montañas, los cuales destacaban en un rostro femenino casi celestial, con una piel aterciopelada que parecía ser tan suave; lo cual lo había hecho sentirse muy tentado a tocar. El misterio de sus ojos era tan oscuro como el color de sus cabellos y su voz tan suave como las curvas que rodeaban su cuerpo femenino. Llegaron a la aldea al cabo de un momento. Las mujeres sabias y de mayor edad rodeaban las rocas que circundaban la fogata; inclinadas, con la bebida sagrada para el combate, pero a diferencia de siempre, en medio de todas las mujeres se hallaba un hombre que él reconoció. Su pueblo estaba disperso a lo largo y ancho de la tierra. Muchos se habían dividido en grandes grupos, pero no dejaban de ser familia, incluso cuando desde hacía ya mucho cada grupo había tomado su propio curso. A su manera de sobrevivir según donde se habían asentado varios grupos también eran nómadas. Todos los clanes tenían un líder, y él les conocía. Maakten permanecía de pie sujetando la lanza, en ella colgaba un tótem que distinguía a ese clan: el lobo. Por lo general las visitas de un patriarca significaba cambios en lo habitual de sus métodos de guerra, como una alianza, o el aviso de la muerte de algún líder. Aleksanteri al ser hijo del líder de su clan, tenía la obligación de hacerse cargo en ausencia de su padre. Aleksanteri se aproximó a él, con actitud serena, pero muy interiormente los latidos de su corazón se habían alzado. Como Maakten, hundía los dedos en la madera tallada de la lanza. —Alek, te saludo. —Maakten, hermano. —Conserva el buen ánimo, hermano. No temas mi visita no se debe a que, como hijo de Henryk, te vuelvas necesariamente el siguiente líder, pues su ausencia sólo se debe a su viaje a tierras del otro lado del mar. Con fuerza le dio una palmada al hombro sonriendo, mientras Haakon el mejor amigo de su padre observaba todo. —Eso afianza mis ánimos. Se estrecharon de brazos enérgicamente. Maakten había tomado el lugar de su abuelo en el clan del sur. Por lo que ambos tenían casi la misma edad. —Sé bien que no eres descendiente directo de los hombres que hemos elegido luchar como el lobo lo hace, pero nuestra sangre reclama el derecho de vivir. Vengo en busca de tus guerreros. Necesitamos que los guerreros Ulfhednar vuelvan como hermanos al campo de batalla para luchar con la fuerza de oso y la astucia del lobo. Hemos sido asediados en nuestras propias tierras y los que logramos resistir venimos a tu pueblo, para invocar la ayuda entre hermanos. —Mi lanza es tu lanza, tu guerra es mi guerra, mi pueblo tu pueblo, Maakten. La mirada de Aleksanteri se encontró con la de Haakon quien asintió con la cabeza seriamente en señal de estar de acuerdo. —Agradezco hermano Aleksanteri. He traído a mis mejores guerreros para que sirvan como tus propios guerreros. Pues esos extranjeros viajan a una distancia no muy lejana de tu aldea. —No temas, que nuestra gloria será morir en el campo de batalla como lo han hecho los más fuertes y valientes de los nuestros. Maakten con una sonrisa movió la cabeza en señal de asentimiento. —Tras las montañas, el enemigo avanza. Espera derrotarnos. Aleksanteri también mostró una sonrisa. —No, Maakten. Esperan la derrota. Ambos aullaron al cielo, y en instantes estaban rodeados por todos los guerreros elites de ambos clanes. —Somos sangre del mismo padre, guerreros del mismo ejército. ¡Sean hoy pues los valientes que morirán codo a codo y espalda a espalda con verdadero ánimo de los fuertes! ¡¡Guerreros Berserker somos!! Las mujeres en compañía con el sacerdote dieron inicio al ritual para sus guerreros. El culto se hizo fielmente como se acostumbraba al sabio e invencible Odín. Usando el fuego para invocarle, y la bendición de la bebida sagrada para concederle a sus mejores guerreros los atributos necesarios en el campo de batalla. Las tierras donde se había asentado el clan de Aleksanteri tenían en sus territorios las montañas sagradas, a las cuales los gigantes les temían, porque tenía en lo hondo de sus cuevas el poder de invocar a una criatura que tenía una fuerza sagrada que podía derrotarles. Por lo que ningún aldeano o guerrero se atrevía a merodear en lo profundo de las cuevas de las montañas sagradas, y las pocas doncellas que fueron enviadas jamás