Capítulo 4

1921 Words
Era la primera vez que Fabiana viajaba en avión y conocía Lima. La capital le impresionó más. Absorta miraba los edificios enormes, los atolladeros de carros, la neblina tupida y el apuro de la gente. Le pareció desordenado, caótico, como una madeja indescifrable de gente, autos, casas y millones de personas, yendo y viniendo, sin cesar, sin respiro, como si fueran máquinas, empujándose unos a otros. No era como la ciudad donde estaba la universidad, que las casas eran pequeñas, no habían tantos automóviles y todos se movilizaban en mototaxis o motos. Aquí retumbaban los claxon y los gritos estridentes y destemplados la alteraban y la tenían turbada, sin reacción, entumecida. -Lima es enorme-, le dijo una de las señoritas viéndola boquiabierta, estupefacta y los ojos imantados a las avenidas enormes, anudadas en ciento de carros, igual a marabuntas extraviadas o sin rumbo. Los edificios le parecían enormes gigantes, amenazantes, erguidos sobre ella, interminables, perdidos en la inmensidad del cielo y la neblina tan negrácea y tupida que borroneaba el infinito. Y vio, por primera vez, también, el mar. Se empinó para contemplar su inmensa alfombra despabilada en el horizonte y el sonido musical de las olas reventando monótona en las playas, dejando su espuma blanca igual a largas sábanas recortadas. -Por la Costa Verde llegamos más rápido a Miraflores-, le dijeron pero ella estaba absorta viendo las lanchitas como juguetitos flotando en el horizonte, en ese manto tan grande que era el mar, igual o más que el Amazonas. Caminó torpe y trastabillando cuando llegaron al hotel y las puertas se abrieron automáticamente a ella. El hall le pareció despampanante, como las películas que veía con sus amigas de la universidad, pero ahora no eran imágenes virtuales lo que veía, todo era verdad. Y le parecieron aún mucho más fantásticas e impresionantes. -Es la señorita Ucayali, la presentó una de las mujeres a un tipo muy alto rugoso, de lentes y la nariz larga como una espada, le corresponde el cuarto 607- -Me llamo Fabiana-, dijo ella pero su voz se evaporó en la indiferencia de todos. Unos empleados cargaron las dos maletas que trajo de Mayuya y le pidieron que los acompañase al ascensor. La sensación que tuvo, cuando alzó vuelo, le pareció muy divertido a Fabi. -Da risa, es como flotar-, dijo extraviando su mirada en las luces y los forros del ascensor. Luego fueron a su cuarto. Le llamó la atención que se abría con una tarjeta. -Es igual que sacar plata del banco, je-, bromeó Fabi, pero nadie parecía escucharla, todos eran témpanos de hielo, mecánicos, vacíos y apagados. En el cuarto había otra chica que leía revistas de modas. -Estarás con la señorita Piura, se llama Nancy Shäffer-, dijo la mujer que la acompañó en todo momento y luego cerró la puerta. -Hola-, intentó ser cortés, Fabiana, pero la otra chica solo la miró y alzó las cejas y siguió hojeando las revistas, interesada e imantada a sus páginas. Fabiana empezó a acomodar sus ropas, sus perfumes, sus joyitas, y puso a cargar los dos celulares que tenía, el suyo, que era muy viejito, y el que le dieron aquellas mujeres que la visitaron en la aldea. Nancy se sorprendió al ver el móvil de Fabi. -¿Qué demonios es eso?