20. ENGRANAJE GIRANDO - ¿HACIA DÓNDE?

1063 Words
MARGARETH Darle el beneficio de la duda o no... he ahí la cuestión. Parece que el pequeño teatrito armado por mi querido prometido ha influido en mi humor. Y sí, estoy de gran humor. Casi eufórica, aunque no pueda demostrarlo abiertamente. Hoy iniciará todo, los engranajes se moverán durante el baile. Liam bailaba con mi hermana Lizzy, radiantes bajo la luz dorada del salón. No podía negar que Lizzy y él formaban una imagen perfecta: el príncipe dorado y la doncella de cuento. El público los adoraba. Los observaba. Hasta yo sabía que se veían bien. Sabía exactamente qué venía después. La historia volvía a su cauce, como las mareas obedeciendo a la luna. Y yo debía seguir mi plan. Después del baile, todo ocurriría tal como lo había previsto. Llevaba dos años planeando cada paso. Apuré el contenido de mi copa y me dispuse a disfrutar los minutos que me quedaban para ponerme en acción. Entonces, entre los invitados, Aldrick Williams apareció. Como una nota de aire fresco para ayudarme a subir los calores del siguiente acto. Liam me verá muy a gusto con otro hombre. Mi teatralidad está al máximo. Recordé haberle enviado una invitación por mera cortesía... jamás pensé que vendría. Su sonrisa me ganó al instante. Tenía ese tipo de presencia que no reclama espacio, pero lo llena igual. Aldrick Williams. Nieto de la vieja amiga de mi abuela y comandante en la frontera norte. Su nombre bastaba para que mi padre levantara una ceja: un soldado curtido, demasiado libre para los salones de la corte. Nos hemos visto en contadas ocasiones, pero suficientes para compartir más secretos de los que una dama debería confiar. Aldrick fue un maestro para mí en muchas cosas... incluso en aquellas que nunca supo que me enseñaba. A escondidas, me enseñó a montar a caballo cuando papá se negó, diciendo que "una reina siempre viajará en coche". Él no conocía mis verdaderas razones, pero aun así me apoyó... sin una sola pregunta. Recuerdo sus manos firmes guiando las mías sobre la empuñadura, el calor de su cuerpo detrás del mío, su voz grave rozando mi oído mientras me enseñaba a dominar al caballo... y a mi propio poder. Cada palabra suya vibraba más en mi piel que en el aire. No tenía la belleza letal de Liam, ni el magnetismo oscuro de Riven, pero a su lado podía respirar, reír... y sentirme viva. Con él no necesitaba títulos, ni coronas, ni apariencias. Con él solo era Margareth —mujer, carne, magia y deseo contenidos bajo una máscara que, por un momento, podía permitirse caer. En mi mente, esa era una habilidad vital en caso de que necesitara escapar, cortarme el cabello y huir disfrazada de hombre. Si no fuera por este compromiso maldito, tal vez habría jugado con la idea de dejarme tentar. Pero los reyes no aceptan un "no". Y Aldrick, astuto como es, lo sabe. Por eso, aunque su mirada quema, nunca cruza la línea. Mi única salida, lo sé, no está en rebelarme, sino en que sean los mismos reyes quienes decidan romper la alianza. Pero nunca permitiré que lo hagan porque me consideren inadecuada. Eso iría en contra de todo el sacrificio que hizo la Margareth anterior e incluso yo. Dejar que el escándalo o la conveniencia social los obligue a hacerlo, es mi meta. Por eso cada gesto, cada palabra, cada mirada mía esta noche tiene un propósito. —No imaginaba verte aquí —le dije con una media sonrisa—. Pensé que el mercado de esposas no era de tu agrado. —Y no lo es —respondió sin apartar la mirada—. Pero cuando la que me interesa no está disponible, uno se conforma con mirar de lejos. Dijo aquello con una naturalidad tan desarmante que por un momento no supe si debía reír o contener el aliento. Pero antes de que pudiera responder, añadió en tono más bajo: —El rey ha ordenado que todo hombre mayor de veinte años contraiga matrimonio lo antes posible... y engendre herederos. —¿Tan urgente es poblar el reino? —repliqué, fingiendo ligereza, aunque su comentario me heló un poco por dentro. Él se encogió de hombros. —Tal vez teme quedarse sin soldados a futuro. Preferí no seguir con ese tema. Reímos recordando anécdotas de entrenamientos, de caballos indomables y pociones improvisadas. Su voz era un bálsamo entre el murmullo de la corte, y por un instante olvidé el guion que me oprimía. Mi abuela lo eligió bien como maestro y sujeto de experimento. Decía que todo hombre útil debía servir a un propósito, aunque no lo comprendiera del todo. "Un hombre es fuerte y cree decidir", solía decirme mientras me cepillaba el cabello, "pero una mujer inteligente sabe guiar esas decisiones sin que él lo note. La astucia es el verdadero poder, querida mía." Amo a esa mujer. Mi abuela es, sin duda, una genio. Sus enseñanzas son joyas que no brillan a simple vista, pero que abren puertas mucho más rápido que cualquier llave. Fue ella quien me instruyó en el arte de la sutileza: una mirada sostenida un segundo más de lo debido, un movimiento pausado de la mano, una sonrisa que parece tímida pero no lo es. Pequeñas señales, apenas perceptibles, capaces de desarmar a un hombre más rápido que cualquier hechizo. Perdón, Aldrick. Prometo que algún día te compensaré por haber sido mi experimento favorito. Volvimos a reír, retomando sus historias del frente, cuando la música cambió y sentí un silencio distinto, casi expectante. El tipo de silencio que precede a una escena crucial. Y allí estaba él. El príncipe Liam. Tan impecable como siempre, con una expresión imposible de leer. Cruzó la distancia entre nosotros con la calma de quien sabe que todos lo observan. Su sombra cayó sobre mi falda, y su voz —grave, contenida— rompió el aire. —¿Me concede esta pieza, Mi Lady? Sentí la mirada de Aldrick a un lado, serena, paciente, como si ya supiera que esta batalla no era suya. Y sentí la del príncipe frente a mí: peligrosa, magnética... un desafío envuelto en cortesía. Sonreí con nerviocismo. No se supone que esto pasaría. Liam debía bailar varias veces con Lizzy hasta que la química entre ellos fuera imposible de ignorar. ¿Por qué me está invitando a bailar?
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