I. Mi nueva casa aunque no tan nueva

1960 Words
Con tan solo nueve años, Rocío Albameira no paraba de estar triste por el accidente de su abuela Eugenia. Ocurrió cuando ella y su padre terminaron su visita en su casa. Por su edad, Eugenia había tenido un accidente y, con apenas sus últimas fuerzas y un viejo modelo de teléfono celular, llamó a su yerno Abraham para recibir auxilio y ser llevada al hospital. Fue diagnosticada con osteoporosis, lo que provocó su caída y, además, fracturó una costilla al grado de llegar a perforar un pulmón. Saliendo Eugenia de cirugía, Rocío y Abraham fueron a visitarla. —No estés triste, mi niña, la muerte es un ciclo natural de las cosas y… —Eugenia hizo una pausa, tratando de decir la verdad sin ser brusca, apenas pudiendo respirar—. Tienes que entender que me estoy muriendo, y cuando suceda, siempre haré lo posible por cuidarte en el futuro. Hazme un favor y llama a tu padre, tengo algo muy importante que decirle. Rocío asintió, aunque las palabras de su abuela la tranquilizaron solo en apariencia. Poco después, Abraham entró al cuarto para hablar con su suegra. Rocío esperó pacientemente afuera, hasta que, de repente, se escuchó una especie de alarma. Un equipo de personal médico y enfermeras entró de prisa al cuarto, mientras Abraham salía para no estorbar. —Papá, ¿qué está pasando? ¿Por qué se apresuran tanto los médicos al cuarto de mi abuela? —preguntó Rocío con angustia. Abraham, con voz rota y lágrimas a punto de brotar, contestó: —La abuela comenzó a tener complicaciones y ellos tratan de salvarla. Pero ni los mejores médicos del mundo podrán contra el designio de Dios. En ese momento, el monitor de signos vitales emitió un pitido indefinido. Eugenia, de apenas 73 años, falleció a causa de una hemorragia interna en la zona pulmonar, agravada por la elevada presión arterial. Pasaron los años, y ahora, a sus veintidós, Rocío despertó sobresaltada por el sonido de una llamada en su celular. Estaba impactada por el sueño que acababa de tener, un recuerdo del fallecimiento de su abuela. —Dime, Jeremy, ¿qué sucede? —contestó la llamada con voz adormilada. —Rocío, anda, prende la tele y ponle al canal 12, que ya va a empezar —dijo Jeremy, muy emocionado. Siguiendo la petición, Rocío encendió la televisión y vio un show infantil con un payaso que, en plena emisión en vivo, mandó a cortes comerciales. En ese momento apareció un anuncio: "¿Cansado de que no tengas el suficiente dinero para que te hagan justicia?" "¿Cansado de que te den largas y se aprovechen de tu desesperación?" "¿Cansado de ser estafado por abogados deshonestos y la incertidumbre de jueces corruptos?" "Trabajaremos para usted y la seguridad de su bolsillo. Nuestra firma de abogados, la firma Wong, les dará la garantía de que sus juicios, mercantil, civil, penal y familiar, sean… ¡¡HONESTOS!! ¡¡RÁPIDOS!! y, por supuesto, para usted… ¡¡ECONÓMICOS!! A precios flexibles." Con rostro intrigado, Rocío continuó viendo el comercial, mientras mantenía el celular en la mano. En pantalla, su amigo Jeremy aparecía detrás de un escritorio de despacho, apuntando con el dedo hacia la cámara. "¿Quieres ganar en tu próxima jugada? Llama a… ¡¡Jeremy WON!!" Sorprendida y atónita, Rocío no pudo evitar sentir cierta rareza ante un anuncio tan hilarante. —Me gustó cómo usaste tu apellido en un juego de palabras —comentó Rocío, aunque, en realidad en su rostro se dibuja la pena ajena. —¿Está genial, verdad? ¡Pagué una fortuna! Y todo fue gracias a que la idea fue tuya; nunca se me habría ocurrido esto —dijo Jeremy, entusiasmado. —Es cierto que te aconsejé hacer publicidad, pero nunca pensé que fuera