Capítulo 7 – Filtro

3487 Words
Pienso por un par de días en el consejo de Cecilia. Al final, opto por acceder a él. Por eso, encontrarme con Mabel se ha vuelto recurrente. Ella y su esposo tienen solo un hijo varón de diez años que se quedó en Argentina a terminar el año escolar. Vive con sus abuelos paternos, así que mi amiga considera que se quedó más que bien cuidado. Los padres de Sergio lo adoran. Luego de una semana de compras, cafecitos y citas con un cirujano que le recomendaron, ya cuento con bastante información de ella y su secreta, ni tan secreta, práctica s****l. Resulta que su situación financiera en Buenos Aires fue en picada, por eso tuvieron que recurrir al negocio de la familia de Mabel. Los Mora cuentan con el 70% de acciones de un grupo tequilero grande. La parte que le corresponde a mi amiga la administraba uno de sus primos, pero con su regreso eso cambió. El orgulloso de su esposo se resistía a venir a México, pero la crisis económica de su país fue demasiado lejos. Si quieren seguir manteniendo su estilo de vida, será necesario adaptarse a los cambios. Son más de las cinco de la tarde. Mabel y yo esperamos el turno en el spa para que nos den un merecido masaje. Ambas traemos batas blancas que se sienten cómodas. Detrás de la banca donde aguardamos hay una fuente de agua que empieza desde el techo y cuenta con luces decorativas. El sonido que produce es relajante. En realidad, estoy a gusto conviviendo con mi antigua amiga. Me ayuda a dejar de lado los problemas en casa. Lo que logro ver de Mabel, gracias a la bata que se abre con su cruzado de piernas, es un cuerpo cuidado e igual de bronceado. Sentirme en confianza sirve para soltar la pregunta que demoré en hacer: —Y entonces, ¿cuéntame de las fiestas a las que vas con Sergio? Yo solo fui a la de los chilenos porque Ceci me invitó. —Por primera vez me atrevo a ser sincera. —Oh, ¡¿Cecilia Zeyta?! —Su nariz arrugada me confirma que mi querida amiga no la ha visitado todavía—. No me sorprende. La recuerdo, era muy… efusiva. Me cae bien. Deberías decirle que venga con nosotras. —Se ríe al terminar y luce sincera. Su reacción comprueba que a ella sí le agrada Ceci. Si supiera… —Sobre las reuniones swingers, sí, nos gusta ir de vez en cuando. En Buenos Aires ya teníamos nuestro club favorito, pero aquí no encontramos uno que nos convenza. —Inclina su cabeza hacia mí—. Sergio está pensando en organizar uno a su manera. —¿Quiere hacer un club de intercambio de parejas? —eso lo digo susurrante y sé que mis ojos se abren de más. Mabel responde con el tono de voz normal: —No solo intercambio, también irían singles[1]. —Me da un golpecito con su hombro—, por si Benjamín no quiere ir. Aborrezco estar tan perdida. Me gustaría más entender lo que cuenta. —¿Qué es un single? —pregunto avergonzada. Mi amiga sonríe y me observa fijo. —Si en serio te interesa saber más, estás invitada a nuestra primera reunión. —Hace ademanes como reverenciando—. Yo te confirmo cuándo será. Todavía falta organizar todo. ¡No es momento de echarme para atrás! —Sí, sí, estaría bien —me obligo a decir. Aun no sé si Mabel es una persona que sabe quedarse callada. Respiro aliviada cuando veo que el masajista llegó. Nos tocó un caballero. En otros tiempos pediría cambio para no incomodar a mi esposo, pero ya no me interesa. Unas manos masculinas tocando con pericia mi espalda no está nada mal. Por desgracia, la relajación no llega pronto. La casi invitación de Mabel me desconcierta y al mismo tiempo ¿me emociona? Lo siguiente que sigue es convencer a Benjamín. El no deja de llevar detalles para mí cada noche. Ninguno me convence. No necesito flores ni joyas, necesito venganza. Todavía no hay fecha para la inesperada fiesta, o reunión, de Mabel, pero