Despedida

3201 Words
            El sol parecía burlarse de todos en el cementerio. Con sus rayos iluminaba todo el sendero y, con el cielo despejado, ofrecía a sus servidores un día espléndido. El césped bien cortado, brillante por el rocío de la noche anterior, se mecía con suavidad, con el mismo ondular y el mismo movimiento relajado con el que los árboles agitaban sus hojas. Ni una sola nube se veía en el cielo por la mañana. El viento, aunque caliente, golpeaba a todos los presentes con suavidad, como una doncella que besa en la mejilla a su amante.             El calor era tremendo. Las temperaturas debían estar altas con los grados por los cielos, o tal vez así se sentían los hombres debido a su vestimenta. Un ave cantó con un silbido. Otro le respondió. Luego otro. Todos cantaron dándoles la bienvenida a esos humanos que, a pesar de un amanecer hermoso, mostraban un semblante sombrío. Ahí recaía la burla del sol. Él, allá arriba, imponente, ofreciendo calor, a esas personas cuyo frío interior era la suficientemente fuerte para ignorar la belleza del paisaje. ⸻Qué bueno que hayas venido, Ryan ⸻le dijo alguien.             Ryan Mayz no le prestó atención.             Su mirada no se desviaba de aquella lapida con ese nombre grabado. Ese nombre maldito. Lo miraba con tal intensidad, como si con el poder de sus ojos pudiese cambiar lo que rezaba. Tal vez parpadearía y se daría cuenta de su equivocación, vería otro nombre sellado en piedra y entonces estaría en el lugar incorrecto, daría la vuelta y se iría a su casa. Pero no, seguía ahí, hipnotizándole, llamándole, escupiéndole en la cara con el mismo son de burla con el que el sol le hacía sudar desde el cabello hasta el cuello.             Las hileras de lapidas se esparcían lo que parecían kilómetros y kilómetros, aunque en realidad el cementerio no fuera tan grande. Una hilera de lapidas por aquí, otra hilera de lapidas por allá. Centenares de c*******s enterrados bajo tierra, uno al lado del otro, en elegantes compartimientos de madera; camas cómodas y costosas que en realidad no necesitaban, bien podrían ser colchones de clavos, ¿a ellos que carajos les importaría? Ya estaban muerto, todos muertos. Muchos muertos reunidos en un solo sitio, reposando. Algunos serían cadavéricos sin duda; o un miserable polvo             La idea le dio escalofríos. Pero no podía pensar en otra cosa que no fuese la muerte. Tan vilmente recreada por el arte con distintas apariencias; aunque, al final del día, su envoltura carece de relevancia. Se ignora si se presenta como un esqueleto encapuchado, como un niño recién nacido, un verdugo enmascarado. Sea como sea llega. Siempre llega. No falla. Y cuando aparece, después de pasar toda una vida ignorando su existencia, no te da tiempo de hablarle y negociar; el pacto ya está sellado y tu sangre reclama dejar de trabajar.             Un solo muerto le importaba a Ryan y era Hernán Savelli, ese amigo fallecido que honraba con su presencia en luto. ¿A él le importará que yo esté aquí? ¿A él le seguirá importando algo? Probablemente no, probablemente no…             El ministro decía las ultimas oraciones y no eran pocos los que lloraban, aunque si menos de los que merece. Pero tal vez el valor de un hombre no deba medirse por la cantidad de lágrimas que deja detrás.  Muchos de ellos se veían aburridos, distantes, como si no les importara estar ahí; ajenos a cualquier dolor y con la mente en cualquier otro sitio, con la indiferencia brillándoles tras la mirada.  