Asalto

2796 Words
⸻Esto es lo peor que he hecho ⸻comentó David.             ⸻¿En serio? ⸻preguntó Ryan.             ⸻Sí. Y pensar que al inicio Samuel me prometió que nunca tendría que hacer algo ilegal.             ⸻Eso es historia pasada, David ⸻dijo Mcfly desde el asiento trasero⸻. Supéralo. Hay que adaptarse a los tiempos modernos.             Los tres iban en el auto de Ryan. El sendero oscuro por el que conducían se hallaba a las afueras de la ciudad. La luna, pasada ya la medianoche, les perseguía desde lo alto, siendo ligeramente ocultada por una nube escurridiza que pasaba bajo su mandato. Los arboles a cada lado del camino les daba la sensación de estar conduciendo por un eterno bosque escondido. De entre las ramas se escurrían sombras movedizas que bien podrían ser el resultado de un pequeño animal, o de algo más aterrador. La noche era fría como la brisa, con muy pocas estrellas en el firmamento, lo cual podría ser una mala señal.             Eran el único auto en la vía, pues más ninguno iba o venía. Entre más se adentraban en el camino, más arboles de hojas caídas veían, y a pesar de ser tres adultos en el vehículo, no podían evitar notar esto como un presagio para lo que estaban planeando.             El auto giró a la derecha por un camino pavimentado de piedra. Ryan bajó la velocidad todo lo que pudo para hacer inaudible el sonido del motor. Apagó las luces, tal como Mcfly se lo había indicado y la oscuridad los consumió. Tenía que entornar los ojos para intentar ver el camino y no salirse de él. A lo lejos, como si fueran un cohete persiguiendo una estrella, se veían luces fosforescentes que les indicaba la meta. Pero a diferencia de un hombre desalojado que camina por un túnel oscuro y se alegra cuando vez la luz de la salida, el temor de Ryan aumentaba cuanto más crecían las luces.             Sus impulsos primordiales volvían a hacerle frente y lo instaban a huir, pero su temple ya los había dominado, pues mantuvo el pie en el acelerador, aunque con mucha suavidad. Poco a poco fue disminuyendo la velocidad hasta que finalmente el auto se detuvo.             La vía era muy estrecha y difícilmente cabrían dos vehículos grandes uno al lado del otro. Los arboles lo tapaban todo, de derecha a izquierda, y las únicas rutas despejadas estaban adelante o atrás. Atrás, con la oscuridad eminente y a lo lejos la ciudad. Adelante, con una mala idea acechándolos. Por desgracia las malas ideas se convierten solo en ideas cuando no existe ninguna mejor.             Los tres pasajeros se quedaron callados un momento, sopesando lo que estaban por hacer.             Había dos carreras en riesgo y tres posibles órdenes de encarcelamiento en caso de fallar. Incluso si lo lograban, sólo la fe les decía que valdría la pena. Las suposiciones eran el sargento, y la verdad la motivación.             ⸻¿Están seguros de esto? ⸻preguntó David.             ⸻No ⸻respondieron los otros dos al unísono.             ⸻Hasta aquí llego yo.             ⸻Ya quisieras ⸻le respondió Mcfly⸻. Espéranos donde te dije. Vamos, Ryan.             Mcfly bajó del auto con una mochila a sus espaldas. Ryan tomó la suya y bajó con él. Se quedaron viendo como David se pasaba al asiento de conductor, retrocedía y le daba vuelta al auto con dificultad, para finalmente irse por la vía por donde habían venido.             A Ryan el frío le entraba por los poros hasta alojarse en sus huesos y el vello se le erizaba. Sus dientes aun no castañeaban, pero no tardaría en hacerlo. Escuchó murmullo de criaturas y no supo si temerles más a ellas o a las personas reales. La luna ya estaba totalmente oculta por un manto de nubes; su brillo no iba a servir de consuelo. La brisa agitaba a los árboles. Una tormenta se acercaba. Las hojas caían o se golpeaban entre ellas, ocasionando susurros extraños como si estuviesen intercambiando palabras. Diciéndose cosas al oído. Ryan vio hacia las luces. Eran amarillas y prometedoras. Prometían perdición. Se veían como un florero donde cada pequeño destello era una rosa.             