Capítulo 10 – Androstenona

3235 Words
Pido un taxi después de mi desastroso intercambio. Es de madrugada, pero me da igual. No quiero que Benjamín se dé cuenta de mi huida. Que él se regrese solo. Una vez en casa, no logro conciliar el sueño. Aprovecho para revisar las redes. Una publicación de mi hermana aparece en i********:. Se trata de una fotografía donde está ella y otros más empresarios. Pienso en lo mucho que ella ha avanzado y lo estancada que estoy. Desde pequeñas, Alisha siempre fue la que destacaba en todo: en la escuela, en los deportes, en las relaciones sociales… Mis padres la presumían en cada ocasión que tenían la oportunidad. Estaban tan orgullosos de sus logros. Creo que por eso fue que Alisha recibió toda su atención. Las comidas diarias, en su mayoría, eran dedicadas a hablar de sus actividades diarias. Mi padre dijo alguna vez que por lo menos salí “bonita”. Según sus palabras, eso me sería de ayuda para conseguir un marido que pudiera mantenerme. En realidad, me esforcé en alcanzar a mi hermana, en parecerme un poco a ella, pero fracasé. Tenía demasiada luz como para opacarla, y la sigue teniendo. Así, terminé cumpliendo las penosas expectativas que mi padre tenía de mí. Las cosas se pusieron peor cuando hasta mis propios amigos resaltaban los éxitos de mi hermana. "¡Alisha es tan inteligente y talentosa!" solían decirme. Por supuesto, mi hermana disfrutaba de los halagos. Pienso que nunca le importó cómo me sentía yo. El no estar a su nivel me convirtió en su sombra. Los momentos en los que nuestros padres la nombraban como la "hija exitosa" me lastimaban, pero nunca lo externé. Mientras crecíamos, la competitividad empeoró. Vinieron los pretendientes. Los míos siempre eran juzgados, los de Alisha no tuvieron ninguna objeción, hasta que llegó Benjamín. Él fue una de las pocas personas que vi que hizo reír a mi padre y sonrojó a mi madre con sus atinados halagos. Era tan encantador, tan listo para hacerse notar de manera natural, por eso quedé enamorada tan rápido. Por eso no acepté el contrato prematrimonial que mi familia propuso, por eso dejé que me heredaran la casa y las acciones después de casarme. Creí que sería para siempre. Tener un esposo como Benjamín era la única cosa en la que le ganaba a mi perfecta hermana, pero también en eso fracasé. Él lo echó todo a perder. Lo aborrezco tanto. Lo peor del caso es que yo misma lo llevé a encamarse con una desconocida. ¿Por qué me sale todo mal? ¿Por qué, haga lo que haga, termino derrotada? La luz tenue de la lámpara de mesa arroja la sombra de lo que soy, o lo que está quedando después de semanas con una vida que ya no reconozco. ¡Basta de pensar! Es hora de dormir, el poco tiempo que me queda. Despierto con una sensación de cansancio inusual. Salgo dispuesta a desayunar y escucho las voces de mis hijas en el recibidor de la casa. Por la intensidad, sospecho que discuten entre ellas. Héctor fue a recogerlas a la casa de sus abuelos paternos como se lo pedimos. Mis suegros son personas amables, pero poco interesadas en fortalecer nuestros lazos. Invitaron a mis hijas a una pijamada con sus primas. Accedí solo porque tenía mis planes. Sé que Benjamín llegó. El carro que usamos está en la cochera. Pasan de las doce y estoy hecha un desastre. Escogí un pijama completo azul oscuro que ya es viejo y no me cepillé el cabello. Oigo que bajan las escaleras. Enseguida trato de disimular los malestares que me atacan. Mis hijas se acercan. Cargan consigo las mochilas de lentejuelas rosas que se llevaron ayer. Valentina luce molesta. Eso solo quiere decir que de verdad peleó con su hermana. —Ya, cálmate —le suplica Victoria a Valentina, usando su tono infantil—. Te pedí disculpas. Eres tan intensa. —Déjame en paz —le responde, mientras sigue caminando con la cara seria. Valentina pasa a mi lado, pero no se detiene a saludarme. La detengo, jalándola del brazo. —Hija, ¿qué pasó? —pregunto preocupada. —Nada. —Luego se va directo a su habitación. Lleva los ojos cristalinos y un semblante decaído. Giro a ver a Victoria. A ella le encanta molestar a su hermana. No sé por qué no termina de entender que es demasiado sensible y fácil de herir. —¿Qué le hiciste? —Me masajeo la frente. Mi hija se mofa. —Le hicimos una bromita y no