considero necesario tenerlo preparado. Demoro tres días para tener el valor de hacer lo planeado. Durante ese tiempo dedico mi tiempo a provocarlo. Uso shorts, blusas ajustadas, no me pongo sostén… Cada detalle que sé que lo excita. Es después de la cena cuando por fin decido que llegó hora. Las gemelas se despiden de los dos después de terminar sus platillos y se retiran a descansar. Ha sido una semana complicada con los exámenes escolares, y yo agradezco que tengan su atención en eso y no en lo que pasa con sus padres. Preparo un té de manzanilla y le invito uno a Benjamín. Sé que lo odia, pero, para mi sorpresa, acepta la taza. Quedamos solo él y yo en el comedor, con casi todas las luces apagadas, justo la privacidad que necesito. Con cuidado me acomodo en la silla y aclaro la garganta. —Benjamín —desde que me fue infiel, no volví a dirigirme a él de forma cariñosa—, si es verdad que quieres recuperar nuestro matrimonio, estoy dispuesta a intentarlo. Es imposible describir cómo le fue cambiando la cara con mis palabras. Termina pareciendo un títere de madera sonriente, sonrojado y tieso. Evito que se levante a abrazarme. —Pero antes, hay una cosa que debo decirte —prosigo. ¡Ahí viene la parte difícil! ¿Por qué siento tanta vergüenza? ¡No es momento de flaquear! —Por supuesto, amor, dímelo. —¿Has pensado alguna vez en probar algo diferente? —Resoplo suave por pura amargura—. Algo que me incluya, claro. Él entrecierra los ojos. Pobre ingenuo, ni se lo espera. —¿Cómo qué? «No, Maya, no dudes. Suelta el dardo directo», me exijo. Vuelvo a respirar. Eso parece ser de ayuda. Procedo a responderle: —Si vamos a retomar esta relación. —Lo señalo primero a él y luego a mí—, quiero que cambiemos la rutina y vayamos a una fiesta de intercambio de parejas. Benjamín se echa hacia atrás, incluso la silla rechina. —¿Una fiesta de intercambio de parejas? —Mueve la cabeza de lado a lado y logro oír un gruñido—. ¿Estás hablando en serio? —Sí, muy en serio. —Inclino el torso hacia él. Por suerte el escote de la blusa blanca es pronunciado—. Tú quieres acostarte con otras, ¿por qué no hacerlo con permiso? Él traga saliva y se toca la frente. Deja de mirarme mientras lo hace. —Esto es… inesperado. No sé qué decir. Digo, estoy feliz por la oportunidad, pero… Me levanto veloz. No pretendo quedarme a escucharlo. —Medítalo a solas. —Le doy una palmada en la espalda—. Me avisas cuando decidas. Solo te comento que esa es mi condición. Dejo a Benjamín solo en la mesa. Luce reflexivo. Me siento triunfadora. Si no explotó de furia, significa que es una buena señal. Al día siguiente, casi a las nueve de la mañana, recibo un mensaje de Benjamín. Nunca imaginé que te interesaran esas cosas, pero si eso es lo que quieres, acepto. Tal vez ayude a acercarnos más. «O nos termine separando de una buena vez», pienso después de leerlo. Sonrío de oreja a oreja. No comprendo la inesperada emoción que me embarga. Para ser sincera, esperaba que me fuera indiferente. Ok. Te aviso cuando vaya a ser. Solo me queda esperar a que la fiesta tenga una fecha. Sé que tal vez Benjamín piensa que lo va a disfrutar, y a lo mejor sí, pero verme disfrutar a mí lo hará arder de coraje. A los hombres solo les gusta hacer y no que les hagan, y menos si saben lo que ocurre detrás de la otra puerta donde su esposa y un desconocido tienen relaciones sexuales. «Te va a doler, infeliz, de eso me encargo yo», me envuelvo risueña en la sábana. Ceci todavía no llega a torturarme con los ejercicios y eso deseo aprovecharlo. El transcurso de un mes completo se convierte en una agonía con Cecilia preguntando a diario si ya sé algo sobre la fiesta de “la lagartona”. Por puro ocio, se me ocurre que ambas podemos presionar a Mabel. Ceci no tiene