Capítulo 1. Tina.

1426 Words
Me llamaron Valentina, porque me dejaron a las puertas de un orfanato el día catorce de febrero, el día de los enamorados. ¡Es gracioso y simbólico! Resultó, que a nadie interesaba el producto de ese amor. Pero tal vez fuera para mejor. Crecí como una chica fuerte y con carácter, sabía muy bien lo que quería de esta vida, y si necesitaba trabajar hasta sudar sangre para conseguirlo, lo haría sin dudar. Siempre usé el lema: “gana el más fuerte.” Sabiendo, que, sin la educación superior, no podía ir a donde quería y que no tenía dinero para pagar los estudios. ¿De dónde saca el dinero una pobre huérfana?  Por eso empecé a practicar deporte en serio. Estaba segura de que ninguna universidad se negaría aceptar a la campeona olímpica. Y como nuestro orfanato estaba a las orillas del mar y tenía una piscina. La natación - era el deporte más común. Por supuesto, sería más productivo practicar tenis, pero no tenía dinero para eso, y el orfanato sólo podía permitirse clases de natación gratuitos con un viejo entrenador, que estaba jubilado y ayudaba al orfanato voluntariamente. Sam Polevy y su mujer eran para mí, posiblemente, las únicas personas en este mundo, que me importaban, porque me querían. Yo era como un animalito salvaje y gracias a ellos aprendí a ser una persona. Ellos no tenían hijos, por eso Sam empezó a entrenar a los huérfanos, y su mujer Natali, ayudaba con obras benéficas, intentando buscar patrocinadores, para que los chicos pudieran ir a los campeonatos. Busqué mis objetivos con afán, sin perdonarme ninguna debilidad, toda mi vida consistía en estudiar y entrenar, no solo para conseguir algo en esta vida, sino para que la familia Polevy estuviera orgullosa de mí. No tenía amigos, ni familia, solo ellos eran quien me daban amor y cariño y quería responderles con algo. Ellos eran los únicos quien sabia mi gran secreto. Cuando cumplí trece años empecé a tener pesadillas, y no sólo pesadillas, sino que sentía que era real. En esos sueños, yo estaba muerta de miedo, aplastada, rota física y moralmente, pero también había sueños, que causaban tanta emoción por el sentimiento de amor y el deseo insoportable de pertenecer a un solo hombre llamado Herman. Eso era lo que más me molestaba. Al principio Natali me llevaba al psicólogo, pero no me ayudó en nada. Yo no quería disgustarla y mentí, que todo ya había pasado. Y de verdad pronto las pesadillas se acabaron, pero tenía que dejar a los Polevy.  Cuando gané un campeonato junior de doscientos metros me ofrecieron entrar en la escuela de Reserva Olímpica y los entrenamientos comenzaron al máximo nivel, con medicamentos y una dieta especial, las pesadillas se detuvieron. Empecé a vivir en calma. Pero en otra ciudad.  No sé de dónde demonios vino mi pariente. Durante dieciséis años estuve sola en este mundo, nadie se interesó por mí y de repente, cuando mi futuro empezó a brillar con un color dorado, llegó mi tía, la hermana de mi pobre madre que, supuestamente, se suicidó por un amor imposible. No me interesaban esos cuentos, y no sentía nada por esa mujer desconocida, así que la envié fríamente de vuelta. No quería parientes, ni nadie. Yo misma, mis objetivos para conseguir una medalla de oro en los Juegos Olímpicos y una licenciatura en Derecho, eso era mucho más importante, que una tontería, como tener familia. ¡Díganme, que fui egoísta! Es posible. Pero cuando sólo puedes contar contigo misma, es comprensible. Hoy tuve el día libre, no estaba entrenando en la piscina, así que fui a la playa, no a la de los turistas con tumbonas y chiringuitos, sino a la otra, más natural, digamos. Era un pequeño paraíso de arena entre dos rocas. No me importaba dónde nadar, lo importante era nadar.  El tiempo estaba un poco agitado. Había viento y el mar no estaba tranquilo. Las olas se ponían sobre la arena una tras otra. "¡Eso es bueno! Me voy a hacer una prueba de resistencia", - pensé, atando un extremo de la cuerda a un poste de la farola.  