Capítulo 2

2871 Words
Ambos se suben a sendos autos, Nicole espera que Cristóbal salga primero y ella lo sigue. Él mira por el retrovisor el automóvil de su... ahora no sabe qué es. Nicole, en cambio, mira hacia adelante, no solo al otro coche, sino que también al futuro. ¿Qué diría Esteban si supiera que ella y Cristóbal están juntos? ¿Podrán ser felices alguna vez? Al llegar a la casa de Esteban, este la conduce al dormitorio donde acostaron a Eloísa. ―Quiere hablar contigo. Lo siento. ―Está bien, no te preocupes. Nicole se sienta en una silla ubicada al lado de la cama. La buena mujer toma la mano de su ex nuera. ―Nicole... ―susurra la mujer con dificultad. ―Eloísa, debe descansar. ―Ya tendré mucho tiempo para hacerlo. Ahora necesito hablar contigo. ―Usted dirá ―acepta resignada. ―Quiero pedirte que no dejes a mi hijo. ―Eloísa... ―suplica la joven. ―No te pido que vuelvas con él, lo que hizo no tiene perdón de Dios, pero él te necesitará cuando yo no esté, no lo dejes caer. Nicole deja escapar una lágrima, no quiere aceptar el hecho de que Eloísa no vaya a estar más con ellos. ―Y mi nieto... ―No tiene que preocuparse por nada. ―Como quisiera que las cosas no fueran así, debieron ser diferentes. ―Sí, pero así son ahora. ―¿Me prometes que los ayudarás en este trance? Sé que tú estás iniciando una nueva vida, pero no puedo irme con la preocupación por mi hijo. Nicole duda un momento, pero ¿qué se le puede negar a un moribundo? ―Claro que sí, Eloísa, quédese tranquila, haré lo que esté en mi mano para que ellos estén bien. ―Gracias, Nicole, eres una mujer muy buena, lamento mucho lo que mi hijo te hizo. ―No es su culpa. ―Tal vez en parte sí, yo debí contarle antes lo que me ocurrió a mí, quizás lo que te hizo no hubiese pasado. ―No piense en eso. ―¿Puedes llamarlo, por favor? Necesito hablar con ambos. ―Claro. Nicole sale de allí y llama a Esteban, que espera ansioso en la sala junto a los demás. Ella le da una furtiva mirada a Cristóbal, pero este no la mira. ―Quiere hablar con nosotros ―explica la joven. ―Nicole, lo siento, no quiero que mi mamá... ―No te preocupes, ven. Lo toma de la mano, sin entrelazar sus dedos, como a un amigo, y así entran a la habitación. La pareja se acerca a la enferma y la mujer extiende sus manos para tomar las de ellos. ―Mamá, no te esfuerces. ―Todos dicen lo mismo ―replica la mujer con una débil sonrisa―. Hijo, quiero que después que parta de este mundo, tú no te desmorones, tienes un hijo por el cual velar y al que le haces mucha falta. Sé que yo también te haré falta y me duele mucho dejarte así, hubiese deseado que lo de ambos hubiera funcionado, Nicole es una buena mujer y te amaba tanto. Esteban baja la cabeza. ―Le pedí ―prosigue la mujer― que no te abandone, pero no como pareja, que te quede muy claro, como amigos, como ayuda para ti y para mi nieto. Quiero que respetes eso. Si ella ya no quiere volver contigo, incluso, si ella vuelve a formar otra pareja, tú la dejarás ser libre y feliz, que no espere tanto tiempo como yo para encontrar su felicidad. ―No te preocupes por eso, mamá ―asegura el hijo. ―Si la amas como dices, debes dejarla ser libre y feliz. ―Lo sé y eso hago ―responde con dolor. ―Quiero a mi nieto aquí. Esteban sale en su busca, mientras Nicole se queda con Eloísa. ―Está yendo a siquiatra, cuida que no lo deje, ¿sí? Él no se lo quiere decir a nadie, para que no piensen que lo hace por un mal motivo. La joven asiente con la cabeza. Lucas entra como una bala al dormitorio y se lanza literalmente a la cama de su abuela. ―Mamita Eloísa, me dijeron que estás muy enferma. ―No llores, mi