Me arrepiento de haber venido de pantalón de corte recto gris con una blusa de seda blanca algo holgada. Hasta los zapatos son unos serios mocasines cómodos. Parezco oficinista.
Sucede que no me pasó por la cabeza llegar a esto.
Julia y Ceci sin duda sobresalen más que yo.
Ceci trae puesto un vestido midi rosa pastel de tirantes con unos bonitos tacones del mismo tono.
Julia optó por una falda plisada metálica combinada con una blusa azul claro. De los altos tacones ya ni hablamos. Los controla perfecto.
Siento que somos las dos chicas sensuales y su tía solterona.
Sergio demorará en llegar por la distancia y el tráfico.
En ese tiempo nos encargamos de pedir una última ronda de bebidas, aunque no deberíamos seguirle.
—Yo nada más voy a ver, ¡eh! —advierte Cecilia. Alarga las palabras de más y se le enreda la lengua—. Dicen que por ver no se paga, o no pasa nada.
Reímos con ella. En serio se ha puesto nerviosa.
Cincuenta minutos después recibo un mensaje de Sergio avisándome que ya llegó.
Siento que por un breve instante me falta el aire.
—Vámonos —dice Julia, y quita su bolsa del perchero.
Estoy tan mareada que, al ponerme de pie, tambaleo.
Si mis padres me vieran, se avergonzarían de mí, y seguro me llevaría una larga reprimenda de mi padre de por qué no debemos mostrarnos en público con unas copas de más, menos siendo mujeres. Para él, esas cosas son indignas. ¿Qué pensaría si se enterara del swinging? Es algo que no quiero saber.
Las tres salimos apoyándonos entre nosotras.
Antes, le dejamos el veinte porciento de propina al mesero por las molestias.
Allí confirmo que la más afectada es Cecilia. Se recarga tanto en mí que por poco y nos caemos, aunque las burlas estridentes no faltan.
El carro que Sergio escogió traer es su Toyota SW4 Diamond blanca.
La veo estacionada un poco más atrás de la puerta principal.
En cuanto nos ve, se baja y nos alcanza.
Una a una nos ayuda a subir atrás.
Yo quedo en medio.
Estamos muy cómodas por el espacio que hay.
—¿Quién es la conductora designada? —nos pregunta.
—Ninguna —responde Julia, sonriente.
Ella es la que está próxima a él.
—Las tres traemos carro —le informo.
—¿Las tres? —Resopla y se soba la frente—. ¿Cómo pensaban volver a sus casas?
—Tenemos chófer, bobo. ¡Dah! —dice Ceci con una voz más alta de lo normal—. Mejor hubieras llamado a mi Héctor —se dirige a mí, pero sin bajar el tono
Enseguida le doy un codazo.
—Cállate, babosa —susurro, reprendiéndola.
A nuestra nueva compañera de farra no la conocemos tanto como para que se entere de esos “detalles”.
—Yo no tengo chófer —añade Julia—. Tenía uno: don Fer. Pero lo despedí porque era un chismoso. Todo le decía a mi daddy. Hasta le contó de la vez que olvidé un condón usado atrás…
Julia se suelta a hablar sobre sus intimidades. Es obvio que busca provocar a Sergio.
Mientras, yo lo inspecciono, allí, de pie y con los brazos recargados en la capota del automóvil. Quizá mi estado causa que lo vea tan atractivo, pero lo es.
Viene a mí el recuerdo de sus dotes. Deseo volver a experimentarlo.
—Ahora vuelvo —dice Sergio—. Ninguna se salga. —Cierra la puerta.
Escuchamos el seguro. Giro y veo que le da indicaciones al valet parking.
Después regresa. Nos avisa que pagó para que nuestros coches se quedaran resguardados hasta mañana.
—Un lindo —dice Julia, suspirando.
Sergio arranca el coche. En la calle todavía hay gente caminando, aunque ha anochecido.
Enseguida empiezo a imaginar un cuarteto, si es que así se dice, con él. ¡Pero que ni se le ocurra a Julia que va a ser la primera!
Siento el brazo de Ceci, jalándome.
