Capítulo 33

1175 Words
Cornejo y Barriga se acercaron con el auto hasta ponerse en la entrada del hotel. Se quedaron un rato viendo a la seguridad rodeando las puertas, ubicados en ventanales, en la terraza y además vieron a dos patrullas, localizadas en los jardines. Más allá también habían sujetos con comunicadores, sentados junto a las mesas, oteándolo todo, sin perder detalle de quién salía y quién entraba. -Imposible por aquí-, dijo el sujeto mascando chicle. Cornejo aceptó. Rascó su cabeza. -Vamos a la otra puerta- El acceso auxiliar, por la cocina, parecía estar más despejado. Había seguridad pero no era tan numerosa como en la entrada principal. Y tenía más movimiento. Los chefs y mozos salían y entraban de prisa. El control era menor que el frontis. Eso lo notó Cornejo. También dejaban las latas de basura en un rincón y no habían vehículos cerca. -¿Y el estacionamiento?-, preguntó Cornejo. Estaba debajo del hotel. Se entraba por una rampa, pero el control allí, sí era total. Revisaban los carros incluso con detectores de metales y todo era automático. Las vallas se alzaban accionadas por botones. Imposible entrar. Se decidieron hacerlo por la cocina. Fabiana estaba ensayando la corografía. Le era difícil. No coordinaba los pasos, se confundía y se estrellaba constantemente con la señorita Panamá. -Leclerc, debes escuchar la música, seguir los acordes-, le exigía la profesora, pero ella no podía hilvanar el ritmo, se le entreveraba en la cabeza y parpadeaba angustiada. Después chocó con la señorita Colombia. Nancy le recomendó contar los pasos. -Olvídate la música. Cuenta los pasos. Uno dos tres derecha, cuatro cinco seis izquierda, ocho nueve diez de frente-, le decía. Fabiana lloraba, se sentía desesperada, se jalaba lo pelos, mordía su lengua. Al menos mejoró un poco más. La señorita Panamá se alivió al no tener siempre encima a la representante peruana, pisándole los talones, Nancy se puso cerca de ella y le contaba los pasos "uno dos tres derecha, Fabi, derecha", le decía una y otra vez, tratando de no mortificar a las otras chicas. A la señorita India le daba risa las indicaciones de Schäffer. -Tú deberías ser la profesora-, le comentó. Eso escuchó la coreógrafa. Se molestó. -Usted solo siga el ritmo, señorita Bihar-, le llamó la atención, arrugando la frente. Cornejo había entrado vestido de mozo. Llevaba un cilindro de basura vacío y se había acercado hacia el auditorio del hotel, donde las chicas ensayaban los pasos. Melchor Barriga esperaba en el auto, con el motor encendido. Miró a los lados, y vio a los hombres de seguridad, recorriendo el escenario, una y otra vez. Debía esperar a que Leclerc termine de ensayar y que Schäffer le alcance la toalla. Ese sería el momento. Fabi volvió a caer después de enredarse, justo en el último paso, con la señorita Marruecos. Cayó de rodillas al piso, muy torpe, descoordinada y tiesa como una piedra. La coreógrafa se quedó mirándola con las manos en la cintura. -¿Qué pasó, Leclerc?-, le espetó con la furia dibujada en los ojos. Fabi no supo qué decir, se quedó mirándola con sus pelos resbalando en su cara, tapándole la angustia que se dibujaba en su mirada verde. Eso lo notó Nancy. Ayudó a levantarla, pero era obvio que la coreógrafa hervía en rabia. Ella le ordenó que fuera a refrescarse y secarse el sudor. -Lo está haciendo bien, ya va mejorando-, intentó justificarla Schäffer, pero la mujer no entendía razones. -Mejor será que estés parada, sin moverte, Leclerc-, reclamó colérica. Ella siguió ensayando con las otras chicas. Cornejo vio todo eso. Arrugó la nariz. Debía actuar rápido. Dibujó en su cabeza la ruta de escape. Barriga también estaba armado hasta los dientes. La balacera era inminente. Paola había estado pendiente de su amiga y no había reparado en nada. Le daba pena verla tan inoperante en los movimientos, pero más la turbaba cuando le llamaban la atención y la miradita de Fabi se encogía y se llenaba de lágrimas. Eso le partía el corazón. Sentía que Fabiana estaba dolida, entumecida y quería auxiliarla, protegerla, salvarla o quizás hacer los movimientos por ella. Rogaba que aprendiera hacer bien los pasos y cruzaba los dedos cuando la veía ensayar con entusiasmo, pero no coordinaba los pasos. Fabi, en realidad, era torpe. Recordó que una noche le preguntó cómo hacía para jugar voleibol. Fabiana le había dicho que era muy buena, que sus amigas siempre la llamaban y que era muy aplaudida cuando conseguía muchos puntos jugando para su facultad. -Cuando juego voleibol me concentro en la pelota pero en el baile no puedo seguir la canción y bailar al mismo tiempo, me confundo-, reconoció Fabi. Leclerc tenía el déficit de atención bastante grande, dedujo Paola, le entorpecía concentrarse en una sola cosa. Todo le distraía y a veces sentía en su cabeza como un aserradero que le impedía atender lo que le decían o lo que escuchaba. -Audífonos-, pensó Paola. Miró a Nancy, que seguía contando "uno, dos, tres" y chasqueó los dedos. -Eso es-, se emocionó. Y cuando se dispuso para ir donde Schäffer vio la figura enorme de Cornejo. Debía actuar rápido, también. Corrió de prisa hacia la salida al baño que estaba bajando los peldaños del amplio escenario donde se hacían los ensayos. Pero Cornejo ya estaba dos pasos adelante. Había sacado su arma e igual a un toro furioso o un rinoceronte desbocado, iba sobre Fabi que se veía frágil, con sus crines desparramos, cabizbaja, lamentando no hacer las cosas bien. Nancy le iba secando sus brazos, mojados por el intenso sudor que la duchaba a toda ella. Eso no pudo olvidarlo jamás, Paola. Cuando estuvo cerca de Cornejo le miró los ojos inyectados de rabia, pintados de furia, igual una llamarada intensa que parecía enceguecerla. No podía dudar en ese instante. -¡Al suelo!-, gritó ella y disparó su arma justo en medio de esos ojos tan despiadados que parecían restregarle con su ira. El enorme hombre cayó de bruces, en medio de un gran charco de sangre. Todas las chicas participantes aullaron aterradas, Fabiana se arrodilló y se hizo una bolita, presa del pavor, y Nancy se puso encima de ella, protegiéndola, sintiendo a su amiga desvalida y a merced de los malos, actuando como una auténtica mamá gallina. La coreógrafa se había escondido detrás de las cortinas. Paola sentía su corazón reventar en el pecho. Miró entonces a Cornejo, tumbado sin vida, en medio del pasadizo a la calle, con los ojos reventados. Y aún así, los rayos de su furia seguían destellando como fogonazos que enceguecían aún más a Gutiérrez. Otra vez volvió a retumbar el hotel. Esta vez fueron varios balazos, cerca a la cocina. Paola apuntó a todos lados con lo ojos bien abiertos y su corazón golpeando los rincones de su pecho. -Abatieron a otro sujeto-, le explicó un agente que había hecho, junto a sus otros compañeros, un largo parapeto humano, protegiendo a las candidatas. Paola resopló sus nervios, sobó su nariz y masculló enfadada. -¡Rayos!-
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