La llamada

1941 Words
⸻No puedo dejar que esto termine así, John. Debo hacer algo. Me enfrenté a los Savelli. Si debo enfrentarme también a los Kairos, lo haré. Ya estoy harto de juegos y mentiras. Le revelaré su existencia al mundo y usted terminará tras las rejas.            La sonrisa de John se ensanchó.            ⸻¿Y no cree usted que, si temiera a una posible acción de su parte, no le habría dicho lo que le dije con tanta facilidad? Sobre todo, en presencia del respetado fiscal Duque.            ⸻Fanfarronee todo lo que…            El caño del arma interrumpió sus palabras.            Dios mío, ¡qué velocidad!            ¿En qué momento había sucedido? ¿En qué momento el hombre conocido como John sacó su pistola guardada en quién sabe dónde y se la puso a escasos centímetros de su cara? Le apuntaba con un pulso firme. La sonrisa desapareció, pero la expresión de ira que era de esperarse no terminaba por manifestarse. Simplemente le apuntaba con calma. Como si solo le estuviera mostrando una copia muy realista de un arma que en un segundo podría reventarle los sesos. ¿Cuándo sucedió eso? ¿Cómo? Ryan nunca lo sabría. No podía no recordarlo, pero así era.            Hizo un esfuerzo descomunal por controlar su respiración, pese a que está se tomó un redbull y galopaba de su nariz a sus pulmones y de sus pulmones a su nariz con la velocidad del sonido. Colocó sus manos sobre sus piernas, aferrándose a su carne para controlarlas, de lo contrario temblarían. Miro de frente a John, ignorando en la medida de lo posible el arma.            ⸻Piense en lo que está haciendo ⸻La voz era más suave de lo que hubiese querido. No pudo erradicar el miedo, y este se sobre entendía con cada letra que decía⸻. No está actuando racionalmente…            Pero pensándolo mejor, nada en ese momento era racional. El chico, Nathan, estaba sentado al lado de su padre con el teléfono en la mano, escribiendo en la pantalla con cara de estar aburrido. No hizo ningún gesto de reconocimiento ante lo que sucedía.            Richard era por lo menos más coherente. Había abierto mucho los ojos y se apretaba las manos con tanta fuerza que sus dedos se veían rojos. También se notaba su indecisión, eso en su boca abierta por un centímetro. Él también quería controlar su respiración.            El hombre al otro lado de la sala no pudo haber escogido un momento más inoportuno para retomar su lectura.            Una pequeña chispa de esperanza se encendió en Ryan. Lentamente giró la cabeza hacia la barra donde estaban los hombres. Creyó que John lo detendría. Le diría que se quedara quieto y no hiciera ningún ruido, pero se lo permitió sin problemas. Ryan miró a los hombres de la barra. Si existían los mensajes mentales, ese era un buen momento para aprender a usarlos. Entornó los ojos con tanta intensidad que, si no lo mataban, se compraría unos lentes. Finalmente, el bartender notó lo que sucedía. Sus miradas se cruzaron. Él se quedó ahí, con una copa en la mano observando a Ryan, quien a su vez pensaba, Haz algo. Haz algo. Pero no se movía y Ryan comenzó a alarmarse.            Los otros hombres se voltearon también. Aquellos hombres elegantes con sus trajes. Ryan les dirigió la misma mirada desesperada que al bartender, esperando que diera resultado. La sangre se le congeló cuando escuchó detrás de él: ·” Buenas tardes, caballeros” les decía John. Ellos le devolvieron el saludo con la misma educación, le echaron un último vistazo a Ryan y se voltearon reanudando su conversación mientras el arquitecto se daba por muerto.            ⸻Ahora lo entiendes, ¿verdad?            Se volteó con la misma lentitud.            ⸻Si quisiera matarte, podría hacerlo. Aquí. Ahora. En otro sitio. Cuando sea. Y el único inconveniente que dejaría atrás sería la mancha de sangre que el hombre de limpieza tendría que limpiar.            