El atardecer caía sobre el Rancho Blackwell, Guadalupe, sentada en el porche, observaba a su hijo Tony caminar hacia ella con paso pesado. Incluso desde la distancia, podía notar que el humor de Tony estaba más n***o que el fondo de una olla quemada. — ¿Qué pasa, m'ijo? —preguntó Guadalupe cuando Tony subió los escalones del porche— Traes una cara más larga que un día sin tortillas. Tony se quitó el sombrero y se pasó una mano por el cabello sudoroso antes de responder. — Pos' nada bueno, amá, las vacas siguen cayendo como moscas en un matadero, a este paso, nos vamos a quedar más pelados que un armadillo en invierno. Guadalupe frunció el ceño, preocupada: — Ay, Toño, ¿Y qué vamos a hacer? Tony se apoyó en la barandilla del porche, mirando hacia los pastos donde el ganado pastaba aje

