Capítulo 16 – Aliada

1795 Words
Me encuentro sobre la cama. Observo la luz blanca en el techo que Sergio acaba de prender. Mi cabello cae suelto y mojado sobre los hombros. Seguro tengo el maquillaje corrido. Enseguida la desnudez se vuelve una vergüenza. No quiero que note mis imperfecciones. Trato de taparme con la sábana blanca, pero está atorada entre el colchón y la base. La toalla quedó en el suelo y mejor opto por abandonar la idea. De inmediato volteo a ver qué hace Sergio. Por alguna razón, la presencia de ese hombre llena la habitación con una energía irreconocible. Su mirada penetrante se enfoca en mí mientras se quita el suéter café. Me recorre un escalofrío. —¿Los traigo? —pregunta al mismo tiempo que se libera de un zapato. Supuse que era broma, pero, tratándose de él, seguro no lo es. Debe contar con un armario lleno de juguetes sexuales de todo tipo. —¿Tienes? —Tengo muchas cosas. —Camina descalzo hacia la cama y se detiene a mi lado. Lo contemplo. —¿Tenés mushas cosas? —imito el acento argentino. Lo veo entrecerrar los ojos. Luego niego con la cabeza—: No, no, hoy no —confirmo. Más vale no darle la oportunidad o es capaz de insistir hasta tentarme a probar. “Hoy no”, como si estuviera convencida de que se va volver a repetir. ¡Lo dudo! Solo lo busqué para hacer rabiar a Benjamín, ya que lo conseguí, no tenemos que hacerlo otra vez. Sergio se sienta detrás de mí con las piernas cruzadas. —Por poco y te me escapas. —Comienza a masajearme la espalda. Resoplo. —Y tú por poco y te vas con Violeta. —Ni siquiera lo contemplé —responde despreocupado. —¿Por qué no? Es muy bonita… y joven. —Algo con lo que jamás podré competir. De pronto, siento su aliento cerca del oído. —Es bonita, pero no tanto como vos —lo dice bajito. Mi respiración se acelera por sus palabras y la proximidad. —¡Por favor! —me mofo—. Deja de jugarle al seductor, y a lo que vamos. —Trueno los dedos. —No seas tontita, nena —dice, pero suena relajado. Sergio deja el masaje y me sostiene de la cintura. Hace que me recargue sobre él. Así, lame mis hombros y explora mi cuello. Eso envía ondas de calor imposibles de ignorar. ¡Sí!, me enciende más y más con cada roce sobre la piel al descubierto. Se detiene en el lado izquierdo de barbilla. —Qué lindo lunar. —Lo acaricia y luego lo besa. Tengo un pequeño lunar n***o ahí que procuro cubrir con maquillaje. El agua lo ha dejado al descubierto. Estamos a solo unos centímetros de distancia, huelo su perfume y hasta el olor del shampoo que usó. Es agradable, no lo niego. Él aprovecha la oportunidad y atrae mi rostro hacia el suyo. Ya lo esperaba. Nuestros labios se encuentran. El beso que nos damos es apasionado y consume todo a mi alrededor. Dejo de escuchar lo demás, dejo de prestar atención a cualquier otro detalle. Incluso olvido que la luz sigue encendida. De repente, lo siento, su pene erecto espera a ser liberado. Mientras nos besamos casi quitándonos el aliento, una de sus manos roza mi seno y la otra baja por mi vientre, hasta colarse a mi entrepierna. Tengo los pechos un poco pequeños. En alguna charla Mabel comentó que me convendría ponerme implantes, pero yo dije que estaba cómoda así. Ahora pongo en tela de juicio esa afirmación. Sergio debe estar acostumbrado a tocar pechos firmes y duros. El “amasado” que me da deja bien levantados mis pezones. Va de uno a otro. No hay tregua para ninguno. ¡Es tan rico! Sus dedos experimentados saben que la cosa abajo es hacerlo suave, delicado, y también sabe dónde. Detalles que a los otros hombres con los que he estado no les interesan, incluido Benjamín. Él suele ser torpe para dar con el punto indicado. Pero Sergio no, el sí sabe, y sabe muy bien. Reposo la cabeza sobre su hombro. Se me arquea la espalda por el mero placer. ¡Esto sí es real! ¡Estoy extasiada! ¡No quiero que pare! La humedad y sus yemas se compaginan. El empeño que Sergio Ferrero pone en mis zonas erógenas es de aplaudirse. De pronto, los músculos de mi v****a se contraen. ¡Llegué y sin que me la metiera! Son en total cuatro contracciones intensas. Tengo que tomar aire y recostarme. Por suerte, él se percata y para. Luego se pone de pie. Lo veo de reojo. Parece todo un campeón. Sospecho que va a quitarse la ropa porque antes ni siquiera se despojó de la camisa. Por el contrario, se queda parado y permanece a un lado de la cama. Luce pensativo. Espero que no recuerde lo de los látigos. A mí esas cosas no se me dan. Mientras, yo inhalo y exhalo, extasiada. Mis piernas se mantienen abiertas con las rodillas flexionadas. Por la mueca diablesca que Sergio hace, presiento que trama algo. Sin avisar, se sube a la cama y se inclina. Sus labios van a dar a mi ombligo. Con su lengua corriendo lento se abre camino