Cuando nuestros ojos se encuentran, experimento un recordatorio de cuánto nos amábamos.
Me acerco a él y me dejo envolver entre sus brazos.
Desesperados nos despojamos de la ropa.
Bajo las sábanas, nos fundimos en una íntima unión. Nuestros cuerpos encajan a la perfección, como si estuvieran hechos el uno para el otro.
Con cada suspiro, cada gemido de placer, me hace sentir que el tiempo se detiene y me pierdo en el éxtasis.
En este momento somos uno solo, unidos por el fuerte lazo que nos unió desde que nos conocimos.
Soy suya otra vez, y no me arrepiento de eso.
Apenas va a amanecer y ya me encuentro despierta, acostada en la cama con la mirada perdida.
Tengo a Benjamín a mi lado y sigue dormido.
El silencio me envuelve en su melancolía.
Después de un par de horas de reflexión, llego a una firme decisión. Una decisión que no fue sencilla de tomar, pero sé que es la correcta.
Él se despierta y lo primero que hace es darme un beso, tal como lo hacía en nuestros mejores días.
—Benjamín —comienzo a hablarle segura—. Sé que las cosas han salido mal estos meses.
De pronto, siento su mirada fija sobre mí.
—Pero también creo que todavía nos queremos —continúo.
—Yo te amo —interviene apresurado, asistiendo.
No tiene idea de lo mucho que adoro la cara que hace cuando está asustado.
—¿Vale la pena luchar por nuestro matrimonio? —lo cuestiono. Tengo la necesidad de conocer su opinión.
—Maya... —susurra, su voz suena llena de emoción contenida—. Vale toda la pena.
Lo observo un instante. Me parece que luce tan guapo así, al natural y en su momento más vulnerable.
—Quiero darte una segunda oportunidad… Una de verdad —aclaro. No más intercambios ni fiestas especiales—. Quiero trabajar en nosotros, porque lo que tenemos es especial y único.
Benjamín se inclina hacia mí y me toma ambas manos.
—Gracias, mi amor —murmura conmovido con cierta prisa—. Te prometo que haré todo lo posible para demostrarte que puedo ser el hombre que mereces.
«Ya lo eras», pienso y un pinchazo en el pecho me ataca. No debo dejar que me controle la rabia.
El silencio se prolonga mientras nos estrechamos.
Experimento un destello de esperanza. Aunque el camino hacia la reconciliación sea complicado, estaremos juntos, listos para enfrentar las dificultades que vengan. Lo único importante es tener disposición.
Hoy a la hora de la cena, Benjamín se muestra sonriente y a veces me lanza miraditas.
Las niñas, al darse cuenta, chismorrean emocionadas entre ellas.
Es tan bello verlas contentas.
—Cariño —dice Benjamín, una vez que terminamos y las gemelas se han retirado de la mesa—, prepara las maletas, nos vamos de viaje a Dublín.
Mis ojos se abren más por la impresión.
No recuerdo cuando fue la última vez que él se tomó unos días para dedicárnoslos sin tener que estar pegado a la computadora o al celular.
Necesitamos un viaje solos los dos, lejos de todo.
—¿Y las niñas? —pregunto vacilante. Ir de madre no es lo mismo que ir de esposa.
—Se van a quedar con mis papás. Estarán muy bien con ellos.
Me sonroja escuchar que tiene todo ya planeado.
—¿Por qué a Dublín? —Cualquiera preferiría ir a París o a Dubái. Aunque, ya fuimos a ambos lugares.
—Sé lo mucho que te gusta esa película. —Truena los dedos cerca de su oído—, la que no te aburres de ver, la de la mujer que le quiere proponer matrimonio a su novio en año bisiesto.
—¡Leap Year! —Sonrío. No soy una cinéfila ni amante del séptimo arte independiente. Prefiero las películas clichés de romance que sé que tendrán un bonito final feliz—. Sí, me encanta. —Es una típica trama, pero muero de risa con algunas escenas.
A Benjamín le da risa cuando yo río a carcajadas.
Él se levanta de la silla y se pone detrás de mí. Masajea mis hombros.
—Nueve días solo para ti.
Se me eriza la piel y me levanto enseguida.
—¡Oh, amor! —Doy un brinquito. Revive en mí una chispa que creí haber perdido—. ¡Es una idea maravillosa! ¡Vamos, sí!
Los boletos marcan que la salida es en cuatro días. Todo es apresurado, pero no me detengo a ver detalles negativos.
Le pido a mis hijas que se porten bien.
Ellas aceptan con una actitud que pensé que vería hasta que pasaran la adolescencia.
Benjamín y yo subimos al avión.
Se siente como cuando fuimos de luna de miel. La pasamos de maravilla aquella vez y lo que más deseo es repetirlo.
Durante el viaje voy organizando el itinerario. Será largo, pero no pienso perderme de ninguna locación donde se hicieron tomas de la película.
El vuelo transcurre rápido.
Dublín está bañada por la luz dorada del atardecer cuando llegamos. Las calles son empedradas y su ambiente es tranquilo. Parece que estamos en un sueño en un sitio lleno de historia y belleza.
Después de dejar las maletas en el hotel más cercano al corazón de la ciudad, paseamos por la orilla del río Liffey.
Benjamín sujeta mi mano y vamos caminando hacia un pequeño puente iluminado por la luz de la luna. Solo importamos nosotros.
