Es una suerte que a mis hijas les agrade estar fuera de casa. Mis papás las llevarán al cine y después a dormir a su casa.
Según leo en una nota de internet, la moda de los años veinte refleja un poco la liberación de la mujer. Esta pasó a ser parte del mercado de una forma relevante con la publicidad de ropa, maquillaje y complementos única. Los brillos, las ondas, los flecos y las plumas son parte de esta inolvidable época.
Siguiendo la temática, elijo usar un vestido Coco Chanel plateado a juego con un collar largo de perlas. La estilista me hace un acomodo del cabello para que se viera mucho más corto, tipo bob; acorde a los peinados de aquella época.
Los zapatos son de punta redonda del mismo tono. Me gusta cómo luce la tela del vestido, brilla tan lindo. Luzco coqueta, el espejo lo confirma. ¡Me encanta!
Benjamín sale a mi encuentro. Se ve tan sofisticado con el traje conservador británico que le mandé a hacer. Es ne.gro con delgadas líneas blancas. La gorra irlandesa no podía faltar. Pienso que está masculino, impecable. El estilo le queda mejor de lo que supuse.
—¿Nos vamos? —Me acerca el brazo.
Acepto su ofrecimiento. Así, tomo una fotografía. ¿Para qué? No lo sé, pero siento la necesidad de guardar el recuerdo.
Viene a mi mente un fugaz recuerdo de nuestra primera cita. En cuanto lo vi de pie esperándome nervioso con el ramo de flores, supe que estaba enamorada de él, perdidamente enamorada. Es una lástima que de aquella felicidad no queda casi nada.
Esta vez demoramos menos de treinta minutos en llegar a la propiedad.
Se trata de una casa de dos pisos con un patio largo. No es tan extravagante como la anterior, pero su estructura es más moderna y parece recién remodelada.
Hacemos el mismo proceso de entrada.
Una joven mujer nos conduce junto con otra pareja.
Esta vez no llegamos temprano. Preferí darles tiempo a los demás asistentes para que se pusieran cómodos.
Observo que el primer piso está casi vacío. Apenas y tiene un mueble en el recibidor, un gran florero y nada más.
Mabel y su esposo se encuentran al pie de la escalera.
Ella lleva puesto un vestido flapper ne.gro. La parte baja está cubierta de pedrería. Remarca su silueta. Tiene buen gusto para vestir, de eso no queda duda. Él parece un aviador con esos pantalones cafés holgados de las piernas y la camisa de manga larga de un tono más oscuro.
—Bienvenidos al Club Amour —nos dice Sergio—. Esta es la sede oficial a partir de hoy. Ustedes ya conocen las reglas. Les recuerdo que si dejan la puerta abierta de alguna habitación de los privados, cualquiera podrá entrar y participar. Si la cierran nadie podrá entrar. En la zona mixta se vale tocar y participar, pero si alguien dice que no, deben detenerse. Cualquier falta tendrá sus consecuencias. ¿Estamos de acuerdo?
—Sí —respondemos los cuatro.
—¡A gozar! —Mabel nos invita a avanzar.
Me agrada que en esta ocasión decidiremos a qué zona queremos ir y con quién.
Benjamín no dice ni una sola palabra y se mantiene impasible.
«Que no te importe lo que él piense o quiera», me recuerdo.
Héctor llegará después de la hora marcada en la invitación. No debe tardar en llegar o quizá ya anda por allí, merodeando.
No fui explícita con el tema de Cecilia, pero sí le pedí que en hoy me permita enviarle un “presente” a la habitación que escoja, debe ser privada. Me mandará un mensaje cuando esté dentro.
Ceci y Darío todavía van a tardar, ella lo está esperando a que salga del trabajo, por eso decidimos subir.
En el segundo piso es donde se realizan los intercambios. Aquí sí hay bastantes decoraciones, incluso huele a pintura todavía. En medio hay una pista de cristal con luces y sillones alrededor. Al fondo reconozco una barra de bar que tiene una docena de bancos altos. Bonito, me gusta. Se ve elegante, pero sin exagerar.
Los pasillos dan acceso a dos zonas. Un letrero dorado dice “Área mixta” y otro dice “Área exclusiva”.
Las personas van y vienen. Algunas se van hacia los pasillos y otras se quedan en los sillones. El jazz que suena no lastima los oídos con la intensidad.
Me agrada criticar las vestimentas de los demás. La mayoría se esmeró en parecer de tiempos pasados. Hay lentejuelas, plumas y gorritos por doquier.