Mcfly puso la mochila en el suelo mientras revisaba su contenido. Ambos vestían suéteres oscuros y guantes de fibra polar. Pantalones de camuflaje negros. Botas montañeras. Y pasamontañas de campaña que les cubría la cara. Ryan no estaba acostumbrado a usarlos y le molestaba un poco en la nariz, aunque luego de sentir un viento gélido escabulléndose en su suéter hasta llegarse al cuello, agradeció que el pasamontaña le protegiera del frio.             ⸻Bien, está todo aquí.             ⸻¿Seguro?             ⸻Sí, hombre. Vamos.             Samuel se puso la mochila, le hizo señas a Ryan y se introdujo al bosque. Ryan fue detrás de él.             El sonido de las hojas rompiéndose al ser pisoteadas le parecía excesivamente retumbante. Iba detrás de Mcfly, apenas juntando su sentido de la vista ⸻porque casi no lo podía ver⸻ y del oído ⸻porque casi no lo podía escuchar⸻ para poder seguirlo. Samuel caminaba con paso cauteloso pero decidido. Él era un oficial entrenado. Ryan no. Volvería a ser el novato.             Las ramas los golpeaban al pasar. Los árboles se juntaban más unos con otros en el interior del bosque como si quisieran prohibirles el paso; sus copas impedían ver el cielo en su totalidad, sólo pequeños resquicios rasgando entre las hojas. Mcfly sacó una navaja de la mochila y empezó a cortar lo que se les imponía: ramas, arbustos. A lo lejos, Ryan escuchó un riachuelo y el sonido de agua cayendo. El aire estaba húmedo. Oyó pasos de animales; algunos pequeños y otros grandes. Siguieron caminando doblando un poco hacia la izquierda y luego hacia la infinita lobreguez de la noche. Todo era sombras. Un confuso mundo con olor a naturaleza. Chocaban con algún tronco cada diez pasos; pilares negros de la naturaleza, silenciosos vigilantes. El suelo se volvió suave por momentos ahí donde la humedad hacía lo suyo. De entre los troncos de los árboles vio un pequeño punto de luz, igual que los anteriores, pero más grande. Aunque fue fugaz, supo que iban en la dirección correcta y eso lo vigorizó.             ⸻Ya estamos por llegar⸻ susurró Mcfly.             El terreno ascendía y los arboles comenzaban a inclinarse como si se tratasen de púas que evitaran el camino hacia un castillo en lo alto de una colina.             Siguieron subiendo por cinco minutos más hasta que Mcfly ordenó que se detuvieran.             Estaban por llegar a casa del fiscal Kennet Bryson.             Cuando a Mcfly se le ocurrió la idea de allanar la casa del fiscal, Richard se negó ipso facto. Ryan guardó silencio. Sus cálculos mentales le dijeron que era la única opción disponible, y por lo tanto la única que podían tomar. Richard mantuvo su negativa del acto y restringió cualquier posible participación suya, acusando a sus compañeros de estar dementes y advirtiéndoles de su error. Intentó convencerlos de que abandonaran el plan. Les habló de consecuencias legales, de cárceles y detenciones. Les pidió más tiempo para conseguir los documentos. Ryan se negó rotundamente. Después de su intento de asesinato, no creía que le quedara mucho tiempo para esperar. Richard abogó que estaba sobrepasando un límite. Al ver que ellos seguían decididos, abandonó el grupo alegando que él encontraría otra forma.             De cierto modo, Ryan se conmovió por su preocupación, y aunque no participara, lo mantuvo informado de cuál era el plan y cómo y cuándo lo ejecutarían.             Durante los siguientes dos días él y Mcfly estuvieron haciendo los preparativos, que, para sorpresa de Ryan, eran menos de los que esperaba. Pensaba en una operación mayor, pero tan poca preparación se hizo a ver a sí mismo como un s*****a a punto de realizar un k******e. Ahora, estando tan cerca de la casa, y pensándolo en retrospectiva, se preguntó si no sería precisamente eso.             ⸻¿Estás concentrado? ⸻le preguntó Mcfly.             ⸻Sí, tranquilo.               ⸻Entonces vamos.             Caminaron unos pocos kilómetros más. La inclinación del suelo debía llegar ya al menos a los veinte grados, a diferencia de la temperatura que iba en descenso mientras proseguían el ascenso, provocando una nube de aliento ante cada exhalación. El olor de la vegetación le entró por los orificios nasales a pesar de sentir la nariz congelada. El suelo se inundó de piedras que los obligó a disminuir el paso por miedo a resbalarse. Las luces de la casa ya eran capaces de penetrar entre las hojas.             