Em la escena, con todos los presentes vestidos de negros y haciendo un círculo alrededor del ataúd, eran tres figuras las que se destacaban:             Javiera Savelli Ryan tenía diez años sin verla y, aunque desde pequeña se notaba una belleza prometedora, no dejaba de sorprenderse por el modo en que había florecido. Esculpida tan tiernamente por el tiempo, su cabello dorado y liso resplandecía bajo la luz del sol, cayendo alegremente por su espalda y hasta la cintura. Cintura delgada como anticipación de unas largas piernas. Su cuerpo de diecinueve años era un monumento a la belleza femenina, con un pecho si bien no tan abundante, pero sí firme y coronando la curva de su figura y la plenitud de su abdomen. Sus labios finos no carecían de sensualidad, así como sus mejillas sonrosadas y cejas cortas. Gran parte del cabello le cubría la cara y está no dejaba de ser preciosa a pesar de un detalle importante: Sus ojos azules, profundos como los de una diosa, se mostraban hinchados y enrojecidos como señales del llanto. Su nariz también estaba roja, aunque tratara de escondérsela con las manos. Javiera era la hermana del difunto Hernán, y sobre ella recaía toda la belleza de los Savellí, heredada de su madre, de quien estaba apoyada.             Una mujer que aun en sus años mayores podía levantar suspiros a hombres de todas las edades. Se viera como se viera, Raquel Savelli representaba una versión mayor de lo que sería hija. Su cabello rubio enredado en un moño dejaba toda la dureza de su semblante al descubierto. Labios igual de finos que los de su hija, pero firmes y apretados. Sus facciones eran hirsutas. Unos ojos penetrantes, fríos y azules. Pómulos marcados. Frente alta. Arrugas como huellas de la edad pero que, en vez de mostrarla más débil, le daban cierta autoridad a su imagen, como si las exhibiera del mismo modo en que un militar exhibe cicatrices ganadas en batallas. Era la imagen de la dureza. A diferencia de su hija, no se veía ni la más pequeña señal de pena en su mirada, ni en sus ojos; ni siquiera un leve atisbo de infelicidad. Nada. Veía el sepulcro con expresión serena.             El hombre a su lado ⸻Gabriel Savelli, padre de Javiera y Hernán y esposo de Raquel⸻, en cambio, lloraba desconsolado y en silencio, con la mirada agachada y las manos apretadas por delante de su pecho. Mucho menos menudo que sus dos mujeres y además bajo ⸻no ayudaba para nada el hecho de que su esposa tuviera tacones⸻. Brazos cortos, aunque firmes, debieron de contener músculos en algún pasado. Sus ojos verdes y su cabellera blanca entristecían por la ausencia de brillo. Su boca rígida y espalda encorvada le dieron un aspecto aun mayor de lo que era. Las arrugas en su frente parecían más un tatuaje que unas arrugas en sí; bien marcadas y bastante profundas. Lloraba a un lado de su esposa, aunque sin compartir intimidad con ella, como si esta fuera una prima lejana. Solo estaba ahí, parado, sin compañía, viendo como enterraban a su hijo.             El resto de los presentes ⸻si es que así se les puede llamar⸻ eran como sombras borrosas ante los ojos de Ryan. Hablaban en voz demasiado alta para un entierro, pero él los escuchaba como si fueran los murmullos de un ratón. Un par de ellos lo habían saludado al reconocerlo, pero él apenas les dirigió la mirada. Estuvo demasiado tiempo lejos y ahora se sentía un extraño, rodeado entre extraños, enterrando a un extraño. Pero ese “extraño” al que velaba fue durante un tiempo su mejor amigo. Y cuando ambos tomaron distintos caminos como sucede siempre que se terminan los estudios, hicieron todo lo posible por no perderse por completo. Aunque tal vez, y aunque fuera doloroso de admitir, habían fallado en el intento.             No seas hipócrita, Ryan. No vengas con esas estupideces de “tomar caminos separados”, fuiste tú el que te alejaste, ¿recuerdas? Fuiste tú el que te fuiste a la mierda, a buscar tu sendero dejando atrás a tu amigo porque este tenía la mala suerte de no estar en tus planes, aunque él te necesitara.             