—Yo nada más voy a ver —vuelve a decirme al oído.
Asiento. Es mejor darle por su lado.
—Tuve un novio rioplatense hace como siete años —comienza a contar Julia—. En verdad era ardiente. Cuando quería coger decía: “amor, vamo a garchar, vamo a ponerla”. Todo con él era garchar aquí, garchar allá. Donde se pudiera, nos dejábamos llevar por la pasión.
—Yo garcho, tú garchas, él garcha, vosotras garchamos —añade Ceci.
Las tres dejamos salir una fuerte carcajada.
Me inclino hacia adelante y alcanzo el brazo de Sergio. Es mi momento de atrapar su interés.
—Entonces, ¿garchamos o te doy miedo?
—Si dices que sí, te chupo la pija mientras manejas —agrega Julia.
Esta competencia comienza a incomodarme.
Él sigue serio.
—Ustedes pueden “garchar”, pero no conmigo —dice. No hay vacilación en su respuesta.
Julia se echa para atrás y cruza los brazos.
—¡Buh! ¡Aburrido! ¿No que muy open mite? —se burla.
Sergio mueve la cabeza de lado a lado.
—A cada una les envíe las reglas, aseguraron que las leyeron. No se tienen relaciones fuera de las reuniones y sin el consentimiento de sus parejas. ¿Ellos saben? —refiriéndose a nuestras parejas.
—Tengo una relación abierta, así que no hay problema —responde Julia. Tiene la mano alzada.
—Yo les avisé que nada más voy a ver y ya —Cecilia añade enseguida.
Las dos giran a verme. Esperan mi excusa.
«¿La necesito?», me pregunto.
—Yo sí quería estar contigo —aseguro, por que sí, es lo que quería, y sigo queriendo.
Por el retrovisor noto que Sergio se ha quedado impresionado.
Al parecer nos vamos despidiendo del cuarteto, trío o dúo.
—Si no vamos a eso, ¿a dónde nos llevas? —quiere saber Ceci.
En ese momento recuerdo que no le dimos la dirección del departamento de Julia.
No demoramos ni diez minutos en llegar a Las Lomas.
Me agacho por inercia. La casa de mis padres no está cerca de esa calle, pero por si las dudas.
—¿Cómo sabes dónde vivo? —lo cuestiona Julia, impactada.
Sergio levanta unas carpetas que lleva en el asiento de adelante.
—Tengo su información. —Se baja y abre la puerta de atrás donde está Julia—. Vamos. —Le extiende la mano.
Estamos frente a una propiedad que se ubica en la esquina. Es amplia, blanca y con estilo virreinal. No es un tipo de casa en el que una mujer como ella viviría.
—Será para la próxima, muñequitas. —Julia sale y nos lanza un beso en la distancia.
Los dos se van hacia la puerta principal.
Los observo entrar a la casa y avanzar por el patio delantero.
Por alguna razón no quiero perderlos de vista.
Sergio regresa a los pocos minutos.
No lleva la ropa desacomodada, lo sé porque lo inspecciono de pies a cabeza.
Vamos para Santa Fe. El trayecto es de media hora. Hablamos poco. Incluso Ceci se queda dormida un rato.
Reconozco la calle donde está la casa de mi amiga, aunque quedaba más cerca la mía.
Él se estaciona afuera, del otro lado de su entrada, luego se dispone a hacer lo mismo que hizo con Julia, pero Cecilia no le acepta la mano. Sale sola a tropezones.
—Aquí está bien —le dice ella.
—Te acompaño adentro…
—No, no —lo interrumpe—. ¡Aquí! —Apunta severa hacia el suelo—. No te preocupes. Y gracias. Ciao, May. —Mueve su mano hacia mí—. Fue una tarde divertida.
Luego ella va hacia el portón. Sus pasos todavía son torpes. Desde el interphone le pide al vigilante que la deje entrar.
Sergio se queda observando hasta que ella cierra.
Vuelve al carro y arranca.
No será mucho el trayecto, pero bastan esos minutos para ponerme nerviosa. Estamos solos y desde atrás puedo oler su perfume. Ya lo reconozco bien.