le gustó. Avanzo hasta donde está, con el dedo índice levantado. —Más te vale que arregles las cosas con tu hermana hoy, o te vas a quedar castigada toda la semana. Confieso que mi tolerancia no es buena en estos momentos, mucho menos con “bromitas”. Seguro se alió con sus primos para molestarla. Victoria solo hace una mueca de hastío y se va a su cuarto. No volteo, pero sé que Benjamín anda cerca. Tiene una presencia que detecto enseguida. Oigo cuchicheos. Son Victoria y él hablando de algo. Espero que esté reprendiéndola, pero lo dudo. Suele ser un padre consentidor, demasiado. Finjo que no me importa que ande cerca, pero, para mi mala suerte, el sonido de sus pasos todavía acelera mi ritmo cardiaco. De pronto, percibo tenso el aire. Dentro de mí siento una tormenta a punto de estallar. —¿Tienes un minuto? —me pregunta. Asiento con la cabeza. Vamos a la sala. Dejo que se adelante para crear distancia. Él sí tuvo el cuidado de ponerse presentable. No sabe cuánto me gusta que se peine como lo hace. ¡Tengo que dejar de interesarme en esos detalles! Solo me haré daño. Benjamín se sienta en el borde del sofá con una expresión que oscila entre la confusión y la incomodidad. Yo permanezco de pie frente a él. —¿Cómo te fue? —me adelanto a cuestionarlo. Tengo que aclararme si de verdad quiero saber o solo le pregunto para molestarlo. —Bien —dice, aunque no me encara. Fija su vista en la mesa de cristal que tenemos en medio de la sala. —¿Bien a secas? Él se mofa, incrédulo. —¿Quieres que te cuente detalles? Me encojo de hombros un instante. —Sí, no me importa. —Tomo asiento a su lado y lo observo directo—. ¿Lo disfrutaste? Benjamín entrecierra los ojos. —¿Tú sí? —Mucho. —Sonrío. Sé que es falsa, pero hago uso de mi control para mostrarme sincera—. Estuvo riquísimo. ¡Ahí está lo que busco! El dolor en el semblante de mi esposo es más placentero que mi noche de intercambio. —Supongo que ese era el objetivo, ¿no? —suena cortante. —Pues sí. A ver cuándo vamos a otra. —Me muerdo el labio inferior—. Quiero probar a todos los demás. —«Menos a Darío y a Sergio», pienso para mí. Pero ¿sigo segura de esa decisión? Es la fugaz sonrisa de él lo que enciende mi coraje. —Si eso te encanta, metérsela a otras —alzo la voz al reclamarle. —Solo te acompañé porque fue tu condición. Me levanto sin planearlo. Estoy a punto de estallar. —¡Pero si bien que te lo gozaste! Benjamín también se levanta. Da media vuelta y luego regresa a verme. —Eres tú quien quiso ir, aguántate. No soporto su cinismo. Nace en mí un odio violento. Me doy cuenta de que es tiempo de retirarme. Se supone que la que está jugando soy yo. Antes, me adelanto hacia él. —Y seguiremos yendo las veces que se me antojen. —Si eso quieres, Maya. —Esta vez no evita que estemos cara a cara—. Sabes que se hace lo que digas. Siempre es así. «Ya se cansará, tiene que hartarse», me convenzo. Después lo dejo ahí, solo, como merece estar. Ni siquiera le doy oportunidad de decirme lo que planeaba. Dudo que sea algo importante. A Ceci le urge que le dé una descripción detallada de mi intercambio. Por lo poco que platicamos por mensajes, me cuenta que esta vez sí consumó el suyo. No estoy segura de decirle que tuve una muy, pero muy corta experiencia. Sé reirá de mí y hará chistes sin cansancio. Nos citamos el lunes en el gimnasio, justo después de que deje a mis hijas en la escuela. Es tan temprano que me pesa ir, pero el chisme es más fuerte que mi pereza. Llego antes que mi amiga y decido meterme. A esa hora sé que están allí todos los miembros que tienen trabajo después o es gente que le gusta madrugar. El lugar luce como si fuera medio día por la cantidad de aparatos en uso. Llevo puesto un conjunto deportivo nuevo. Es n***o con líneas anaranjadas, de short y top, ambos bien ajustados. Ese estilo de conjuntos enfadaba a Benjamín y por eso optaba por pantalones y blusa, pero no más. Se acabó el darle por su lado. Por supuesto que me encargué de que me viera antes de que se saliera a trabajar. Lo cierto es que me agrada volver a tener esas libertades. Acomodo mi toalla en el hombro y le doy un trago a la botella de agua. Debo prepararme para la rutina que seguro Cecilia me convencerá de hacer. Como ella no llega, me adelanto hacia las corredoras. Mientras