Benjamín me invita a tomar una copa.
Accedo solo porque siento cierta tensión.
«¿Cuántas reuniones necesito para acostumbrarme?», me pregunto.
Antes de que Benjamín pida las bebidas en la barra, somos interrumpidos.
—¿Te robo un momento a tu esposa? —reconozco la voz de Sergio.
¡No es posible que sea así de impertinente!
Sospecho que quiere hablar sobre Héctor, quizá sigue pensando que tengo algo que ver con él, solo por ese motivo es que no me niego.
—Adelante —dice Benjamín. No suena molesto.
Él y Mabel se quedan conversando.
Yo sigo a Sergio de vuelta al primer piso. Nos vamos al fondo. Está oscuro y vacío. Me desagrada que me traiga aquí.
—Tu single no ha llegado —avisa.
Con la vista busco una salida por si las dudas, pero no logro ubicar ninguna.
—Seguro no tarda —respondo sin interés.
De pronto, un roce accidental de sus caderas me paraliza. ¡Otra vez cruza por mi cuerpo ese recorrido eléctrico!
Sergio, con una sonrisa que intenta ser seductora, dice:
—Voy a estar en la zona mixta, pero si lo pides, estoy dispuesto a irme a un privado.
Le devuelvo la mirada de incredulidad.
—Ni en tus sueños.
Él se acerca tal como lo hizo en otras ocasiones.
Huele tan bien, el calor que emana es cómodo, ¡pero no! Alejaré todo pensamiento que lo involucre.
—Estaría bueno que dejaras de ser así de apretada. Estás en un lugar donde se viene a disfrutar, ¡aprovecha!
—Pero por supuesto que vine a disfrutar, pero no contigo.
Él ni siquiera se inmuta con mi rechazo.
—Área mixta, no lo olvides. —Su vista está fija en mí cuando lo dice.
Es descarado de su parte que siga insistiendo. No voy a ceder.
Lo hago a un lado y camino hacia la escalera.
Ya no tengo por qué escucharlo.
De regreso al segundo piso, me topo con una pareja de las nuevas. Ellos se besan en uno de los sillones. Se nota que no les importa ser vistos. Lo hacen con tal pasión que los observo un instante.
Esta vez sí hay algunos hombres solos. Deben ser los singles.
Héctor sigue sin aparecer. Cecilia me avisa que les falta poco para llegar. Es mejor que Darío no se entere de que su esposa se va a enrollar con mi chófer.
Benjamín sigue en la barra con Mabel. Ella se retira en cuanto los alcanzo. Debe continuar recibiendo a los miem.bros.
Por mi parte, necesito tomar alcohol y acepto un whisky.
De reojo observo hacia la zona mixta. Logro ver camastros, cortinas delgadas que cuelgan desde el techo, y una jaula de barrotes que parece un calabozo. Dentro hay una cama. También están esos sillones que Mabel fue a comprar la otra ocasión. Seguro tienen más de esas “atracciones” en el espacio que ya no alcanzo.
No es que sea espantada, pero todavía no estoy lista para meterme a espacios más libres.
Del lado contrario solo hay habitaciones cerradas y enumeradas, similar a como tenían los chilenos.
Pasan cerca de nosotros más de cinco parejas. Una de ellas se nos queda viendo. El esposo es atractivo, no me negaría a acompañarlo, pero al final no se animan a interactuar con nosotros
Creo que lucimos vacilantes. La cara de Benjamín no ayuda. Me urge que se relaje o terminará por espantarlos a todos.
Vamos cambiando de un lugar a otro, un poco por no conocer a varios y también porque los demás parecen estar ocupados.
¡Por fin recibo un mensaje de Héctor! Ya está en el patio.
Le pido que se apresure y entre directo a cualquier habitación. Yo voy a distraer a Benjamín.
Mabel regresa para invitarnos a la terraza donde tienen jacuzzis.
Me sorprende que ella siga sin pareja y que Sergio no ande por allí.
Mi amiga me dio la excusa perfecta para sacar a mi marido.
En la terraza cuento cinco jacuzzis. En uno de ellos un hombre y una mujer que creo están desnudos se saborea la piel. Admiro que se comporten tan naturales, despreocupados, desinhibidos.
Siempre creí que algo así me causaría vergüenza y repulsión, pero no, en realidad me resulta excitante. Es algo nuevo y, a pesar de todo, no lo rechazo.
El esperado mensaje llega. Héctor está en la número cuatro.
