Capítulo 17 – Dispuestas

2122 Words
Cuando llego a casa, Benjamín no se aparece ni cerca de mi recámara. Sé que él no me dirá nada de lo que pasó en la reunión. A diferencia de las otras reuniones, esta vez él se porta distante conmigo. Incluso me atrevo a decir que parece molesto. Si de verdad estuvo en una orgía, me parece hipócrita de su parte que se comporte así. Quizá la intervención histriónica de Sergio Ferrero hirió su orgullo. Después de todo, Sergio es un hombre que podría intimidar a otros caballeros por la confianza que muestra. No hay tiempo que perder. Dos días después le escribo a Julia para invitarla a tomar un café. También invito a Ceci. Ella ya sabe de mis intenciones, además, es muy buena conversando con los demás. Le vendrá bien tener una nueva amiga. Cito a las dos por la tarde en una cafetería de Polanco a la que suelo ir seguido. Ceci ya la conoce. Sirven allí un excelente café, ellos mismos lo cultivan y puedes elegir entre una amplia variedad de granos y modos de preparación. El lugar me fascina. Su ambiente sofisticado está inspirado en la tierra. Los tonos cremas y marrones dan una sensación de hogar acogedora. Busco que Julia se sienta lo más cómoda posible. Soy la primera en llegar, y dos minutos más tarde llega Cecilia. A Julia la esperamos cerca de veinte minutos. Se aparece con unas grandes gafas de sol y tiene pinta de desvelada. —Creí que no vendrías —le digo, después de saludarnos de beso en la mejilla. —Por ningún motivo faltaría, guapa. Lo que pasa es que ayer tuvimos una party que se prolongó. Vaya, por lo visto esta mujer lo único que conoce es andar de fiesta. Ceci gira a verme y sé que está interesada en saber por qué Julia me habla con esa confianza. Después le contaré que por poco y hacemos un cuarteto con ella y su novio. Cada una pide una taza de café. Yo ordeno varias tartas para compartir. Primero hablamos poco, pero conforme avanza la tarde, Julia se va soltando. Nos cuenta sobre sus amoríos que, narra orgullosa, han sido muchos. También compartimos historias graciosas. Cecilia es la experta en eso. A ella le gusta hacer reír a los demás, y lo hace bien. Después de más de dos horas de conversación, Julia propone continuarla en un departamento que tiene solo para ella. —Hay un montón de alcohol allí —dice entusiasmada—. Y una cama grande. —Sonríe pícara. Lo medito un instante. Ir a un departamento las tres solas suena arriesgado, más por los intereses de Julia. Al final, decido que será para otra ocasión… quizá. —Si quieren tomar unos drinks —intervengo animada—, aquí adelante hay una terraza trendy que nos encanta, ¿verdad, amiga? —me dirijo a Ceci. Ella confirma efusiva e invita a Julia a ir. Creo que el café fue demasiado formal para llevar a cabo mis planes. No hay mucha distancia entre ambos establecimientos, pero cada una llevó su automóvil, así que tenemos que moverlos también. Una vez allí, le pedimos al mesero un lugar privado en la parte de arriba. Le doy una propina previa para que sea generoso. El muchacho nos lleva hasta una mesa alejada de las demás y pone un biombo de madera a un costado. A pesar de ser miércoles, observo que hay gente bebiendo y disfrutando de la noche. Pero como es un restaurante bar, la música es moderada. Sin preguntarles a las chicas, pido una ronda de cosmopolitan. —Yo invito —les aviso sonriente. Ceci me hace una mueca de reclamo discreta porque a ella el vodka la pone mal. Eso mismo espero que pase con Julia: que se ponga tan ebria y así me dé hasta el mínimo detalle de la orgía que dice que hicieron. Para la tercera ronda, Ceci ya se ríe con cualquier