3 Gabriela —¿Estás bien? Jorik estaba justo detrás de mí. No me tocaba, pero estaba tan cerca que podía sentir el calor que irradiaba de él. Asentí, pero seguí mirando la puerta con miedo a moverme. Temerosa de que, al darme vuelta, saltara sobre él. O peor aún... que él ya se hubiera marchado. Al final, todos siempre lo hacían. —Gabriela —exclamó—. Debo tocarte. Oh, Dios, esa voz. Esas palabras. ¿Acaso estaba alucinando? Él se había referido a mí como su mujer en la tienda. Yo lo había oído. No fue parte de mi imaginación, ¿verdad? Cerré los ojos y golpeé suavemente mi frente contra la superficie fría de la puerta. Tenía que ser el estrés. No estaba lo suficientemente excitada como para que este magnífico hombre, o alienígena, mejor dicho, me deseara de esta manera. Yo tenía el pel

