CAPÍTULO 2

2550 Words
DOS AÑOS ANTES. POV EROS. Si me preguntan, si estoy conforme con la vida que llevo. Sin dudarlo, respondería que sí. A pesar de no haber tenido unos padres a los que les importe, los cuales desaparecieron de un día para otro. Tengo un hermano que se la jugó por mí, cuando apenas era un crío. Arslan entro a una vida llena de peligros. Nos sacó de Armenia y, nos trajo a Estados Unidos. ¿Fue fácil? No. ¿Se lo agradezco? De por vida. A él le debo mi lealtad. Por eso, estoy decidido a encontrar la persona que quiere la cabeza de Arslan y amenaza acabar con la familia que hemos construido, junto a la esposa de mi hermano. Pero antes, debo cumplir con una cosa. Tengo una deuda pendiente con cierta pelirroja. Mike, uno de los hombres a mi cargo, conduce la camioneta, mientras yo voy a su lado. Entramos al Bronx y luego de un breve recorrido por el lugar donde hace poco tuve el altercado donde salí herido, estaciona fuera del consultorio médico, donde la sexi e impetuosa doc. trabaja. Ella me mira como si fuera mierda en sus zapatos. Pero no me engaña porque sé que también me mira de otra forma. Bueno. Estoy acostumbrado a que las personas me miren. Sé qué aspecto tengo. Las chicas me notan. Sé lo que provocó entre las mujeres. Esa fue una de las cosas, por lo que Blair, una de las trabajadoras del club para caballeros que manejo, quería exclusividad y yo no funciono de esa manera. Así que, no estuve dispuesto a dársela. Resultado. Ella me dio una patada en el trasero. Para que negarlo. No me molesto. Lo que significa que en realidad no era importante para mí. Cuando mi cuñada, Edén me pregunto respecto al tema, no le dije lo sucedido. Estoy seguro de que, no me la acabaría. Ella tiene la costumbre de decirme lo que nadie más que Arslan se atreve a decirme. No podría amarla menos. —¿Vas a bajar o te llevo cargado, princesa? Parpadeo y me doy cuenta de que estamos aparcados fuera del consultorio. —Vete a la mierda—gruño. Tomo el arma y la meto en la cinturilla de mi pantalón antes de abrir la puerta. —Está atento. Asiente con gesto serio. Bajo de la camioneta y me pongo los lentes de sol. Miro alrededor antes de caminar al interior. Dentro, hay un par de personas, es el vestíbulo y detrás del mostrador se encuentra una chica. La misma no debe llegar a los veinte, su cabello de colores me parece divertido. Me acerco al mostrador intentando parecer casual. —Buenos días—digo en voz baja. —Buenos días—responde con una sonrisa, levantando la vista de lo que hace. —¿Está la doctora, Gabriella? Nunca olvidaría su nombre. —La doctora está con un paciente—murmura en voz baja. Una de las puertas se abre y, un hombre mayor antes de escuchar una dulce risa. —Debe tomarlo con calma—Escucho que dice al hombre mayor. El mismo se hace a un lado y la veo. Lleva un horrendo uniforme que, generalmente llevan en el hospital, es de color azul y encima, la bata de médico. Sin embargo, su cabello está en una coleta alta dejando al descubierto su delicado cuello. De repente, su mirada me encuentra y sus ojos marrones claros reflejan temor y al mismo tiempo irá. Doy un paso adelante cuando el hombre se despide de ella. —Doc. —Asiento en modo de saludo. Ella se endereza y levanta la babilla. Linda. —Veo que está bien—dice entre dientes— ¿A qué ha venido? —¿Podemos hablar en privado? —La última vez que estuve en la misma habitación que tú, casi muero. —No sea exagerada—me rio entre dientes— ¿Quiere que hablemos aquí? O podemos Entrar—me quito las gafas y la miro a los ojos. Ella mira a sus pacientes, antes de mirarme. —Tienes dos minutos antes de irte—con eso, se da la vuelta y entra a la oficina. La sigo y cierro detrás de mí. —Lo que tenga que decir dilo y vete. —Estás a la defensiva—murmuro tomando asiento en una de las sillas. —Tú no lo estarías, si te amenazará con volarte la cabeza si no atiendes a un delincuente. Su última palabra me molesta. No es mentira. Pero, viniendo de su parte, me molesta. —A ver, virgen de la concepción. No vengas a dártelas de perfecta. Porque dudo que lo seas. —¿¡Perdón!? —ella chilla—Sabes, eres la persona más burda que he conocido—se detiene un momento— Perdón. Tú y tu hermano son un par de… —¡Eh! —me levanto y oculto una mueca cuando la herida que está sanando da un tirón—No te permito que hables de esa manera—la señalo—Solo vine a darte las gracias por