Capítulo 26

1207 Words
Antonelli había reclutado a cuatro mercenarios para su segundo intento de rescatar a Elena. Sin embargo, Tanya le había recomendado esperar, pero él no podía hacerlo, incluso temía que Dobrin decidiera eliminarlo o matarlo por sus reclamos para que libere a esas esclavas modernas que eran presa de aquellos excéntricos que llegaban de diferentes partes del mundo. Donato también sabía que Dobrin movilizaría a las chicas a otra hacienda por el temor de una intervención de la interpol. -Esa mujer Tanya me sigue los pasos-, le reveló a sus secuaces. Y él contó la infidencia a una prostituta de Ferentari. Ella tenía sexo con uno de los mercenarios que pudo reclutar Antonelli. -Ese sujeto Dobrin moverá a las mujeres a otra casa-, le relató a cambio de unas monedas más en el acuerdo que habían llegado. Donato tenía mucho dinero. Era un poderoso industrial en Nápoli y, la realidad, es que estaba demasiado enamorado de Elena. Pero su obsesión no era solo ella, también las otras chicas. No podía permitir su sufrimiento. Agenció las armas, las balas, uniformó a sus soldados a sueldo y compró una camioneta para movilizarse. Fue cuando Tanya se enteró de sus planes y le dijo que lo mejor era esperar. -Tengo un buen equipo-, le insistió Donato. -La interpol intervendrá en el momento más oportuno. Debemos evitar problemas con el gobierno-, subrayó Tanya, pero Donato no la escuchó. Entonces se atrincheraron en un paraje cubierto de matorrales y piedrones. Y en efecto, apareció un minivan, yendo de prisa, levantando polvo, haciendo surcos en el camino. Donato lo vio venir a través de un catalejo. Realizó un gesto inequívoco anunciando la presencia del vehículo a toda marcha. Uno de ellos hizo estallar un petardo de dinamita y el vehículo descarriló, quedando volteado en medio de la polvareda. Antonelli y sus hombres saltaron de sus escondidos y a toda marcha enfilaron sobre el minivan tumbado que aún seguía girando sus neumáticos. Se deslizaron en la confusión y ametrallaron a la seguridad de Dobrin. No pudieron reaccionar. Los acribillaron a balazos. Con un alicate rompieron las cadenas y sacaron a las chicas. Eran cuatro, pero no estaban Elena ni las otras otras muchachas peruanas. Tampoco estaba la señorita Aruba. Ellas habían sufrido pequeños golpes y magulladuras, nada sin importancia y también se encontraban borrachas, dopadas, sin reacción, desparramadas después del impacto que provocó la dinamita. -¡Están bien!-, gritó otro. Donato y sus hombres las subieron a las chicas a la camioneta y enfilaron a toda marcha. Cuando llegó la policía solo encontraron los cadáveres de los hombres de Dobrin, ultimados a balazos, tendidos sobre enormes charcos de sangre. Las mujeres le contaron a Donato el drama que habían vivido y pasado en manos de Dobrin, cómo eran usadas, los fármacos que las tenía siempre sin reacción, los pingües negocios con sus cuerpos y que no sabían cuál sería su futuro. -¿Conocen a Elena?-, preguntó Donado con avidez. Nadie la conocía. -No podíamos hablar con nadie, nos impedían comunicarnos entre nosotras, nos tenían a disposición de esos hombres-, le relataron. Tanya estalló en cólera por el audaz ataque que hizo Antonelli. -¡La idea es rescatar a todas!