Capítulo 22 – Complicidad

2314 Words
—Toma aire —me pide Sergio—. Respira conmigo, ¿vale? Mantengo los ojos cerrados y empiezo a imitar sus respiraciones profundas. —Está bien sentirse así —continúa—, pero no dejes que te destruya. Abro despacio los ojos. Me arden por tanto llorar. Después de un par de minutos ya soy capaz de levantarme y voy directo al asiento del tocador. Sergio va hacia su buró y me entrega una caja de pañuelos. Los dedos me tiritan todavía cuando extiendo un papel con el que me cubro la cara. Por fin caigo en la cuenta de lo vergonzoso que es haberme mostrado así con alguien que conozco poco… creo. Sergio se mantiene de pie a mi lado. —¿Qué voy a hacer ahora? —lo cuestiono, perdida en un montón de posibles futuros que dependen del camino que siga. De pronto, me concentro en mi compañero de desgracia—. ¿Qué vamos a hacer los dos? Él tiene una expresión inescrutable y también parece inmerso en sus pensamientos. —Lo debemos enfrentar —decide luego de unos segundos. Exhalo despacio. Pienso: «¿Qué significa enfrentarlo?». Ojalá existiera un manual contra infieles. —Pero no ahora mismo —hace hincapié—. Se piensa mejor con la cabeza despejada. Sujeto la punta de sus dedos. Las tiene frías. —No sé qué habría hecho sin ti —se lo digo como una manera de agradecerle. Pero sí lo sé. Seguro hubiera armado un escándalo que es probable que alguien grabaría y difundiría en r************* como es costumbre ya. A lo mejor a esta hora hasta empezarían a apodarme “LadyCuernuda” o una cosa así. Sería el hazmerreír. Mientras imagino, no me percato que Sergio se ha puesto en cuclillas. —Cualquier cosa que necesites, cuenta conmigo —dice con una ligera mueca de preocupación—. Tengo una junta muy importante hoy. Me es imposible cancelarla porque viene un inversionista… De un tirón me levanto. Caigo en la cuenta de que estoy metida sola con él en su recámara… ¡En la recámara de esa malparida! —No necesitas explicarme. —Sacudo mis pantalones—. Ve. Yo también tengo que irme de aquí. ¿Me envías las fotos que tomaste? Noto que él vacila. —¿Segura? —Envíamelas, por favor. Aguardo a recibir cada captura que tomó. Con solo leer una de ellas vuelve a latirme el corazón acelerado. Me dirijo hacia la puerta, pero pronto descubro que Sergio va detrás de mí. —¿Puedes manejar? —me cuestiona. —Sí —le aseguro, aunque nada garantiza que pise de más el acelerador. Él se queda observándome fijo. Lo veo ladear la cabeza. —Te seguiré. Ni siquiera confía en que sea capaz de cuidar de mí misma. Acepto solo para evitar que se sienta ofendido. Una vez en mi coche, avanzo con un inesperado guardaespaldas detrás. La distancia entre las casas es poca y pronto llegamos a mi casa. Sergio se baja de inmediato y se me acerca. —Trata de mantenerte tranquila —pide—. De todos modos, mandaré refuerzos. En ese momento recuerdo que tengo otro compromiso que cumplir. —¡Mis hijas! —Te aconsejo que mandes a Héctor por ellas. Curioso que él llame por su nombre a mi chófer. —Sí, es lo mejor. —Medito en mi proceder. Victoria y Valentina no deben darse cuenta de mi estado. Sabrán enseguida que volvieron los problemas con su padre y eso sería contraproducente—. Le pediré a mis papás que las cuiden por hoy. —Bien. En cuanto me desocupe te buscaré para que platiquemos. Mientras, trata de estar tranquila. —Se queda mirándome—. ¿Estarás bien? Avanzo hacia él. Me recorre una enorme necesidad de estrecharlo. Compartimos la misma pena y la única que recibe consuelo soy yo. —Sí. ¿Y tú? Sergio se encoje de hombros. —Tengo que estarlo. Lo único que hago es darle un rápido abrazo y me doy media vuelta. Como él dice, es mejor pensar con la cabeza fría. La duda que me surge es ¿cuánto tiempo tiene que pasar para que eso suceda? En el patio está Héctor fumando un cigarrillo. Lo apaga en cuanto me reconoce. Le indico que vaya por mis hijas y las lleve con mis papás, pero él me recuerda que mis padres están de viaje en Bacalar. ¡Pequeño detalle! ¿Ahora qué hago? Con mis suegros ya no se van. Sin mis padres, la única persona en la que confío para cuidar a mis hijas es