Narra Noah
Luego de mentirme sobre el llamado de mi madre, Lena me dio la carta que mis abuelos me habían mandado para mantenerme al tanto de cómo van las cosas. Rápidamente la guardé en mi cuarto, para no perder ni un solo segundo en volver con Isaac y mi hermano. No quiero darle mucho tiempo a Artur para que piense en hacerle algo. Salí al jardín percatándome de que ellos no se encontraban en el patio. Me alarmé instantáneamente, en la casa no habían entrado o los abríamos visto, así que ¿a dónde se han ido? Mejor dicho, ¿a dónde se ha llevado a Isaac? Volví a entrar en la casa y los busqué por cada rincón sin tener resultado. Decidí, entonces, salir a buscarlos. Primero busqué en los alrededores de la casa, pero después de un rato, se me ocurrió buscar en el bosque.
—¿Dónde estarán? —me pregunté mirando hacia todos lados.
Corrí por varios lados hasta comenzar a escuchar ruidos de golpes y algunos sollozos. Comencé a acercarme al lugar de donde provenían los ruidos cada vez más seguro de que aquellos sollozos pertenecían a Isaac.
—Esto es lo que te mereces judío asqueroso.
La sangre me comenzó a hervir cuando vi a mi hermano darle un golpe en la espalda con una rama que usaba como si fuera un látigo. Rápidamente me acerqué a él y lo empujé alejándolo de Isaac.
—¡¿Qué haces idiota?! —mi hermano me miró por unos instantes y luego sonrió—. ¡No te acerques a él de nuevo! —me acerqué a Isaac y lo desaté, él cayó de bruces al suelo.
Mi hermano se acercó con la intención de levantarlo, pero, antes de que llegue a tocarlo, me interpuse.
—Te dije que no te acercaras —me miró seriamente, tanto como yo lo estaba haciendo—. Si lo vuelves a tocar, si veo tan solo una marca en el cuerpo de Isaac, tu queridísimo padre sabrá lo que tanto haces con Fellner —asintió de mala gana con el rostro algo pálido. Solté un suspiro, me giré hacia Isaac y le coloqué su camisa en los hombros, mientras, Artur se alejaba hacia nuestra casa—. Imagino que te duele mucho... ¿Puedes caminar? —él no me contestó, mantuvo su cabeza baja ocultando las lágrimas que bajaban por sus mejillas. Decidí esperar hasta que se calmara un poco, me dediqué a acariciar sus manos hasta que su llanto cesó.
—M-me duele... —fue todo lo que dijo luego de un largo silencio—. D-duele mucho... —solté un suspiro pesado.
—Lo sé, Isaac —me acerqué a su rostro—. ¿Puedes mirarme? —me dirigió la mirada, su rostro y sus ojos estaban colorados por llorar tanto—. Lamento que mi hermano te haya hecho esto —empecé a hablar—. No creo que intente hacer algo de nuevo, sabe que su secreto pende de un hilo ahora mismo —asintió bajando la mirada. Luego volvió a mirarme apretando los labios.
—G-gracias por salvarme de él —dicho esto me besó, correspondí al instante, aunque el beso no duró mucho.
—Voy a salvarte de quien sea, o al menos voy a intentarlo, Isaac —le di un corto beso y me levanté—. ¿Puedes caminar? —intentó levantarse, pero rápidamente calló en mis brazos con un pequeño quejido—. Veo que no... —lo cargué en mi espalda—. Lo siento —me disculpé en cuanto escuché otro quejido de dolor por su parte. Rápidamente lo llevé a mi casa y, luego, al baño para poder limpiar sus heridas antes de curarlo.
—¿Vamos a ducharnos? —lo hice sentar en el suelo y puse a llenar la bañera. Cuando estuvo llena, me acerqué a él con la intención de ayudarlo a desvestirse, pero ni bien intenté sacarle el pantalón él tomó mis manos y las apartó—. N-no lo hagas, ¡déjame! —instantáneamente cubrió su boca con las manos—. L-lo siento —un par de lágrimas comenzaron a resbalar por sus mejillas, desvió la mirada—. T-tus ojos son casi iguales a los de tu padre, m-me recuerdas a él...
—Lo sé, Isaac, soy muy parecido a mi padre físicamente, pero no pienso igual que él. Nunca te haría daño —acaricié su mejilla—. Solo quiero ayudarte a desvestirte, sé que te duele la espalda —asintió desviando la mirada.