-, ladró iracunda en el móvil. Donato le contó que varias chicas estaban falleciendo y debía actuar de inmediato. -Por precipitado ahora es posible que mueran todas-, renegó Tanya y le colgó el celular. Antonelli, sin embargo le mandó mensajes de texto y audios de lo que le habían dicho las chicas, sus escabrosos relatos, sus angustias en manos de Dobrin. Tanya apretó sus puños, mordió su lengua y encerrada en los baños del cuarto que ocupaba con la señorita Francia, rompió a llorar desconsolada. Dobrin también estaba hecho una furia y pensó que Tanya había sido la ejecutora del ataque- -Esa perra está detrás de nosotros-, advirtió. Ordenó entonces, llevarse a las chicas, en sus avionetas, rumbo a una casa desconocida. Antonelli se sintió miserable. -La malogré-, aceptó cuando pagaba lo ofrecido a los mercenarios. -Cuatro es mejor que nada-, dijo uno de ellos. A la mañana siguiente llegó Tanya con los efectivos de la interpol en dos helicópteros. Se descolgaron en un paraje desértico, oculto entre montañas empinadas y acantilados escabrosos. Las chicas fueron subidas en frazadas. -Son de diversos países, pero no está la señorita Aruba-, le aclaró Antonelli. Tanya apretó los puños y chirrió los dientes. -¿Dónde rayos está esa mujer?-, renegó iracunda. No pudo hablar con las chicas rescatadas, tampoco. -¡Fue una pesadilla! ¡Fue una pesadilla!-, lloraban gritando, las mujeres. Tanya Tressor se sintió impotente en medio de sus enorme angustia y dolor intenso. -Vamos a rescatar a todas, te lo prometo, dijo Tanya a Antonelli cuando embarcó a las chicas hacia Suiza, pero ahora tenemos el tiempo en nuestra contra- ***** La desaparición de Miss Aruba causaba preocupación y tensión en el concurso. Douglas presionó a Tanya. -Quiero que encuentren a mi candidata-, le dijo resoplando su furia en las narices de Tressor. Ella también tenía la cólera represada en sus ojos. Arrugó sus cejas y estrujó su boca. -Nadie la ha visto. Parece que no la tiene Dobrin-, respondió rabiosa. Eso era cierto. Nicola Dobrin se sorprendió cuando Cornejo le informó desde Ámsterdam la desaparición de la señorita Aruba. -No entiendo ¿Quién es esa mujer? No está en nuestros planes. Yo quiero a Leclerc. Me han pagado un millón de dólares por esa perra-, le aclaró. Cornejo, en realidad, estaba arrinconado y entre la espada y la pared después de fracasar en su intento de llevarse a Fabiana. Pensó que con la desaparición de la señorita Aruba podría librarse de la furia de Dobrin. Ahora estaba más comprometido y a punto de caer al abismo. -Esta vez no fallaré-, remarcó. Dobrin sin embargo estaba cansado de promesas. -Ya has perdido muchas ocasiones de traerla. Me están presionado los inversores. Les gusta mucho ella. ¿Has visto sus fotos en el diario? Es hermosa, es sexy, es sensual. Es la mujer que ellos sueñan-, dijo. -Lo sé. Carbonel me dijo. También Quispe-, subrayó. -Esos tipos están muertos ya, porque no me cumplieron-, le dijo, entonces, con tono amenazante Dobrin. Cornejo parpadeó. No supo qué responder. Nicolae lo colgó. Idéntica ira tenía Douglas. Volvió a gritarle colérico a Tanya. -Entonces encuéntrala a la señorita Aruba-, dijo y se arremolinó en su sillón mascando su habano con enfado. -Si no encuentras a esa mujer y se enteran los medios, te juro que te corto los pezones-, rezongó enfurecido. -Tengo mucha presión por Dobrin, hay media docena de mujeres en sus manos, trafica con ellas como si fueran animales. Yo estoy haciendo todo lo que puedo-, se defendió, sin embargo, Tanya. Douglas intentó serenarse. -Es la primera vez que ocurre esto, estoy desesperado. Espero que me comprendas-, dijo. -El interés de Dobrin es la señorita Perú. Lo de la representante de Aruba es algo que no encaja-, subrayó Tanya. -No quiero ni imaginar lo que pasaría si desapareciera la peruana, mascó otra vez su habano Douglas, es la consentida de la prensa, todos los días le sacan fotos, saltando, corriendo, haciendo volar sus pelos- -Estoy manejando bien las cosas. Confía en mi-, dijo finalmente Tanya.
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