lo que hiciste. —No hay de que—señala la puerta— Ahora, sal de aquí. —Eres un poco grosera, ¿no? Ella lanza una carcajada carente de humor. —¿De verdad, me dices eso? Después de lo que me hicieron pasar. —Lo lamento—digo con sinceridad —Pero, velo como que, salvaste una vida más. Me sostiene la mirada antes de asentir de mala gana. Rodea el escritorio y camina hasta la puerta. No sé por qué, pero la detengo. —¿Me tienes miedo? —inquiero. —¿Podrías culparme? —replica. —Nunca haría daño a una mujer—mi tono es sincero. Bueno, no a una inocente. Menos sí me ha salvado el culo. Lleva zapatillas de deporte así que, la coronilla de su cabeza me llaga al mentón. Sin embargo, no se amilana cuando está frente a mí. Ha entendido que no estoy aquí para hacerle daño. —Qué te parece si comenzamos de cero—hablo en voz baja. Le tiendo la mano. —Soy, Eros —digo Ella mira de mi mano a mis ojos. Arqueo una ceja. Suspira resignada. —Gabriella. Posa su mano sobre la mía y le da un ligero apretón. Es una mano cálida y suave. Aparta la mano como si le quemara antes de alejarse. —¿Solo a eso regresaste? —inquiere. —La verdad, es que mi cuñada quiere colaborar con el consultorio. —La recuerdo—toma asiento detrás del escritorio. —Queremos donar algunas cosas. Pero, prefiero saber qué es lo más importante que están necesitando. —No hace falta—murmura. —Ella quiere hacerlo y para ser sinceros, es lo mínimo que podríamos hacer por la ayuda que me brindaste— doy un paso más cerca—Tus pacientes te lo agradecerían. Se queda en silencio calibrando la situación y no sé, si es consciente que se muerde el labio mientras está perdida en sus pensamientos. Me aclaro la garganta. —Doc. Reacciona liberando su labio antes de reclinarse en la silla. —¿Aceptas que Edén se ponga a tu disposición, con algunas cosas para el consultorio? Asiente. —Debería decir que no. Pero, como es para mis pacientes, me parece perfecto. Me da una ligera sonrisa. Vaya. La doc. se ve bonita cuando sonríe y quita esa expresión de perro rabioso. —Tengo pacientes que esperan por mí. Pongo mis manos en su escritorio y la mira a los ojos. —Gracias por la ayuda. —Mi trabajo es salvar vidas—susurra. Asiento. —Volveré con mi cuñada. —Está bien. Pero, estaré solo un par de días a la semana. —¿Por qué? —inquiero sin poder evitarlo. —Soy residente de neurocirugía en el hospital. Esto es un voluntariado que comparto con otro doctor. —Entiendo—susurro. —Estaríamos agradecidos de que, nos presten el apoyo para la comunidad. —Está bien. Al parecer, Gabriella Tiene corazón. ¿Desde cuándo te importa si alguien tiene o no corazón? —Me marcho—anuncio enderezándome. Ella me mira en silencio. —Adiós, Gabriella. —Adiós—murmura sin mucha convicción. Salgo de su oficina y, cuando estoy por salir del consultorio, veo a Mike de pie en la acera esperándome. Avanzo fuera, no sin antes darle una sonrisa a la chica del vestíbulo de cabello multicolor. Una vez en la acera, miro a los lados. —¿Qué viste? —inquiero. —Nada del otro mundo—murmura—Pero, debemos de estar atentos. O si no, estaremos en problemas. —Vámonos antes de que llamemos más la atención. Subimos a la camioneta y dejamos el lugar. Sin embargo, mis pensamientos se encuentran volviendo a la linda pelirroja con carácter. Pero no me desanimo porque tengo una razón para regresar. Días después… —¿Por qué tan sola? —¿Te acompaño a tu casa, preciosa? Escucho que dicen dos hombres que están algo ebrios. —Jódete. —Respuesta equivocada. —El que se equivocó fuiste tú —digo cuando salgo de las sombras develando mi presencia. Gabriella me mira con sorpresa y los dos imbéciles hacen lo mismo. —No te han dicho que es de mala educación molestar a una dama. —Ella no parece una dama. Sonrío de lado y me acerco hasta él. —¿No? —miro a la doc. que me mira con nervios. —Entonces nunca has visto una —digo al tiempo que saco mi arma y le doy con la cacha en la cabeza haciéndolo aullar de dolor. El otro de inmediato se me arroja encima, pero lo espero y sin problemas golpeo en un área sensible para dejarlo a un lado junto a su amigo. Ambos gimiendo de dolor. —Te acompaño a tu casa —digo a Gabriella que me mira en silencio con los ojos muy abiertos. Asiente tomándome por sorpresa. El susto tuvo que ser fuerte para que ella quiera compartir conmigo un espacio cerrado como lo es mi coche. —Vamos. Ella me sigue y no tardamos en llegar