La mancha de vino seguía allí. Inmóvil, exigente e inquisidora. No había cambiado su aspecto, aunque el sol se haya empecinado en iluminarla varias horas cada la mañana. Era la última evidencia de lo sucedido aquella noche, en que mi vida había cambiado para siempre y se empecinada en recordármelo, aunque hoy, se suponía que no debía importarme.
Oscura, salvaje e indiferente, su semejanza con mi pasado era tan abrumadora que me arrancaba una lágrima, que me obligué a limpiar con el dorso de mi mano. Como presa de un hechizo mis ojos no podían despegarse de la alfombra, que supo ser impoluta por años, para convertirse en el rincón más escalofriante de mi casa.
Cerré, por fin los ojos intentando que aquello no me perturbara, pero mis labios, apretados, revelaban la verdad. No tenía que volver a pasar, no tenía que volver a pasarme. ¿Entonces porque se sentía como un deja vu?
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ALGUNOS MESES ANTES
El día había sido agotador en el laboratorio. Llevaba meses intentado dar con el antígeno que necesitaba para desarrollar la nueva vacuna y cada intento era un nuevo fracaso, tan agotador como frustrante.
Se suponía que debía ir a cenar con sus amigas de la facultad, pero Cata estaba tan exhausta que decidió inventar una excusa para ausentarse.
Se puso su abrigo, que le pareció algo más pequeño de lo que solía ser y decidió obviar la sensación, con el espejo era suficiente, como para que su testaruda ropa le recordara que llevaba algunos años aumentando su peso.
Nunca había sido una modelo, pero podía recordar sus años de facultad en los que había despertado alguna que otra mirada. De hecho, por esos años había conocido a Pablo, su actual esposo, quien se había mostrado tan interesado que la había perseguido durante meses para que aceptara tomar un café y cuando finalmente aceptó no dejó de demostrarle que en verdad le gustaba.
En ese momento recordó también a Joaquin, otro joven estudiante con el que compartía las prácticas en el laboratorio. Recordó cuanto le gustaba conversar con él, e inmediatamente recordó las sutilezas que utilizaba para demostrarle que la deseaba, tan distinto a Pablo.
Recordó con nostalgia la única vez que se habían visto fuera de la facultad en una fiesta de cumpleaños derivada en multitud que los llevó a apartarse un poco y con la impunidad que ofrece la noche él había tomado su mano con firmeza, como si por medio de algún tipo de reacción química pudiera transmitirle lo que en verdad sentía. Sin embargo su timidez y delicadeza fueron arrasados por el extrovertido Pablo, que sin prestar atención a sus dedos entrelazados, la había invitado a bailar, aunque nadie lo estuviera haciendo, y la había arrastrado a la marea que produce el sentirse deseado, logrando que olvidara que estuvo a escasos segundos de besar a otro hombre.
Subió a su auto, aún pensando que habría sido de la vida de Joaquin y estiró su cuello intentando sacarse el día de encima. Llamó a Pablo para preguntarle qué quería cenar, pero al no obtener respuesta dejó su teléfono en el asiento del conductor y encendió el motor. Aún pensaba en el llamado fallido cuando comenzó a mover su auto marcha atrás y un grito la obligó a clavar los frenos.
-¡Perdón, perdón, estaba distraída! - dijo con desesperación mientras bajaba del vehículo a gran velocidad.
Pudo ver a un hombre de espalda ancha con una camisa rayada que aunque intentaba disimular, marcaba sus músculos a la perfección. El hombre se tomaba una de las piernas mientras maldecía en voz baja y al notar su presencia giró para mirarla con cara de enfado.
Cata lo reconoció enseguida y tuvo la necesidad de llevarse ambas manos a la boca y arrugar su ceño como una niña que acaba de romper algo.
Matías, que aún la miraba enfadado, encontró su expresión demasiado tierna, pero fiel a sus principios continuó en su papel.
-En serio señor Alfonso, pensé que no quedaba nadie en el edificio y avancé sin mirar.- le dijo, sacando sus manos lentamente de su rostro, al jefe de finanzas del importante laboratorio en el que ambos trabajan.
Matías sacudió el polvo que quedaba en su pantalón con vehemencia y cuando terminó volvió a mirarla.
-Tenes que tener más cuidado ¿Catalina no? - le dijo acortando un poco la distancia entre ambos.
Cata asintió con su cabeza a gran velocidad, aquel hombre siempre la había intimidado, no tenía más de cuarenta años, pero siempre iba impecable y rodeado de un halo de autosuficiencia. No se cruzaban mucho, ya que el departamento de finanzas se encontraba en el último piso, lejos de los laboratorios. Cata solía almorzar en su escritorio y nunca había asistido a los eventos de socialización que proponía la empresa. Ni días de campo, ni fiestas de fin de año. Volver a casa siempre le había resultado el mejor plan. Sin embargo allí estaba, más cerca de lo que jamás lo hubiera tenido, con su barba que intentaba verse informal pero en realidad resultaba prolija y sus ojos color avellana, clavados justamente en los suyos. Vio como su expresión iba mutando del enojo a la exasperación, esperando alguna respuesta de su parte.
Intentó hablar pero sus palabras parecían atrincheradas en su garganta, carraspeó un poco y finalmente le ofreció su mano.
-Si, soy Cata, la bioquímica que está a cargo del laboratorio de vacunas.- dijo por fin, sintiendo como su cuerpo lentamente parecía recordar cómo comportarse en sociedad.
Matías miró su mano y algo parecido a una sonrisa se dibujó en sus labios.
-Se quién sos, Cata.-. dijo enfatizando en el tono que empleaba para llamarla por su diminutivo.
-Y podés llamarme Matías, señor Alfonso suena como si llamaras a mi padre.- agregó frente a la mirada perpleja de la doctora, quién pasado el estupor volvió a reaccionar.
-Bueno, vuelvo a pedirte perdón… Matías.- le dijo sintiéndose ridícula por haberle ofrecido su mano.
-Si mañana no puedo correr, me voy a acordar de vos, pero estás perdonada.- le respondió, prácticamente olvidándose por completo de su enojo.
Ahora la que sonrió fue ella y por primera vez Matías pudo ver su rostro completo, que de repente, le pareció más lindo de lo que debía.
-Espero que no me recuerdes entonces.- le dijo ella volviendo a sonreír, pero en lugar de reírse, él, alzó una de sus cejas y la miró con descaro, logrando que ella se sonrojara.
-Veremos.- respondió él finalmente y sin despedirse continuó caminando hasta su auto, dejando a Cata demasiado aturdida.