Capítulo 15 – Castigo

2934 Words
Todo mundo habla del amor que se acabó o del que nunca pudo ser. Hay tantos poemas, tantas canciones, miles de novelas. El arte está lleno de eso. Creo que también se debería hablar de un tipo de amor que, según mi reciente experiencia, es el que en realidad más lastima. Se trata del que muere y no muere, el que está ahí, existiendo a marchas forzadas, pero que se niega a irse o a entregarse de vuelta. “El amor suspendido”, le llamaré. El mismo que Benjamín tiene hacia mí. La repentina reunión me emociona y quiero que se me note en la cara cuando encuentro a mi esposo en el patio después de cenar. —Ya confirmé, no pienso faltar—le aviso, para que no se le ocurra hacer planes. —Vaya, sí que te estás empeñando en buscar entretenimiento —lo dice inexpresivo. Se mantiene quieto de brazos cruzados. —¡Los dos! —intervengo y mi voz se eleva sin buscarlo—. ¡Los dos nos entretenemos! —«Hasta con mi “amiga”, infeliz», pienso. Me arden las ganas de arañarlo, de causarle dolor, aunque sea de esa burda manera. De todos modos, no se niega a ir. Cumple con la encomienda de ceder a mis caprichos. Para esta ocasión le pido ayuda a Cecilia. Ella tiene un estilo que no replicaría en otras circunstancias, pero que necesito esta vez. Voy a su casa por la tarde. Ahí me muestra varios vestidos de su muy basto armario. Me pruebo algunos. Sí que le gusta mostrar piel. Al final, y por su insistencia, decidimos que usaré un vestido ne.gro con abertura en la pierna. A los lados tiene atrevidas cintas cruzadas. Es sin mangas y de cuello alto, un detalle que me parece coqueto. —No te pongas ropa interior —recomienda Ceci—. Eso le restará vista —lo dice por lo abierto que está a los laterales. —De todos modos, me la iba a quitar —añado sonriente. Ceci también sonríe. —¿Vas por Sergio? —Tal vez —finjo vacilar. En realidad, tengo muy claro que sí voy por Sergio Ferrero, pero no quiero que Cecilia crea que me muero por estar con él. Esto solo es un juego. —¡Dime! —insiste, sacudiéndome el brazo. Hace un puchero encantador. —Mañana te cuento, mejor. —Pero en serio, luego te haces del rogar. —Prometido. —Alzo la mano. Me despido de ella con un beso en la mejilla. —Diviértete, amiga —dice sincera. Lamento que ella no vaya, aunque quizá sea lo mejor. Darío podría atar cabos y es mejor mantener a su esposo lejos de mis asuntos. Contrato a una niñera en una agencia de cuidadoras infantiles. Esta vez no quiero molestar a mis papás, además las gemelas tienen clases. Antes de irnos, le listo de nuevo a la niñera las restricciones que Victoria y Valentina tienen. Hago hincapié en que debe seguirlas al pie de la letra. Héctor se encargará de llevarlas temprano hasta la puerta del edificio de su grado. ¡Ellas no van a burlarse de nosotros otra vez! Cuando estoy lista me siento casi desnuda. Decido usar un abrigo para que mis hijas no se den cuenta. Benjamín se viste formal. Parece que va a trabajar con su traje gris y sus zapatos brillantes. Su colonia huele demasiado. Ese esmero me incomoda, pero lo callo. ¡Necesito callarlo, a pesar de que muero por hacerle un tedioso interrogatorio! Llegamos a la misma propiedad en la que se llevó a cabo la última reunión. En esta ocasión no nos reciben con grandes agasajos. Apenas y sale una señorita que nos guía dentro. Después de todo solo somos diez parejas. Descubro que en el salón principal ya se encuentran seis personas. No conozco a ninguno por nombre, solo he visto a dos parejas, pero no tuvimos ninguna interacción. La otra debe ser nueva. No me interesa inspeccionar a los caballeros, mi blanco es otro que todavía no localizo. Mabel llega un par de minutos después. Supongo que su esposo todavía se encuentra fuera. Me saluda primero a mí por estar más próxima y luego le planta un beso en la boca a Benjamín. ¡Menuda atrevida! Debo reconocer que luce guapa. El jumpsuit color vino