avanzo, siento algunas miradas discretas sobre mí. Me complace saber que todavía llamo la atención de los caballeros, y quizá de alguna que otra dama. No me molesta en absoluto. En la distancia reconozco a alguien con quien no imaginé toparme. Enfoco la vista mientras avanzo. Espero estar equivocada, pero no. Esos rizos y esa boca sonriente son inconfundibles. Sergio Ferrero está en la máquina de poleas. Lleva sus audífonos puestos y tiene la vista fija en otra señorita que usa unas mancuernas. «¿Y este baboso qué hace aquí?», murmuro irritada. Me pregunto si esos coqueteos también se los deja pasar Mabel. Ya no tengo forma de desviarme, me encuentro en el camino que va a las corredoras. Tampoco pretendo que el tipo se sienta tan importante como para hacerme ir por otro rumbo. Él todavía no me ve. Espero que siga así cuando pase a su lado. Falta poco para que estemos próximos. «Que no voltee, que no voltee», suplico en mis adentros. El corazón se me acelera. ¿Por qué? Solo es un conocido con el que no empatizo y ya. Estoy a punto de alegrarme por haber pasado desapercibida para él, pero un chiflido me hace girar enseguida. Descubro que fue Sergio. De nuevo tiene esa cara divertida y exasperante. No tengo ganas de formalidades. Si busca atosigarme, es mejor que lo confronte de una vez. Regreso unos pasos. Nada de dejarse intimidar. Él sigue haciendo su ejercicio. Antes de que me salude, intervengo: —¿Estás intentando coincidir conmigo? —Sé que sueno demasiado directa, pero con personas como él no hay que ser sutiles. Como era de esperarse, Sergio suelta una risita y deja a un lado el cable de la polea. ¿Por qué todo le da gracia? Viene hacia mí. Se nota que no tiene interés en respetar espacios personales. Que sus brazos tonificados brillen me distrae un momento. —Estás reconfundida —lo dice con una voz que, aunque quiera negarlo, me eriza la piel—. A mí vos no me gustas. Resoplo en cuanto Sergio deja de hablar. —Ah, no. —Tengo que mantenerme firme, por eso, me atrevo a dar un paso más—. Si no te gusto, ¿qué fue lo de la otra vez, en tu reunión? El contacto que tenemos me lleva a preguntarme qué esconderán esos pantalones cortos negros. «¡Enfócate, Maya!», me reprendo. Esos pensamientos no están permitidos. —En el swinging se hace de todo, hasta antojar boludas aburridas como vos. «Pero ¡cómo se atreve!». Tengo ganas de darle una patada en los huevos. Con solo mover la rodilla cumpliría ese sueño. —Ni siquiera te me antojas. Con la yema de sus dedos recorre mi mentón y llega a mis labios. La tensión está presente. Es difícil de ignorar. El calor de su toque enciende una idea que sepulto de inmediato. —¿Segura? Gruño bajito. —Me fastidia verte, así que te me vas mudando de gimnasio. —Trueno los dedos. Sergio se ríe otra vez, más contenido, pero su burla es igual de irritante. Gracias a eso salgo del estupor en el que entré sin desearlo. —¿Eres la dueña? —No, pero... —pronto caigo en la cuenta de que no tengo argumentos para convencerlo de hacer una cosa así. Ellos tienen aparatos de ejercicio en su casa, no tiene ni por qué estar allí. Sergio me sostiene la barbilla y luego acerca sus labios. Debería alejarme, sería lo más adecuado, pero no sé por qué me quedo quieta. —Entonces, soporta, nena —dice antes de retroceder. La voz que resuena es la de Cecilia. Viene hacia nosotros. —¡Sergio, qué gusto! —Va directo a abrazarlo—. Me alegra que te hayas convencido de venir. «¿Desde cuándo son tan amiguitos?», necesito saber. —Como le decía a Mayita —le responde él—. Este gym que me recomendaste está bueno. ¡Por supuesto! Tenía que ser Cecilia. —Es el mejor de la zona —le cuenta Ceci entusiasmada. A ella le fascina que los demás hagan caso a sus recomendaciones—. Por eso la anualidad es tan costosa —eso lo dice susurrante—. Lo vale. Los instructores están bien calificados, les dan buen mantenimiento a los aparatos y tienen variados. —Sí, me gusta. —Sergio le da un vistazo al lugar—. Solo tengo la duda de si dejan entrar a cualquiera que pague la membresía. —Su mirada se posa sobre mí por un breve instante—. Prefiero los lugares donde se reservan el derecho de admisión. —Ahí si no cumple tus expectativas —intervengo—. Con que tengas los billetes, dejan entrar hasta a extranjeros mamones. Ceci