El sol del lunes apenas se colaba por las persianas del apartamento de Pilar Montenegro cuando su celular vibró con insistencia sobre la mesa de noche. No era una llamada cualquiera. Era Ramiro, su contacto dentro de la Policía Nacional, un tipo discreto pero con acceso directo a la mugre del sistema. —Pilar, tienen que venir a Patología Forense. Encontraron un cuerpo esta madrugada, en unos matorrales detrás del antiguo matadero de Villa Esperanza —soltó sin saludar. Pilar se incorporó de golpe, aún con la mente nublada. —¿Quién era? —Un tal Sombra. Se dedicaba a hacer negocios turbios con Cristóbal Ferrer. Lo reconocieron por los tatuajes y unas cicatrices en la espalda. El forense confirmó la identidad hace media hora. Lo ejecutaron con tres disparos al pecho y uno en la frente. El