Alisha. Me cuesta trabajo convencerme de que es mejor que se vayan con su tía a que vean a su madre hundida en la decepción. Llamo a mi hermana, deseando que se encuentre en casa. Ella responde un tanto cortante, pero confirma que tiene la tarde libre. Sé que quizá ha mentido, que tal vez tiene un montón de pendientes que hacer, porque así es ella, pero la conozco lo suficiente para saber que es capaz de cancelar todo por sus sobrinas. —Llévalas con mi hermana. Les mandaré ropa —le ordeno a Héctor. Veloz, armo una maletita con varias prendas, así ellas podrán elegir qué se ponen. Se la entrego a Héctor junto con una propina por su discreción sobre mi estado. Estoy segura de que parece que vengo de un velorio. Sí, vengo de eso. De un velorio donde enterré mi dignidad y la confianza que le tenía a mi marido. Voy directo a mi habitación, dispuesta a permanecer allí metida lo que resta del día. Antes de acostarme, bajo el marco de la fotografía que tenemos del viaje a Irlanda. Fueron solo viles embustes que alimentaron mi pobre anhelo de un “vivieron felices hasta la vejez”. No logro dormir, a pesar de que me siento rendida. Decido leer a detalle las conversaciones que mi esposo ha tenido con Mabel. El mensaje más antiguo es de hace seis meses. O sea que Benjamín no me respetó ni siquiera tres meses después de nuestra reconciliación. Me duele, claro que sí, cada palabra de amor de él hacia ella se clava profundo en mi ser. De nuevo aparecen las lágrimas, pero estas corren lento. Con ellas se llevan la alegría que apenas recuperaba. Luego de un par de horas analizando frase por frase, Yolanda avisa sin abrir la puerta que me buscan. —Dile que no estoy —le pido enseguida, sin preguntar de quién se trata. Por la sombra de los pies sé que Yolanda no se ha ido. —Es una señorita —insiste—. Dice que se llama Julia. —¿Julia? —pregunto confundida—. Hazla pasar. En un momento salgo. Voy directo al tocador, me peino y reviso que mis dientes no estén sucios. Salgo en pantuflas y ropa holgada. Encuentro a Julia sentada en la sala. Está vestida de rosa claro. El color le sienta bien a su tono de piel blanca. Se ha pintado el cabello de rubio cenizo. Se ve en verdad bella. Ella se levanta en cuanto doy un paso en su dirección. —Muñequita, ya vine. —Extiende sus brazos—. ¿Cómo estás? —Me estrecha cuidadosa—. Míster Ferrero dice que estás triste. Llamé a Cecilia, pero no está en la ciudad. Ceci se fue de vacaciones con Darío y ya llevan más de dos semanas lejos. La extraño. Con ella sí tendría la suficiente confianza para contarle lo que pasó en la mañana. Quiero pensar que Sergio fue lo bastante discreto y se ahorró los detalles con Julia. —Solo… estoy hormonal. —Hago un puchero. —¡Ah! Es horrible. —Me observa con una mueca de dolor dibujada en los labios—. Para eso recomiendo los frutos rojos. Llama a tu empleada y dile que traiga algunos. Niego con la cabeza. —Prefiero el fruto rojo fermentado. —No, no, no. Nada de alcohol. Veamos una movie. —Pero nada de comedias románticas —le advierto, aunque acepto su propuesta. He decidido que terminé con ellas. Julia se las arregla para encontrar el control de la pantalla que tenemos en la sala. Las niñas siempre lo pierden. Yolanda trae los snacks que ella le pide. Todo saludable. Seguro Ceci y ella podrían ser las mejores amigas. Juntas buscamos en las distintas aplicaciones de streaming. Las recorremos varias veces. Terminamos viendo una película donde Cameron Diaz tiene una hija con cáncer. Es el perfecto pretexto para casi deshidratarme llorando sin que sea interrogada. Cuando la película termina y le controlo, Julia se queda pensativa unos minutos, y después, con una cara seria, dice: —¿Sabes?, hablar te cura, Maya. La forma de cómo hablamos de lo que sufrimos, cambia lo que sufrimos. Dejo de recargarme en el sillón. —¡Wow! Eso es muy profundo. Ella se suelta a reír. —Lo escuché en un t****k. A que pega, ¿cierto? —Bastante. —Sonrío y le aprieto leve el brazo—. Gracias por acompañarme. —De nada, baby. —Posa su cabeza sobre la mía—. Cuando gustes. Sí, le agradezco de corazón que me