sabe de sobra que es un comentario hostil. Me lo confirman sus ojos bien abiertos que me juzgan. —Amiga —ríe nerviosa—, qué buena broma. —Posa su mano sobre mi espalda, eso indica que quiere que nos vayamos—. Bueno, nos vemos después. A Maya ya le hace falta ejercitarse. Sergio levanta la mano. —Suerte a las dos. —Después retoma su ejercicio. Mi amiga es la primera en girarse. Lleva puestos unos leggins color azul claro. Se le ven muy bien. Me percato de que nuestro conocido mira sin reparo el trasero de Ceci. «¿Mirará también el mío cuando me voltee?», pasa por mi mente. Eso no tiene que importarme en absoluto. Sigo mi camino. Debo dejar de hacerme preguntas en torno al esposo de Mabel. Llegamos al área de las caminadoras. Ceci me aprieta el brazo. —¿Qué fue eso? —dice en tono de reclamo. —Perdóname, pero es que ese tipo es tan… —se atoran en mi boca varios insultos que le calzan. Mi amiga tiene la vista puesta sobre mí. Creo que de verdad la impresionó la reacción que tuve. —No me habías contado que te caía mal. Libero un soplido. —Lo peor de todo es que me lo encuentro hasta en el gimnasio. —No debería recriminarle, pero la frase sale acusadora. —No soy adivina. Me hubieras avisado. Además, estaría bien que le dieras otra oportunidad, así como me insistes con Mabel. A mí me parece relajado. Cambió mucho desde la última vez que lo vi. Ya no es tan… cerrado. —Cambió o ni lo conocimos. Ni salía cuando visitaba a Mabel. Por más que me esfuerzo, no tengo un recuerdo completo de Sergio. Fue poca la convivencia y él se alejaba de las amistades de su mujer. Desde ahí lo taché de soso. Quizá por eso mi mente no guardó nada sobre él. —Juraría que no estaba así de guapo. Prefiero a los colágenos, pero a un madurito así no le digo que no. —De guapo nada. Es normalito. Ceci resiste una risa. —Sí tú lo dices… —Me soba la espalda—. Ya dejemos a Sergio. Mejor cuéntame, ¿cómo te fue? —Extiende una sonrisa pícara. Hay gente a nuestro alrededor. Es mejor hablar con cuidado. —Más o menos —lo digo vacilante. Pero mi amiga es lista, sabe reconocer cuando las cosas me salen mal. —¿Qué tan chiquita la tiene? ¡Debí advertir que se daría cuenta! Ya no me puedo zafar o creerá que le escondo otra cosa. —Como plátano dominico. —Ay, pobre de ti. Qué mal. Manuelín es un hombre atento, no pienso despotricar en su contra por su “problemita”. —¿Y a ti? ¿Darío no se puso loco esta vez? —No te voy a negar que primero me sentí insegura, pero me tocó con uno que sabe usar la lengua. —Pone por un instante los ojos en blanco—. ¡Uf! Casi le doy un diez si no fuera porque grita cuando se viene. Por lo demás, me desquité que la primera vez tuve que irme con las ganas. —¿Y Darío? ¿No te dieron celos? La pregunta la hago porque necesito saber si experimentó lo mismo que yo con Benjamín. Ella se queda pensativa un par de segundos. —Un poco, pero… es un juego. «Un juego», repito en la mente. —¿Vas a ir a la reunión que sigue? —me pregunta—. Tu querido amigo ya la está organizando. Dice que habrá más parejas y singles. Un trío no estaría mal. —Levanta el dedo—. Pero de hombres, yo a las chicas las veo de lejitos. Le doy un codazo suave. Eso sí me tomó desprevenida. No sé si podría con dos… ¿o sí? —¡Mírate!, la diosa del sexo reencarnada. —Mi mano dibuja en el aire su silueta. —Hay que gozar, amiga. Tenemos permiso. —Suspira—. Ya vi a varios que se ven sabrosos. Para la que sigue le voy a decir a Sergio que sea libre elección. No vaya a tocarme el platanito. —Tapa su boca mientras ríe—. ¿Tú ya hiciste tu lista? De los participantes de esa noche tengo apuntados a los dos que llamaron mi atención, solo no estoy convencida de si agregar un tercero. —Sí, sí. Ya la tengo aquí. —Me apunto la frente. Giro un poco la cabeza. Sergio Ferrero sigue en la polea. Destila androstenona[1]. Sufro un estremecimiento cuando baja el cable de la máquina. Aborrezco sentir ganas de seguirlo inspeccionando. Es mejor empeñarme en la corredora. Debo mantenerme firme en la promesa de no esposos de mis amigas. ************* [1] La androstenona es una feromona masculina que funciona como atrayente s****l, que aumenta la lívido de las mujeres y, al mismo tiempo, hace que los hombres sean más atractivos.
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