que lleva puesto le sienta bien. Viene demasiado cubierta para la ocasión. Mabel continúa con sus saludos como si nada. Una vez que termina, se dirige a todos: —Gracias por venir. Como pueden ver las habitaciones para los privados están siendo mejoradas, les pondremos camas más grandes. También agregamos otra jaula chica, y pensamos incluir un pasillo francés[1]. —Se tapa la boca después de eso. Al parecer le divierte explicar sus próximas inclusiones. A mí me sigue pareciendo todo muy surrealista. En el mundo swinger no hay censura alguna. Cuesta trabajo acostumbrarse. De pronto, escucho que alguien viene. Giro enseguida. ¡Sí, es Sergio! Quisiera poder explicarme a mí misma por qué de pronto dejó de ser tan desagradable a la vista. En realidad, no es tan feo como antes me pareció, aunque sus suéteres jamás me gustarán. Con lo que todavía no puedo es con su sonrisa cínica y su actitud confianzuda. Analizándolo mejor, creo que proyecta seguridad en sí mismo y tal vez tiene un poco, un poquitito, de sentido del humor. Cuando llega el turno de saludarme, besa mi mejilla de manera normal, pero su mano se cuela en mi cintura y la aprieta. Esa pequeña acción causa que me dé un escalofrío. —Esperemos a las cinco parejas faltantes —nos pide—. Mientras, pueden beber lo que gusten. —Señala hacia la barra en la que solo está el bartender. No hay meseros por ningún lado. En varias mesitas de cristal pusieron bastos aperitivos de dulce y picante. —Tráeme una margarita —le pido a Benjamín. Él accede enseguida. Yo me dispongo a observar a mi alrededor. Hay varios sillones para dos personas color beige acomodados y estos forman un cuadrado. En total son diez. Las cinco parejas restantes llegan en un lapso de media hora. Entre ellas se encuentran Julia y Axel. Por fin estamos completos. Durante la espera miro directo a Sergio. Benjamín tiene que sospechar que mi intercambio será él y que lo elegí desde antes. Cada pareja ocupa uno de los sillones por indicación de los anfitriones. Sergio le ordena al asistente de voz que ponga una playlist que ya dejó preparada. Inicia música suave que desde el principio crea un ambiente sensual. Él y Mabel se colocan en medio, a un lado de una mesita de cristal. —Les agradecemos su asistencia —dice Sergio—. Esta noche mi bella esposa y yo preparamos un juego de mesa. —¿Juego de mesa? —pregunta curiosa una mujer de la cual desconozco el nombre. «¡Tenían que salir con sus tonterías!», pienso molesta. Me hubiera gustado ir directo a lo que toca. —Pero no es cualquier juego —prosigue Sergio con tono misterioso—. Este es nuestro “Verdad o Reto: Edición Ardiente". —Hace de nuevo esa amplia sonrisa. Mabel da un paso al frente y deja dos paquetes de tarjetas sobre la mesita de cristal. Uno es alto, quizá hay unas cincuenta de ellas. El otro es pequeño, no creo que pasen de diez. —Todos tomaremos una primera carta —indica Mabel—. Cada uno jugará con el hombre o mujer que se le antoje. Ustedes saben a qué me refiero. —Guiña el ojo—. Los castigos para los que no acepten responder la pregunta o hacer el reto se encuentran ya preparados. —Apunta hacia el montón de tarjetas pequeño. Sergio da una fuerte palmada. —¿Están listos para desafiar sus límites? —lo dice como si se tratara de un juego macabro. Quizá sí lo sea. No lo sé. Me aburren los juegos de mesa. El grupo responde con un entusiasmo ambiguo. —¡Va a estar bueno! —oigo que Axel comenta animado. —Veremos —añade una chica a la que solo le falta bostezar. —¿Y a qué hora vamos a coger? —pregunta otro caballero. —Si el juego se calienta con la persona que escogieron, tienen la opción de retirarse a las habitaciones. Ya saben que es indispensable el consentimiento —responde Sergio. Es ahí donde me entra la duda. Sí quería exposición cuando eligiera mi intercambio, pero no tanta. Si cambio de idea, volver a tener un encuentro con Axel no estaría nada