Fabiana no podía seguir llorando, sumida en el dolor, sintiéndose morir. Esa mañana, después de casi un año de la masacre, se puso un jean muy pegado, una blusa bien escotada, tomó su mochila, puso sus cosméticos, su móvil sin chip, hizo una cola con su pelo rubio largo y liso, se puso lentes oscuros, calzó sus botas con camuflaje militar y salió al fin de su casucha. Aspiró el aire fresco y puro de la selva y se dirigió al río presta y decidida, dispuesta a rehacer su vida como se lo hubieran pedido sus padres, porque le enseñaron a no rendirse jamás.
-¡Bien mi niña!-, le gritaron los vecinos, aplaudiéndola. Fabiana sonrió con encanto y les mandó besos volados, sin perder su hermosa risita.
En la universidad se enteró que la estaban buscando unos tipos. El vigilante le señaló con su lapicero a dos hombres que hacían guardia varios días frente a la entrada al campus. -Parece que son de Lima, mejor es que tengas cuidado, Fabi-, le dijo el hombre de seguridad.
-Lo tendré Mario, no te preocupes-, le dijo también dubitativa.
Los sujetos estaban bebiendo aguaje helado y cuando la vieron venir, se pusieron de pie ceremoniosos y haciendo miles de venias.
-¿Para qué me buscan?-, preguntó Fabiana juntando sus piernas y apretando sus libros al pecho.
-Soy Luis Carbonel, dijo uno de los hombres, queremos hablar contigo porque hay una posibilidad de que postules representando a nuestra ciudad, al departamento, en un concurso de belleza-
Fabiana no pudo contener la risa. -¿Concurso de belleza? Disculpen pero yo no estoy para tonterías-, dijo ella divertida.
Macedo intervino. -Es un concurso serio que clasifica a Miss Mundial, el de mayor importancia en el mundo-, subrayó.
Era verdad. Mis Mundial tenía, ya, ocho décadas proclamando a las mujeres más hermosas del planeta, con transmisiones en directo en todos los países y las mujeres ganadoras, incluso, obtenían fama, hacían películas, incursionaban al modelaje o eran, simplemente, admiradas por todo el mundo.
-Yo no puedo ganar, hay muchas mujeres hermosas en el país-, siguió riéndose Fabiana, pensando en una tomadura de pelo.
-Posiblemente no ganes o sí, para eso es un concurso, pero queremos que nos representes-, dijo Carbonel.
Le dieron un legajo de folletos, revistas, fotos, incluso un USB con toda la información. -No nos des una respuesta hoy, tómate tu tiempo dos o tres días. Lee estos documentos y después nos llamas. Este es mi móvil-, dijo Macedo.
Fabiana no paraba de reír. -Mi móvil no tiene chip-, estalló en carcajadas, alzando un hombro con coquetería.
Carbonel abrió su portafolio y le dio un chip. -Ahora ya tienes-, echó a reír festivo. Luego los dos tipos se fueron.
Fabi fue dubitativa hacia la puerta de la universidad.
-¿Qué querían?-, preguntó el vigilante empinado sobre la punta de sus pies, viendo irse el auto donde iban los intrigantes tipos.
-No te rías, pero querían que participará en un concurso de belleza-, continuaba con sus risotadas, Fabiana.
El vigilante se puso serio. -Pues eres la más hermosa de toda la ciudad, seguro ganas-, le dijo resoluto.
-¡Ay, qué cosas dices!-, estalló esta vez en carcajadas, Fabi.
*****
Decir que a Fabiana no le interesaba el concurso era mentira. Había ganado, dos años antes los juegos florales, como miss primavera, y también fue miss cac'himba, o sea la chica más bella entre las nuevas ingresantes a la universidad y a ella le encantaban los piropos, sentirse deseada, que la miren e idolatren. Le gustaba que los chicos más lindos de la universidad le hablaran, la mimaran, la invitaran a almorzar o bailar y también disfrutaba viéndoles a los ojos cuando se deleitaban con sus senos grandes, sus piernas tersas y bien torneada y se sentía hecha una antorcha cuando le contemplaban el meneo de sus amplias caderas y sus nalgas bien redondeadas y firmes. Era coqueta, simplemente, y uno de sus deleites era sentirse sensual y sexy, súper deseada.