La casa se alojaba sola en la parte alta de una montaña. Tres pisos, ventanales de dos metros de alto y tres de ancho, paredes de piedra, un patio delantero tan grande como un estacionamiento, una entrada de doble puerta,  guardias de seguridad rondando la casa, un patio trasero que se unía con el bosque y se extendía un par de hectáreas, y un muro de cinco metros de rodeando todo el perímetro, con reflectores de luz apostados cada dos metros y un sistema de alarma automatizado que se activaba si se abría alguna puerta o ventana.             “¿Eso es una casa o un maldito fuerte militar?” preguntó Ryan cuando Mcfly le mostró los planos que había conseguido en la comisaría. “Existen fiscales paranoicos, piensan que los criminales que han acusado pueden querer venganza. Y tienen razón”.             Samuel se detuvo de nuevo, ya podían ver el muro.             “Cristo bendito…”             Era un muro de cemento liso, sin ninguna fisura por el que se pudiera sostener una persona. A pocos metros de ellos, una de los reflectores creaba un círculo de luz en una zona bastante extensa.  A un metro, del lado contrario, otro círculo de luz les cortaba el camino. Dentro de la casa había cámaras conectadas a los reflectores, los cuales poseían sensores de movimiento. Si penetraban en la luz, sonaría la alarma. Si pasaban por encima del muro, sonaría la alarma.             Ambos se pusieron en cuclillas y caminaron con paso lento por el medio de ambos reflectores, tratando de alterar lo menos posible las hojas. Si alguna rama resultaba cortada y caía en el círculo de luz, se sabría qué pasaba algo. La temperatura descendía y las piernas se les estaban acalambrando, pero ponerse de pie era un s******o. En la oscuridad no se notaba si el muro estaba cerca o lejos. Ryan se veía tropezando en cualquier momento. Un pequeño desliz a la derecha o la izquierda supondría el fin. Por un momento Samuel se detuvo. Una roca escondida le había golpeado el pie izquierdo al caminar. Ryan pudo notar como se mordía el brazo para no gritar, pero estaba perdiendo el equilibrio. Se ladeaba hacia la izquierda. Entraba a la zona alumbrada. Ryan estiró el brazo y lo sostuvo por el hombro, devolviéndolo al centro. Mcfly maldijo en un susurro y siguieron avanzando hasta llegar al muro. Habían superado el primer obstáculo.             Se abrazó al muro durante un instante. Mcfly se masajeaba la pierna. Ryan buscaba algo en la mochila. Una pala de jardinería. Sacó una y luego otra y las puso en el suelo. Acto seguido sacó un plano que le pasó a Mcfly y una pequeña linterna. Coloraron el plano en el suelo y lo iluminaron. Si habían seguido el camino correcto, estaban al suroeste de la casa, apostados en entre los reflectores dos y tres, de los quince que poseía. Usualmente, en el servicio oficial, eran dieciséis reflectores, pero para fortuna de los amigos de Hernán, siempre faltaba uno, el cual estaría iluminando justo donde ellos se hallaban.             “Siempre varían dónde está el que falta y esperan que eso baste. Es por cuestiones de presupuesto.” Le dijo Mcfly el día anterior.             Colocaron el plano a un lado y, siguiendo sus indicaciones, comenzaron a cavar trecientos centímetros del muro.                    Mcfly había dicho que a veces los guardias salían a patrullar a las afueras del muro, pero que era poco probable. Lo dijo con una sonrisa, con lo cual Ryan asumió que estaba bromeando. Aun así, entre excavada y excavada, seguía mirando hacia atrás esperando ver a uno de los oficiales surgir de entre la penumbra, apuntarles con un arma, se escucharía una alarma y sería el fin de todo.             Por suerte no sucedió.             Siguieron excavando acercándose cada vez más el muro, creando un agujero de tierra que se conectaba al cemento como una serpiente saliendo de él. Continuaron su labor hasta que Ryan golpeó algo metálico. Dio las últimas excavadas y se apartó. En el fondo del agujero había una caja de metal. Mcfly metió los brazos y la sacó con cuidado. Tenía forma de cilindro. En un extremo de él sobresalían unos cables que se metían en la tierra y se dirigían a la pared. El cilindro era hermético. Ryan sacó un destornillador y se lo pasó a Mcfly. El policía sacó los tornillos y se los fue poniendo a Ryan en la mano uno por uno. Los sintió frío a su tacto.  