Lo desvestí con sumo cuidado para no moverlo demasiado. No quería lastimarlo más de lo que ya estaba. Cuando terminé de desvestirlo, lo tomé en brazos como pude y lo metí en la bañera, ni bien su piel tuvo contacto con el agua caliente, pegó un respingo y soltó otro quejido, pero no intentó salir de la bañera ni se quejó mucho más.
—Tengo que lavarte esas heridas, Isaac, te dolerá por el jabón, si no lo aguantas dímelo —asintió y me dio la espalda.
Comencé a limpiar con sumo cuidado las heridas. Se veían realmente mal, eran cortadas profundas con algunos rasguños. Cuando terminé, me acerqué a la puerta y me asomé, pude ver a Lena en la punta del pasillo.
—Lena, ven por favor —ella me miró e instantáneamente se acercó a mí—. Por favor lleva un botiquín a mi cuarto —ella asintió y se fue rápidamente. Tomé una toalla y volví a acercarme a Isaac—. ¿Puedes levantarte? —asintió, se tomó de mí y comenzó a levantarse lentamente hasta estar completamente de pie sostenido de mis hombros, rodeé su cintura con la toalla y la até.
—¿Me llevarás? —asentí.
Lo tomé en brazos y lo llevé lo más rápido que pude a mi cuarto. Al entrar, noté que había una segunda cama en la habitación y ambas tenían varias pilas de ropa. Senté a Isaac en una esquina de una de las camas apartando la ropa que seguramente mi madre había traído. Cerré la puerta y la trabé; no quería que mis padres o mi hermano me vieran curar a Isaac. Empecé a curarlo, Isaac lanzó algunos gemidos de dolor hasta que terminé de curar. Luego, lo vendé y me levanté, para ponerme frente a él.
—¿Qué sucede? —tomé su mentón y lo besé, él tardó unos instantes en corresponder, pero, finalmente, lo hizo. Cruzó lentamente sus brazos por mi cuello acercándome un poco a él.
Nos separamos al cabo de unos instantes, nos miramos por algunos segundos, como si no nos hubiéramos visto por años. Él me dedicó una sonrisa volviendo a acercarme a su rostro.
—Me he equivocado —arqueé una ceja sin entender de qué estaba hablando, volvió a sonreírme—. Tus ojos solo se parecen a los de tu padre por el color. Tus ojos no son ni de lejos parecidos a los de él, los tuyos son cálidos y siempre me miras de manera cariñosa —se acercó unos centímetros más rozando mis labios—. ¿Sabes? A pesar de que te pareces tanto a tu padre físicamente, no me tratas como si fuera basura o solo como un juguete, me tratas como una persona, eres cariñoso y atento conmigo —en sus mejillas comenzó a aparecer un leve sonrojo—. Tú... tú d-de verdad me gustas —dijo apartando la mirada de mi rostro, mis mejillas comenzaron a arder.
—Tú también me gustas, Isaac —dije algo avergonzado; era la primera vez que le decía algo así a alguien, mi hermano me había hablado de esto, pero, según él, esto se lo iba a decir a una chica no a un chico, menos a un judío al que intento rescatar—. Será mejor que te vistas —dije luego de darle un corto beso, él asintió desanudándose la toalla que llevaba en la cintura.
—¿Me ayudarás? —asentí, tomé uno de los calzoncillos que estaban sobre la cama y me acerqué a él. Como es normal, primero pasé sus pies por la prenda, ni bien lo hice, Isaac me tomó del mentón e hizo que lo mirara. Su mirada era distinta a la de siempre, por alguna razón hacía que me sintiera nervioso. Subí la prenda lentamente hasta llegar donde estaba el borde de la toalla, dónde me detuve para bajar la mirada hacia esta—. ¿Qué sucede? —preguntó de manera serena.
—N-nada...
Terminé de subir la prenda intentando no levantar la toalla. Cuando la prenda estuvo lo suficientemente arriba, él apartó la toalla y acomodó el calzoncillo. Rápidamente tomé un pantalón y se lo puse sin detenerme mucho, seguido, tomé una camisa, esta vez, con sumo cuidado se lo puse.
—¿Aún te duele la espalda? —pregunté abotonando la camisa.
—No mucho —levanté la mirada hacia su rostro recibiendo de su parte una sonrisa—. Eres buen doctor, curaste muy bien mis heridas.
—Gracias... ¡Oh! Con todo esto se me ha olvidado.
