El sábado amanece nublado. La temporada de lluvias está empezando.
Mis padres nos invitaron a almorzar en su casa. Viven en Las Lomas. Como acostumbran despertarse temprano, me veo obligada a estar lista a las siete de la mañana.
Por obvias razones, Benjamín no irá. Necesito inventar una buena excusa para justificarlo.
Las niñas y yo salimos a las siete con diez minutos. Héctor nos lleva.
Es inevitable que lo inspeccione por el retrovisor.
Lo que Cecilia dijo es real. No se trata de un hombre desagradable. Se viste formal, tiene buen gusto para eso. Suele usar camisas de manga larga para ocultar los tatuajes que tiene. Cuida su peinado y procura siempre estar pulcro… ¡Pero no! Si su padre se enterara de que lo invité a una fiesta “degenerada”, se lo contaría a mis padres, y eso sería tan vergonzoso.
Pronto abandono la posibilidad de incluirlo en la alocada invitación de Cecilia.
La propiedad de mis papás es más lujosa que la mía. A mi madre le gusta ser ostentosa.
Encontramos a mi papá armando un rompecabezas de avión y a mi madre cepillando cuidadosa a su gato. Es un persa blanco, peludo y malhumorado que solo la quiere a ella.
Mi hermana Alisha, su esposo y sus tres hijos de once, nueve y siete años ya están ahí.
Todos se encuentran en la sala esperando.
—¿Por qué tardaron? —me pregunta mi padre.
Gruño para mí porque siempre detesté que iniciaran su día casi de madrugada.
La algarabía de mis hijas los hace olvidar sus malestares. Son encimosas con sus abuelos y eso me sirve para distraerlos.
Así, almorzamos tranquilos un buen banquete de cortes de carne.
Después de terminar, los niños se retiran a jugar o a contarse sus cosas, lo que sea que hagan. Los adultos nos quedamos a charlar en la sobremesa.
—Dice Victoria que tú y tu esposo están peleados y que él duerme en la recámara de invitados —dice mi padre sin tapujos—. ¿Se puede saber por qué?
Alisha gira a verme sorprendida.
Es mi única hermana, solo un año menor que yo, pero nunca nos hemos llevado bien. Es una persona perfeccionista, exigente, habla poco con los demás y se la pasa trabajando; a diferencia de mí que soy una “floja”.
Para mi desgracia, lo que traté de evitar, se dio muy pronto.
—Benjamín me engañó, papá. —Evito llorar allí—. Fue con una empleada.
A papá lo veo asentir pensativo.
—Estoy enterado de que solicitaste un despido. Hugo me avisó.
—¿Qué más te ha avisado el contador? —Ya sueno a la defensiva—. Cuéntame.
Mi padre pasa saliva y no me mira de frente.
—Solo te informo que no es la primera vez que mi yerno se pasa de listo.
¡No puedo creerlo! Él tenía conocimiento de las trastadas de Benjamín y decidió callar.
—¿Qué sabes? —lo cuestiono molesta.
—Hace unos siete meses tuve que solicitar la baja de la auxiliar del contador porque los vieron… en situaciones comprometedoras.
Incluso me es complicado seguir pronunciando palabra porque me tiembla hasta la lengua.
—¿Situaciones comprometedoras? —Siento que sudo frío—. ¿Hugo los encontró cogiendo?
—Cuida tu lenguaje —pide enseguida Alisha.
Ignoro a mi hermana. Prefiero que no se meta donde no la llaman.
—No lo cubras, papá —le exijo, aunque no debería ser tan agresiva con él—. Si ya lo escondiste siete meses, merezco la verdad.
Pero mi padre se mantiene en silencio.
Respiro hondo.
Sospecho que le da tanta vergüenza que no es capaz de decirme lo que vieron los empleados.
—Benjamín la estaba besando cuando el contador la fue a buscar para pedirle unos documentos —es mi madre la que termina respondiendo.
Le doy un puñetazo a la mesa.
—¡Maldito! —Aprieto la boca—. Y tuvo el descaro de jurarme que fue solo una vez.
—Nada más te recuerdo que cuando se casaron te empeñaste en que fuera por bienes mancomunados. —Alisha otra vez interviene—. Así que, si te divorcias, él se queda con la mitad de todo lo que tienen, y eso incluye las acciones de la empresa.
Mi hermana siempre pensando en el dinero, pero lleva algo de razón. Yo quise que compartiéramos los bienes. Cuando te enamoras, no piensas en que te van a jugar chueco.
—¡Eso sí que no! —sentencio.
—Te lo dijimos, pero no hubo manera de convencerte de lo contrario, así que arregla las cosas con él o vete preparando para una larga lucha legal. Tienes suerte de que tu cuñado es abogado. —En la boca de mi hermana percibo una ligera sonrisa.
¡Solo eso me faltaba! Que mi propia sangre se alegrara de mi desgracia.
Me levanto de un tirón.
—¿Podrían cuidar de mis hijas por hoy? —le pido a mis padres—. Tengo que hacer unas cosas. Mañana mando al chófer por ellas.
Lo siguiente que hago es salir de la casa. Ni siquiera tengo el cuidado de despedirme de mis hijas. No logro pensar claro, no logro caer en la cuenta de que lo que pasa es real.
Por suerte, Héctor sigue todavía allí. Lo reconozco a lo lejos, en el estacionamiento. Está ayudando a su papá a lavar los carros.
No lleva la camisa puesta y se logra apreciar su torso mojado.
¡Ahí me regresa una idea!
Camino hacia a los dos hombres.
—Llévame a la casa, por favor —le pido a Héctor.
—Sí señora.
Él se apresura a ponerse la camisa. Me percato de que ya tiene más tatuajes.
Espero a que acerque la camioneta.
En cuanto llega, me subo, pero esta vez lo hago en el asiento del copiloto.
Solo recorremos un par de cuadras cuando decido hablarle:
—Héctor.
—Sí, señora —me responde, concentrado en el camino.
—¿Qué tienes que hacer más tarde, en la noche?
—Nada. Estaré en mi casa. ¿Necesita algo?
Curioso que no salga en sábado en la noche.
Primero tengo que aclarar una duda:
—¿Te puedo hacer una pregunta personal? —prosigo.
—Dígame.
Confieso que me provoca vergüenza lo que voy a cuestionarle, pero de ninguna manera planeo herir a otra mujer.
—¿Eres soltero? —eso sale con voz más baja.
De reojo noto que él se ruboriza.
—Lo soy —responde a secas.
¡Bien! Eso me sirve.
—Es que… quiero ir a una fiesta a la que fui invitada, pero Benjamín no puede asistir.
—¿Quiere que la lleve y la vaya a recoger?
Por poco y me arrepiento, ¡pero no! No debo ponerme a analizar las consecuencias. Tengo grandes ganas de presumirle a mi adorado esposo dónde estuve en la noche del sábado.
—Quiero que me acompañes. ¿Puedes? Digo, si no tienes otros planes.
Héctor demora un instante en darme su respuesta.
—Sí, sí, la acompaño. —Se puede apreciar en su frente un poco de sudor—. Me imagino que debo llevar ropa de marca.
—Solo ponte lo mejor que tengas.
Lo siguiente que hago es mandarle un mensaje a Cecilia que dice: “Te veo en la fiesta. Sé puntual porque necesito que entremos juntas”. Ella solo me envía caritas felices y gotitas de agua con una mano señalándolas.
¡Está acordado! Iré a mi primera fiesta swinger con mi chófer como compañero.