Capítulo 32

869 Words
Paola se sentía en las nubes. Había hecho bien su labor, no cometió ningún error y aunque su objetivo personal era rescatar a las tres peruanas, que, lastimosamente, no estaban en la casa-hacienda, sin embargo, demostró eficiencia, habilidad, destreza, se columpió bien en la cuerda, se mantuvo firme pese a que estaba asustada y temerosa y obedeció a rajatabla las órdenes de Tanya. Cuando, al fin, llegaron a Ámsterdam, tras una escala en Suiza donde dejaron a las chicas rescatadas junto a los otros efectivos de la interpol, se cambiaron y se bañaron, recién Paola abrió la boca. -Lo hicimos bien-, le dijo a Tanya con una tímida sonrisita en sus labios. Ella se peinaba y tenía su gancho cogido en los labios. -Sí, pero, como les dije a todos, ahora ese perro está advertido. La próxima vez no será tan fácil-, renegó. -¿Por qué siempre dices que no debe haber ningún disparo?-, se interesó Paola, ya camino al hotel, en el minivan. Tanya sonrió con la mirada. -Es una operación no autorizada-, dijo divertida. -¿Qué significa?-, preguntó Paola. -Que si no ven o atrapan, ningún gobierno, ni el tuyo ni el mío, ni nadie, ni la interpol, nos reconocerá, apoyará ni nada, simplemente nos dejarán que nos cuelguen de los senos-, siguió riendo Tanya. Cuando llegaron al hotel, Tanya fue al cuarto de la señorita Francia moviendo sus pelos que había anudado en cola. -Te aviso-, le dijo apenas, desilusionada, visiblemente contrariada. Paola pensaba diferente. -Dos es mejor que ninguna-, se repetía. En realidad ella estaba orgullosa de sí misma e incluso se arengaba solita. -Bien Paolita, lo hiciste muy bien-, se repetía contenta. Era la primera vez que había intervenido en una operación tan delicada, en medio de tan enorme presión y tensión. Ella había estado en intervenciones contra narcos y terroristas en el Vraem, pero allí iban disparando y transportados en helicópteros. Ahora todo había sido hecho en secreto, absoluta discreción y máxima cautela. Se asombró, además, de los equipos modernos de Tanya y los otros efectivos, con luces infrarrojas, miras telescópicas, ballestas, armas con silenciadores, comunicadores ultra sensibles, tablets diminutos equipados con GPS y lentes que captaban movimientos en la oscuridad. Los chalecos antibalas eran súper livianos, igual que las armas, las Walther MP-K que la impactaron demasiado. También la absoluta seriedad de los efectivos, muy secos, parcos, altotes y fuertotes, además. -Son unos hombrones-, reflexionó Paola llegando al cuarto de la señorita Perú. Tocó la puerta y suspiró. -Fabiana es una coqueta-, dijo divertida. Nancy se apuró en abrir. Le sacó la tranca a la puerta, arrimó la cómoda que había puesto en la puerta, empujó con sus pies, maletas y zapatillas que acomodó en la entrada "para que el que entre se tropiece" y deslizó un sillón que también estaba pegada a la entrada, Y cuando vio a Paola se lanzó a su cuello. -Estás bien, estás bien-, decía Schäffer emocionada. Fabiana se estaba duchando y salió envuelta en una toalla apenas escuchó la voz de su amiga llegando. También se abalanzó sobre Paola. -Nos tenías muy asustada-, dijo sollozando. -Ya ven, estalló divertida Paola, estoy enterita- Y las tres amigas rompieron a reír a carcajadas ***** Pero quién no reía era Nicolae Dobrin. Estaba furioso, con la cara ajada, lanzando maldiciones, golpeando puertas y paredes, dando ventanazos y pateando sus muebles, sin poder contenerse. -Esa perra de Tressor estuvo en mis propias narices y nadie la vio-, dijo furioso. Las cámaras de seguridad, incluso, no registraron a Tanya ni a su equipo que se infiltró en la hacienda como fantasmas y se desplazaron por las habitaciones igual que espectros, sombras que nadie pudo percibir ni detectar. -Sabían qué hacer, dónde no les enfocaban los lentes o lo hacían en el momento exacto, cuando las cámaras giraban-, detalló el encargado de los videos. A Dobrin no le hizo gracia. Tomó su pistola y le arrancó la cabeza de un solo tiro. -No quiero incompetentes en mi equipo, bufó con furia mientras sus hombres sacaban apurados al tipo hecho trizas con el balazo que le clavó de repente, sorprendiendo a todos. -Quiero máxima protección en la otra casa-, precisó Dobrin y ordenó hacer arder, hasta reducir en cenizas, la casa-hacienda. Justo timbró su celular. Era Mohammed al Haifa. Había pagado un millón de dólares por Fabiana. -Quiero a esa mujer. No has podido conseguirla. Y ya sabes que a mí no me gusta esperar. Tienes dos días-, dijo y colgó. Dobrin quedó con la palabra en la boca. Mordió los labios y llamó a Cornejo. -Tienes un día. Hoy consigues a Leclerc-, le ordenó tampoco dándole ocasión para respuestas. Cornejo se tumbó a su silla y caviló largo rato, sin saber qué decir ni qué hacer. Martilló sus sesos con muchas dudas que reventaban dentro de su cabeza como rayos y truenos. Se mordió la lengua con furia y llamó a un sujeto que esperaba en la otra puerta. -Hoy en la noche-, no más dijo. Melchor Barriga asintió y salió de prisa. Cornejo quedó en silencio recostado en el sillón. Sacó su pistola, la rastrilló, vio si estaba bien cargada y barulló furioso. -Ahora o nunca-, masculló con enfado.
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