Capítulo 12

1283 Words
Fabiana ayudó en el multitudinario almuerzo que hizo el pueblo de Mayuya para todos los invitados. Sirvieron tacacho con cecina y sopa de carachama. Nancy no dejaba de mirar a Fabi, tan hacendosa, como las otras mujeres del anexo, preparando con mucho afán y entusiasmo los platos para los periodistas y el personal que había invadido, literalmente, la aldea. Reía junto a ellas, las empujaba festiva cuando le hacían algún chiste soez o le decían que "ese chico te está mirando", celebraba alborozada las bromas o atendía, además, a los más pequeños que se ponían a llorar confundidos ante el bullicio, el desorden y las idas y venidas de tanta gente. Fabi cargaba a los más pequeñitos y les hacía mimos, los hacía reír, dejaba que le jalaran los pelos y le doblaran la nariz en sus travesuras. -Eres impresionante-, reconoció Nancy, cuando al fin se sentaron en un tronco, comiendo como náufragas los deliciosos potajes de la selva. -Y eso que no me has visto pescar-, bromeó Fabiana. -¿Tú pescas?-, se asombró Nancy, desorbitando sus ojos. -Por supuesto, mujer, les clavo una estaca, como Tom Hanks en la película que se pierde en una isla. Ya me verás en acción-, echó a reír Fabiana. Paola llegó un rato después, chupándose los dedos. -Qué delicia, por Dios qué delicia-, decía satisfecha. Se sentó en el tronco también. Doña Máxima le dio un enorme plátano. -Ahora sí que extraño a mi novio-, dijo riéndose Paola cuando tuvo el plátano en sus manos. Nancy y Fabiana se miraron sonrojadas descolgando las quijadas. Después de almorzar fueron a pasear por la aldea. Fabiana les enseñaba dónde estaría la posta, la trocha que harían para facilitar el comercio, los frutales y se entretuvieron jugando con "Chapo" un mono gracioso que daba volteretas y parecía reír, estirando una risa pícara y traviesa. -¿Sabías de los secuestros?-, preguntó Paola a Fabiana. Fabi lo sabía todo. Conocía a Elena, a Diana y a Melissa. Ella pensaba que habían sido los narcos. -Venden a las mujeres, las prostituyen, les contó, sobando sus ojos mientras se llenaban de lágrimas, ojalá encuentren a esas chicas- Paola sabía de Macedo, de Quispe, incluso de Carbonel. Había estado averiguando de ellos después del incidente del hotel. -¿Sabes algo de Bucarest?-, preguntó. Fabiana se sorprendió, rascó sus pelos. -No, nada, ¿por qué?-, se interesó achinando sus ojitos. -No sé, hay muchas cosas que no encajan-, dijo Paola. A Nancy le dio risa. -Hablas como una de las ángeles de Charlie-, estalló en carcajadas. Cuando dejaron la aldea, doña Máxima besó la frente a Fabiana y le dio su bendición. -Te esperaremos ansiosas-, le dijo. Fabi lloraba como criatura y balbuceaba un montón de cosas, vencida por el llanto. El abuelo Fernández le dio un collar hecho con huayruros. -Llévala. te cuidará-, trastabilló, también con su emoción. Al regresar en la avioneta Fabi pegó su naricita en los ventanales y volvió a llorar sin contenerse. -Soy hija de Mayuya-, decía llorando. Nancy la acarició y le besó, conmovida, su cabecita. ***** Paola aprovechó su última tarde libre para estar junto a su novio. También era policía. No esperó ni sus besos ni caricias. Ella se aventó sobre su amante y empezó a besarlo con desesperación y vehemencia, hundiendo sus uñas en sus brazos y espalda. Sorbió sus labios con desesperación y enroscó sus piernas en la espalda áspera, dura y férrea de su amante. Estaba descontrolada, afanosa y no dejó de besar todo el vasto cuerpo de su amado, lamiéndolo, disfrutando de su piel que le producía y más y más placer. Sus fuegos se encendieron como llamas y se sintió más sensual que nunca, con sus chisporroteos hirviéndole la sangre, chasqueando con locura en sus venas. Sorprendido el novio se dejó mordisquear por Paola, que sentía delicia y placer en sus dientecitos