Mis amigas me han comentado varias veces que tengo estilo para elegir la ropa. Para esta ocasión, decido usar un vestido largo y ajustado n***o. Deseo que se marquen mis curvas. Es una prenda cara que solo usé una vez y a Benjamín no le gustó por lo “atrevido” que es. La elección de accesorios es discreta porque el vestido ya tiene pedrería en el escote. Las zapatillas altas no pueden faltar. Soy buena para caminar con tacones. El peinado y maquillaje son sencillos, aunque sí busco que resalten mis rasgos faciales sin perder la naturalidad.
Tengo que parecer segura de mí misma. Practico en el espejo una sonrisa radiante. Apruebo lo que veo. Estoy glamourosa, pero sin exagerar.
A las diez para las siete, Héctor ya está esperándome en el sedán.
Cuando salgo, se apresura a abrirme la puerta.
Él usa un traje azul oscuro. Es bonito. Le sienta bien.
Con mi esposo me gusta… me gustaba ir con tonos similares, pero no importa que no combine con Héctor.
A él le doy la dirección y nos dirigimos allá.
Me invaden los nervios que causa lo desconocido.
A las siete treinta ya estamos afuera de la casona.
El lugar elegido para la fiesta es una propiedad preciosa con estilo colonial color blanca.
Nos bajamos y el valet parking se lleva el coche
¡Tengo una urgencia! Me falta explicarle a mi inesperado acompañante sobre el tipo de evento al que asistimos. Aunque sea solo para ver, tiene que estar al tanto.
Respiro hondo. Necesito parecer calmada.
Un minuto después por fin giro hacia él:
—Escucha, Héctor, esta es una fiesta para adultos.
—Sin niños, qué bien. —Parece complacido con ese detalle.
¡Tan inocente! Ni sabe lo que le espera.
Suspiro, apenada.
—¿Cómo te digo…? —Empiezo a buscar las palabras adecuadas para darme a entender.
—¡Amiga, nos ganaron!
Ceci aparece detrás de nosotros y me planta un beso en la mejilla. Se ve fantástica con su falda de cuero negra ajustada, sus botines y una blusa blanca que deja poco a la imaginación por lo escotada que está.
Creo que vine demasiado formal.
—¡Estás divina! —me dice emocionada. Se le sienten las manos frías. Luego, extiende el brazo hacia su esposo—. Amor, ¿te acuerdas de Héctor?
Darío lleva un conjunto de pantalón n***o con una camisa blanca, mismo estilo que Cecilia. Su cabello rubio lacio se le ve muy bien como se le acomoda.
—Sí, sí. Bienvenido —le dice Darío de forma amigable.
Me alivia porque tenía el miedo de que lo viera de manera despectiva.
—¿Entramos? —propongo. Quiero que esto avance.
Es hora de explorar el “fanatismo mundo de los swingers”.
Saco la invitación y se la entrego al caballero que revisa los pases.
El hombre calvo con smoking pregunta:
—¿Primera vez?
Empieza a recorrerme un escalofrío. Siento que ese sujeto me juzga por el evento al que asisto.
—Sí —se apresura a responder Cecilia.
El hombre revisa la invitación de mi amiga. No demora en marcarnos con un texto indeleble en la muñeca y nos entrega un reglamento impreso.
Le arrebato veloz el suyo a Héctor y guardo el de ambos en mi bolso. Es mejor que no lo lea.
—Disfruten. —El hombre quita el listón para que pasemos.
—¿Cuánto te costó esto? —le pregunto susurrante a mi amiga.
—Diez mil por persona.
—¡Diez mil! —Supuse que el costo sería menor. Solo por ver, me parece excesivo.
Antes de entrar, cada pareja desfila por la alfombra negra que conduce a la entrada principal.
Dentro se escuchan risas y conversaciones animadas.
Somos recibidos con copas de champagne de cortesía.
Los camareros circulan con sus charolas, con las que ofrecen copas de distintas bebidas y canapés gourmet.
El salón tiene altos techos adornados con candelabros brillantes que arrojan una luz suave y dorada sobre los invitados, los cuales llevan puestos trajes y vestidos de gala.