Pero eso es lo natural, tomar cada quien su camino.             En defensa de Ryan, Hernán no estaba solo. Tenía a su familia y un mejor amigo al que consiguió tiempo después. Ese mismo amigo que ahora yacía a pocos metros de Javiera, tan solitario como el padre de ésta, vistiendo un traje costoso y observando en silencio con las manos en los bolsillos, sin ver a nadie más que a su antiguo compañero. Cuando Ryan llegó intentó saludarlo, pero el hombre solo le dirigió una mirada indiferente y siguió de largo.             Le hubiese gustado hablar con él, compartir palabras sobre el lazo que ambos tenían en común, pero vaya, quedándose solo y plantado en el suelo, tuvo que tragarse su silencio.             Gracias a Dios el sepulcro terminó pronto. Sin muchas palabras enterraron al fallecido y los últimos llantos se escucharon en el aire; escupidos en un aliento de melancolía.             Ryan se quedó de pie sin saber muy bien que hacer. No quería irse, pero a la vez no quería estar ahí. Estar tan cerca de su amigo muerto le producía un gran pesar, sobre todo al pensar que era lo más cerca que había estado de él durante años. Hubiese dado lo que fuera para que el reencuentro hubiera sido de otra forma, de otro modo. El reencuentro debió ser en algún aeropuerto, recibiéndose el uno al otro con un abrazo, hablando de las buenas nuevas, recordando los viejos tiempos, decidiendo a donde ir para almorzar o para cenar. No así. No de este modo. Poco a pocos todos comenzaron a dispersarse, al principio vacilando, luego con más seguridad. Los primeros en irse fueron los desconocidos aburridos, después los amigos escolares de Hernán y finalmente los familiares lejanos. Aturdido, decidió que era la hora de decir adiós. Intentó decirlo en voz alta, tal vez expresar alguna frase o palabra digna del recuerdo; sus cuerdas vocales se interpusieron a esto, el nudo en su garganta le cortó el paso, y entendió que no sería capaz de decir nada. Se iba a dar media vuelta cuando una cabellera rubia opacó su campo de visión.             ⸻¡Ryan Mayz! No sé si te acordarás de mí.             Ryan dio un paso atrás, un poco sorprendido ante la aparición de Javiera Savelli. A pesar del llanto, sus ojos seguían mantenido un reflejo de inocencia que se fundía con una pizca de picardía, convirtiéndola en una mezcla de ángel y demonio a la vez. Vestía un traje n***o elegante con una falda que le quedaba tan solo un par de dedos debajo de la rodilla, dejando al aire sus pantorrillas. Le sorprendió la aparición de tan bella fémina salida de la nada y se tomó un segundo para responder.             ⸻Claro, cómo olvidarte, eres la hermanita de Hernán.             La chica parecía indecisa. Con las manos apretadas contra el pecho y un lenguaje corporal vacilante. No le hablaba directamente a los ojos, sino a algún punto ubicado por encima del hombro.             ⸻Era la hermanita de Hernán ⸻añadió. Sus ojos se humedecieron y por un momento pareció a punto de echarse a llorar⸻. Disculpa que me haya acercado así, es que… pues… Me sorprendió verte aquí.             Hizo ademán de irse durante un par de segundos, pero al parecer se lo pensó mejor y decidió quedarse. Se le veía incómoda y con un esfuerzo hercúleo por mantenerse calmada.             ‒⸻Vine de improviso, de hecho, estaba cerca del aeropuerto cuando me enteré…             Rememoró la noche del día anterior. Sus maletas listas para iniciar sus vacaciones en alguna isla del caribe. Vacaciones de dos meses bien merecidas que se vieron interrumpidas por una llamada. “Hernán ha muerto. Se suicidó.” Cinco palabras dichas de manera simple y directa. Fue todo lo que escuchó y el mundo se le detuvo. Perdió la respiración y se sintió desconcertado. No podía ser. Mil preguntas le llegaron a la cabeza, pero mantenían una contienda con el nudo en su garganta para no dejarle proferir ninguna. “¿Aló?” dijo la voz tras el teléfono, Ryan apenas y recordaba quien lo había llamado. Intentaba decir algo, pero no podía, simplemente no podía. Así como Hernán no podía estar muerto, simplemente no podía. Cuando estaban a punto de colgarle consiguió preguntar: “¿Cuándo es el entierro?”, “Mañana por la mañana”, “Ahí estaré”. Curioso. “Ahí estaré” fue lo que dijo, pero más allá de la obvia intención, su mente trazó un plan esperanzador en el que, de alguna forma, al llegar descubría que fue una broma pesada de mal gusto; un chiste de algún idiota por ahí. Su amigo estaría vivo, le contaría la anécdota y luego ambos reirían por ello. O tal vez fue el propio Hernán quien jugó la broma. Sí, eso debió ser. Cortó la llamada, cambió la vestimenta de su equipaje, fue al aeropuerto lo más deprisa que pudo e hizo todo lo posible para cambiar los pasajes de su avión por uno que se dirigiera a Zetira, su antigua ciudad. Tuvo que esperar toda la noche sentado en un banco del aeropuerto viendo otros venir e irse de un lado a otro hasta que finalmente pudo obtener su pasaje, tomar el avión y llegar por el mañana justo a tiempo para conseguir un hotel, cambiarse e ir corriendo al Cementerio Yard. Durante todo el tiempo se sintió muy cansado, pero ahora, con la melancolía y los nervios a flor de piel, estaba tan despierto que podía correr un campo de futbol entero varias veces. No era ninguna broma. En el funeral le dijeron que Hernán sufría de depresión crónica. Se había pegado un tiro. El resto es historia.             ⸻Me alegro de que vinieras, yo sé que querías mucho a Hernán. ⸻dijo ella con un dejo de voz. ¿Y Hernán lo sabía? ⸻Él hablaba mucho de ti ⸻continuó la chica. Lo miraba a los ojos por un momento y luego los desviaba⸻. Hasta parecía emocionarle la idea de que vinieras.             ⸻Lamento mucho todo lo que estás pasando, Javiera… ⸻no hallaba las palabras correctas, ¿de todas formas que se le puede decir a una chica de diecinueve años que acaba de perder a su hermano en un s******o? Se quedó ahí como un estúpido mirando hacia los lados sintiéndose cada vez peor.             ⸻Sí, lo sé. Muchos de los que están aquí no les importa, ¿sabes? Vinieron aquí por mi madre o por mi padre, pero no por Hernán. Estaban ansiosos esperando que todo acabara para irse a sus vulgares vidas. Por eso me alegré cuando te vi, eres el único amigo sincero que tuvo Hernán. Se puede notar en tu, bueno, tu cara y eso, que estrás tiste y…             Guardó silencio. Bajó la mirada.             ⸻No fui el único, Richard estuvo con él ⸻ahora lo recordaba: Richard, el nombre del otro mejor amigo de Hernán⸻. Seguro él también debe estar pasándola muy mal. Intenté saludarlo, pero me ignoró.             ⸻Él es así, siempre he pensado que odia a mí familia. El modo en que nos ve… Creo que nos culpa de Hernán y sus… ⸻la voz volvía a quebrársele. Ryan sabía que estuvo a punto de decir “problemas”.             Ella lo abrazó. Ryan se sintió horrible y no podía ni imaginar cómo debía de sentirse ella. Una chica joven cuyo hermano pierde la vida por decisión propia. Le devolvió el abrazo con fuerza esperando poder reconfortarla y decirle con un gesto los que las palabras no podían. ⸻Gracias ⸻dijo ella alejándose un poco, avergonzada, secándose las lágrimas con los dedos⸻, disculpa por eso, es que ha sido difícil y…             ⸻¿Cómo lo toma tu familia?             ⸻Como pueden. Mi mamá nunca ha sido muy expresiva. Cuando nos enteramos de lo sucedido, ella con toda calma llamó a la funeraria e hizo los preparativos sin decir nada más. Mi papá lo tomó peor. Ha llorado toda la noche y está muy cansado. Casi no habla y cuando lo hace no dice gran cosa, pero basta mirarle los ojos para saber que sufre.             ⸻ ¿No tenías un hermano pequeño?             ⸻Sí, Rick             Ryan nunca conoció a Rick en persona. Nació cuando ya se había ido y nunca supo mucho de él. Le llegó la breve imagen de un niño pequeño y delgado, con el cabello castaño, cara redonda y muchas pecas en la cara, que pocas veces ⸻por no decir que nunca⸻ le sonreía a la cámara.             ⸻Mi mamá decidió dejarlo con una niñera, dijo que un funeral era demasiado para un niño de ocho años.             ⸻Creo que debo irme ya, Javiera ⸻cortó Ryan. No quería estar más tiempo en el cementerio.             ⸻Ah, sí, entiendo. Debes estar ocupado             ⸻En realidad, no             Esa era la verdad. Sus vacaciones de dos meses se fueron al garete y ahora se veía en su antigua ciudad sin nada que hacer ni sitio a donde ir, alojado en un hotel que apenas conocía. Podìa tomar un avión de vuelta a casa, claro, pero la idea de regresar a su solitario apartamento se le hacía deprimente             ⸻¿Dónde te estás hospedando?             ⸻El Flamenco Suite             ⸻Vaya, vaya, que lujoso ‒bromeó ella con una triste sonrisa             ⸻Fue lo primero que…             ⸻¡Usted es el ciego que no quiere ver!             El grito lo interrumpió. A lo lejos, un hombre de baja estatura y cabellera clara discutía con otro que casi le doblaba el tamaño. Samuel Mcfly. Ryan sonrió. Era uno de esos antiguos compañeros difíciles de olvidar. Gritón, bromista, e inquieto como él solo. Con más talento para los problemas que para otra cosa, aunque irónicamente ahora vestía un traje de policía y le gritaba a quien debía ser su comandante. Ryan lo supo por su vestimenta de aspecto oficial. Nunca has sabido respetar a tus superiores, Samuel, pensó mientras sonreía, aunque Javiera le dirigía una mirada de reproche.             ⸻Ese Samuel siempre haciendo ruido, no respeta ni un lugar como este.             El superior le hizo señas para que bajara la voz y le dijo varias cosas en un susurro antes de marcharse impertérrito. Samuel se mostró indignado, miró hacia los lados y su mirada se cruzó con la de Javiera, luego con la de Ryan y sus ojos se le abrieron. Rayn pensó que se le acercaría a saludar, pero dio media vuelta y se encaminó al estacionamiento.             ⸻Ese Samuel no cambia ⸻dijo aun sonriendo.             ⸻Hay personas que no crecen ⸻hizo un gesto de sus manos como si apartara una mosca y se giró hacia él⸻. Entonces, el Flamenco Suite… Perdón por acercarme de la nada e importunarte así.             Por un momento se le ocurrió preguntarle por qué se le había acercado, pero hay preguntas que deben hacerse en momentos adecuados.             ⸻Descuida, me gustó verte. Hernán adoraba a su hermanita.             Puede ser que no debió decir eso. Los ojos de ellas se llenaron de lágrimas.             ⸻Espero verte pronto, Ryan. No te vayas a perder por ahí.             Ella le abrazó, él le devolvió el gesto y se fue en dirección a la carretera. Su auto estaba obviamente en otro país y debía resignarse a caminar como cualquier transeúnte. Mientras esperaba la llegada de algún taxi, una Ford Runner negra pasó delante de él. En el asiento trasero estaba Javiera. Intercambiaron un saludo de manos y ella se alejó subiendo la ventanilla.             Al tercer intentó un taxista se dignó a detenerse para él.             ⸻Flamenco Suite ⸻dijo al chofer             ⸻Que lujoso ⸻respondió el taxista sin saber a quién imitaba.
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