Capítulo 28 – Alivio

3031 Words
Me veo obligada a llamar a Héctor para pedirle que me lleve el efectivo que tengo guardado en uno de los cajones del buró. Es todo el dinero que tengo sin las tarjetas, y una buena parte se va en pagar la cuenta. ¡Benjamín sufrirá por hacerme tanto mal, el mal que no merezco! Tuve que pedirle a Laura un adelanto de mi pago de las acciones y un cambio de cuenta para solventar los gastos diarios. Mis padres llegaron anoche, lo supe por el aviso de mi madre. Quieren que vayamos a desayunar a su casa este sábado. Seguro les han traído decenas de obsequios a mis hijas. Ellas lo saben, por eso, desde temprano del día indicado ya están preparadas. Es una suerte que estén tranquilas con el tema de su padre. No lo han visto desde que lo corrí, y tampoco él las ha buscado. Supongo que las terapias a las que siguen asistiendo están dando sus frutos. Antes de salir, medito un poco. Será la primera reunión familiar como “mujer separada”, tengo que mantenerme serena. Me causa inquietud recordar que mi familia criticó tanto a la hija de los Velasco por divorciarse a los cuarenta, y ahora mi situación será similar. Llegamos y los saludos entre todos son cordiales. Trato de parecer despreocupada. Como lo supuse, mi hermana, sus hijos y su esposo ya están allí. Propongo que ya pasemos al comedor. Prefiero darle prisa a esto. Mi madre accede. La mesa está adornada con un mantel blanco impecable y la vajilla favorita de mi madre. Las gemelas se sientan a mi lado. Tengo a Alisha enfrente, e intercambiamos miradas furtivas. Ella busca que no olvide la obligación que tengo de informar a nuestros padres. ¡Que ni se le ocurra que sea aquí y ahora! Por suerte, la empleada comienza a repartir los platos de la ensalada de frutas. Evito el contacto visual con quien sea. El silencio solo es interrumpido por el cuidadoso sonido de los tenedores y cuchillos chocando contra los platos. —¿Alguien quiere más ensalada? —pregunta la empleada. —No, gracias —respondo, sin levantar la vista, aunque sonrío cuando descubro que mi madre me inspecciona. Nadie parece estar dispuesto a abordar al elefante en la habitación. Luego del plato fuerte, mi padre rompe el silencio con una pregunta directa: —¿Hay algo que tengan que decir? —No se dirige a alguien en específico, aunque observa de reojo a Alisha. Mi hermana levanta la mirada. Sus ojos brillan por la preocupación. Conozco a mi padre. Busca acorralar a la hija que sabe que le dirá todo en cuanto se sienta presionada. Alisha era quien me acusaba cuando se enteraba que me salía de clases, o como cuando encontró una cajetilla de cigarros en mi mochila. No me sorprendería que terminara hablando primero, por eso decido intervenir, aunque me tiemblen las piernas y sienta el pecho apretado: —Yo sí. Pero prefiero que primero terminemos. —Apunto hacia el postre de café que acaban de poner en mi lugar. Mi padre relaja los brazos. —Bien —acepta. Luego se dispone a degustar el dulce cierre del desayuno. El resto de la convivencia pasa sin más imprevistos, hasta que mi padre me pide que lo acompañe. Ha dejado a mamá repartiendo los regalos. En menos de dos minutos me encuentro dentro del amplio despacho de la casa. Los nervios me invaden, pero estoy decidida. Allí gobierna el color n***o. El librero, las sillas, varios adornos… Nada ha cambiado desde que me fui de esa casa. Mi padre es Enrique Rivera Borja, un hombre que heredó una fortuna y que la hizo crecer todavía más por sus acertadas decisiones. Después de la muerte de su única hermana y mis abuelos, víctimas de un accidente de avioneta, se quedó al frente de la empresa que mi abuelo fundó cuando apenas tenía veinticinco años: una operadora de restaurantes que tiene presencia en México, Guatemala, Belice, Chile, Colombia, Uruguay y Portugal. Benjamín fue quien logró que también estuviera en España e Italia; desde ahí se ganó su confianza y respeto. Desde de que Alisha cumplió la mayoría de edad, decidió dividir el corporativo en tres: Grupo GastroVanguardia, Culinary Masters corporation, y