POV AZRAEL. Prisca y yo salimos del edificio en silencio, con una calma, después de ponernos de acuerdo con algunas cosas que debemos hacer cuando venga a vivir a mi ático. La camioneta nos espera al pie de la acera, brillante bajo las luces amarillentas de la calle, y mientras el conductor nos abre la puerta trasera, noto cómo Prisca, con esa mirada suya tan atenta, escudriñando todo lo que la rodeaba. Ella siempre lo hace, como si buscara amenazas invisibles o respuestas en la penumbra. Subimos sin palabras, el motor arranca, y el ronroneo grave del vehículo se mezcla con el pulso acelerado que llevo en el pecho. A mitad de camino mi móvil suena. Esa vibración seca, insistente, que me eriza la piel porque nunca anuncia buenas noticias. Veo el nombre en la pantalla. Alan. Siento un nudo