Me acerqué a mi escritorio y busqué la carta que me habían enviado mis abuelos. Cuando la encontré, abrí el sobre y, con la carta en la mano, me senté junto a Isaac. Comencé a leer la carta, como la vez anterior, no decía muchas cosas, lo más importante se centraba en esperar un par de semanas para que a Isaac le creciera un poco el cabello para poder pasar desapercibidos, sin contar las heridas que tiene, serán un problema en el viaje. En la carta, también mencionaban que ya tenían algunos documentos para poder pasar a Isaac hacia Holanda.
—Pronto estarás a salvo —tomé su mano, él rápidamente entrelazó nuestros dedos, con su mano libre me tomó del mentón y, acercándome a él, comenzó a darme besos en la mejilla.
—Gracias a ti podré salir de aquí —apoyó su cabeza en mi hombro mientras acariciaba mi mejilla.
Nos pasamos un largo rato en esa posición en silencio, simplemente disfrutando de la compañía mutua. Realmente me gusta estar así con Isaac, siento que ahora puedo cuidarlo más de lo que podía hacerlo cuando estaba en el campo de trabajo.
Luego de cenar, Isaac y yo volvimos al cuarto y nos encerramos. Mientras él se acostaba en su cama, yo me ocupaba de desocupar cajones en mi clóset y guardar su ropa allí. Cuando terminé, le indiqué donde se encontraba su ropa y que podía agarrar lo que quisiera de mi cuarto sin necesidad de pedírmelo.
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—Noah... —escuché un susurro—. Noah... Despierta, por favor —abrí levemente los ojos y le dediqué una mirada aún dormido.
—¿Qué pasa? —bostecé—. ¿Necesitas algo? —rápidamente se metió en mi cama y se aferró a mi—. ¿Isaac? —esta vez hablé un poco más despierto.
—E-es tu padre, e-está en el pasillo —susurró aferrándose más, le besé en la frente intentando calmarlo un poco.
—Pásate a tu cama —le susurré—. Yo hablaré con él —me levanté, esperé a que se acostara y se tapara para poder abrí la puerta—. ¿Sucede algo papá? —entrecerré los ojos dado que la luz del pasillo me cegaba un poco.
—Quiero hablar con el niño.
—Él está durmiendo, papá, ha tenido un largo día hoy —el rostro de mi padre se deformó en una mueca que no supe identificar.
—Bien, descansa —soltó de manera seca y se fue a su cuarto.
Volví a cerrar la puerta con seguro y me dirigí a mi cama, Isaac se levantó y se pasó a mi cama nuevamente, aferrándose a mi como si fuera perderme. Acaricié el poco cabello que tenía en su cabeza haciendo que levantara la vista hacia mí.
—Gracias por ayudarme con tu padre —dicho esto, me besó, rápidamente correspondí a su beso. Isaac se acercó más a mí, sonriéndome cuando nos separamos—. Me alegra que estés conmigo para cuidarme —sonreí como idiota al escucharlo.
—No tienes que agradecer, Isaac, sabes perfectamente que te cuidaré, aunque tenga que enfrentarme contra mi propio padre —besé su frente—. Tranquilo, ¿sí? Haré lo mejor posible para intentar de que te hagan el menor daño posible —no lo estoy cumpliendo, no lo estoy cumpliendo en lo absoluto, mi padre ha abusado de él y mi hermano lo ha herido. Pasé mi mano por debajo de su camisa tocando con sumo cuidado sobre la venda, sentí a Isaac sobresaltarse en mis brazos.
—N-no hagas eso Noah, o al menos no tan de repente —dijo con tono vergonzoso—. N-Noah... —se estremeció cuando toqué una parte de su espalda en donde no tenía vendas—. Tu mano está fría —tomó mi brazo y tiró un poco de él para apartar mi mano. Cuando lo logró, tomó mi mano entre las suyas acercándolas a su pecho intentando calentarla—. Puedes tocar mi espalda todo el tiempo que quieras y donde gustes, pero no cuando tus manos están frías, haces que me den escalofríos —pasó con mi mano de aquella manera por unos instantes, luego la soltó bajando la mirada.
—¿Sucede algo, Isaac? —pregunté, él no contestó, aún sin mirarme comenzó a desabotonar lentamente su camisa—. ¿Te molesta la camisa? —negó con la cabeza.
—¿Q-quieres...? —levantó el rostro hacia mí, pero aún no me miraba—. ¿Q-quieres tocar? —se mordió el labio inferior volviendo a bajar la mirada—. D-digo... M-me gustaría que sean tus ojos los que vea cuando me toquen y no los de tu padre —sentí mi cara arder al escuchar aquello. ¿Isaac quería que lo tocara? No estaba entendiendo de lo que me estaba hablando en este momento, no comprendía por qué me decía esto.