-, le preguntó intrigada. - Es mi celular-, dijo Fabiana roja como un tomate. -Ese celular solo sirve para mandar mensajes de humo, es más antiguo que la mentira- se divirtió Shäffer. -Lo compré en el mercado a mi ex enamorado, tiene mucho valor sentimental-, se defendió Fabi muy azorada. -Hoy se usa iPhone 14, mujer-, echó a reír Nancy. -También tengo este otro que me dieron lo de la organización-, le mostró Fabi, ensanchando su risita. -Al menos ese pasa piola, pero el otro, mejor véndelo a un museo-, siguió riendo Shäffer. ***** Elena parpadeaba con dificultad. Todo le estaba borroso y trastabillaba sin poder ponerse de pie. Los hombres decían que seguía dopada y que le estaba afectando demasiado, que era necesario bajarle la dosis. Ella no decía nada. En su mente bailoteaban imágenes confusas, de cuando unos hombres la subieron a rastras a una camioneta cuando iba a la universidad. Le pusieron una inyección que la aturdió. No podía gritar tampoco, porque tenía un trapo en la boca. Se confundían con otras imágenes de chicas llorando y una avioneta despegando a toda prisa. Luego habían lagunas, enormes charcos oscuros, sin luces ni salidas que se le amontonaban en la cabeza. -Es hermosa-, siguió oyendo a los tipos que la llevaban casi a rastras a un salón de enormes candelabros y cortinas también gigantes con flores. -¡Dónde estoy?-, pudo hablar Elena, desenrollando su lengua. -Vale bien pagado cien mil dólares-, dijo otro sujeto. La arremolinaron en el sofá. Le pareció descifrar el dejo de esos sujetos, eran colombianos o quizás panameños o cubanos. Había escuchado esa tilde en la televisión y ahora la rodeaban y la miraban sin cesar, haciéndola sentir mucho más confundida. -¿Cuántas llevamos? -, preguntó alguien. -Son diez, exactas, una peruana, tres colombianas, tres venezolanas, dos de Trinidad y una holandesa que estaba en Aruba-, detalló un hombre. -Nos darán buen billete en Bucarest-, insistió otro sujeto, pero Elena no podía seguir entreabriendo sus ojitos. Lentamente sus párpados le fueron cayendo como un pesado telón, derrumbándose sobre su mirada borrosa y sumiéndola, otra vez, en un profundo sueño. ***** -¿Por qué mierda está en Lima? Se supone que a la chica rubia debían llevarla a Bucarest. ¿Quién la inscribió en ese concurso?-, reclamó el hombre grandote a Macedo. Él no supo qué responder. -Quispe la mandó a Lima, nos dijo que era para el concurso-, dijo asustado, pálido y con los pelos en punta. -¿Y ahora cómo hacemos para sacarla de allí? Aquí la sacábamos de Mayuya y listo-, insistió el gigante golpeando la mesa. -Cuando se haga la elección de señorita Perú nos la llevamos-, aclaró Macedo, trastabillando con su miedo. -Más te vale, o te despides de este mundo-, le dijo el gigante y se marchó dando un portazo. Dos días después, Macedo se dispuso a viajar a Lima, sin embargo, cuando se disponía a subir a un taxi, lo detuvo una llamada. Era Quispe. -Tengo que esconderme. Me están buscando. Metí la pata. Entendí mal. La culpa de Carbonel-, dijo asustado. -Tú eres el tarado, mandaste a la chica a Lima, se supone que iba a Europa-, le aclaró furioso Macedo. Pero Quispe no contestó solo se escuchó un largo pitido. Quispe fue encontrado sin vida, una semana después, flotando sobre las aguas del río. ***** A Fabiana no le hacía gracia que tuvieran que practicar una coreografía. Le disgustaba. No sabía hacer bien los movimientos, se enredaba en las volteretas y ni siquiera cogía bien el ritmo y se sentía frustrada y hasta tonta. -¿Nunca has bailado?-, le preguntó la coreógrafa esa noche, en el auditorio donde se haría el concurso en apenas una semana, en medio de la intensa práctica y luego de haber fallado en absolutamente todos los giros. Las otras concursantes miraban con sorna a Fabiana, burlándose, mofándose, haciendo leña de ella, y Fabi se puso roja como un tomate sin saber dónde esconder la mirada. No contestó. Solo se alzó de hombros. Siguió fallando el resto de la semana y la coreógrafa ordenó que vaya al fondo de la fila. -Ojalá nadie se de cuenta que existes-, escupió su ira, mortificada por lo oxidada que se mostró Fabi en las danzas. La ametrallaron en preguntas también. Los organizadores querían saber todo de ella. Sus gustos, sus pasatiempos, sus colores favoritos, sus