Enseguida le escribo a Cecilia para decirle que le tengo una sorpresa en esa habitación. Su tarea será deshacerse de su marido.
Apago el teléfono. Es hora de pasarla bien.
Benjamín y yo nos mantenemos parados en un rincón. A un costado, en un sillón mecedora, se acomoda un par que de inmediato inicia el juego previo.
Decidimos retirarnos. No tenemos traje de baño y no me siento segura para desnudarme… aún.
Nos disponemos a salir y nos topamos con una pareja que camina del lado contrario. Vienen agarrados de las manos. Seguro no pasan de los treintas.
Ella lleva puesto un vestido holgado y corto color verde con el escote pronunciado. El conjunto de camisa y pantalón del esposo deja ver que es de complexión delgada y, a mi criterio, pasable de rostro.
Ellos son los que se atreven a invitarnos a beber en una salita que está en una esquina de la pista. El espacio poco a poco se está quedando vacío y una de las bocinas nos brinda privacidad.
Julia y Axel son personas agradables. Tienen una conversación entretenida. Por lo que nos cuentan, son lo que algunos llaman “hijos de papi”. En todo caso, yo también era uno de esos.
Pasan los minutos y con los gemidos que no cesan comienza a envolvernos el ambiente.
—Benjamín, tienes una esposa preciosa, ¿por qué no la besas? —dice la mujer.
Para ese punto ella ya tiene las piernas cruzadas y se ha levantado el vestido hasta la ingle.
Observo a mi esposo. No sé si es por causa del alcohol o por la mera excitación que ya me embarga, pero sí espero que obedezca.
Él lo hace. Me da un beso que se convierte en profundo y largo.
Tenía semanas de no probar sus labios. ¡Sí, los extrañaba!
Siento como se me sube la temperatura.
Con mi limitado campo visual, me percato de que Julia y Axel nos observan lujuriosos. Luego empiezan también a besarse.
Los labios de Benjamín llegan a mi cuello. Con eso me sudan hasta las manos de lo caliente que me pongo. No pienso, deja de importarme lo demás, y bajo la mano hasta su miem.bro. Tal como esperaba, ya lo tiene en todo su esplendor.
Mi esposo sube mi vestido sin dejar de besarme, cuela sus dedos por mi ropa interior y me frota con sus yemas. Lo hace despacio, justo como sabe que me hace babear.
Dejo caer la espalda sobre el sillón. Él me tiene en sus redes, solo me queda disfrutar.
Frente a mí, Julia le saca el pene a su marido y se lo masajea de arriba abajo. El hombre lo goza tanto como yo. Sin previo aviso, ella se agacha y le pasa la lengua por la punta.
Ahí dejo de mirar o me perderé, y no es mi intención coger enfrente de desconocidos.
—¿Nos vamos a la mixta? —pregunta Julia en un instante que se detiene.
Lo medito. Pasan por mi mente varios escenarios. Al final, desecho la idea.
—Prefiero las habitaciones —soy sincera.
Julia suelta a su esposo y se arrodilla frente a mí.
—¿Segura? —Coloca su mano sobre mi mejilla—. Estás tan chula.
La tengo tan cerca y confirmo que es una mujer guapa con un cuerpo armónico, pero no sé si podré resistir el verla desnuda o, peor aún, que llegue a tocarme.
Axel se sube el pantalón y se levanta.
—Amor, deben ser nuevos.
Benjamín me libera. En realidad, me pesa que lo haga.
—Nos descubriste —les confiesa él.
Axel me ofrece su mano. ¡Está invitándome frente a mi esposo!
—Vamos, preciosa. Nosotros tardamos varias visitas en soltarnos. —Gira a ver a Julia—. Querida, chúpasela rico.
Volteo a ver a Benjamín en busca de una negativa.
Él no expresa nada. Solo baja el rostro.
Termino por aceptar. Para eso vine.
—Me platicas al rato —le dice Julia a su pareja—. Dale duro, cariño.
Lo último que veo es que ella se le sienta en las piernas a mi marido.
Axel y yo entramos a una habitación.
Espero que en la cuatro la estén pasando de lo lindo.
Cierro la puerta con seguro.
En cuanto lo hago, él me carga hasta a la cama. Tiene fuerza para hacerlo a pesar de su complexión.
Nos quitamos la ropa cada uno.
Me encuentro tan caliente que decido ponerme en cuatro sin que me lo pida.
Detrás escucho que él abre un condón.
Yo apenas puedo pasar saliva. El corazón lo tengo latiendo a mil.