tanta censura como yo a la hora de cuestionar a los demás. Por eso, planeo una cena en mi casa, con Mabel, Cecilia y sus respectivos esposos como invitados. Por razones obvias, Benjamín también está incluido. No planeo que Mabel se dé cuenta de nuestro distanciamiento. Usar otra vez la excusa del trabajo y las largas jornadas ya no serviría. Las dos parejas aceptaron mi invitación. Cecilia sabe cuáles son mis intenciones sin que se las diga. Ella y Darío son los primeros en llegar. Se ve guapa con su vestido casual verde oscuro. La abertura de la falda es quizá un poco exagerada, pero sus piernas tonificadas la justifican. Se ha hecho una coleta alta y se esmeró en su maquillaje. Sin duda, sabe lucirse cuando se lo propone. Darío me entrega un vino tinto. Él se ve bien con su camisa verde. Suele ser un hombre que se muestra impecable. Por mi parte, elegí un conjunto beige de pantalón suelto. No me parece necesario mostrar de más frente a mis amigos. Le pedí a doña Yolanda que preparara pastel de pavo. Le queda delicioso. Unos veinticinco minutos más tarde llegan Mabel y Sergio. Cecilia no evitó hacer una mueca de desagrado cuando los vemos acercarse. Mabel lleva puesto un palazzo de un tono similar al vestido de Cecilia. Río en mis adentros por la coincidencia. Y Sergio, bueno, ¿qué se puede decir? Ojalá alguien le diga pronto que sus suéteres son de abuelo. En esta ocasión lleva uno color café de manga larga. Nada llamativo. Los cuatro los saludamos. Mabel y Cecilia intercambian algunos halagos. Después los invito a pasar al comedor. Cecilia queda a mi lado izquierdo y Benjamín al derecho. Frente a mí tengo a Mabel. Darío opta por ocupar el asiento principal, justo en medio de su esposa y de Sergio. —¿Y esta por qué tiene ese acento? —me pregunta discreta Cecilia. Es cierto lo que dice. Mabel regresó con un marcado acento que trato de ignorar, pero es imposible. Acerco la cara a su oído. —Vivió diez años en Argentina y su marido es de allá. Es natural que se le pegue —intento justificarla. Ceci se ríe con la mano tapando su boca. —Pues suena ridícula —me murmura. Por poco y sonrío yo también. Ojalá la mala impresión que Cecilia tiene de Mabel termine pronto o va a meterme en problemas. La conversación fluye agradable. Darío y Sergio hablan del asado y de marcas de carnes. Benjamín no deja de tocarme la mano. Y mis dos amigas comparten consejos de belleza. Todo avanza mejor de lo pensado. En un punto, después de comer y de abrir más de un vino, ya que nos sentimos cómodos, Sergio hace un comentario hacia mí y Benjamín. —Mi esposa me contó que están interesados en conocer más del swinging[2]. Quedo boquiabierta. El hombre no tuvo pudor al exponernos. —¿De qué me perdí? —me pregunta Benjamín. Aclaro la garganta con el vino que quedó en mi copa. —Es la reunión que te dije —le respondo en voz baja y sin encararlo. —¡Ah! —es lo único que exclama. Sergio extiende una sonrisa que a mi juicio luce soberbia. —Tienen suerte de que vaya a hacer una juntada. Por cierto, ya tengo fecha. —Reunión, cariño. Aquí se les dice así —lo corrige Mabel. —Nosotros también queremos ir —interviene Cecilia. Darío ni siquiera se inmuta. Eso significa que esta vez no planea salir huyendo. —Es importante que sepan que deben tener sus límites claros y comunicarse sus expectativas y preocupaciones —comenta Mabel. —¿Cuándo es la fiesta? —la prisa de Cecilia es notoria. A mí no me parece correcto parecer así de desesperada. En privado se lo haré saber. —Esta no es una fiesta —dice Sergio—, es la primera… reunión del club que voy a abrir. —¿Qué diferencia hay? —lo cuestiona Darío. —En un club se debe pasar primero por un filtro. No vamos a meternos con cualquiera. Ya saben, para evitar enfermedades o malos