volvieron. Aleksanteri sabía que los espíritus del bosque según la tradición, tenía árboles mágicos, y criaturas que se transformaban en hermosas mujeres que les gustaba encantar hombres fuertes y robarlos, y si no lograban su cometido, los enloquecían hasta morir. Varios de sus hermanos de combate, se había lanzado desde lo alto de un risco a las profundidades del mar, jurando que una mujer celestial con encantos indescriptibles lo llamaba a perderse bajo las turbias aguas congeladas. Al igual que los temidos moradores nocturnos que desde los albores del tiempo, varios de ellos tenían la capacidad de transformarse en hombres, cuyos encantos se volvían despiadados cuando estaban en celo, acechando a las doncellas de su pueblo. Cada guerrero al ser señalado con la marca del rito del fuego y la victoria para presentarse en el Valhala en el más allá, usaba el fardo de la piel de la cual obtendría la fuerza y la habilidad correspondiente del animal, en los guerreros del bando de Maakten todos tenían las pieles de lobos, y en el de Aleksanteri de osos, luego de beber la cerveza oscura, y tener la bendición según el rito. Aleksanteri sabía que su mente no tendría más control sobre sí, que la mayoría de su ser se entregaría entero a su instinto guerrero unido al oso, lo cual lo guiaría con pasos rápidos a la guerra sin temerle a la muerte, ni a los golpes, ni a nada que en su camino se interpusiera, siendo su gloria si era su destino morir de la manera más fuerte y temible en el campo de batalla. Su recompensa en el más allá sería encontrarse con sus hermanos fallecidos, en uno de los banquetes antes del atardecer del Valhala. Mirar con sus ojos a las valkirias y disfrutar de la presencia de Odín y conocer por sí mismo a Huginn y a Muninn, los cuervos del dios de la guerra. El corazón de Aleksanteri se hinchó de una fuerza incontenible en cuanto escuchó el cuerno, avisando la llegada de extranjeros a las islas de su pueblo. Alzó los ojos al cielo mirando que casi de la nada las nubes oscuras se agrupaban en señal de una lluvia ineludible. Cerró los ojos escuchando el tamborileo de su corazón que lo guiaba como un tambor de guerra a su lugar en el campo de batalla, mientras sentía también la brisa sobre el rostro. Con los ojos cerrados, a su mente llegó la clara visión de un ejército no muy grande que contaba con varias cuadrillas y jinetes a caballo. Al abrir los ojos, al frente miró como entre los árboles unas luces tenues se movían. Comprendió que el rito había logrado el cometido de buscar el favor del dios de la guerra, respiró hondo. Alzando la espada mientras que con la otra mano sujetaba su escudo. Emitió un aullido, iniciando la marcha al correr en los puntos en donde él había mirado los fugaces destellos, todo el resto de guerreros iban tras él, siguiéndole. Maakten sin necesidad de palabras por parte de Aleksanteri, comprendió que acometerían a los intrusos usando al bosque en vez de ir directamente de frente al subir el valle. Gunnar el compañero de batallas de Aleksanteri corría como su mejor amigo sintiendo la sangre galopar en su cuerpo. Al ser en su mayoría de los guerreros Ulfhednar muy altos y corpulentos, cada paso en la marcha era un rugido que hacía vibrar la tierra. Se movían por los lados de los claros más abiertos del bosque dando de aullidos guturales que hacían eco en el boscaje y en las montañas. Aleksanteri abrazaba el poder del oso que se mezclaba en cada respiración en cada latido de su corazón volviéndose uno solo. El instinto y la fiereza lo hacían sentirse deseoso por llegar cuanto antes ante los intrusos, sintiéndose ingrávido y ligero, atestado de una fuerza incontenible en cada músculo, tendón y ligamento, en cada fragmento de sus huesos. Del otro lado del valle un destacamento era seguido por la caballería, un grupo de soldados enviados a invadir y asediar el lado noreste de las islas más grandes de los territorios nórdicos. Durante ya varios meses se habían dado cuenta que ciertos pueblos nórdicos tenían como punto central los viajes de exploración, el desarrollo del comercio, y la metalurgia. Y al amanecer habían visto varios barcos de aspecto vikingo adentrarse en mar abierto con varios de los guerreros más temidos de la zona. Horacio el general a cargo de