niño. ―No quiero que te mueras. ―Mi niño... ―Lucas... ―El padre intenta tomar al niño, pero este se resiste y Eloísa se lo impide. ―Mi niño, ya quisiera yo no tener que irme de este mundo, pero escúchame, tienes que querer mucho a Nicole, ella te ama como si fueras su propio hijo y no quiero que te entristezcas porque ella y tu papá no están juntos, a veces, es mejor estar separados y bien, que junto y mal, te lo he dicho muchas veces, ¿verdad? El niño no dice nada, asiente con la cabeza, en realidad, lo que más le importa es su abuela en ese momento. Ya había aceptado la separación de sus padres. ―Y si ella conoce a otra persona después, quienquiera que sea ―continúa la mujer―, quiero que la apoyes, ella merece ser feliz al igual que tu papá y puede volver a enamorarse y tener a otra mujer a su lado. ―¿Y si la reta como la retaba a Nicole? Esteban traga saliva con dificultad. ―No lo haré, hijo, ya aprendí mi lección ―responde el padre con calma exterior. ―Sí, porque a las mujeres hay que tratarlas bien, tú mismo me lo enseñaste. ―Lo sé, hijo ―acepta con culpa. ―Ahora quiero hablar con Miguel ―solicita la enferma. Los tres salen del cuarto, ambos adultos toman de la mano a Lucas, después de darle un beso a la abuela. Miguel entra, con el miedo pintado en la cara. ―Mi amor. ―Eloísa extiende su mano hacia su esposo, quien la toma presto y le da un suave beso en los labios. ―Te amo, Eloísa ―dice con la voz temblorosa. ―Yo también y te pido perdón por dejarte tan pronto. El hombre cierra los ojos y deja caer lágrimas amargas de puro dolor. ―No llores, mi amor, te agradezco por todo este tiempo, trajiste a mi vida la ilusión y el amor que creí no volver a encontrar, eres el mejor hombre que conozco, me alegra haberte encontrado y estar mis últimos días contigo. Me enseñaste que el amor es lindo si es correspondido, que no solo es sufrimiento. ―No me dejes ―ruega él sabiendo que lo que pide es imposible. ―Ya quisiera yo no tener que hacerlo, mi amor. ―¿Qué voy a hacer sin ti? ―Ser feliz. Enamorarte de nuevo. Vivir. ―No me digas eso, tú has sido la única mujer a la que he amado. Te esperé tanto tiempo... ―Sí, lo sé, pero dejarás de amarme algún día, después seré solo un recuerdo, un lindo recuerdo espero. ―El mejor, amor. Miguel vuelve a besarla, no quiere perderla, pero está consciente que no hay nada más que hacer. De todas maneras, ruega y espera por un milagro. ―Te amo ―dice ella con el corazón desgarrado. ―Y yo a ti, yo te amo demasiado ―llora el hombre sin poder controlarse. El llanto de Daniela afuera de la habitación les interrumpe y llama su atención. ―Déjala entrar ―pide la mujer. Miguel abre la puerta y la niña entra a trompicones y se sube a la cama sin ningún cuidado. ―Tía... Tía... ―La abraza la niña desconsolada―. ¿Te vas a ir igual que mi hermanito? ―Mi niña. ―La mujer ahora se quiebra y llora. ―Daniela, hija. ―Cristóbal avanza hacia ella para sacarla de allí, pero Eloísa le hace un gesto con su mano para que no lo haga. ―Sí, mi niña, voy donde tu hermanito, al cielo. ―Yo no quiero. ―Lo sé, mi pequeñita, no hay nada qué hacer. Pero ¿sabes qué? Yo voy a ir a cuidar a tu hermanito, ¿quieres? ―Ya. ―Se calma la niña―. Él está solito. ¿Vas a dormir con él? A mí me gusta dormir contigo. ―Claro que sí, vamos a dormir juntitos. ―No le apagues la luz, a mí no me gusta. ―No la voy a apagar, siempre estaremos con la luz prendida, como cuando dormía contigo, ¿te parece? Y desde arriba te estaremos cuidando a ti y a tu papá. ―Mi hermanito se va a poner feliz, te va a querer mucho. ―Sí, lo sé, mi niña. Vamos a estar bien si ustedes están