mal. Cada uno de los invitamos toma una carta. La que inicia el juego es una mujer que se llama Andrea, ella misma se presenta. Debe tener más o menos mi edad. Es de piel morena y ojos grandes. Leo mi carta con cuidado para que Benjamín no la alcance a ver: “Verdad: ¿Cuál es tu juguete sex.ual favorito? Reto: Trata de excitarme solamente mediante el tacto”. Ya tengo claro por qué lo llaman “Versión Ardiente”. Me empieza un temblor en los talones que me molesta. A dos sillones de distancia de nosotros están Mabel y su esposo. Andrea elije a un tal Joan. Se trata de un hombre alto que no tiene fea cara, pero un cuerpo delgaducho. En lo que ellos participan, me da tiempo de pensar en sí mostrar mis intenciones ante todos, o mejor desistir. Joan escoge la pregunta. Para desgracia de Andrea, no se percibe en Joan un interés por ella. Incluso hace una mueca de desagrado. —¿Alguna vez te has olvidado del nombre de la persona con la que te has acostado? —le pregunta. —Si la mujer me gusta, jamás lo olvido —responde apático el tipo. Pobre Andrea. La batearon frente a todos. Algunos no tienen tapujos y hasta se ríen. Ella vuelve a sentarse y parece que busca esconderse en el sofá. Su pareja le soba la espalda. Toca el turno de Joan. Él señala a una joven de vestido aniñado color amarillo. Dice llamarse Violeta. Le calculo unos veintitrés años. Es pelirroja, blanca y de baja estatura. Deduzco que anda metida en el swinging porque su esposo le dobla la edad. La muchacha se levanta sonrojada. Antes de responder, gira a ver a su marido. Este le hace una seña con el dedo. En voz baja y con las manos juntas, Violeta dice que prefiere el reto. A Joan hasta le brillan los ojos cuando procede a leer: —Ponte una venda y trata de adivinar con qué parte del cuerpo te estoy tocando. Enseguida Mabel va detrás de la barra, regresa con un pañuelo ne.gro y ayuda a vendar a Violeta. Todos permanecemos con la vista puesta sobre ellos dos. Para sorpresa de nadie, Joan se saca el pene y se lo comienza a frotar en las piernas descubiertas. Violeta ríe, pero se nota que es de nervios. —¿Son los labios? —pregunta. —No —dice Joan, y se lo pone entre los dedos. Ella traga saliva y su sonrisa se borra de golpe. Ya no hay forma de que falle. —¿Te gusta? —le pregunta Joan, tratando de ser seductor. A mí un sujeto así no me gustaría ni por error. —S… Sí —responde apenas. —¿Quieres irte a otro lado, dulzura? —Mejor para la próxima —dice convencida. ¡Vaya que sí se atrevió! Por un momento pensé que cedería con él. Joan se viste de mala gana y regresa a su lugar. —Tal vez en la segunda ronda —le dice Sergio. Casi puedo asegurar que se está burlando también. Lo observo otra vez. Se lleva los dedos a la barbilla y eso, no sé por qué, pero me embelesa un poco. Tiene un perfil agradable. Incluso soy capaz de ignorar ese suéter marrón. —Violeta, tu turno —la invita Sergio. A la joven se le pone toda la cara roja. Ni siquiera lo mira directo al decir: —Lo elijo a usted. ¡No! ¡No puede ser! De ninguna manera Sergio va a despreciar a una señorita tan linda y que proyecta tal inocencia. ¡Se fue todo al carajo! A él también parece tomarlo desprevenido. Lo noto en su cara y en su brazo que se agita un poco sobre la tela del sillón. —Oh. —Se levanta—. Adelante. —¿Verdad o Reto? Si el pide el reto, ¡estoy fuera! Tocará buscar convencer a Axel y pasar una buena noche. No habrá de otra. Demora un par de segundos en responder. ¿En serio tiene que hacerla de emoción? —Verdad —decide. Cierro ambos puños al escucharlo. Giro a ver a Benjamín y me doy cuenta de que me vio en ese minifestejo. —¿Quién es la persona más sexy aquí? —lee Violeta. Sí él responde que es ella, eso dará pie a que se la lleve a la habitación. El latido se me acelera más conforme pasa el tiempo. —Mi bella y encantadora esposa, por supuesto —dice Sergio, pero su mirada se fija en mí cuando le besa la