Al día siguiente visitamos el parque Saint Stephen’s Green y nos detenemos a platicar en el pintoresco puente del gran lago.
Charlar con mi esposo así de despreocupado me recuerda al joven del que me enamoré.
El otro punto de visita del día es el condado de Kildare. Le aviso a mi esposo que esa noche la pasaremos en el Hotel Carton House. Ahí se filmó la escena donde Anna, la protagonista de la película, tiene que decidir entre Declan, un irlandés malhumorado, o Jeremy, su novio cardiólogo que no tiene interés en pedirle matrimonio. El hotel es tan bonito como en la película. Hasta nos tomamos varias fotos en la recepción.
El tercer día vamos al pueblo de Enniskerry. Me emociono tanto cuando nos sentamos en el Café Poppies. Justo frente a ese lugar los protagonistas tienen un romántico momento.
No, no soy Anna. Ella es otro tipo de mujer, una más impulsiva y más intrépida que yo. Pero por este viaje me voy a dar permiso de pretender que la usurpo. Y Benjamín es el amor que voy a buscar pese a los malos tiempos.
En el cuarto día recorremos la costa de Wicklow y disfrutamos de los hermosos paisajes irlandeses. La belleza natural de la que gozan es impresionante.
El quinto lo dedicamos a conocer el Glendalough Park. En la tarde y a orillas del lago Upper Glendalough le cuento a Benjamín la escena donde Anna se emborracha y vomita los zapatos a Declan. Claro que eso no planeo replicarlo, pero vuelvo a reír de solo pensar que los dos actores estuvieron allí.
De pronto, Benjamín se arrodilla. El atardecer lo adorna y le regala de su brillo.
—Te prometo que haré todo lo que esté a mi alcance para reparar el daño que causé. Te amo, Maya. Eres lo más importante en mi vida y no puedo imaginar un futuro sin ti.
—Te amo también —digo sincera—. Iremos paso a paso, ¿está bien?
Una sonrisa preciosa ilumina el rostro de mi esposo. Se pone de pie y me envuelve entre sus brazos. En ese momento, se abre más la puerta hacia un nuevo comienzo para nosotros, donde el perdón y el amor se entrelazan en un vínculo que tenemos que hacer cada vez más fuerte.
Muero por ir al condado de Laois, ahí, en lo alto de una colina, están las ruinas de Rock of Dunamase. Son los restos del castillo donde Anna y Declan tienen una conversación romántica y graciosa. Subo entusiasmada la colina. Espero no caerme rodando como Anna, que terminó llena de lodo y con tremendo porrazo. Por eso, mejor usé tenis.
En la zona más alta de las ruinas admiro lo que hay frente a mis ojos y a quien tengo a mi lado. No puedo estar más en paz. Los campos verdes circundantes y el viento que me despeina y me regala su interesante aroma son preciados obsequios para la memoria.
¡Sí, sé que decidí bien!
Por eso, cuando llega la señal a mi teléfono y recibo un mensaje de Sergio, es una invitación a otra reunión, ni siquiera lo pienso y le respondo, de manera educada, que esas reuniones terminaron para mí, y le agradezco sus atenciones. Supuse que sufriría al decirle adiós a la posibilidad de tener intimidad con el argentino, pero no fue así. Él solo fue un deseo carnal y nada más.
Para el séptimo día buscamos la manera de ir a la isla de Inishmore, donde está el fuerte de Dún Aonghasa.
Cuando llegamos brinco entusiasmada. Hasta escojo usar un vestido azul como el que Anna usó en la escena final; esa inolvidable pedida de mano.
Benjamín se encarga de hallar el punto donde se llevó a cabo. Da un poco de miedo por lo alto, pero conseguimos llegar.
A nuestro alrededor, el silencio solo es interrumpido por el suave canto del viento.
Respiro profundo. Esta serenidad reconforta.
Sin duda, Irlanda fue la elección perfecta para nuestro viaje: un refugio lejos del bullicio de la ciudad, donde reconectar y sanar las heridas.
Benjamín se pone frente a mí y me sostiene de la cintura.
—Mi vida —dice cariñoso—, hemos pasado por tanto. Creí que no tendríamos remedio, pero he recordado tantas cosas que hicimos, cosas hermosas, divertidas, dulces.
Me da un beso suave.
Mis ojos se llenan de lágrimas por sus palabras.
—Yo jamás olvidé —respondo, apenas conteniendo la emoción.
Él suspira. Después retrocede y saca de su bolsillo una caja roja. La abre. Dentro veo que hay una cadena con un collar de oro.
Benjamín extiende orgulloso la brillante joya frente a mis ojos.
—Este nudo irlandés es un símbolo celta del amor. —Sonríe al decirlo—. Significa la continuidad y la conexión eterna. Míralo, jamás se deshace. —Lo acerca más—. No quiero romper mi nudo contigo nunca.
Observo a detalle el dije. Se trata de un diseño redondo entrelazado en nudos.
—No se romperá, ya verás —le prometo.
Giro para que me lo ponga.
Ahora sí que me siento Anna.
—Lo mandé a hacer especialmente para ti —hace hincapié Benjamín.
Que lo fabricaran tan rápido y acorde al lugar me halaga.
Admiro cómo me queda. Es precioso.
—Te amo, Benjamín —afirmo.
—Te amo, Maya.
Nos besamos lento y profundo.
Y así, en aquel imponente fuerte, redescubro el sentimiento que siempre ha estado presente, esperando ser avivado una vez más.