bien aquí. Daniela le da un beso a su tía y se queda acostada a su lado. Los demás entran y Lucas se acuesta al otro lado, dejando a la abuela en medio de ambos. ―Mamita Eloísa, te quiero mucho ―dice el niño con tristeza. ―Yo también los quiero mucho. ―La abuelita tiene que descansar ―comenta Esteban. ―Déjalos aquí conmigo, no podría tener mejor compañía en este momento ―replica la mujer. Se hace un silencio en ese instante, nadie sabe qué decir. Cristóbal mira de reojo a Nicole que está al otro lado del dormitorio, junto a Esteban. ―Cristóbal... ―llama la anciana―. ¿Podrías darme un beso, mi niño? Cristóbal se acerca y la besa en la mejilla, ella lo retiene un momento. ―Cuídala, no merece volver a sufrir ―susurra muy bajito. Cristóbal no sabe qué decir. Le da otro beso en la mejilla y la mira con todo el amor que siente por Nicole. Él sabe que ella lo notó. Y no lo censura. Al contrario... La mujer cierra los ojos y se duerme plácida, junto a los dos niños que para ella no tienen distinción, ambos son sus nietos. Poco rato después, la mujer inhala aire con mucho ruido, pero ya no lo bota más. No volvió a respirar. Eloísa se había ido. Para siempre. Esteban no es capaz de acercarse a la cama donde yace su madre muerta. Es demasiado doloroso saber que ya no estará a su lado, con su paciencia, con sus consejos, con su apoyo incondicional, con su tierna severidad. Se queda de piedra en su lugar, el primero en acercarse es Tomás, para corroborar el deceso. Miguel, también estático, incrédulo, no atreve a moverse, siente que si lo hace, todo su cuerpo se deshará en miles de pedazos, que serán muy difícil de recomponer. No cree esto que está pasando y piensa que si no lo acepta, no sucederá nada, todo seguirá como antes. No quiere imaginar la vida sin ella, sin su olor por la casa, sin sus pasos firmes y pequeños, sin sus palabras sabias. No sabe cómo seguir. No sabe cómo hará para continuar viviendo. Cristóbal toma en sus brazos a Daniela que no llora por Eloísa porque ahora su hermanito tendrá quien lo cuide. Scott saca a Lucas, que no quiere apartarse de su abuela, la que lo crio, la que lo vio crecer, la que cada noche lo hacía dormir. No le gusta esto, no entiende por qué tenía que pasarle eso a su abuela. Por qué todo en su vida va mal. Ya no tenía a sus padres juntos y ahora su abuela también lo dejó. ―Esteban... ―le habla Nicole al ver que este no reacciona. ―No es cierto ―murmura. Nicole lo toma del brazo y él mira la pequeña mano durante varios segundos. Luego alza la vista y busca la mirada de la joven. ―Lamento haberte lastimado tanto ―le dice como si hubieran estado conversando de eso. ―Esteban... ―Se lo prometí a mi madre, pero no voy a ser capaz de verte sin tocarte, no seré capaz de ser tu amigo y ver cómo eres feliz con otro. Después de esto, todo volverá a ser como antes, Nicole. No quiero volver a verte. ―¡Esteban! ―No puedo ser tu amigo y no quiero tu consuelo. Vuelve a mirar la mano de ella en su brazo y se aparta, no molesto, no; triste, profunda y dolorosamente triste. Nicole queda peor. Lo observa con persistencia, pero él parece no darse cuenta, está demasiado pendiente de contemplar a su madre a quien le da un beso en la frente, se acerca a Scott y le pide al niño que está en brazos llorando. ―Vamos, hijo, tenemos cosas que hacer. ―No te preocupes por nada, Esteban, nosotros nos haremos cargo ―dice Tomás. ―No, esto es algo que yo debo hacer. ―No puedes exponer al niño. ―No me refiero a los trámites de sepultura, todo está más que arreglado y estoy seguro que ustedes activarán todo,  mi madre lo dejó todo