Ryan pensó en la mancha de sangre que aún se veía en el apartamento de Hernán y se preguntó si ya era hora de que apareciera una con su nombre. Recordó el día en el parque, cuando Raquel Savelli había fumado en un sitio prohibido frente a los vigilantes sin que ellos le dijeran nada. Esto era lo mismo, pero diez veces peor, mil veces peor, un millón de veces peor. Una prueba de poder. Así eran de verdad las personas con influencias. El poder de decidir ante la vida de cualquiera. Apuntarle a la cara y que viva solamente si te da la gana. Un afrodisiaco. Ryan lo vio en los ojos de John. Por primera vez irradiaba una verdadera emoción: felicidad. Con su sonrisa que mostraba todos los dientes dejaba bien en claro lo mucho que estaba disfrutando la situación. Y seguro lo disfrutaría aún más, hasta llegaría al orgasmo, si presionaba el gatillo.            Para su sorpresa, John bajó el arma y se la guardó en la parte trasera de los pantalones.            ⸻Ahora ya lo ves. Tus amenazas no surgen mucho efecto que digamos.            No respondió.            ⸻Lamento no poder ayudarte ⸻se puso de pie. Ryan lo imitó.            ⸻Voy a entrar.            John lo miró sorprendido.            ⸻¿Qué dijiste?            ⸻Dije que voy a entrar. ¿Dónde tengo que firmar?            John se le quedó viendo, evaluándolo como si fuera una obra de arte extraña. Por segunda vez en ese día se encogió de hombros. Levantó el brazo derecho e hizo un chasquido. El bartender dejó la copa en la barra y salió apresuradamente de la habitación.            ⸻Ya te traen el libro para que firmes.            ⸻Ryan ⸻Richard se había decidido a hablar. Su voz fue un susurro, una advertencia seca y calculada. Observaba a Ryan desde abajo, sentado, sin apenas haber ladeado la cabeza más de lo suficiente para que sus ojos se clavasen en los del arquitecto–. Ryan, no lo hagas.            ⸻Lo voy a hacer.            ⸻Déjalo hasta aquí. No lo hagas. No tienes que hacerlo.            ⸻Lo voy a hacer.            ⸻Deja que haga lo que quiera ⸻gruñó Nathan mirando la hora en su reloj.            ⸻Ryan, si lo haces, no cuentes más conmigo. Mcfly está internado. Vas a continuar solo a partir aquí. Ya tienes a los Savelli encima, ahora te relacionarás con los Kairos. Hernán no lo creería.            ⸻Hernán está muerto y yo voy a averiguar por qué.            ⸻¿Por qué haces esto?            Ryan no supo que responder. No conocía la respuesta.            ⸻Detente. No lo hagas.            Richard lo urgía, pero lo hacía con parsimonia. Tal vez temía hablar demasiado delante de John. Pronunciaba cada palabra como si le costara hacerlo. Como si le quedaran pocas palabras para pronunciar por el resto de su vida y quisiera rendirlas al máximo.            Ryan lo ignoró. Era el único modo de no echarse para atrás.            John los había escuchado con una educada indiferencia sin intervenir en la conversación. Cuando el bartender volvió, traía consigo un libro que bien podría ser una enciclopedia. Era el libro más grande que cualquiera de los presentes hubiese visto jamás, y ninguno de los presentes supo que pensar. Fue depositado en una silla entre Ryan y John. El bartender se retiró con una leve inclinación y los otros dos se sentaron. Ryan no le quitaba los ojos de encima al libro. Estaba dividido en secciones como un libro de contabilidad. Todas sus páginas estaban repletas de listas con nombres, uno encima de otro, hoja tras hoja. Nombres de mujeres y hombres, nombres de todas las nacionalidades. Se distinguían los apellidos. Era el recuerdo de generaciones habidas. El libro de historia más imponente que hubiese conocido. Una historia de sangre como la de cualquier civilización. Ahora se sentía un estúpido por haberlos amenazado. Ese imponente libro no se llenaba pasándole lista a una ciudad. Tal vez los Kairos existían desde hace décadas, tal vez siempre habían existido, desde que el primer ángel cayó del cielo y los demonios osaron posarse sobre la tierra. Ahora que ya estaban aquí no se irían, y los Kairos cobrarían vidas hasta que la última llama se apagara por el viento de la eternidad. Él no podía detener eso. Nadie podría. Y ahora estaba a punto de unírseles.            