Por ello pensó mucho en eso del concurso de belleza. En los folletos prometían un premio millonario a la ganadora, auto del año, ropa y joyas y representaría al país en Miss Mundial compitiendo ante las chicas más hermosas del planeta. Lo premios le interesaron vivamente a a Fabi porque podría invertirse en sacar a Mayuya del atraso, sumido en el olvido y alejado de la modernidad. Decidió hacerle la consulta al consejo de la aldea, formada por los ancianas y ancianas de todos ellos. No era una gran formalidad tampoco. Doña Máxima vivía junto a su casucha y tenía 84 años bien cumplidos. Firme, enderezada y corpulenta. Había trabajado en el aserradero e hizo músculos cargando maderas. Tuvo también una prolífica descendencia: quince hijos. -La cama es siempre la mejor terapia para ser fuertes-, solía decirle a Fabiana y ella se sonrojaba.
-Mentira, hija, se rectificaba luego la anciana, ten los hijos que quieras-
Fabi reía de las ocurrencias de doña Máxima. Solía decir que los hombres son como el río: sirven para bañarse pero si te dejas llevar por la corriente terminas ahogada, le decía mascando hierbas, su mayor deleite.
Habían pocos hombre en la aldea, además. Cumplida la mayoría edad, los chicos se iban de Mayuya hacia la ciudad o a destinos lejanos hacer su vida y se olvidaban, incluso de sus parientes. Fabiana vio a numerosos padres envejecer y hasta morir sin volver a ver a sus hijos. A ella le dolía la ingratitud.
-Es el problema de estar lejos del progreso, decía doña Máxima, la modernidad es un imán que se llevan los mejores hombres-
Era verdad. Fabi también vio irse a muchos muchachos sedientos de grandeza, atraídos por la mundanal ciudad, queriendo descubrir otros rumbos, nuevos destinos, tener dinero y ser alguien, todo lo que no había en Mayuya que languidecía en el olvido.
-Entonces debemos traer el progreso a la aldea-, reclamaba Fabiana, pero era difícil. La comunidad se clavó en medio de lo más espeso de la selva, entre la más tupida vegetación y los más robustos árboles. Les daba de comer, habían animales, pero el wifi, la electricidad, el gas, no llegaban tan lejos. Había que buscarlos río abajo, hacia las cañadas más profundas.
Fabiana hubiera preferido vivir en la ciudad, quizás alojarse en el albergue universitario o alquilar un cuartucho y seguir trabajando a medio tiempo como la hacía en la cafetería del campus, pero en Mayuya murieron sus padres. Enterrada en el cementerio precario del pueblo, también estaba la cadena que la ataba a la aldea. Y ella había sido dichosa, feliz junto a sus papás.
-Yo viviré siempre aquí-, le dijo a doña Máxima. Ella fumó su cigarrillo y se tambaleó en su bastón. La miró a sus ojos. -Tampoco debes aferrarte al pasado, debes siempre mirar al mañana, hacia adelante-, le recomendó.
Eso fue, exactamente, lo que le dijo Fabiana a los ancianos reunidos en torno a una jarra de aguaje helado. -Ganar ese concurso traerá lo nuevo a Mayuya, electricidad, el gas, haremos una carretera hacia al río, aunque sea un afirmado-, relató ella entusiasmada, haciendo brillar sus ojos, mostrando los dibujos que había hecho de una aldea nueva, con edificaciones de ladrillos y también mototaxis para el turismo y el traslado de la gente.
-No será mucho dinero pero es un comienzo. Atraeré inversiones si soy ganadora-, se entusiasmó.
Los ancianos vieron con curiosidad sus bocetos. Veían casas grandes, un parque redondo que sería la plaza de armas, los alumbrados que veían en la ciudad y caminos asfaltados que hacían mucha falta para traer las provisiones en los peque peque. También posta médica y una comisaría.
-Los terroristas tendrán que irse-, aseguró Fabi.
-El premio no va alcanzar para tanto-, dijo el abuelo Eleuterio Fernández. Tenía 96 años y era uno de los pocos hombres que quedaban en la aldea. Se quebró por la muerte de sus parientes, también en manos de los narcos. Como Fabi se sepultó en el dolor que le provocó la tragedia y se dejó encadenar a esa nostalgia y pesar, a su infinito y profundo dolor. Quería morir allí.
-Podré conseguir inversionistas-, insistió Fabiana.
La discusión no duró mucho, tampoco. Al final de cuentas la decisión era de ella. Los ancianos solo podían darle algún consejo. Ella estaba en la universidad, estudiaba medicina, ganaba dinero en la cafetería del campus y estaba sin duda mejor preparada que todos ellos. Puesta de pie, doña Máxima sentenció que apoyarían a Fabi en la decisión que tomara.