Samuel abrió la caja, adentró un embrollo de cables se enredaban alrededor de un panel.             ⸻¿Seguro de haberlo averiguado bien? ⸻preguntó Ryan, el frio le hacía temblar la mano que sostenía los tornillos.             ⸻Sí, no te preocupes. En la comisaría estaban los datos de esta casa.             Mcfly sostuvo el panel liberándolo de algunos cables. Había diez botones, con números del cero al nueve con un pequeño bombillo apagado. Mcfly presiono dos, dos, uno, seis, cero, nueve y esperó. Ryan se acercó para ver. El bombillo se puso en verde. Los reflectores se apagaron             El policía soltó una exclamación de euforia, cerró la caja con los tornillos que Ryan le fue pasando, y la volvió a poner en su lugar, echándole tierra encima para disimular.             El código que pusieron reiniciaría el sistema de alarma, el cual tardaría diez minutos en volver a estar activo. Durante cinco de esos diez minutos, los guardias que patrullaban dentro revisarían el sistema para asegurarse de que no tenía fallas y luego inspeccionarían los reflectores uno por uno. Eran cuatro guardias en el interior. Ryan y Mcfly estaban entre el segundo y el tercer reflector, lo cual les daba unos siete minutos máximos para cruzar el muro.             Mcfly no perdió el tiempo y de la mochila sacó una soga con un gancho en la punta. Ryan se apresuraba a guardar el bolso todo lo demás mientras Samuel giraba la cuerda y la lanzaba a la orilla del muro intentando engancharla. Falló. Maldijo y volvió a intentarlo. La cuerda se cayó. Estiró los brazos como si eso fuera a ayudarle. Se concentró en la cima, moviendo el brazo en un balanceo. Giró la cuerda con cuidado; primero lento, después rápido. La arrojó. Volvió a caer. Ryan le tapó la boca a tiempo para suprimir su grito. Afirmó que no se rendiría. Lo logró al cuarto intento. Tras asegurarse de que estaba bien sujeta, empezó a escalar. Ryan lo observaba subir mientras notaba como se acrecentaba la ansiedad. Según su reloj ya habían pasado tres de los siete minutos de los que disponían. En cualquier momento aparecería un guardia. En cualquier momento los detendrían. Un sonido a lo lejos le alteró los nervios. Un movimiento de las hojas lo hizo saltar. Pero nada ni nadie apareció para apresarlo.             Mcfly llegó a la cima y le instó a subir mientras él bajaba por el otro lado. Sujetó la soga con fuerza y comenzó la escalada. No escalaba desde la adolescencia y la falta de práctica le pasó factura. Apoyó los pies con firmeza en la pared y aferrándose con todo el poder de sus brazos comenzó a dar pasos en vertical para subir. Iba demasiado lento o al menos así lo sentía. Cada paso era eterno y más retardado que el anterior. La cima siempre se veía lejos. Demasiado lejos. Demasiado arriba. Los dedos le dolían. Intentó subir más rápido con impulso, pero un pie se le resbaló y por poco se cae. Quedo colgando a tres metros del suelo. El viento lo movía y lo golpeaba con la pared. Quiso agarrarse a ella estirando un brazo, pero al instante estuvo por soltarse. Levantó las piernas flexionando el abdomen. No lograba afincarse al muro de nuevo. Resignado, se amarró la cuerda a uno de los pies y concentró toda su energía en los brazos para poder subir. Los músculos se le tensaban por el esfuerzo y el sudor se le resbalaba por la frente, por debajo del pasamontaña, para escocerle los ojos. Gruñía con cada movimiento. Veía hacia arriba, hacia el cielo, hacia la cima distante del muro. Con los dientes apretados y ampollas en las manos, logró llegar.             Un guardia se acercaba.             En la base del muro, por el interior del patio, Ryan notó a Mcfly escondido detrás de un matorral. Un guardia se acercaba a ellos con una linterna en las manos e iba directo hacia Samuel. Lo encontraría de frente.
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