hasta la vulva. La tengo empapada. Lo siento incluso en las sábanas. Suelto un leve gemido de sorpresa y placer cuando llega el calor de sus labios. La punta de su lengua va a dar a mi clítoris. Delicado, lo lame, lo succiona; alterna entre ambas acciones. El ritmo es suave. Nada de mordiscos ni una aspiración brutal. Me suelto a gemir cada vez más fuerte. Imagino que Benjamín está en la habitación continua, escuchando cual espía en la pared. Es gratificante proyectar en mi mente el mismo coraje que yo sentí ya más de una vez. Que me escuche gozar es lo menos que se merece. Desde mi posición, veo los rizos de Sergio bajar y subir, ondeando cual calmantes olas de mar. Es dedicado de verdad y ¡qué delicioso lo hace! Sus manos se apoderan de mis pechos. Pellizca los pezones, hace pequeños círculos encima con la palma, los apretuja sin ser violento. Se mantiene así por rato. Es imposible que no me ponga a gemir con grititos. No estoy fingiendo nada. Para darle todavía más emoción, mete a mi v****a primero un dedo, luego dos. Entra y sale, entra y sale. Aun así, no deja de pasar su lengua. ¡Es tanto el placer que ya percibo el inicio del fin! Voy a venirme en su cara si no lo freno. Él se da cuenta, es experto en el tema, y en lugar de detenerse y hacerse a un lado, aumenta la velocidad de las lamidas. Se me nubla la vista cuando estallo en un inmenso orgasmo. Ni siquiera cuento las contracciones. Se me estremece todo. Sergio degusta el fruto de su esfuerzo. Me impresiona su empeño y nula censura. Por fin siento su aliento separándose de mi v****a. Cuando se levanta, sonríe al verme así, derretida en la cama. —Se ve que tienes sed —dice—. Te traeré agua. —Sale veloz y vuelve con una botella de agua. La bebo casi toda y después regreso a acostarme. —Descansaré un momento —le aviso—, ahorita le seguimos. Cierro los ojos. Tengo que recuperar energías. Todavía me falta darle placer. Espero quedar a la altura. Pero… Para mi desgracia, es tanto el agotamiento que me quedo dormida. Profundamente dormida. Despierto horas más tarde. Lo sé porque en la ventana se nota que ya amaneció. Miro a mi lado y descubro a Sergio también dormido. Le doy un beso en la frente porque no sé si se lavó la boca. Él abre los ojos y, cuando cae en la cuenta, se levanta apresurado. —Tengo que irme —dice al mismo tiempo que busca sus zapatos—. Mabel se enoja si no cumplo el horario. —¿Tienen horario? —Saberlo me toma desprevenida. Jamás imaginé una cosa así. —Por supuesto —confirma como si fuera obvio. Busco la toalla y trato de detenerlo. —Pero no tuvimos sexo. —Pienso lo contrario. —Se pone veloz el segundo zapato. ¡No, no me puede dejar así! —Faltó… ya sabes —insisto. Antes de abrir la puerta, me planta un beso. —Será para la próxima, flaca. —Sale al pasillo. Lo persigo. —¿Cuándo? —pregunto en la distancia. Sergio levanta el brazo. —Espera el mensaje —dice y se dispone a caminar más rápido. ¡Ni modo! Tendré que ser paciente. Pero de la pasé de lujo, no hay duda. Me dispongo a irme también, pero freno el paso porque descubro que sobre el mueble de madera que está a un lado de la puerta Sergio dejó la tarjeta del juego. La leo por mera curiosidad para saber de qué reto me perdí. Lo que llama mi atención es la pregunta. No es la que Sergio leyó, o, mejor dicho, simuló leer. Ahí dice: “¿Qué es algo que nunca te has atrevido a pedir en la cama?”. —¡Hijo de la chingada! —me quejo en voz alta. Él lo sabe o al menos sospecha. Buscó que confesara frente a los demás que Benjamín fue infiel. El muy atrevido trató de dejarme en evidencia. Eso no lo dejaré pasar por alto. Voy en búsqueda de mi ropa y el bolso; creo que ese se quedó en el sillón. Por suerte, logro encontrar todo. El vestido y las zapatillas siguen en el mismo lugar donde me los quité. Me visto lo más rápido posible para que nadie más me vea desnuda. Es hora de irme. Decido llamar a Héctor y saco el celular. Detrás escucho una voz que dice mi nombre. Es femenina. Volteo de inmediato. —Julia, ¿sigues aquí? —le pregunto asombrada. Supuse que no quedaba nadie. La mujer lleva el cabello enmarañado y la cara somnolienta. Ella bosteza. —Es que se puso buenísimo. Armamos tremenda orgía. —Se acerca y me acaricia el brazo de una forma sugerente—. Lástima que estabas adentro. —Ladea la cabeza, contemplándome—. Te me estás escapando, muñeca. Retrocedo cuidadosa. No quiero ser grosera, solo busco marcar distancia. Ahí me nace una duda y una idea al mismo tiempo. —¿Por qué no nos tomamos un café uno de estos días? —le ofrezco—. Pásame tu teléfono. Julia acepta enseguida. Apunto el número y me despido. Ella va a contarme con sumo detalle qué es lo que Mabel y Benjamín hicieron anoche.
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