Grupo Borja. Los tres del ramo restaurantero, pero, según él, dividió las franquicias por tipo. Alisha es la directora y dueña del sesenta por ciento de las acciones de Culinary Masters, ahí manejan solo restaurantes buffets. Cada uno de sus hijos tiene heredado el veinte porciento. Aaron no quiso aceptar ningún porcentaje. El año pasado Culinary Masters estuvo en la lista de Marcas de Confianza, y por dos años consecutivos ha ganado premios por su calidad y servicio. Eso sin mencionar los de años anteriores, desde que Alisha está al frente. Grupo Borja cuenta con los restaurantes que mi padre aprecia por ser de los primeros. En cantidad son menos de los que hay en los dos grupos hermanos, pero cada uno vale el triple. A Grupo Borja lo sigue dirigiendo mi padre. Le gusta hacerlo. Grupo GastroVanguardia es el de la comida rápida. Cuando papá me lo heredó, quiso que terminara la carrera para así poder estar a la cabeza, pero en ese tiempo lo que más me interesó fue casarme y vivir “mi sueño de amor”, por eso le aconsejé que mejor dejara a Benjamín, y no solo eso, lo convencí de cederle el treinta y cinco porciento de las acciones. ¡Ojalá se hubiera negado! Yo tengo el otro treinta y cinco porciento, y las gemelas tienen quince porciento cada una. El administrador de esas acciones hasta que las niñas cumplan una determinada edad, es mi papá. Tengo que convencerlo de que me las ceda, para que así yo sea la accionista mayoritaria. Mi padre aguarda a que comience a hablar, pero se exaspera pronto. —Ahora sí, dime ¿qué pasó? —pregunta serio. Me quedo callada. Su fuerte mirada me hace vacilar. ¡No! ¡No debo permitir que me controle el temor! —He estado pensando mucho en el futuro de GastroVanguardia —comienzo, aunque mi voz sale baja—. Creo que es hora de que consideres darme la oportunidad de dirigirla. —¿Dirigirla? —Frunce el ceño—. ¿Y qué pasa con Benjamín? Tu esposo ha estado al frente por años y siempre ha mostrado un gran compromiso. —Lo sé, papá, pero ya no creo que Benjamín sea la persona adecuada para liderarla… —Miro mis manos. La marca que dejó la argolla de matrimonio lo reafirma. Eso ayuda a que tome valor—: Nosotros nos estamos separando. Él asiente. —Eso explica su ausencia. —Ahora sí es en serio, papá. El proceso de divorcio ya comenzó, y no pienso detenerlo. Benjamín se negó a dejar a su amante, y no pienso hacerme la ciega. Solo quiero que lo sepas. En cuanto salga se lo contaré a mamá. —¿Quién es su amante? ¡Esa pregunta no la esperaba! Pero de ninguna manera planeo mentirle. La fase donde protegía a Benjamín terminó. —Mabel Mora. Mi padre mueve la cabeza de lado a lado. —¡Prefirió a esos tequileros! —lo dice con desdén. Su mueca de frustración confirma lo que siente. Es como si cambiara de negocio y no de mujer. —¿Y quién es tu abogado? —vuelve a cuestionarme. —Se llama Carlos Luján. Aaron me lo recomendó. —Así que Alisha sabe —suena decepcionado. Asiento, pero me apresuro a aclararlo: —Le pedí que me dejara contártelo yo. Mi padre se levanta. Sigo su pausado caminar. Lleva las manos metidas en los bolsillos del pantalón n***o bien planchado, y luce pensativo. Luego de un momento, se gira para verme: —Hija, entiendo lo que pretendes, pero dirigir una empresa no es algo que se pueda tomar a la ligera. Requiere experiencia, conocimiento y visión. —He aprendido mucho de ti —rebato—. Sé que puedo hacerlo. Él se toca la frente. —Pararte de vez en cuando y regañar empleados no es ser un líder. —Su mirada parece de lastima—. Lo siento, Maya, pero no voy a arriesgar el futuro de tus hijas y el tuyo. Me invaden las ganas de llorar, pero me aguanto. —¿No confías en mí para cuidar de lo que me diste? ¿No crees que sea capaz de hacerlo? —No se trata de confianza. —Tiene una mano suspendida a la altura de su pecho—, se trata de responsabilidad. Este negocio es mi legado, el de tu abuelo, y no puedo permitirme ponerlo en manos de alguien que no está preparado. Tu madre y yo te suplicamos que terminaras de estudiar, pero quisiste… otras cosas, y lo respetamos. Es