a donde mi auto está parqueado. —¿Qué haces tan solo a estas horas de la noche? —inquiere cuando abro la puerta para ella. —Lo mismo podría preguntarte, doc. Sube y rodeo el auto, cuando subo detrás del volante me encuentro con su mirada. —Iba a casa. —Pues no deberías andar a solas por ahí. —No debería importarte. —Ese es el problema —murmuro antes de ponerme en marcha. Me conozco el lugar como la palma de mi mano, de qué caminos tomar y cuáles evitar. Arslan me mataría si descubre que vine solo. Pero no soy un maldito crío. Él tiene mucho ahora en su plato con la muerte de la madre de Edén. Esta que no lo calienta ni el sol y yo he decidido dar rondas e intentar averiguar lo más que pueda. Al llegar frente al complejo de departamentos donde que vive Gabriella junto a su madre. Estaciono. —Muchas gracias —espeta en tono serio. —Podrías darlas sin rechinar los dientes —digo con la intención de hacer que se enoje. —No me defrauda, me mira con ganas de querer enterrarme un bisturí en la garganta. —¿Tienes que ser un imbécil todo el tiempo? —¿Y tú una bruja? —Idiota —sisea con los ojos encendidos. Antes que se dé cuenta lo que estoy haciendo, pongo mi mano en su cuello y tiro de ella hacia mí y cubrir sus labios con los míos. Al principio me golpea con sus manos para luego sostenerme contra ella y darme acceso a su boca. Es la jodida cosa más caliente y sensual que he probado. Pero, así como el beso empieza, termina dejándonos a ambos jadeando por más. —Eso es acoso. —No, doc. yo le llamaría calentura. —Pendejo. —Preciosa —le guiño mientras la veo salir de mi auto con evidente indignación. Camina de prisa hasta el portal del edificio y me rio cuando la veo luchar por encontrar la llave de la puerta. —No que no, doc. PRESENTE. Dos malditos años desde esa última noche. Luego ella desapareció huyendo de mí como si fuera el mismo demonio que iría por su alma. Pero, ahora que ha regresado, nos encontramos en circunstancias muy diferentes. Esta tarde, cuando Jared llego a casa con las pruebas del investigador, no podía creer lo que veían mis ojos. Gabriella es en realidad Sienna, la hija que Jared Harrison ha estado buscando desde que Yannick, el ex fiscal del distrito y líder de una organización criminal, acabo con la vida de su esposa y oculto a su hija, solo por poder. Ahora mismo me alegro de que Arslan le haya metido un tiro y acabado con esa escoria. Miro de reojo a la doc. y puedo ver que está intentando mantener la compostura ante la situación, No todos los días te secuestran y te dicen que en realidad tu madre no es tu madre y que eres la hija de un capo de la mafia que estuvo dada por muerta durante muchos años. Yo mismo me quedé mudo ante tal hecho. —¿A dónde vamos? —susurra rompiendo el silencio. —Vamos a encontrarnos con alguien que quiere verte —sus labios se vuelven una fina línea —Vamos a mi casa. Bueno, en realidad es la mansión donde pasamos la mayor parte del tiempo. Pero, mi casa está en medio de la ciudad, en un barrio de clase alta y mis vecinos son mi hermano, su esposa y el dulce algodón de azúcar que es mi sobrina Caroline, la cuál tiene un año. Ella, con su sonrisa llena de babas, me gana y sabe cómo hacer que me rinda a sus pies con solo una bonita sonrisa. Sonrió por inercia antes de darme cuenta de que Gabriella me mira con interés. Me aclaro la garganta. —Mi hermano y otra persona quieren verte. Digo volviendo a mi gesto serio. —¿Tu hermano? Ella no es fan de Arslan. —Así es, mi hermano presto su apoyo para rescatarte de las manos de ese maldito infeliz que quiere acabar con Jared. —¿Jared? —Sí, tu padre. Sus ojos se abren como si de verdad estuviera cayendo en cuenta en que es lo que sucede. Gabriella ha vivido en una burbuja, una mentira y esta noche, sabrá muchas cosas que desconoce. De lo que no estoy seguro es si ella está lista para esta vida. En esta vida solo se sale de una forma y no es nada bonita. No veo a la leal, independiente y altruista Gabriella metida en este mundo. Cuando entramos a la calle donde está la mansión es cuando se da cuenta del despliegue de camionetas que tenemos atrás. Sus ojos se encuentran con los míos y siento la necesidad de decir algo y calmarla. —Yo estaré contigo, doc. A mi lado nada te va a pasar. Ella asiente en silencio y no sé si lo cree, pero hablo muy en serio
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