sueños, sus metas, qué especialidad tendría en la medicina y si tenía novio. -Estaba saliendo con un chico pero me dijo que yo era muy aburrida-, le mintió a las autoridades del concurso y ellos estallaron en carcajadas. Afirmó que optaría por la medicina general porque quería poner una posta en Mayuya y atender a todos, niños, mujeres, ancianos. -Hay mucha desnutrición y tuberculosis en mi anexo-, les contó haciendo enrojecer sus ojos. Las autoridades se miraron asintiendo admirados. -Qué bonita historia tiene esta mujer-, dijo una señora entrada en años, con muchas arrugas y los lentes corridos hasta la punta de su abultada nariz. -Es lo que buscamos en el concurso-, reconoció otro también moviendo la cabeza y levantando el pulgar con entusiasmo. Las filmaciones en la playa también eran aburridas y lentas, larguísimas y llenas de tedio, pero Fabiana prefería entretenerse viendo a las gaviotas flotando gráciles en el cielo y a los pelícanos rechonchos recostados en los diques, sin dejar de mirarla con curiosidad, chasqueando sus picazos enormes. También recogía los muy muy y los volvía a tirar a la chupina que dejaban las olas. -¿Ya te pusiste tu tanga?-, le reclamó una señorita larga, delgada y de muchas pecas en la cara. Fabiana se sorprendió. -No. Es muy chiquita, prefiero no ponérmela-, se disculpó Fabi. -Nada de cucufatadas aquí, le reprendió molesta la tipa, esa ropa de baño es un sponsor importantísimo del concurso, y esas pitas valen diez veces mi sueldo, así es que ponte la tanga para las fotos- En la carpa Fabiana miraba las prendas sonrojada y notaba que cada vez se hacían más y más pequeñas entre sus dedos. -¡Señorita Ucayali, foto!-, gritó alguien. Fabiana se apuró en cambiarse y ponerse las diminutas prendas. Trató de peinarse y salió apurada amarrándose el pareo. Corrieron varias muchachas y la polvearon, la peinaron, le quitaron el pareo, le acomodaron aretes grandes y le pusieron pulseras y una graciosa cadena. Fabiana no reaccionaba y se sentía desnuda en medio de las miradas de los chicos que no dejaban de contemplarle las piernas, sus curvas, sus senos grandes y sus bien dotadas nalgas que parecían tragarse la diminuta tanga. -Me van a comer con los ojos-, intentó bromear Fabi a las otras muchachas pero su voz pareció más un pedido de auxilio ante tanta excesiva afición por ella de los hombres arremolinados en torno a la locación donde se hacían las filmaciones y se tomaban las fotos. Le tomaron mil fotos, quizás dos mil, y gastaron casi media hora en videos, con y sin sombrero, con una enorme pelota, con una paleta de pimpón, con un flotador en forma de caballito y subida a una pelota de fútbol y siempre le gritaban que riera, que soltara las quijadas, que no estuviera seria, que se quebrara, que fuera coqueta, que no estuviera tan recatada ni temerosa y luciera normal sus encantos. En vez de motivarla, Fabi se sentía abrumada con tantas indicaciones, gritos, miradas morbosas, fotos y videos que pensaba, incluso, mandar al diablo todo. La foto y el video de las 25 candidatas, incluyendo a la señorita Callao, se hizo detrás de la orilla, justo cuando estallaban las olas. -¡Rían todas!-, gritó alguien en el momento exacto que una enorme ola caía detrás de las chicas. -¡Formidable!, chilló el que parecía el jefe de todo, es todo- Fabiana se ponía su short jean y una blusa encima de la tanga cuando oyó renegar a a Schäfer furiosa. -No, no me interesa participar en cochinadas-, la oyó ladrar. Fabi sacó su naricita por la carpa y vio a Nancy irse molesta, llevando su sombrerote y su pareo en las manos, levantando copos de arena. Y reconoció al sujeto que había quedado impávido, boquiabierto y sin reacción. Era Macedo.
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