No sabía qué hora era cuando su celular comenzó a sonar, pero sabía que no había pasado tanto tiempo de haberse dormido.
Se quejó en voz baja, pataleó en la cama y se levantó maldiciendo mentalmente a quien le marcaba; de hecho, si era alguien conocido, lo insultaría seguro.
Pero el número no era conocido, por eso dudó en responder. Ella no necesitaba otra promoción de su banco, y eran ellos usualmente quienes marcaban insistentemente aprovechándose de que ingenuamente les había entregado todos sus datos personales.
«¿Y si es de la editorial?», se preguntó de pronto, volviendo a sentir la incomodidad en su estómago y un nudo en la garganta.
Respiró profundo, alisó su cabello con la mano libre del teléfono, aunque nadie la fuera a ver, y aclaró la garganta antes de deslizar el dedo para aceptar la llamada.
—¿Hola? —su saludo parecía más una pregunta que un saludo en sí.
—¿Hablo con María Aragall? —preguntó alguien por el intercomunicador.
—Sí —titubeó la joven escritora antes de aclarar su garganta—, con ella habla.
—Qué bien —dijo la desconocida que preguntaba por ella—, mi nombre es Gabriela Dueñas, trabajo para la editorial que la contactó por correo electrónico el día de ayer. Me gustaría hablar con usted, pero que fuera en persona. ¿Podría concederme una entrevista, por favor? Nos encontraríamos en la oficina, nuestra dirección se la enviaría por correo electrónico.
—Sí, claro —respondió María sin pensarlo mucho, o, mejor dicho, sin siquiera pensarlo, ella estaba aún medio dormida, y mucho muy emocionada.
Gabriela se despidió de ella prometiendo mandarle la información por correo y, algunos minutos después, María recibió dicho correo; entonces, tras corroborar que la dirección recibida era la misma que aparecía en internet, se preparó para su cita que sería un par de horas después.
Ni siquiera pudo comer mucho, su estómago era un nudo de nervios; era tanto su nerviosismo que no dejaba de escuchar a su corazón retumbar en sus oídos, y sus palmas se cubrían pronto de una nueva capa de sudor, a pesar de que las frotaba a menudo en su pantalón.
Llegó al lugar donde la solicitaban luego de haber mandado capturas a su amiga de todo lo que había recibido. Estaba en un lugar desconocido, y estaba completamente sola, no debía fiarse de todo, pero tampoco dejaría que el miedo y la paranoia la detuvieran.
María observó el edificio de tres plantas al que le dirigió el taxi que la llevó ahí, no se veía demasiado moderno, pero era bastante llamativo, y caminó observando absolutamente todo a su paso, no con detenimiento, pero sin perder detalle de nada.
La joven escritora se preguntó entonces si no se vería como una loca sospechosa, pues, en un momento de lucidez, se dio cuenta de que incluso se aferraba con demasiada fuerza a su bolsa. Ese pensamiento le provocó reírse de sí misma, y relajarse un poco.
El lugar, por dentro, se veía demasiado bien, así que probablemente no era una trampa.
Quizá era porque tenía demasiada imaginación, pero los posibles escenarios donde sin fin de cosas malas le ocurrían no dejaban de aparecer cada que daba otro paso.
Llegó a la recepción un poco tranquila, y pidió poder acudir con la persona que la había solicitado. Luego de que la recepcionista la atendiera, e hiciera una llamada, le dio la bienvenida pidiéndole que le acompañara hasta la sala donde se le atendería.
María le siguió, respirando profunda pero discretamente, y entró a esa especie de oficina pequeña, con muros de cristal opaco, que guardaba en su interior una mesa para diez o doce personas, quizá, con un pizarrón al fondo, algunos archiveros, un mueble con una cafetera y otro más con agua potable.
La decoración era agradable, el sitio tenía un olor peculiar, pero bueno, que le ayudaba mucho más a lograr la calma, allí tomó asiento para esperar a Gabriela que la atendería, pero no fue ella quien apareció, al menos no primero, la primera persona que entró a esa sala era alguien que ella conocía bien.
Fue justo en ese momento que María supo cómo fue que la editorial había obtenido su correo electrónico; días atrás, ella misma se lo había entregado a ese chico que entraba saludándola de la manera más amistosa.
—Menos mal accediste a venir —soltó Marcos de la nada—, con lo poco que te conozco, me temí que pensaras que era sospechoso y te negaras a la oportunidad.
María no supo si era por su estado de shock, o por estar recibiendo una crítica de alguien que no la conocía de nada, pero no le encontró la gracia al comentario que hacía al chico reír.
» Me sorprendió un poco que fueras escritora —declaró el joven hombre—, pero en realidad eso fue lo que me hizo abrirme a ti, además, revisé tu trabajo y, aunque de verdad no disfruto las historias de amor, creo que eres muy buena escribiendo.
Marcos se movía con naturalidad, y hablaba con comodidad, por lo que Mari se dejó arrastrar, a pesar de que aún no encontraba sentido a todo lo que ocurría.
» Creo que el destino nos unió esa tarde —soltó Marcos con una gran sonrisa—, y sería un desperdicio no aprovechar nuestros puntos comunes para poder encontrarnos de nuevo. Te quería ver de nuevo.
Mari dejó de contener el aire en sus pulmones, y respiró de nuevo, sospechando que lo había dejado de hacer minutos atrás. El cuerpo de la joven se destensó cuando dejó salir el aire contenido e, incluso, sus oídos se destaparon.
—En realidad, no creo en el destino —respondió Mari, y sonrió de medio lado admitiendo semejante verdad.
Marcos rio fuerte, a carcajadas, y la chica sonrió al fin.
—Te ves mejor así, sonriendo —declaró Marcos cuando dejó de reír—. Aquí no comemos gente, así que relájate otro poquito. La cara que susto que tenías nos daba miedo hasta a nosotros, de pronto imaginé que la recepcionista te traía a fuerzas, y amenazada.
—¿Tan nerviosa me veía? —cuestionó María, que se sentía cada vez menos intranquila.
—Mucho —aseguró el joven, asintiendo con la cabeza—. No sé si alguien te lo ha dicho antes, pero eres muy transparente con tus emociones.
—Sí, lo he escuchado muchas veces —aseguró Mari—. Y, según yo, lo trabajé bien hasta controlarlo un poco. Supongo que no fue suficiente.
—Supongo que no —confirmó el hombre de traje azul oscuro, que le sentaba perfecto—. En fin, tengo que seguir trabajando, y escucho a Gabriela venir, así que te dejaré para que disfrutes tu entrevista de trabajo.
—¿Entrevista de trabajo? —cuestionó Mari, volviendo a sentir los pelos de punta.
Por alguna razón, esa pequeña frase de tres palabras lograban inquietarla mucho.
Marcos rio fuerte, de nuevo, y se despidió de ella agitando la mano de un lado a otro con suavidad y se fue. Entonces Mari se dio cuenta de que no era su corazón lo que retumbaba en sus oídos, eran los enormes tacones de la mujer que entraba a la sala donde ella estaba.
—¿Conoces a Marcos? —preguntó la mujer que Mari suponía era Gabriela, pues Marcos había dicho que la había escuchado ir hacia ellos.
—Sí, poquito —respondió la chica.
—Oh, no eres de aquí —señaló la mujer alta y elegantemente vestida y maquillada, que se acomodaba en una silla frente a ella.
Mari hizo un sonido afirmando lo que la mujer decía, y se preocupó un poco al escucharla decir que eso se podría complicar.