24. RIVEN - ESTADO ACTUAL

1213 Words
RIVEN La guerra terminó. Al menos, la parte visible de ella. Las espadas se enfundaron, los cuerpos fueron enterrados y los himnos volvieron a sonar en los templos. Pero lo que queda... lo que nadie ve, son las brasas que siguen ardiendo bajo la ceniza. Las guerrillas. Las venganzas pequeñas. Las heridas políticas que no cierran. Y, como siempre, la corona pretende pulir con diplomacia lo que solo el fuego limpia del todo. Yo, en cambio, ya cumplí mi parte. Ahora es momento de reclamar mi recompensa. ♦♣♦♣♦♣♦♣♦♣♦♣ —Lamento que las cosas se dieran así —dijo mi padre esa mañana, con ese gesto de mártir que tanto le gusta practicar frente a las ventanas del consejo—. Por eso he tomado una decisión. Es lo mejor que puedo hacer por ti. Extendió un documento, sellado con el blasón real. Su voz temblaba un poco, lo que me resultó casi cómico. Deslicé mis dedos sobre la cera, la rompí y leí en silencio. Mi nombre resaltaba con elegancia entre los renglones: Riven de Noxmar, Duque de Caelthor. Dueño y señor de una vasta extensión de bosque en el norte. Un "reino autónomo dentro del reino". Reí. No pude evitarlo. —Autónomo... —dije, dejando caer el pergamino sobre la mesa—. Qué palabra tan bonita para disfrazar el exilio. Mi padre no negó nada. Solo me miró con esa mezcla de culpa y alivio que lleva puesta cuando toma decisiones políticas. Yo ya sabía que ese territorio sería mío. El consejo lo había discutido meses atrás, cuando mis métodos en la guerra comenzaron a ser menos necesarios. Ganamos la guerra, sí. Pero no todos los héroes son cómodos de exhibir en los banquetes. Y ahora, por fin, mi sentencia venía con un título y una cinta dorada. —Sé que quieres irte, Riven —continuó mi padre, usando ese tono grave que reserva para los sermones familiares—, pero concédele a tu padre solo una semana más de tu compañía. Asentí. No porque quisiera, sino porque no tengo idea de cuando vuelva a verlo o si lo volveré a hacer. Desde entonces, el viejo no me deja respirar. Reuniones, cenas, apariciones públicas. Cazerías. Su forma de mantenerme a la vista y asegurarse de que no desaparezca antes del gran anuncio. Mientras tanto, mis verdaderas noticias me llegan por medios más confiables. Roduan, mi fiel demonio mensajero, aparece cada medianoche en medio del jardín, cerca a la fuente para no asustar a nadie. Un demonio menor, sí, pero eficiente. Sus ojos son brasas, su voz un murmullo que huele a azufre aunque lo primero que la gente ve son sus increibles alas tipo murciélago. —La construcción de su mansión avanza, mi señor —me informó anoche—. Los cimientos ya están listos. Los trabajadores cumplen su labor con precisión. Asentí, satisfecho. Los demonios trabajan rápido. No duermen, no preguntan, y sobre todo, no traicionan... al menos, no sin avisar primero. El bosque de Caelthor ya es mío, y de mis demonios. ♣☻♣☻♣☻♣☻♣☻ Poco he hablado con mi hermano, incluso cuando lo tuve al lado en la guerra. Pero aquí los rumores vuelan, así que conozco sus andanzas y sobretodo estoy sin querer muy al día del avance de su relación con Lady Margareth. No me ha dicho nada directamente, pero lo sé. No me quiere cerca de su prometida. No es que tenga intención alguna con ella, pero fastidiar a mi hermano antes de irme no está mal. No lo culpo de lo que pasó, él no pidió mi título, solo era el siguiente en la línea sucesoria, eso es todo, pero no por eso debo hacerle la vida fácil. Y ahora que se acerca la fiesta de quince años de la hermana menor, Lizzy, esa relación está más tensa que nunca. Todo el mundo habla de ese evento, como si fuera el preludio de una guerra. La gente en la capital está tan aburrida que inventan chismes absurdos para matar el tiempo en vez de pensar en mitigar los estragos que dejó la guerra. No piensan en los huéranos, las familias rotas, la hambruna que se vive en algunos sectores del país. No, en vez de eso escucho tonterías como que Lizzy es tan bella como un amanecer, y que Lady Margareth es tentadora como la noche. No soy un hombre de amaneceres, y no todas las noches son especiales. Aunque debo admitir que lo que estaba mirando era lo más interesante que ha pasado desde que estoy aquí. Solo veía el mundo desde la altura de un árbol y depronto el pequeño acto fue tan cómico que no pude contenerme de participar. Lady Margareth enfrentando a Liam, estaba contenida, pero caminando sobre un filo muy delgado que en cualquier momento se rompería: su paciencia. Me pareció interesante. Tan interesante como siempre. —Gracias por tu ayuda —murmuró, sin mirarme después de que despaché a mi hermano. Sus dedos temblaban apenas al acomodar su cabello en el espejo líquido de la fuente—. Pero no la necesitaba. La luna le daba un brillo plateado al rostro, y por un instante no supe si me estaba agradeciendo... o desafiando. —No te ayudé a ti —respondí, sentándome en el borde de piedra con una sonrisa—. Ayudé a mi hermano. Casi lo ataca una bruja. Me lanzó una mirada asesina, de esas que no suelo ver muy seguido en damas de sociedad. —Igualmente, gracias —dijo al fin. Luego extendió una mano, y las lámparas mágicas del jardín se encendieron una a una, bañando el lugar con una luz dorada—. Si viene alguien, me avisas. La observé curioso, sin poder evitarlo. ¿Me acaba de poner de campanero? Sonreí nuevamente. —¿Soy el único que conocía sus habilidades mágicas? Porque, por la cara de Liam, juraría que acaba de enterarse. —No te creas tan especial —replicó, mirándose ahora en el reflejo del agua, satisfecha con su peinado—. Pero tienes razón, él no lo sabía. Hizo una pequeña reverencia apenas perceptible. —Nuevamente, gracias. Me retiro. Comenzó a alejarse, y por un instante me quedé inmóvil, observando cómo su silueta se recortaba contra la luz cálida de las lámparas. Era un contraste perfecto: su porte altivo, su paso elegante, y el aire de misterio que parecía envolverla. Entonces lo recordé. Le debía algo. —Partiré pronto, señorita Margareth —dije, poniéndome de pie—. Y quiero cumplir la última parte de mi promesa. Ella giró lentamente hacia mí, su mirada serena, impasible. —Lo libero de su promesa, príncipe Riven. Negué con una sonrisa apenas insinuada. —Temo que no puedo olvidar las promesas... —murmuré, y antes de que pudiera reaccionar ya estaba junto a ella. Su respiración se cortó apenas un segundo antes de que mi mano la rodeara con suavidad por la cintura. —...ni dejar las cosas inconclusas. Además...ya no soy un príncipe. Margareth arqueó una ceja, pero no se apartó. La música lejana del palacio llegaba hasta nosotros como un susurro. Y allí, junto a la fuente iluminada, comenzamos a bailar. Sus movimientos eran firmes, precisos, casi desafiantes. Los míos, una réplica calculada. "Tentadora como la noche", definitivamente una gran descripción.
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