BLAKE ASHFORD El vaso vacío se quedó en mi mano más tiempo del necesario. Podría haber ido por otro whisky, abrir otra botella, pero no era alcohol lo que me quemaba la garganta. Era ese maldito silencio. Esa ausencia que pesaba más que todos los insultos que Moisés había lanzado en prensa. Apoyé el vaso en la mesa, lo empujé despacio, vi cómo rodaba un par de centímetros y se detenía como si también estuviera harto de esperar. —Basta —murmuré, levantándome. La pantalla del celular brilló en mi mano como si me retara. Abrí el chat donde todo había quedado congelado. Ni un “hola”, ni un emoji, ni un puto silencio disfrazado de punto suspensivo. Nada. “Si quieres verme arrastrarme, Gigi, vas a tener que provocarme más que con un vacío”, pensé. Me quité la camisa, la tiré al suelo. Bajé