cierto, yo no quise, me fui por el falso camino rosado de ensueño. No imaginé lo mucho que me estaba equivocando. Decido levantarme para estar frente a frente. —¿Qué debo hacer para demostrarte lo contrario? —se lo pregunto con el corazón expuesto, solo espero que él se dé cuenta. —Edúcate —me responde—, pero edúcate de verdad. Tal vez en el futuro las cosas sean diferentes, pero por ahora, dadas las circunstancias, seré yo quien me haga cargo. Me invade la decepción. Duele confirmar que ni siquiera mi propio papá cree en mí. —Está bien, lo acepto. —Comprendo que no hay más que hacer—. Lo que sí te voy a pedir es que quites a Benjamín, lo quiero fuera. —Solicitaré una junta urgente y ahí votaremos. —Me desvía la mirada—. Te aviso que, pese a las circunstancias, se le va a dar la liquidación correspondiente. Además, seguirá recibiendo lo que le toca de las acciones. Es el precio de lo que decidiste cuando se casaron. Levanto la cara, buscando frenar la aflicción. —Estoy de acuerdo —confirmo sin más. Procedo a salir del despacho. A pesar de la negativa, no voy a rendirme. ¡Le demostraré a él y a mi hermana que puedo ser una buena directora! Mi madre, como lo esperaba, entra en negación en cuanto se lo digo a solas en su recámara. Ella cree que hay una solución y que dejaré de estar “jugando como siempre hago”. La conozco lo suficiente como para saber que es necesario ir con cuidado o podría entrar en una crisis nerviosa. Después retomaré la charla y buscaré convencerla de que no, no hay ninguna solución. ¡Mi matrimonio terminará! El resto de la mañana continúa como si nada hubiera pasado. Antes de irme, le aviso a Alisha que está hecho. El domingo en la tarde mi padre me llama para avisarme que debo estar en la empresa a las ocho de la mañana con vestimenta formal. Me ofende que piense que tiene que avisarme hasta eso. Fue más rápido de lo que supuse. Por lo menos logré convencerlo de que la separación es definitiva. A las siete con cincuenta minutos mi padre, el contador y yo ya nos encontramos en la sala de juntas. Solo esperamos a Benjamín. Los dos hombres charlan a gusto, mientras mi pierna se mueve sin parar. A las ocho y un minuto la recepcionista avisa que Benjamín llegó. En menos de un minuto él entra. Lleva puesto un traje azul oscuro y se cortó el cabello como tantas veces le dije que me gustaba. Sé que sabe lo que está por pasar, lo confirmo por la expresión que hace cuando nos ve. Me encara, pero yo no consigo hacerlo. Todavía hay resquicios de ese terco amor que se ha instalado en lo más profundo de mi corazón. Sus fuertes raíces se niegan a pudrirse, pese a todas las ofensas recibidas. La mesa es ovalada. Los tres nos sentamos del lado derecho y Benjamín lo hace del lado izquierdo. Aun así, no se muestra cabizbajo. —Hugo es quien dará fe de todo lo que se pacte en esta junta —avisa mi padre—. Bien, como vocero de mis nietas y mi hija, es necesario que informe en esta junta que la situación actual bajo la dirección de Benjamín Montes debe cambiar. —¿El motivo? —pregunta Benjamín. —¿Tienes el descaro de preguntar? —intervengo incrédula. —Son asuntos ajenos —se defiende y va viéndonos uno a uno—. Primero se tiene que hacer la convocatoria, la junta de accionistas, la votación… Además, Maya y yo lo vamos a resolver. De pronto, se escucha un manotazo en la mesa. —¡Resolver nada! ¡Te di mi confianza!, ¡te di mi estima!, ¡te di mi empresa! —lo señala mi papá, casi gritándole. Sus ojos se han enrojecido y se le marcan las venas de la frente—. Te di a mi hija que es lo más preciado que tengo ¡y lo echaste todo a perder! Ni siquiera se te ocurra tratar de defenderte. Es urgente calmarlos o podrían llegar a más. —Como accionista —digo—, propongo a Enrique Rivera para sucesor, y tiene mi voto. —Te toca votar —le exige mi padre a Benjamín. Él se encoje de hombros. —Ya está decidido, son mayoría. —¡Vota! —vuelve a alzar la voz. Benjamín traga saliva. —Tiene mi voto, señor —lo dice sin verlo a la cara. Por lo menos a él si le muestra un poco de respeto. Hugo se levanta. —Entonces, por