Yo no era una loca suicida y sabía que nadar en esas condiciones era peligroso, así que siempre en el maletero de mi moto tenía una cuerda delgada pero resistente de cien metros en una bobina automática. Estaba atando un extremo a un poste y la bobina la enganche a mi cinturón. Cuando sentía que las fuerzas estaban a punto de dejarme, solo presionaba el botón de la bobina y la cuerda se retraía automáticamente para sacarme del agua a la arena. Cuando comprobé el cinturón y estaba lista para sumergirme en las olas, vi a un hombre en un traje de oficina encima de la roca derecha. «¡Este es estúpido!», - pensé, - «¿Quién quiere admirar el mar con este tiempo?» Antes de que terminara mi pensamiento, ese suicida saltó. Cedí al reflejo y nadé hacia él. Yo luchaba contra las olas, maldiciéndome por la debilidad de querer salvar a un imbécil. De repente sentí lo que casi olvidaba: el dolor en el corazón que me perturbaba en mis pesadillas y el deseo irresistible de salvarlo. Me acerqué a donde pensé debía estar aquel loco, pero no vi a nadie. Me sumergí, pero en agua tan turbia, era difícil ver algo. De repente, encontré un punto oscuro y me lancé allí. Al bucear, vi una silueta. Al cogerlo bajo los brazos, yo presioné el botón del cinturón. Pero como el peso se incrementó en dos o mejor dicho en tres veces, la cuerda se iba muy lentamente. Tenía miedo de que se rompiera, y entonces no era posible salvarlo, podría haberme ahogado yo misma. Ayudaba con mis manos y mis piernas a acercarnos a la costa salvadora. Cuando sentí los pies en el fondo de arena, respiré más tranquila, pero me costó mucho sacarlo a la orilla y arrastrarlo hacia el poste. El hombre era muy grande. Él estaba inconsciente. Le quité la chaqueta y empecé a hacerle la reanimación cardiopulmonar. Esta técnica yo la aprendí antes que nadar. Un minuto después, el agua se derramó de su boca, liberando los pulmones. Lo giré hacia el costado para aliviar la respiración y abracé presionando la parte inferior del pecho. Él tosió y abrió los ojos. Era Herman, el hombre a quien yo amaba locamente en mis sueños.  En ese momento me di cuenta de que estaba perdida. La sensación que sentí cuando me lancé a salvarlo estaba tapado por el vertido de adrenalina, pero ahora me calmé. La ternura y amor me lleno el corazón. Puse mis labios en los suyos y me sumergí en un beso más emocionante y tremendamente excitante. - ¡Herman! -  dije, cuando me alejé un poco de su boca. Sabía lo que decía, pero no sabía por qué. - ¡Eres ángel! - ronco él, abrazándome más fuerte y me besó otra vez.  Durante un tiempo, no me enteraba de nada, como si me hubieran sacado de la realidad. Sólo sentía sus manos y labios en mi cuerpo y mi deseo de pertenecer a él, como en mis sueños. De repente, el sonido de la sirena me devolvió a la tierra. Un coche de la policía estaba a punto de llegar. Me levante rápidamente, me lancé al poste, desate la cuerda y corrí hacia mi moto. - ¡No me dejes! - intento gritar él. Yo no le presté la atención, porque en mi cabeza había solo un pensamiento: escapar rápidamente de la policía, para que no me cayera la multa por estar en la playa con temporal.  Pero mi mente gritaba que tenía que huir de él, no de la policía, lo antes posible. Yo siempre usaba mi cabeza en situaciones peligrosas. Me puse el casco y así, solo en un traje de baño, me subí en mi moto y fui a la residencia donde vivía. "Ahora él tiene alguien que le ayude, no me necesita," - dijo mi cerebro. Todo lo que pasó me preocupó tanto, que, al entrar en la habitación, me metí bajo la manta hasta la cabeza y temblé de miedo. Tenía miedo por primera vez en mi vida y no sabía de qué, pero el horror se apoderó de todo. Y sabía que el responsable de esto era el hombre, que yo había salvado hoy. "No hagas lo bueno, no recibes el mal", - recordé el dicho de nuestra mujer de la limpieza, la señora María.
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