cosa mínimamente graciosa. Julia parece más lúcida, aunque poco a poco voy entrando al tema de cómo se inició en el swinging. Cae redondita. Se nota que le gusta hablar de eso por la amplia sonrisa que dibuja. —Antes era monógama —nos platica—. Sí, estuve con varios hombres, pero eran uno a la vez. Fue Axel el que me propuso abrir la mente —dice sin tapujos—. Desde que comenzamos a andar me convenció de tener una relación abierta. Ya saben, sin ataduras respecto al sexo. Una cosa fue a la otra. —Suspira—. Ya vamos a cumplir un año como swingers y no me arrepiento. —Alarga el brazo y acaricia mi mentón—. Llegas a conocerte a ti misma de formas que desconocías. Me inclino despacio hacia atrás. —Ya un año —comento—. Y se ven tan enamorados. —Lo estamos. Creo que es el amor de mi vida —parece convencida al confirmarlo—. Compartimos todo y, lo mejor, es que es sin mentiras. —Hasta se comparten en orgías —añade Cecilia. Aunque mareada, tiene presente lo que pretendo. —Ah, sí. —Abre más los ojos—. Estuvo buenísima. ¡Julia se encuentra justo donde quiero! No pienso perder la oportunidad. —Me da curiosidad, ¿cómo pasaron a eso esa noche? —le pregunto, tratando de sonar casual. Ella se queda pensativa mientras le da vueltas a su copa. Está más afectada por el alcohol de lo que aparenta. —Ah, pues —se pausa un segundo—, a Emma le tocó el reto de ponerse crema batida en una parte de su cuerpo. Ella se quitó toda la ropa y se embarró crema en las tetas. Facundo se dio un festín con esas dos —refiriéndose a los senos de Emma, y lo dice como si se le antojaran—. Algunos ya estábamos bien calientes y Mabel nos mostró que se sabía desvestir con una sola mano. Sí que es rápida. Luego yo me quité la blusa. ¡Con que por eso Mabel llevaba puesta esa ropa! Al parecer le gusta ser el centro de atención. —Me desabroché el brasier y les dije a los demás —prosigue Julia—: “quien esté de acuerdo, fuera ropa”. La verdad me moría de ganas de coger. Axel me siguió la corriente, se paró del sillón y se bajó los jeans. Otros hombres se quitaron las camisas. Yo ya iba con la tanga. Con eso la mayoría ni lo pensó, y de un momento a otro ya estábamos sin nada. Solo Violeta no se movía y estaba muy sonrojada. —Suelta una risita—. Ah, pero a mí no me hizo pendeja, sé de muy buena fuente que ella es bastante putita, solo le faltaba un empujón. Así que me le acerqué, tomé sus brazos, los puse alrededor de mi cintura, y le di un beso. Ella lo contestó y, sin pedirme permiso, me agarró las nalgas. ¡Tiene unas manos tan suaves! —Suspira. Escuchar el nombre de Violeta me incomodó. Es la mujer que casi me roba mi intercambio. —Tan santita que parecía —añado. —¡Para nada! Hasta dejó que mi amorcito le quitara el vestido. Tremendos besos que nos dimos. Tiene un lindo cuerpo, eso sí. En ese momento, el mesero llegó a recoger las copas. ¡Tenía que ser impertinente! Tuve que hacerle una seña a Julia para que se callara. —Y luego, ¿qué pasó? —le pregunta Ceci, interesada en seguir escuchándola una vez que volvimos a estar solas. —Pues algunos hombres se empezaron a pajear. Billy nos dijo a las dos: “Pónganse en cuatro, perritas, que hoy les toca”. Ya he estado con él y la tiene bien gruesa. No lo iba a dejar ir. Violeta y yo obedecimos. Otros tres se le acercaron a ella. Néstor puso su v***a frente a mi boca. Se la empecé a mamar mientras Billy me la metía. Con una mano se la sobaba a Joan. A Violeta la tenían Paulo y Bruno, se turnaron para cogérsela y ella gritaba de placer. —Vuelve a reír bajito—. Se movía como muñequita de baterías. Ceci y yo nos miramos discretas. Todavía no reconocemos