en televisión —respondió Rocío. En su mente añadió, No tengo el suficiente valor para decirte que tu comercial fue muy cutre. Luego, cambió de tema—. Dime, ¿cómo le fue a Jasón? —¿No te enteraste? Dio una conferencia de prensa porque no pudo salvar a un joven con cáncer. Según dijo, va a hacer una fundación para eso. ¿No lo viste? —Lo siento, Jeremy. Estuve trabajando, y además tuve que ver el asunto de mi herencia. Ya tengo que alzar mis cosas para mudarme a la casa de mi abuela, que ahora es mía, ya sabes. Pero gracias por ayudarme con eso —respondió Rocío, bostezando. Agradeciendo el gesto, Jeremy y Rocío quedaron en verse el día de la mudanza. Entretanto, ella debía empacar sus cosas. Al colgar la llamada, la televisión seguía encendida y, al cambiar de canal, se topó con las noticias: "Se reporta la muerte de uno de los más importantes dueños del banco Benemir, Emilio Soto, que se ha determinado tras la investigación que hizo la policía al recuperar su cuerpo calcinado de los escombros que tuvo lugar en el accidente suscitado a las afueras de la ciudad en la frontera con el país contiguo. Los corresponsales informan que el avión privado en el que este viajaba, tenía como destino llegar al siguiente continente por asuntos de supervisión y de negocios. Los especialistas que han investigado el lugar del accidente, informaron que fue una falla con el sistema de navegación que se descontroló y perdió la orientación, el piloto que operaba, desgraciadamente también murió." La noticia continuó, y pasaron a transmitir la conferencia del vicepresidente del banco, Carlos Ertorini. —Es lamentable, es lamentable el hecho que la persona con la que fue amigo mío, mi socio, mi maestro y compañero de trabajo se haya tenido que ver cara a cara con la muerte, yo no me lo esperaba, y no puedo estar conforme con lo que digan los peritos de la policía. Si hay un culpable, ¡ya sea el piloto, la prensa o hasta incluso la misma empresa de vuelos, pagaré hasta el último centavo disponible para que se llegue a la verdad y que los verdaderos responsables se enfrenten a la justicia! —declaró con fuerza el vicepresidente del banco, mientras los periodistas tomaban fotos y apuntaban sus micrófonos hacia él resaltando los destellos. Rocío, mientras escuchaba la noticia, se detuvo un momento de empacar. —No entiendo por qué le dan tanta importancia a la gente con dinero… —murmuró, suspirando, antes de continuar empacando. Llegó el día de la mudanza. Desde temprano, con todo listo y empacado, salvo lo que usará para el almuerzo. Rocío fue a despedirse de su casera, agradeciendo el tiempo que se quedó en aquél apartamento. Fue hace un tiempo en el que ella y su padre fueron desalojados de su casa por el banco Benemir y rentaron el apartamento en el que está, incluso después de la muerte de Abraham, siguió viviendo allí hasta llegar a la posesión de su casa, heredada por su abuela. Pasadas unas horas, el camión llega al lugar y estando Jeremy presente, la ayuda a descargar sus cosas. El otro amigo al que mencionó en la llamada, Jasón, se presentó después en menos de una hora, llegó con comida, bebidas y botanas para festejar con ellos dos por su nueva casa. —Ustedes dos son los mejores amigos que tengo —dijo Rocío con sinceridad. Jasón y Jeremy coincidieron en que, desde que se conocieron de niños, ninguno de ellos tendría la confianza lo que los impulsarían a ser lo que son hoy, y todo gracias a sus consejos, su guía y su consideración. —¡¡No hay reemplazo de amiga para nosotros!! —exclamó Jasón, alzando un vaso de unicef lleno de cerveza. —A ti no te importó lo perdedores que fuimos en la uni, e incluso