unanimidad, queda decidido que el nuevo director de GastroVanguardia es el licenciado Enrique Rivera Borja. Mi padre comienza a darle indicaciones al contador para que calcule la liquidación de Benjamín. Mientras, aprovecho para interceptar a mi todavía esposo en la puerta. —Tienes hoy para desocupar la oficina —le digo triunfante. Lo escucho resoplar. Conozco bien cuánto ama su trabajo, esto debe estarle doliendo de verdad. —¿Ya estás contenta? —pregunta estoico. Me inclino hacia él. —Quizá así te acuerdes de quién tiene el control. Su leve sonrisa burlona me desconcierta: —Y ni así lo tienes tú. ¡Cuánto lo aborrezco! Pero no, podrá provocarme esta vez. Hoy es día de triunfo, nada va a ennegrecerlo. El martes en la noche me mantengo sentada en el patio y bebo una taza de chocolate caliente. Estoy absorta en mis pensamientos, en lo que viene para mí, en si regresar a la escuela sea una buena idea. Seguro hasta hay profesores más jóvenes que yo. ¿Qué pensarán los demás alumnos? ¿Por qué cometí tantos errores?... De pronto escucho que suena el timbre de la puerta. Me encuentro en mi momento donde las niñas están durmiendo y nada me perturba, pero tengo que ir a abrir porque Yolanda y Rosa ya se fueron a descansar. En cuanto veo por la mirilla de la puerta, sé quién es. Esos risos son únicos. Abro veloz. —¿Sergio? —le susurro—, ¿qué haces aquí? Él baja la mirada. Parece incómodo. —¿Puedo pasar? —pregunta. Las palabras del abogado retumban en mi cabeza. Las niñas no deben verme, ni tampoco los vecinos. —Mejor demos un paseo en tu carro. —Apunto su vehículo estacionado. Lo jalo del brazo y a paso veloz vamos juntos hacia él. Es bueno que no me haya puesto el pijama. No espero a que Sergio abra la puerta, en cuanto quita el seguro me subo. —¿A dónde vamos? —me pregunta. —Lejos de aquí. Sergio obedece. Conduce hasta que salimos de Santa Fe y llegamos a Cuajimalpa. Se estaciona en un pequeño parquecito. Antes de bajarme, observo a mi alrededor. En la esquina hay un puesto de elotes. La poca gente que transita va a pie. No detecto algo por lo que deba temer. Aun así, nos adentramos al solitario parque. Es mejor prevenir. —¿Por qué pareces tan preocupado? —le pregunto, una vez que estamos sentados en una de las bancas. Sergio se pasa una mano por el cabello. Logro escuchar que resopla. —Quiero hablar contigo de lo que pasó la última vez que nos vimos, pero no contestas mis mensajes ni mis llamadas. —Vuelve a respirar audible—. Fui un egoísta. Perdoname. —Me observa cuando lo dice—. Me di cuenta de que estuve fuera de lugar. Guardo silencio un instante. Proceso sus palabras. Sergio es convincente a la hora de suplicar, pero Benjamín también lo es y resultó todo un falso. —Aprecio tu sinceridad —le digo—. Y aunque lo que pediste fue... sorprendente, entiendo que todos cometemos errores. —Prometo no volver a ser imprudente. —No hay rastro de burla en su expresión ni en su voz. Yo sí me doy el permiso de reír un poco. Sale natural. —Eres una de las personas más imprudentes que conozco. —Le doy un leve codazo—. Te sienta bien, solo no exageres. Quiero besarlo, por eso decido revisar lo que nos rodea. No hay nadie. El parque está iluminado por la tenue luz de las farolas. Solo el suave murmullo del viento y el aroma de los lirios nos acompañan. Sergio muestra una sonrisa, pero es tímida. Se asoma en ella una fugaz ingenuidad. Se hace un lado y saca de entre su chaqueta marrón una rosa roja. El tallo está envuelto en papel de seda blanco, y me la ofrece. —Para ti. Espero que te guste. Me quedo asombrada por el gesto. ¡No lo esperaba! Y menos de alguien como él. Recibo el presente. La admiro, la huelo con ojos cerrados. —Es hermosa. Gracias. Él se acerca más y me abraza. Siento el latido de su corazón, el cual se sincroniza con el mío. Me acaricia el cabello en medio del abrazo. En ese momento, el tiempo parece detenerse y solo existimos él, la rosa y yo. Estoy fascinada por sentir el agradable alivio que tanto necesitaba.
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