Las paredes están revestidas con telas delgadas blancas. El suelo luce reluciente. Hay arreglos florales de rosas blancas y orquídeas distribuidos en los rincones. Los colores que más abundan son el blanco, crema, dorado y plateado.
En una esquina, un pianista toca melodías suaves, eso le añade un toque elegancia a la velada. En otra parte del salón hay una pista de baile. Reconozco la mesa de DJ que seguro funcionará más tarde.
Sin duda, se percibe una atmósfera de sofisticación. No es para nada lo que imaginé.
Cualquiera diría que se trata de una fiesta normal con excelente gusto y atención.
Decidimos sentarnos en una salita lounge a platicar. Una hora más tarde, los anfitriones se presentan ante nosotros.
Se trata de una pareja que se encuentra en sus cincuentas. La mujer besa a Héctor de forma provocativa, y su esposo me toca una nalga cuando me saluda.
—Los play room[1] están al fondo, pasando la alberca. —Señala la señora hacia un extremo del lugar. Percibo un acento chileno en ella—. Pueden pasar cuando se les antoje.
—Si es su primera vez, les aconsejo los privados. Esos están a la derecha de la alberca. —El esposo tiene un acento similar. Su sonrisa es amplia, quizá hasta seductora—. Gócenlo. Cualquier cosa, estamos a sus órdenes.
Todos agradecemos su cortesía.
Los anfitriones se alejan.
Pronto me doy cuenta de que los más de cincuenta invitados que ya llegaron ni siquiera nos miran. Es cuando dejo de sentirme juzgada.
Le pido a Cecilia que me acompañe al tocador.
Durante el trayecto más de un caballero llama mi atención, podría elegir a cualquiera sin problema. Tengo sus placeres al alcance de mi mano. Es tan sencillo. Sin citas previas, sin tener que escuchar cómo presumen lo que tienen, sin verme orillada a investigar si es alguien de buena familia o si tiene antecedentes cuestionables. Nada de eso se necesita allí. Solo pides y lo tienes. Eso pronto me va susurrando al oído para que caiga.
Los baños se ubican próximos a los arcos que dirigen a la alberca. Salgo primero que mi amiga y aprovecho para asomarme discreta. La dichosa play room tiene como amenización un show de bailarinas en poca ropa y los meseros ahí andan en tanga.
Parecen divertirse.
Es en ese instante donde tomo una importante decisión.
«Que se chingue Benjamín, yo la voy a pasar bien», pienso convencida.
Jalo a Ceci en cuanto sale.
—Siempre sí quiero participar —le aviso sin más rodeos.
—¡Eso, amiga! —A ella se le forma una amplia sonrisa contagiosa—. Ahorita le digo a mi maridín. —Pretende irse, pero vuelve a hablar—: Antes, necesito que me hagas un favor.
—¿Qué favor?
Ceci se acerca más a mí y baja la voz:
—Se me antoja tu chófer. Ayúdame a que me toque con él.
—¡Ni loca me voy a meter con Darío! ¡Ay, no, eso sí no!
Mi amiga también lo piensa.
Tenemos un código no escrito sobre los esposos de las amistades.
—Deja investigo con los anfitriones cómo le podemos hacer. —Ceci se muerde el labio inferior—. Ese chofercito tiene que ser mío.
¡Tremenda noticia! Nunca me pasó por la cabeza que le gustara en serio. Solo la veía echándole ojitos, pero supuse que solo jugaba.
—Cálmate que se te van a caer los calzones aquí mismo —digo en modo de burla.
—Vente, volvamos.
De nuevo disfrutamos de otras copas.
De pronto y sin previo aviso veo a Cecilia conversando con la anfitriona mientras Darío discute de coches con Héctor.
Mi amiga regresa con una cara de emoción que no oculta.
La alcanzo para que me cuente lo que acaba de investigar.
—Yovana —la anfitriona— me dio esta ficha. —Me muestra una plaquita de acero con un número impreso—. En el área privada hay un sorteador que te da una de estas si no sabes a quién escoger. Las mujeres esperan adentro. Dásela a tu chófer, con eso lo van a dejar pasar al cuarto seis. Que sea cuidadoso, no quiero que mi esposo se entere de que es planeado.
—¿Y yo? —murmuro.
—Que primero Darío pida sorteo antes de que te metas a alguna habitación. Así es seguro que él no te toca.