destacamento de infantería, conocía de las leyendas de tales guerreros. Nunca había imaginado que un día iría en pos de una guerra contra los supuestos soldados del dios de la guerra. Respiró hondo sintiendo un raro temor en lo hondo y ciego de su pétreo sentido de beligerancia. —¿Seguiste la marcha que tenía el mapa, Horacio? —Preguntó el comandante de caballería al general. —Sí desde luego, este es el lugar. Escucharon el tumulto de pasos que hacían temblar la tierra bajo sus pies, miraban al frente del valle que tenía una planicie verde, pero no se notaba más que eso. —¡Resistan, den gloria al emperador al dar estas tierras! —Gritó el general, al notar que la mayoría de los hombres; como él, sentían el corazón encogido al oír los aullidos y bramidos resonar en las montañas. Pese a la orden, varios se negaron a seguir avanzando. Los soldados más cercanos a la arboleda fueron los primeros en ser acometidos, por los guerreros Ulfhednar. Miró como uno solo de esos guerreros con piel de lobo, había matado a varios soldados; parecían una fiera violenta que destrozaba sin piedad lo que hubiera en su paso. Y a ese se le unían más con pieles de oso sobre sus hombros al descubierto al igual que el torso, mientras que otros estaban casi completamente desvestidos, sin usar corazas, o alguna armadura. Con fiereza los que usaban lanzas atravesaban a varios con una fuerza casi a la de un gigante. No pudo contener todo el aspaviento al mirar que arriba en el valle, más venían hacia ellos con espadas en manos. Supo entonces que las leyendas no eran un cuento sino un relato asombroso que ahora él evidenciaba con sus propios ojos. Su cuerpo se volvió endeble y su corazón casi paralizado al notar que fácilmente acababan con toda la infantería. Uno de los más altos, fijó su vista en él, de un mordisco le quitó un pedazo a su propio escudo que sujetaba en una de sus manos.   —¡Caballería ataquen!! —Gritó el general. Los jinetes acudieron al llamado yendo hacia los guerreros que ya batallaban, pero pese a golpearles o herirles parecían indestructibles pues nada los hacía caer, incluso cuando eran atravesados. Las cuadrillas quedaron reducidas a nada luego de un rato de lucha. El general supo que se habían encontrado no con guerreros sino con verdaderas bestias que parecían complacidas con derramar sangre y dar batalla como si no fueran seres humanos. Nunca se sintió tan espantado en toda su vida, incluso después de servirle a la distinguida Roma desde que era un jovencito. Dio la señal de retirada, sin poder guardarse para sí todo el horror y el intenso asombro. Aleksanteri se sentía complacido al notar la mirada de horror del general, escupió el trozo de su escudo, sintiéndose ansioso por ir a su encuentro. Pero el hombre de ojos castaños, dio media vuelta en un intento de vadearlo en compañía de los pocos que seguían con vida trepados en caballos. —¡Agg! ¡Gunnar! —Gritó Aleksanteri. —A por él. Sometido en el tambor de su propio corazón; que le daba el paso de la marcha, se alzó casi en un salto hacia al frente. Sus piernas trotaron casi involuntariamente tras el hombre que quería huir. Su mente y sus sentidos parecían centrados en la idea de no dejarlo marchar. Pero en su camino tras él tuvo que combatir con otros, y aunque le siguió insensible al cansancio y al dolor, el general logró escapar. Sin embargo, ese hombre llevaría el mensaje de los guerreros Ulfhednar, el hid de Berserkers habían evitado el asedio. —¡Hermanos la victoria es nuestra! Aleksanteri posó la mirada en Gunnar, quien tenía segadas en la piel de los brazos y el torso, pero reía a carcajadas, dando de aullidos. El resto de los guerreros habían sobrevivido ninguno de sus hombres habían perecido. Con voces de júbilo volvieron a la aldea. Pero el atardecer lo esperaba con algo más que una bienvenida con un gran banquete. Una mujer rubia de ojos grandes y claros de muy joven edad, cuya belleza él no conocía, le sonreía con gran satisfacción. Maakten tomó palabra. —Eres el guerrero digno de mi hermana: Velenar. Si la tomas será tu esposa. *Berserker: Guerreros nórdicos que peleaban semi desnudos, con la furia y el instinto en trance, insensibles al dolor, cansancio, y a las heridas. 
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