Siento que la punta de su miem.bro me roza la vulva.
Estoy tan deseosa de sentir ese trozo de carne. Lo inspeccioné antes y sé que no es pequeño ni delgado.
Axel me sujeta de las caderas y me la mete de una, hasta el fondo. Con lo húmeda que estoy entra fácil.
Lo subestimé. Él la tiene un poco más grande de lo normal.
Dejo salir un gemido de placer cuando comienza a embestirme fuerte.
Me sostiene los senos, los soba, aprieta uno.
Sigue así, dándome demasiado fuerte.
Por ratos el placer pasa a ser dolor, pero no lo interrumpo. Cada arremetida hace que mis nalgas tiemblen.
El hombre me tiene agarrada de los hombros como si fuera su presa. Sus manos se mantienen fijas, no hay forma de escapar.
Supongo que aguantaré más, que terminará primero él, pero, de pronto, arqueo la espalda y gimo de una forma tan deliciosa. El orgasmo llegó antes de lo esperado.
Una mordida rápida en la espalda es la retirada del caballero.
—Bien, estuvo bien —le digo respirando agitada.
Cierro los ojos y dormito un rato.
El toque en una pierna es lo que me despierta. Estoy de espaldas.
Un dedo se va acercando a mi ano, donde se concentra.
—¿Me das tu culito? —pregunta Axel a mi oído.
A Benjamín se lo permitía solo de vez en cuando, pero no era una práctica constante.
Le permito continuar sin darle una respuesta.
Primero introduce su dedo, da pequeños giros dentro. Luego siento su cuerpo sobre mí.
Es admirable que se le pare así de rápido. La tiene bien firme, lo sé porque se recarga y la va metiendo poco a poco.
El lubricante del condón ayuda, pero no lo suficiente.
Una vez que la tengo hasta dentro, arranca a darme otra vez con la misma rudeza.
Gimo, pero no sé si es por la molestia que experimento o porque me falta experiencia para saber que lo estoy disfrutando.
—Mamita, estás bien rica —me dice entre gruñidos—, lo tienes bien apretadito.
Así, sigue dándome duro. El golpeteo es cadencioso y sonoro. ¡Muy sonoro!
¡Ya! ¡No aguanto más! Las ansias de que termine van en aumento.
Descanso cuando al fin se vine entre bramidos.
Apenas sale, suelto un suspiro.
Quedo tendida y rendida.
Axel va al baño que se encuentra en la habitación. Hace algunas cosas allí y después sale para vestirse.
Aquí no hay apapachos ni besitos después del acto. Esto es lo que es, un mero intercambio.
—¿De verdad no tienes problema con que otro se coja a tu mujer? —lo cuestiono mientras se pone la camisa.
—No —suena convencido—. Me encanta verla con la ver.ga de otro dentro. Ella y yo tenemos una relación abierta y así funcionamos.
—¿Cómo lo hacen?
—Lo más importante es respetar la primera regla. Nada de mezclar sentimientos. Esto es solo placer. El amor es para una persona.
Su respuesta me deja pensativa.
Él se despide y se va. Quizá va en búsqueda de otra, o para alcanzar a su mujer.
Ella debe estar con Benjamín.
Tal vez me he equivocado en la decisión de hacer sufrir a mi marido. Lo sigo amando, de eso no tengo duda. A lo mejor no es necesario desbaratar nuestra familia, a lo mejor todavía existe una manera de solucionarlo. Si tanto desea meterse con otras, ¿por qué no darle un verdadero permiso? No más mentiras, eso sí. Debe contarme todo o lo tomaré como engaño.
Después de descansar, me visto y voy a su encuentro. Quiero decirle que estoy dispuesta a volver en serio. Que lo amo y no he dejado de hacerlo a pesar de sus fallas.
Salgo del pasillo de las habitaciones. No sé dónde estará, a lo mejor en algún privado.
Esta vez lo esperaré.
El jacuzzi me relajará. Tengo la entrepierna adolorida y el agua tibia será un calmante.
Doy la vuelta hacia la terraza, pero, apenas alzo la vista, me detengo de golpe.
Parpadeo varias veces con tal de confirmar lo que mis ojos ven.
Es mi esposo en uno de los jacuzzis, reconozco su espalda, pero no es Julia a quien tiene abrazada.
Me arde que sus labios la recorran igual que me recorrieron a mí hacía apenas un rato.
Es, para mi sorpresa y disgusto, Mabel la que disfruta de mi marido.