Una vez que llegamos cerca de mi casa, él hace lo mismo. Se estaciona, sale y me ofrece la mano. Me siento menos ebria, el paseo sirvió. Aun así, acepto su ayuda. El contacto de su palma es agradable.
Me paro lo más firme posible. Es mi momento de ser clara:
—Te la pasas seduciéndome y luego me rechazas. ¿De qué se trata?
Estamos aquí, bajo la luz de la luna. El deseo fluye, lo siento recorriéndome.
Mis dedos no vacilan y van directo a tocar sus mejillas.
Ni siquiera le pido su permiso. El beso llega como un vendaval, un torbellino que me envuelve por completo.
Es él el que decide separarse con el aliento agitado.
Nuestras frentes quedan pegadas una a la otra.
—Seguí las reglas y tendrás todo lo que quieras de mí —dice bajito.
Solo asiento. Estoy de acuerdo. Si así lo quiere, seguiré las reglas de ser necesario, con tal de disfrutarlo otra vez.
Juntos avanzamos la media cuadra que falta. Voy colgada de su brazo.
Sin que lo advierta, Benjamín sale a recibirme. Seguro nos vio por las cámaras. Me pregunto, ¿qué tanto fue lo que vio? Porque las cámaras tienen un buen alcance. Sé que sí llegan hasta donde se estacionó Sergio.
—Está medio mareada —le avisa Sergio a Benjamín—. Se quedó su auto en el bar, pero estará seguro.
Mi esposo extiende sus brazos.
Voy a ellos solo para evitar una confrontación.
—Gracias —dice Benjamín—. Pásame la cuenta de lo que te debemos.
—No es nada. Buenas noches.
Sergio se retira. Lo observo mientras camina el poco tiempo que me queda de tiempo afuera.
Benjamín me conduce hasta mi recámara.
—Las niñas están bien dormidas —informa, con el fin de que no haga ruido.
Termino acostada en la cama. Aviento los zapatos sin orden. Quiero dormir.
Para mi sorpresa, Benjamín se ve afligido.
—¿Qué tienes? —le pregunto al darme cuenta de que no se va.
—Tal parece, Maya, que encontraste una vida en la que salgo sobrando.
Veloz, me siento sobre la cama.
—¿Qué?
Benjamín se acomoda a mi lado.
—He estado pensando mucho en nuestra relación, en dónde estamos y hacia dónde vamos. Creo que llegó el momento de ser honestos el uno con el otro. Nuestro matrimonio... cambió. Sé que yo tengo la culpa, eso no lo voy a negar. —Toca su pecho—. Pero ya no somos los mismos que éramos cuando nos casamos.
Ladeo la cabeza.
—¿Qué quieres decir?
—Siento que nos hemos distanciado. No sólo en lo físico, también en lo emocional. Hemos intentado arreglar las cosas, pero... ya no sé si hay marcha atrás.
Mi corazón se agita con fuerza. Las lágrimas amenazan con emerger.
—¿Estás... estás hablando de divorcio?
—Es lo mejor para los dos. Ya no podemos seguir fingiendo que todo está bien, cuando sabemos que no lo está.
Me quedo sin aliento. Las lágrimas corren, mientras lucho por comprender lo que Benjamín acaba de decir.
—Necesitamos seguir adelante, cada uno por nuestro propio camino —prosigue él.
El dolor en mi interior es insoportable.
—¡No! ¡No acepto! No habrá divorcio.
—¿Por qué no? Tú ya tienes los ojos puestos en otros… o en otro. Ya no sé. Si lo que temes es que me quede con la empresa, que poco me conoces…
¡Me niego a aceptarlo! Pongo un dedo sobre su boca, luego le acaricio la barbilla. En ese momento, el mundo se me desvanece. ¿Cómo es posible que lo odie tanto cuando no está, y lo ame así de intenso cuando lo tengo de frente?
Sin poder ni querer contenerme, inclino la cabeza y capturo sus labios. Unos labios que se encienden con solo el primer roce.
Me aferro a él. Ahora que veo la ruptura tan cerca, en realidad, no quiero que Benjamín se vaya de mi vida.