Ese proceder no me convence. Yo quería elegir antes al candidato de mi desquite, pero Ceci está tan entusiasmada que no tengo valor de negarme.
—¿Y si no me gusta el que me toca?
—Una de las reglas es que no es no. Si no te gusta, solo salte y ya.
—Está bien. —Se lo dejaré a la suerte.
—¡Vamos! ¡Acción para que tengamos acción! —se aleja moviendo las caderas.
Cuando volvemos con nuestras parejas, me percato de que Héctor está como pasmado.
—¿Qué le pasa? —le pregunta Ceci a su marido.
—Le conté de que trata esta fiesta.
¡Dios! Darío me ahorró la vergüenza de ser yo quien lo hiciera.
Enseguida llevo a Héctor a otro lado.
—Si tú quieres irte, adelante.
Él tiene los ojos fijos en otro lado que no soy yo.
—No, no se preocupe —me responde con voz robótica—, está todo bien.
Pero noto que su mano tiene un ligero movimiento con la copa.
—¿Seguro?
—Sí. —Sonríe vacilando.
Ya no pretendo seguir insistiendo. Es tiempo de avanzar.
—En un rato vamos a pasar al área de privados —le cuento—. Si estás de acuerdo, entra con esta ficha a la habitación que tenga el mismo número. —Levanto la ficha a la altura de su cara—. Una señorita linda te va a estar esperando.
Él cambia la expresión por una más animada.
—¿Qué tan linda?
—Muy, muy linda. —De reojo, observo a Cecilia. Por supuesto que no se va a resistir a ella.
Héctor me acepta la ficha.
—Trato hecho.
Lo sostengo de la camisa para arreglarle el cuello.
—Que esto quede entre nosotros, ¿sí?
—Como usted ordene —me dice serio.
Sé que será prudente, confío en su buen juicio.
Cualquiera pensaría que Héctor es un “chacal” malviviente si se quita la ropa planchada, encima el bigotito tan feo que se hace no le ayuda, pero lo conozco bien. Sé qué es un hombre educado.
Los cuatro nos dirigimos al patio, pasamos la alberca y damos vuelta a los famosos privados.
Se trata de un pasillo con recámaras enumeradas. Tiene pinta de hotel de paso bonito.
Primero entramos nosotras.
Una chica joven y rubia con vestido corto dorado es quien atiende.
—Yo quiero la seis —le informa Cecilia a la muchacha.
Ella le da el paso.
—A mí dame una libre, por favor —solicito.
—Hay condones en la charola —indica ella y luego me apunta hacia la número nueve.
Tomo un par de preservativos.
Los dedos me tiemblan cuando lo hago. Llevo años sin usarlos. Estoy operada para no tener más hijos y fui monógama por quince años.
Antes de meterme, le hago una seña a Darío para que vea a cuál no debe entrar.
Por andar distraída viendo para atrás, no me doy cuenta de que un caballero acaba de salir de una habitación.
Para mi mala suerte, chocamos de frente.
—¡Fíjese por dónde camina, señora! —dice molesto.
Se trata de un hombre que mide más un metro ochenta y cabello oscuro rizado. No pongo más interés en analizar sus facciones, además de que la luz es escasa.
—Exagerado, ni siquiera le di duro —respondo. La manera en la que se dirigió a mí me hace enfadar.
—Nada le cuesta disculparse y ya. —El sujeto avanza después de bufarse.
—Qué bueno que no me toco este —me digo entre dientes.
No debo permitir que ese incidente me arruine la noche.
Entro a la habitación. Es sencilla, pero bien decorada. Solo cuenta con una cama grande cubierta con sábanas blancas, un medio baño pequeño y una mesita donde dejo la bolsa y el celular.
Me siento sobre el colchón.
«Las cosas en las que me meto», pienso cuando caigo en la cuenta de dónde estoy y de lo que planeo cometer. Pero me convenzo de que no es una infidelidad si Benjamín y yo estamos separados.
Solo transcurren unos tres minutos cuando la perilla empieza a girar.
El corazón me late veloz y una de mis piernas empieza a moverse sin mi permiso.
Necesito saber ya si el hombre que va a entrar me gusta.
Para mi sorpresa, quien aparece es un conocido.