listo. ―¿Entonces? ―Como deudos tenemos un rol que cumplir en la sociedad, debemos vestirnos para la ocasión y preparar algunos detalles, dar las órdenes necesarias. ―Esteban ―habla Cristóbal con demasiada culpa. El hombre lo mira, luego a Nicole y vuelve su mirada a su amigo. ―Estoy bien, no te preocupes ―contesta más rudo de lo que pretende. Sale de allí con Lucas que no presta atención a nada, está en brazos de su padre con su cabeza apoyada en el hombro del adulto. ―Papi, ¿nos quedamos solos? ―pregunta el niño sin moverse de su posición. ―Sí, hijo. Nos quedamos solos.  ―¿Y Nicole? ―Ella siempre estará contigo. ―Pero no con nosotros dos. ―No, hijo. ―¿Por qué se enojó tanto contigo? ―Porque le hice algo muy malo, cuando seas grande, cuando seas capaz de comprender, te lo explicaré para que nunca cometas el error que yo cometí. ―Ella ya no te quiere. ―Sí, me quiere, pero no podemos vivir juntos como antes. ―Papi, ¿la mamita Eloísa nos ve ahora? ―Yo creo que sí. ―¿Y si le decimos a ella que hable con Diosito para que Nicole vuelva a la casa y seamos una familia para no estar tan solos? Ella va a estar cerca de Dios ahora, ¿o no? ―No creo que funcione así, hijo, ¡qué más daría yo porque todo lo malo que pasó, no hubiera pasado o que todo fuera diferente! Pero no se puede, hijo. El hombre entra al cuarto del niño y lo deja en la cama sentado mientras él busca la ropa que debe usar en el velorio. ―Papi... ―Dime, hijo ―insta el hombre sin mirarlo. ―Papi ―insiste el niño. ―Dime ―vuelve a decir el padre. ―Papi. Esteban se gira para mirarlo y ahí, en la puerta, se encuentra Nicole. Lo escanea de pies a cabeza y no sabe si eso es bueno o malo. ―Nicole, ¿qué haces aquí? ―Venía a ver si necesitaban algo. ―No te preocupes, estoy bien. ―No, Esteban, no lo estás. ―No te necesitamos, Nicole. ―Esteban ―ruega la mujer. ―Nicole, verte me hace sentir peor, quisiera que te quedaras, quisiera en este mismo instante correr y abrazarte, que me abraces, que me digas que me amas y que me perdonas, no sentirme tan solo. No sentirnos tan solos ―corrige mirando a su hijo. Nicole mira a Lucas que tiene su cabeza baja y por su rostro corren tristes y silenciosas lágrimas, como si no quisiera molestar. ―Esteban, yo también le hice una promesa a tu mamá, que fue el no dejarte solo. ―Pero no quiero tu amistad, ¿no lo entiendes? No importa lo que le hayas prometido, por mí, puedes incumplir tu palabra, no te recriminaré, pero a mí no me pidas que seamos amigos, porque no puedo simplemente ser tu amigo. Nicole se acerca a Lucas y se arrodilla frente a él. ―Lucas, mi niño hermoso. ―No quiero estar solo. ―No estarás solo, mi pequeño, yo estoy aquí contigo. ―¿Quién me va a hacer dormir ahora? La escena es tan desolada y triste que a Nicole se le rompe el corazón. ―Yo te voy a hacer dormir. Tu papá y yo te haremos dormir, como antes, como siempre, como nunca debió dejar de ser. ―¿De verdad? ―El niño alza la vista ilusionado. ―Sí, si tu papá quiere. Esteban la mira confundido. Ella lo mira con angustia, lo está haciendo por el niño, por él es capaz de sacrificarse hasta límites... No, por él es capaz de sacrificarse sin límites. El hombre se agacha al lado de Nicole y pasa uno de sus brazos por encima de los hombros de mujer y con el otro abraza a su hijo. Nicole derrama amargas lágrimas. Lo suyo con Cristóbal iba directo al fracaso, nadie lo hubiese entendido, de todos modos, nunca podrían haber estado juntos. ―Te amo, Nicole ―susurra Esteban. Nicole no contesta, solo esboza una sonrisa con el corazón roto en mil pedazos.
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