dejando sus marcas en los brazos, en su cintura, incluso en los muslos de su enamorado. -Contrólate-, le rogó él pero Paola estaba fuera de sí, deseosa de convertirse en una antorcha y quedar hecha cenizas de tanto placer que le provocaba los brazos y besos su amado. El novio recién empezó a salir de su sorpresa e incredulidad después de un buen rato y comenzó a saborear de la piel lozana, tersa, cautivante, mágica y esplendorosa de Paola. Recorrió sus curvas con besos y conquistó sus fronteras, dejando huellas de su pasión. Impetuoso avanzó hacia las profundidades de Paola, llegando hasta límites lejanos, que, incluso, jamás había arribado ni conquistado. Y le pareció maravillosa. Aquellas cumbres lejanas, los acantilados desconocidos, sus barrancos novedosos y sus abismos tan sensuales, frenéticos, le eran una fantasía, una magia que se abría a sus besos y caricias. Paola gemía, se revolcaba de placer en los brazos de él. Sucumbía a su poder, a su fuerza, a su trato tan varonil que le hacía encender más y más llamas. Y le encantaba eso, sentirse sensual y sexy, desatar toda su feminidad y rendirse al ímpetu de su enamorado, y que llegase hasta lo más recóndito y desconocido de su naturaleza plagada de curvas tan bien pinceladas, de extrema suavidad y deliciosas fronteras. Hicieron el amor tantas y tantas veces que el novio quedó sin aliento, exánime, rendido, pero ella seguía fogosa, encendida, animada por los deseos fervorosos de ser totalmente suya, la mujer de su amante. -¿No te cansas?-, preguntó él obnubilado y ella solo sacudió su cabeza y continuó mordiéndolo, lamiéndolo, acariciándolo disfrutando de sus músculos, de su fuerza, de todo su ser. Cuando su enamorado logró, entonces, llegar a sus más íntimos tesoros y manantiales, Paola se sintió en las nubes, extraviada en un abismo de colores, de mucho placer, de música celestial y le pareció volar por los aires, descubriendo más y más pasión. Gritaba, aullaba, sintiendo la catarata de él invadiendo sus entrañas como un río caudaloso, febril, impetuoso, alcanzando recónditos lugares que tenía reservados, elegidos para esa inmensa emoción que le provoca ser conquistada por su amante. Rendida, despeinada, alborotada y sumida en la inconciencia del amor, Paola se quedó recostada en la cama, desparramada, con la risa larga dibujada en los labios, la mirada perdida en ese paraíso de colores y exhalando sexo en sus soplidos cansados y extenuados. -¿Qué te pasa?-, volvió a preguntar él. Paola no lo sabía. de repente se había sentido tan sensual que quería explotar en todas sus curvas, sentirse sexy y hervir en su adorable feminidad. -Te amo, ¿no es suficiente?-, bromeó Paola. A él le dio risa. -Proteger a la reina de belleza te hace más sexy-, aceptó él entonces, aún frenético por la emoción vivida, con su corazón rebotando en los paredes de su pecho, convertido en cenizas luego de arder en las llamas de ella. -Me gusta estar contigo, nada más-, sonrió Paola. El novio le pidió que toda las noches se comunique con él, la llame y así poder hablar. -Te extrañaré a gritos-, le confesó. Paola arrugó su naricita. -¿Por qué secuestrar a Fabiana?-, preguntó al aire, como una reflexión, como una interrogante que le martillaba los sesos. -Porque es hermosa, inteligente, muy tierna-, enumeró su novio. -¿Por qué habían personas dedicadas a la trata de mujeres metidas en el hotel? No lo entiendo. ¿Quién pagó por ella?-, siguió conjeturando Paola. El amante tenía una hipótesis. -Fabiana es muy hermosa, cualquiera querría tenerla- -No, no es eso a lo que me refiero, hay algo más que un secuestro, es una mafia-, comentó Paola. Se levantó de prisa y se vistió apurada. -¿Dónde vas?-, preguntó él sorprendido. -A hablar con el jefe-, argumentó.
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