BLAKE ASHFORD
Salgo del live con el pulso aún vibrando en las muñecas, me ducho sin pensar y dejo que el agua me borre la piel hasta que la cabeza queda en blanco. Toalla al hombro, cama, oscuridad; me hundo de inmediato. Amanezco como si hubiera firmado una tregua con el cuerpo: café solo y amargo, camisa impecable, corbata que intimida sin levantar la voz. Hoy toca tribunal y la mañana enmarca bien el gesto: mármol frío, pasillos que huelen a papel viejo y vanidad, murmullos en clave de latín. Entro caminando como si el suelo me debiera respeto.
Empiezo con el caso de la pirámide. El acusado tiene reloj caro y manos de estudiante en su primer examen oral. La fiscal trae la partitura de siempre —“familias, pérdidas, engaño”—; la escucho como quien oye llover. Cuando me toca, apoyo los d