entendidos. De pronto, el ambiente se percibe raro. La conversación avanza demasiado rápido y comienzo a sentirme ofuscada. Es urgente ponerme al corriente. —¿Quién hace el filtro? —Darío continúa. —El anfitrión. —Sergio se señala satisfecho. —¿Nosotros pasaremos por eso? —es la primera cosa que se me ocurre preguntar. Supuse que la dinámica sería parecida a la de la fiesta de los chilenos: pagar y gozar, sin formalidades ni ningún “trámite” para ser parte de nada. Sergio planta su vista sobre mí. Trato de sostenérsela, pero tiene una mirada pesada y termino por girar hacia otro lado. —Todos deben pasar. Mabel sujeta a su esposo del hombro. —Amor, ellos son nuestros amigos. No creo que sea necesario. —Lo siento, amor, pero son los requisitos. Además, dudo que tengan algún inconveniente. Solo son unas preguntas y un examen de sangre para descartar ETS. ¡Ahora resulta que este engreído busca hacernos pasar por un jodido interrogatorio para comprobar que somos gente sana y de fiar! Me parece insultante. ¿Quién se cree que es? —Como la reunión es dentro de dos semanas, es mejor que avancemos lo más pronto posible. —Sergio continúa en la misma postura—. Por ahora solo aceptaré diez parejas y cinco singles, máximo. Como ven, será muy exclusivo. —Se levanta con su copa en mano y nos contempla uno a uno—. ¿Están dispuestos a entrar? Mabel es la primera en decir que sí. —Yo también —se apresura a responder Cecilia y también se pone de pie. Enseguida Darío la secunda. —Sí, estoy dentro, si me aceptan —añade él. A Benjamín se le ha quedado inmóvil la boca. Todos aguardamos su respuesta. A mí el corazón me late frenético. No es tiempo de hacerlo enfadar… todavía. —Lo que mi esposa decida —dice a secas. Procedo a levantarme. —Sí, quiero entrar. Oigo el cantito de gozo de Cecilia. Su esposo tiene la cortesía de volver a llenar las copas vacías. Benjamín es el último en levantar la suya y lo hace con pocos ánimos. Los seis brindamos por la reunión y lo que en ella va a suceder. Cuatro días más tarde recibo un mensaje de Mabel donde me pregunta si puedo ir a su casa en un par de horas para que se haga mi dichoso filtro. A Benjamín le toca por la noche, ya que llegue de trabajar. Ya nos hicimos los análisis. Pasaré a recogerlos antes. No debería sentirme tensa, pero lo estoy, estoy tan tensa que me enojo sin razón. Héctor es quien me lleva. Él continúa distante, sospecho que está confundido por lo que pasó en aquella fiesta. No me arrepiento, es un buen amante, pero es de esa clase de amantes que se prueba una sola vez. Me convenzo de que no puedo postergar más el hablar con él para que no tema ser despedido o agredido. Por el momento solo soy capaz de enfocarme en responder bien las preguntas que me harán. Llego a casa de Mabel con el sobre de los dos análisis en mano. En el transcurso los abrí y, sin ser gran conocedora, sé que no tenemos ninguna enfermedad de transmisión s****l. Eso me alivia. Para ser sincera, las acciones de mi marido me hicieron dudar. Mi amiga no sale para recibirme. Quizá ni siquiera se encuentra allí. Es la empleada de la casa quien me pide de forma cortés que entre directo al despacho. No me impresiona encontrarme con Sergio, aguardando en su gran silla de piel. Es satisfactorio que no tenga un suéter. La camisa blanca que se puso se le ve mejor. «Hagamos esto», me digo. Parezco un boxeador que se prepara para entrar al ring. —Bienvenida. Toma asiento. —Él señala una de las dos sillas que tiene enfrente. Hago lo que pide. El hombre levanta unos lentes, se los acomoda, y procede a abrir una carpeta que se encuentra sobre el escritorio. —Vamos a comenzar —avisa concentrado en las hojas que ahí vienen. Esto en realidad sí es bueno, ¿no? Disminuye el riesgo de relacionarnos con