decidiste ser una perdedora pese a tener todas las oportunidades de codearte con todos eso imbéciles alzados —añadió Jeremy, alzando también su vaso. —¡¡SALUD!! —brindaron los tres, riendo y celebrando y jugando como los mejores amigos que son. Cuando cayó la noche, Jeremy y Jasón se despidieron. —Es para un juicio de una mujer contra el banco Benemir, a ella la desalojó su casa sólo por la muerte de su marido y que no pudieron pagar —mencionó Jeremy que prepara una audiencia. —Yo tengo que organizar un concierto para los jóvenes genios con cáncer, y no puedo permitir que otra alma así se pierda —dijo Jasón, que optimista saca una libreta y hace notas de lo último que dijo como para una nueva canción. Una vez sola, Rocío prepara su cama ya que mañana será un día de trabajo organizando la casa en la que vivió su abuela. Cuando busca en una caja un cargador que necesita para su celular, unos extraños ruidos se hacen notar en la cocina. Extrañada ella, se dirige a investigar, pero se extienden los mismos extraños ruidos en la sala y consecuentemente en otras partes de la casa. —Para mí, esto no está bien, tengo entendido que la casa cuesta millones de monarios por el diseño y antigüedad y que no está maldita —murmuró para ella misma. Cuando siente una briza fresca detrás suyo, siente escalofríos mientras se voltea, mira una de sus cajas moverse por sí sola y seguido se espanta. No quiere volverse loca en su primera noche, cuando cierra los ojos dijo para sí con voz temblorosa: —¡No No No esto no está bien no está bien! Quiero la compañía necesaria y que me hagan saber que no estoy loca, ni chiflada. Desesperada con los ojos aún cerrados, la voz joven desconocido le contesta; —Gracias por necesitarnos, ahora puedes vernos. Al abrir los ojos, vio tres figuras translúcidas frente a ella y, del susto, soltó un grito antes de desmayarse. —¿En serio es ella la que nos evaluará? —preguntó una de las figuras translúcidas. —Yo qué sé, Abel fue muy claro: la primera chica que festeje con dos amigos. —Hans por favor, sólo tú puedes llevarla al sillón, ayúdanos. Muy servicial el tercer fantasma sujeta a Rocío y la recuesta en el sillón. Pasada una hora despierta y lo primero que ve son a tres espectros que la miran. Pese al miedo, ya no tiene suficiente fuerza o sentido del impacto para desmayarse otra vez, lo único que espera es algo malo... —Por favor sea lo que sean ustedes, si me van a matar que no me duela —suplicó Rocío con voz temblorosa. Los tres fantasmas se cuestionan. —Esos son cuentos de humanos niña —contesta uno de ellos. —Se supone que estamos aquí para ayudarte —dijo el segundo. —Queremos que te sientas segura con nosotros y no nos temas —intervino aquél a quien llamaron Hans. Rocío aún con miedo pregunta: —¿Puedo saber en verdad, sobre ustedes...? Se presenta el primero de aspecto muy joven: —Israel Méndez es como me llamo. Lo primero que sé es que los conocí a ellos dos en aquél lugar. Continúa el segundo, un adulto maduro con patillas pronunciadas: —Yo soy Hans Reemann, me acuerdo que un ángel nos llevó aquí con usted y nos encomendó una tarea muy importante. Culmina el tercero, un fantasma bien parecido con porte formal: —Pues tenemos una misión, que sabemos que alguien poderoso quiere hacerte daño y en ésa tarea debemos protegerte de él —haciendo una humilde reverencia dice su nombre. —Emilio Soto. Rocío que apenas se acuerda de lo que vio en televisión hace dos días se sorprende y se queda completamente muda y recordando susurró: —Es el empresario millonario de algo, no me acuerdo ¿que murió en un vuelo? CONTINUARÁ ------>
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