acompañara. Antes de que mi inesperada visita se retire, vuelvo a revisar el celular. No hay ninguna llamada o mensaje de Sergio. Ojalá que él no haya cometido la locura que evitó que yo hiciera. Benjamín llega de noche y tan quitado de la pena. ¡Infeliz! Hasta sonriente anda por la casa. Hago tremendo esfuerzo para saludarlo y no irme encima de él. El dolor se desata en mi interior cuando duermo a su lado después de haber leído todos esos mensajes. Siento que decenas de demonios me agarran los pies y buscan arrastrarme al mismo infierno que se ha instalado debajo de la cama. «Ojalá él me amara tanto como yo lo amo. Pero pasará», me lo prometo. Permito que mis hijas pasen la noche en casa de mi hermana y que falten a la escuela. Las reporto con resfriado. Allí noto que Benjamín no[CS1] lo discute, está metido en el teléfono y parece que es lo que más le importa, aunque ahora sé que no se trata de trabajo. Arrancárselo de las manos y evidenciarlo me daría la excusa perfecta para correrlo. Sin embargo, no lo hago, solo veo de reojo y callo. Cuando voy por Victoria y Valentina, después del atardecer, Alisha parece inquieta. La encuentro sentada en la mesa de granito que tiene en el jardín. Es redonda, negra y grande, caben por lo menos doce personas. Mi hermana bebe una taza de chocolate. —Están con las niñeras —comenta Alisha. Sé de sobra que cuida con esmero el bienestar de los niños que pisan su hogar, más si se trata de familia. —Aprovecharé para platicar contigo —le aviso. Ella reacciona cabizbaja. —Siéntate. Martita —le habla a su empleada—, tráele una taza a Maya. —Sí, señora. La mujer se retira. Estamos solas. Dentro escucho las risas de mis hijas y mis sobrinos. Parece que tienen una fiesta allí. Tomo asiento al lado de Alisha. Es inevitable que aspire hondo. Atrás hay una maceta grande de “dama de noche”. Su olor es intenso y me agrada. —Hay algo que necesito preguntarte —prosigo—. Una duda ronda mi cabeza desde que me diste tu opinión sobre mi reconciliación. Quiero que seas sincera. Alisha mueve la cabeza, aceptando. —¿Por qué estabas renuente a que retomara mi relación? —se lo pregunto directo. De inmediato noto que mi hermana se incomoda porque se le tensa la mandíbula. —Ya te dije. Tu esposo es un infiel. De eso no me voy a retractar, aunque te enojes. —Ayer lo encontré engañándome… otra vez —confieso—. Dime lo que sabes. Estoy segura de que hay más. Alisha mantiene la vista en el cielo por un breve instante, luego resopla. Juro que sus ojos brillan. —En la fiesta de Año Nuevo, después de cenar, Benjamín... él... me persiguió cuando fui a revisar la recámara donde dormían mis hijos. Todo se congela de golpe para mí, hasta los pensamientos. Las palabras que acabo de escuchar retumban ruidosas en mi mente, y se repiten sin parar. Trago saliva. —¿Benjamín... te buscó… a ti? —Es que no logro comprender tremendo atrevimiento. Alisha me mira directo. Como sospeché, está a punto de llorar. —Sí, Maya —se apresura a hablar—, y yo no hice nada para provocarlo, lo juro. Fue muy directo. Lo rechacé de una. No te dije nada porque tú nunca me crees, o piensas que lo que digo es para molestarte, pero... Levanto la mano. —Odié tanto que me escondieras lo de las empleadas, fue un golpe duro, ¡pero esto! —¡Lo sabía, no me crees! —Le da un golpecito a la mesa. —Te creo. Solo que esperaba que mi hermana me contara el mismo día que mi marido trató de llevarla a la cama. A ella se le escapan las lágrimas cuando lo digo. —Perdóname —murmura. Observo el suelo, luego a Alisha. Sergio tiene razón, hay que dejar enfriar la cabeza. Las tripas otra vez se me remueven, pero debo aprender a tolerarlo. —No eres culpable de las acciones de Benjamín, pero sí de las tuyas. Preferiría que en futuras ocasiones me cuentes la verdad. —Le toco el codo y con eso la obligo a encararme—. Él va a arrepentirse de lo que te hizo pasar y de lo que me hizo a mí. Mientras, que esto quede entre nosotras. La tenue sonrisa de mi hermana demuestra complicidad. Una complicidad que no tuvimos antes.
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