mano. Se oyen mofas y una que otra risa. —¿Aquí nadie quiere coger? —vuelve a preguntar el mismo sujeto que antes preguntó sobre a qué hora cogeríamos. Sergio le hace la seña de esperar. Después levanta su tarjeta: —Supongo que me toca. —Se concentra en el pedazo de cartón. El dichoso juego sí que me tiene sudando, pero de pura preocupación. Supuse que participaría primero yo. Hay otras seis mujeres que él puede señalar. La decepción me invade como nube oscura. —Maya Rivera, ¿verdad o reto? Estoy tan ensimismada que es Benjamín quien me da un leve codazo. —Te hablan —me avisa. Busco en su expresión un atisbo de coraje. No, no lo hay. A Benjamín no le molesta en absoluto. Juro que desconozco por qué, pero lo primero que sale de mi boca es: —Verdad. ¡Tenía que decir “Reto”. ¡Estúpida! ¿Cómo fallé así? Incluso Sergio inclina la cabeza. Luego lee: —¿Tu esposo te ha sido infiel? Todo se empieza a mover más lento. Me zumban los oídos. Esa pregunta no es sensual ni atrevida. —No responderé eso —digo en voz alta. —Entonces te toca castigo —interviene Mabel. Tiene una estúpida sonrisa que deseo poder borrar de un puñetazo. Sergio levanta otra carta del montoncito pequeño. —Tu castigo es nadar desnuda en la alberca y traer aquel banderín rojo. Volteo hacia el patio. A lo lejos a penas y se logra distinguir el color rojo. Avanzo hacia él y lo encaro: —Hace un frío que te cagas. —Castigo es castigo. —Se inclina para proseguir—: ¿O prefieres unos latigazos? Ardo de coraje. —Aquí está tu estúpido reto. —Empiezo a quitarme el vestido sin desviarle la mirada. No es difícil por lo elástico que es. Como no llevo ropa interior, solo resta soltarme las zapatillas. Salgo directo hacia el patio. Me encuentro en el borde de la alberca, lista para enfrentar el desafío. A lo lejos, la bandera roja ondea en el extremo opuesto. Me sumerjo de una, no hay mucho que pensar. El frío abraza mi cuerpo mientras más me hundo. Siento el pulso acelerado de mi corazón. Bajo el agua, todo se vuelve tranquilo. Los sonidos del mundo exterior se desvanecen. Cada brazada es un reto a seguir adelante. Mi respiración se sincroniza con el ritmo del nado. La distancia se acorta poco a poco. Estoy más próxima y puedo sentir la emoción creciendo. Un calambre me ataca, pero decido luchar. Cada músculo de mi cuerpo se tensa. Finalmente, con un último impulso, emerjo y mis manos alcanzan la bandera roja. Cuando salgo, encuentro allí a todos los invitados. Estoy desnuda y el agua gotea por todas mis partes. A pesar de eso, no me importa. Sostengo el triunfo en alto. Los demás estallan en aplausos y vítores. Sin duda celebran mi victoria. Benjamín es el único que no muestra entusiasmo. Permanece serio de brazos cruzados. Por detrás, siento un calor rodeándome que rogaba tener. Me cubre una amplia toalla. Volteo solo para confirmar que se trata de Sergio. —Felicidades —dice y, sin avisar, me da un beso. Siento su lengua enredándose con la mía. De pronto se me mueve el piso. Primero creo que es por lo que pasa, pero luego me doy cuenta de que Sergio Ferrero me ha cargado en brazos. —Si nos disculpan —se dirige a los demás. Así, me lleva cargando con solo la toalla enredada. De reojo vuelvo a buscar a mi esposo. Ahora sí le brillan los ojos, los tiene encendidos, por completo enrojecidos. Exhala ira, tal como tanto esperaba. Sergio me lleva a la habitación más cercana. Dentro, deja que me acueste sobre la cama. —Disculpáme. Hay que seguir las reglas. Quito la toalla. —Mejor si hubiera elegido los latigazos. Él sonríe. Esa sonrisa sí me gusta. —Todavía puedes —dice sin más. [1] El pasillo francés es un panel con diferentes agujeros, colocados a distintas alturas, donde los hombres pueden introducir su pene y al otro lado, sin que éste pueda ver quién es, llega un cliente, hombre o mujer, y le realiza una felación.
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