¡Resulta ser nada más y nada menos que Héctor!
Tapo mi boca.
—¡No, así no!
Héctor está sonriente, demasiado. Logro ver casi todos sus dientes.
—Sabía que le gustaba, pero no me esperaba esto —comenta suspirando.
¡Las cosas no salen como las planeamos!
Pienso en quién le habrá tocado a Ceci. Ella debe estar tan decepcionada.
Héctor aprovecha que estoy quieta y callada para ir a revisar que la puerta esté cerrada con seguro. Después se me acerca y, sin preguntarme, me planta un beso. Primero dudo en corresponderle, pero después de sentir sus húmedos labios insistentes, lo hago.
Un beso de otro hombre después de tantos años es agradable.
—No traje condones, ahora vuelvo —hago el intento de huir.
Él me jala de vuelta.
—Yo sí. —Muestra varios de ellos.
Ceci me va a odiar por esto, pero ni modo. Seguro ya tiene compañero y si su esposo se entera terminará molesto.
Héctor vuelve a besarme. Lo hace tan rico que me dejo llevar. ¡Qué más da!
Ha pasado tanto desde la última vez que me sentí así de deseada. Sus manos me exploran. Son ásperas, pero cálidas… y ágiles.
También tengo trabajo por hacer.
Bajo la mano y la pongo sobre su pene por encima del pantalón. ¡Nada mal! Se siente un buen tamaño.
Su lengua juguetea con la mía. No se limita.
Lo siguiente que hace es agarrarme los pechos por encima de la tela. Los masajea un rato. Luego, baja el cierre y me quita el sostén.
Debo reconocer que sabe quitar el broche, algo que Benjamín jamás aprendió.
Quedo con los pechos al aire.
El calor que causan sus dedos y su boca llega a mi entrepierna.
Yo solita me libero del vestido.
Cuando él busca quitarme la ropa interior, trato de evitarlo.
—Seré cuidadoso —promete mientras su respirar se va acelerando.
¡Pero si lo que necesito es que sea todo menos cuidadoso!
Es hora de tomar la decisiva decisión.
Me obligo a recordar a mi esposo cogiéndose a la empleada. ¡Sí, lo vale! Por eso, permito que prosiga.
Quedo por completo desnuda frente a mi chófer y él ya tiene metido su dedo índice en mi v****a.
La humedad incrementa con sus roces que van y vienen.
Me siento bien lubricada.
Él sigue usando sus dedos, y en un momento me voltea hacia la pared.
Apoyo las manos en ella.
Héctor se arrodilla y empieza a besarme entre las nalgas.
Parece un experto con esa boca exploradora.
¡Ya no puedo más! ¡Estoy muy cachonda!
Después de hacerme gemir, se pone de pie y se saca el pene.
Tal como lo supuse, es un buen tamaño, nada exagerado, pero me agrada que es grueso.
Me encuentro más que lista para que me penetre. Voy a la cama para recibirlo.
Él se coloca sobre mí y siento la cabeza entrando lento.
Comienza a entrar y salir.
—Dame duro —le pido. No necesito de suavidades.
Héctor accede.
Así estamos un rato. Sabe bien, muy bien.
La segunda posición es la de perrito. La gocé poco por el desinterés de mi esposo de usarla.
¡Es tan rica! El placer es grande, una delicia.
Mis tetas se mueven de un lado a otro.
De pronto, él gime, suspira y sé lo que ha pasado.
Me dejo caer con las piernas entumidas, pero ha valido la pena.
Él se vino, aunque yo no lo logré.
Deseo sentir lo mismo otra vez.
Le doy unos minutos para que se reponga.
Cuando lo veo relajado, bajo y empiezo a probar su m*****o, lo hago hasta que se le pone duro como un tronco.
—¿Quiere más, jefecita?
—Sí, quiero —lo digo como una orden.
No me importa nada. No hay glamour, solo sudor, fluidos y gemidos. Estoy dispuesta a gozar este impensable encuentro hasta que me sienta desmayar. Bien entumida, pero bien cogida. Tal como mi esposo dejó de hacerlo hace tiempo.
[1] Play room en el mundo swinger es una zona de camastros donde tienen permitido ver y mantener relaciones sexuales.