Pilar y Santiago estaban sentados en la sala, el aire aún cargado con la energía de lo que acababa de suceder. Ella, recostada sobre su pecho, sentía el ritmo acelerado de su corazón. Su pelo rojo caía en mechones desordenados sobre su piel, y su respiración comenzaba a estabilizarse. Santiago la acariciaba suavemente, sus dedos trazando círculos sobre su espalda desnuda. —Esto… no debería estar pasando —susurró Pilar, con voz temblorosa pero llena de honestidad. Santiago la miró, sus ojos oscuros llenos de una mezcla de deseo y algo más profundo, algo que ni él mismo podía definir. —Pero está pasando —respondió él, su voz ronca y firme—. Y no me arrepiento. Pilar se incorporó, ajustando su camisa blanca que aún llevaba puesta. Su falda lápiz estaba arrugada, pero no le importaba. Su m