John le ofreció un bolígrafo y giró el libro hacia él. Le señaló un lugar casi al final de la hoja, abajo. Había por lo menos cincuenta nombres por encima de dónde estaría el suyo.            ¿Qué estaba por hacer? No quería pensarlo. Si lo pensaba se arrepentiría. Si lo pensaba pondría pies en pólvora y trataría de nunca jamás volver a pensar en ello. Si pensaba caía en la maldición, aunque de por sí ya estaba maldito. Lo estaba desde que había regresado a su maldita ciudad para un simple funeral, terminando en reunión con el jefe de una organización de locos. Ja, qué divertido sería si sobrevivía y sus compañeros de trabajo le preguntaban que hizo en vacaciones. Nada importante. Investigué el s******o de mi antiguo mejor amigo. Descubrí que su padre es un violador pedófilo, su mamá una sociópata, su hermanito un taciturno. ¡Ah! Y para descubrirlo todo me uní a una secta de asesinos. ¿Y tú que me cuentas? Y bom, conseguiría un ascenso.            No lo pienses. Si lo piensas…            Ya has pensado mucho y ahora es mejor que te calles.            Hazlo.            No lo hagas.            Hazlo.            No lo hagas.            Si lo haces te quedas solo.            Ya lo estás.                    Hazlo.            No lo hagas.            Jeje, que irreal esta situación, ¿verdad?            Si, bastante.            Ryan firmó. Escribió sus datos.            A partir de ahí el tiempo transcurrió como un sueño. Recuerda vagamente haberse levantado y haberle estrechado la mano a John (¿El hombre que estuvo a punto de matarte hace unos segundos? Sí, que raro, ¿verdad?). John le dijo algo como “Te llamaremos para presentarte en la siguiente reunión”. Ryan pensó que debía darle su número, pero la voz estúpida de Mcfly lo detuvo “¿Crees que no lo tienen?”. Luego recuerda haberlo visto salir a este y a su hijo tras una cordial despedida. ¿Richad hablaba? Creo que sí. Ahora, lo que decía es otro asunto indescifrable. Era problema de alguien más. Su problema era justamente eso que acaba de hacer. Eso en lo que no quería pensar. ¿Para qué hacerlo? Ya lo haría después. Otro día. ¿Cuál es el apuro en pensar? No, no lo tenía. Para nada.            Si escarbaba en su cerebro, podía ver imágenes de cómo se subió al auto de Richard y este lo llevó al apartamento de Hernán donde se estaba quedando. ¿Se despidieron? Pregúntale a Pedro. En algún momento se tuvo que haber bajado y tuvo que haber subido por el ascensor. Su cerebro seguía siendo un engorro. En el apartamento de al lado seguían sonando las canciones primero de Rock y luego de Vallenato evidenciando la lucha cultural que disputaban Legend y su madre.            Por un momento se preocupó pensando que su cerebro no volvería a su programación habitual: Ni demasiado rápido, ni demasiado lento sino con un ritmo aceptable. Luego sucedió algo que le despejó la mente y a la vez se la destruyó. Armó el rompecabezas y lo estampó contra el suelo desperdigando sus partes.            El teléfono de Ryan sonó. Al ver quien llamaba se le cortó la respiración y su visión se nubló. Ahora sí que jamás volvería a pensar correctamente. Ahora sí que los pocos retazos de pensamiento que le quedaron se fundieron con el calor del verano.            Se acercó el teléfono al oído en un transcurso de tiempo que duró milenios.            Contestó la llamada. Antes de que pudiera hablar, escuchó la voz del otro lado.            Era Hernán.            Y estaba llorando.
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