a los miembros del club y, en mi caso, me es imposible ubicar a todos por nombre. Eso no importa, lo que busco es que nombre solo a uno. Julia seguía con el ánimo al tope: —A Andrea la tenían a gatas en el sofá. Creo que era Facundo. Gabriela y Mía se comían entre ellas. Saraí tenía las piernas sobre los hombros de Paulo. Con cada metida ella gemía tan rico. Hasta para eso es fina. —Deja salir otro suspiro—. Yo estaba tan excitada que quería más. Jalé a Joan, lo acosté en el sofá y me monté en él. Le di unos cuantos sentones. Después me acomodé, separé mis nalgas y le dije a Billy: “Métemela”. Quería tener dos dentro. El muy imbécil me la metió de golpe. Por poco y lo pateo, pero pronto se me pasó el dolor. Ángela se acomodó como pudo y me chupó las tetas. A ella se la cogía Mark. ¡Uf! Me fue de maravilla. Podía verlos a todos. Estábamos disfrutándolo tanto. Quedé anonadada, tal vez por lo explícita que fue o por lo que despertaba en mí imaginar ese festín de fluidos, sudor y gemidos. —¿Y Mabel? —se me sale la interrogante, ya que no fue mencionada. Julia lo piensa. —No me acuerdo… —Entrecierra los ojos—. Creo que estaba con alguien… —¿Crees o estás segura? —insisto—. ¿Era Benjamín? Siento en la pantorrilla una patada un poco fuerte del lado de Cecilia. Supongo que soné desesperada. —¿Tu esposo? —Julia luce confusa—. No. Él se retiró después de que te fuiste con Sergio. Ni siquiera dijo adiós. ¿A poco no te contó? —Sí, sí. —Trato de lucir relajada, pero es complicado—. Se me estaba pasando. —Bebo de mi copa. Por dentro me siento complacida de saber que Benjamín se molestó tanto que prefirió perderse el intercambio. —Por cierto, ¿a ti cómo te fue? —pregunta Julia. Por poco y dejo salir un poco de bebida. —Bien, muy bien —respondo de inmediato—. Pero supongo que ya conoces los trabajos que hace. —No he tenido ese placer. —Se inclina hacia mí—. ¿Cómo la tiene? Me sorprende su comentario. Supuse que Sergio ya había tenido sexo con todas las mujeres del club. «¿Qué respondo si ni se la vi?», pienso decepcionada. De ninguna manera les confesaré la verdad, ni siquiera a Ceci. —La tiene… normal —digo sin dar más detalles. —¿Normal? —Julia levanta una ceja. Debo evitar que se dé cuenta de que solo tuve un encuentro a medias. —Lo mejor fue su lengua. —Sonrío—. Hace un buen trabajo con ella —eso sale con una seguridad auténtica. ¡Sí que los hace! Ella gruñe bajito, divertida. —¡Delicioso! Debió pasarla de lujo allá abajo. —Se queda observándome un instante en el que se muerde el labio inferior. Después gira a ver a Cecilia—. No sé ustedes, pero ya me calenté. —Yo también. —Ceci le da un golpecito torpe en la espalda a Julia—. ¡Por tu culpa! Somos tres mujeres enfiestadas y dispuestas. Pienso en una solución. —Se me ocurre que le pidamos al señor Ferrero que nos arme algo. Él tiene contactos —propongo. Ceci se queda pensativa. —Suena bien —acepta Julia enseguida—. Yo pongo el depa. ¿Le entras? —cuestiona a Cecilia. Ella demora un par de segundos más. —Darío sigue fuera. —Parece tomar decisiones, a pesar de estar bajo los efectos del alcohol—. ¿Por qué no? Julia celebra apretando ambos puños. De inmediato le envío un mensaje a Sergio: “Somos tres chicas ardientes. ¿Te unes?”. Lo veo en línea y responde rápido: “¿Quiénes son?” “Julia, Cecilia y yo”, le informo. Veo como escribe y escribe, hasta que pone: “¿Dónde están?”. Le escribo el nombre y la dirección del bar. Él finaliza con un “Voy para allá”. Ya siento la emoción corriendo por todo mi ser. Esta vez busco concluir lo que quedó pendiente.
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