Han pasado más de dos horas desde que regresé a la mansión, donde había un silencio muerto. La ansiedad no me salió ni con la ducha caliente, ni con el té relajante, que me preparó Sofia. Sólo entraba más profundamente con sus garras afiladas en mi corazón, obligándome a morder mis labios hasta el dolor.
Estaba de pie en la ventana observando las corrientes de lluvia en el vidrio. El cielo se disparó con una tormenta acompañada de un ruido espeluznante.
Me volví al sonido de la puerta abrir. Lo que vi me hizo abrumarme y apoyarme de espaldas contra el vidrio, y aterrorizada tapé mi boca con la mano.
En la puerta estaba Herman. Su pecho se hundía y levantaba como si acabara de correr un maratón. Pero lo que más asustaba era su aspecto terrible, con las manchas de sangre seca en la cara
