Capítulo 21

669 Words
Paola había notado que aquel mozo alto, ojos verdes, nariz grande y enormes manos, vigilaba demasiado a Fabiana. No le quitaba la mirada y seguía sus movimientos con detenimiento, como si estuviera calculando algo. Al principio pensó que admiraba su belleza, se entretenía con sus piernas o se deleitaba con su belleza, pero después empezó a desconfiar porque estaba como imantado a ella. Fabiana reía alborozada con las señoritas Ecuador y Egipto, bromeando sin cesar. -Le decían la sadomasoquista: su novio era tan feo, pero tan feo, que hacía el amor vendada ja ja ja -, reía Fabi y sus amigas rompían en carcajadas, tirándose migajas de pan, en medio del apuro de los otros mozos, llevando y trayendo los platos. -Ese sujeto no hace nada-, le susurró Paola a Nancy. Ella se alzó de su silla y también notó algo raro. -No lo había visto antes-, comentó extrañada, rascándose sus pelos. Paola, sin embargo, se entretuvo cuando le trajeron el almuerzo, carne con puré de verduras. -Esto se ve rico-, dijo, contenta y empezó a hundir el tenedor en la presa, con mucho afán y encono. Se olvidó del mozo. Las amigas seguían riendo con los chistes y ocurrencias de Fabiana. La animaban y ella no dejaba de reír festiva. -A mi amiga le dicen la detective, porque usa una lupa para vérsela grande a su novio-, dijo fuerte y esta vez las chicas, se ruborizaron al máximo, estallaron en risotadas y un largo uuuuuuuu se apoderó del enorme comedor. -Qué alegre es esa chica, le dijo Cheryl Monroe a Melvin Douglas, es una fiesta- Douglas arrugó la boca. -Es tremenda. Ya le sacó canas a la encargada de la coreografía-, dijo almorzando con mucho afán. -Parece que tuviera un chip que la hacer reír a cada rato-, sonrió Monroe. -Sería bueno que te pongan a ti ese chip, eres muy seria-, le reclamó Douglas. Monroe tomó del jugo. -Soy como soy-, le aclaró. Fabi pidió permiso para ir al baño. De eso no se dio cuenta, Paola. Siguió almorzando con ímpetu porque su plato estaba delicioso. Cuando al fin acabó con su última paleada al plato, alzó la mirada y vio la silla de Fabiana vacía. Tampoco estaba el mozo que la estaba vigilando. Desorbitó los ojos. -¡Mierda!-, ladró. De un par de brincos, fue a la cocina. Buscó de prisa a todos lados. Se jaló los pelos, sintió su corazón alborotado, rebotando en el pecho y un feo friecito se le coló por la espalda. -¡No está!-, volvió a ladrar sin dejar de arrancharse sus crines con desesperación, hasta que oyó la vocecita dulce de Fabiana quejándose. -¡Suélteme!-, decía. Paola corrió dando tumbos, tropezando con mozos y chefs, hasta cerca de la puerta de emergencia: un mozo jalaba del brazo a Fabiana. Ella estaba aterrada resistiéndose, llorando, presa del pánico. -¡Déjala, carajo!-, gritó Paola y se lanzó sobre el sujeto, dándole un codazo en la nariz y luego una patada que le reventó la nariz. -¿Por qué mierda siempre me pongo falda cuando tengo que pelear?-, se quejó. Era cierto. Paola estaba con una minifalda floreada muy estrecha, zapatos con taco alto y una blusa, pegadita, que le restaba movimiento. El mozo agarró un machete para cortar carne y la encimó latigando el aire, queriendo hacer trizas a Paola. Ella retrocedió, envolvió su brazo con un mantel y le hizo un esquive, luego le pateó los testículos al individuo y le arrojó sopa hirviendo. El tipo aulló dolido y se desplomó con tan mala suerte que su cabeza se estrelló con un andamio de fierro y se rompió la nuca. Paola vio la puerta de emergencia entreabierta y allí estaba Cornejo. Corrió de prisa pero fue demasiado tarde. Ya no estaba. Se había evaporado. Fabiana lloró todo el resto del día aterrada, y se encerró en su cuarto presa del pánico. Paola miró a Nancy que también temblaba de miedo. -Se acabó el chiste-, rezongó malhumorada.
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