BLAKE ASHFORD (17 AÑOS) El silencio pesa como plomo. El video aún corre en la pantalla de mi celular, los jadeos sucios de mi padre llenando el aire de su propia oficina. Su rostro, rojo primero, se fue tornando ceniza a medida que lo veía. Lo detuve. Guardé el teléfono en el bolsillo. Robert Ashford, el gran patriarca, se quedó inmóvil detrás de su escritorio, con la respiración rota. Después de unos segundos levantó la barbilla, tratando de recuperar la dignidad perdida. —Eres un desgraciado, Blake —dijo al fin, con voz ronca pero firme—. No sabes con quién estás jugando. Lo miré fijo, sin pestañear. —Sí sé. Con un hombre que, si mi madre viera ese video, terminaría en la calle con el prenupcial ahorcándole el cuello. Sus labios temblaron un instante, pero luego apretó la mandíbul