personas poco serias o hasta peligrosas. Deslizo segura los sobres hacia su lado. —Muy lista —confirmo. Las primeras preguntas son básicas. Nombre completo, edad, escolaridad, dirección, cantidad de hijos, si estoy casada legalmente… Pero es en la parte en la que quiere saber la cantidad de parejas que he tenido donde demoro en responder. No deseo que el esposo de Mabel se entere de que solo he estado con dos hombres, y que uno de ellos es mi chófer. —Diez —suelto una cifra sin analizarlo tanto. Oigo a Sergio ahogar una risa. Yo ahogo las ganas de darle una buena bofetada. Después de esa pregunta, él cierra la carpeta, se levanta y avanza hasta quedar a mi lado. —¿Qué tal van las cosas con tu esposo? Sé que busca ponerme nerviosa, lo deduzco por cómo posa su mano sobre el escritorio y se inclina hacia mí. Alcanzo a oler su perfume. Es agradable, a diferencia de él. —Bien. Van más que bien. —Ni yo me creo lo que digo. —¿Segura? —insiste Sergio. «¡Cállate, metiche!», tengo el deseo de exigirle. Encima su acento lo complica más. Me parece que hace notar más el ligero sarcasmo que detecto. —Sí. Él truena la boca varias veces. —Es que noté un distanciamiento en ustedes. En la cena tu marido parecía que quería salir corriendo, lejos de vos. —¿Y a ti qué te importa cómo está mi matrimonio? La reacción que provoca en mí su insolencia es desastrosa. Lo lamento en cuanto lo digo. ¡Urge arreglarlo ya! Sergio no parece ofenderse. Al contrario, pasa a estar serio y controlado. —Mucho. Si su relación no se encuentra estable, es mala idea que se integren al club. Primero les recomiendo arreglar sus diferencias. ¡Eso sí que no! Este cabrón no va a estropearme mi plan. Debo ser más convincente. Me concentro durante un instante. Las mujeres, cuando nos lo proponemos, podemos ser unas excelentes actrices. —Estamos bien —digo firme, luego me muestro decaída—. Seré sincera, siento aburrimiento de estar con el mismo hombre. Él también pasa por lo mismo. —Clavo la vista en sus ojos que seguro analizan cada facción mía. Sigo teniéndolo próximo, por eso, se vuelve todavía más complicado de cumplir—. Luego de varias pláticas, decidimos que nos vendría bien probar cosas nuevas, ser abiertos a otras experiencias. Claro, con el permiso del otro. ¡Ya está! Di todo mi esfuerzo por convencerlo. Solo queda esperar su reacción. Sergio asiente con la cabeza dos veces. —Revivir la pasión. Sí, sí, les revivirá, se los aseguro. —Por fin regresa a su asiento—. Con esto termina el cuestionario. —Cierra la carpeta y la hace a un lado. De pronto, me mira directo a los pechos y mueve la barbilla hacia adelante—. Ahora, quítate la ropa. —¡¿Qué?! ¡Lo que me faltaba! ¿El maldito filtro también incluye eso? ¡No puede ser! De inmediato me empieza a revolotear el estómago. ¿Qué más querrá que haga? ¿Probar mi desempeño en el sexo? ¡Ni loca! Una vez más, Sergio se levanta de la silla, pero esta vez lo hace riéndose y pasa de largo. —No hablo en serio —escucho que dice detrás—. Te podés ir, flaca. Al voltear hacia donde está, lo encuentro sosteniendo el picaporte de la puerta abierta. Salgo rápido, pensando en decenas de insultos que me encantaría decirle, aunque sé que lo peor ya pasó. Solo falta esperar el filtro de Benjamín para saber si estamos aprobados, con eso todo dará inicio, o, mejor dicho, será el breve inicio del fin. [1] En la cultura swinger, la etiqueta de "single" se refiere a aquellos individuos que asisten a eventos o encuentros sin estar en una relación monógama o sin estar acompañados por una pareja estable. [2] El intercambio de pareja o swinging (del inglés swing, «oscilar, columpiar») define la actividad s****l no monógama que se experimenta en pareja.
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