Enrique miraba la pantalla de su teléfono, indeciso. Sus dedos tamborilean contra el borde del aparato mientras el tono de llamada se repite al otro lado. Apenas pasó un instante antes de que la voz de Jeremy contestara, calmada pero atenta:
—¿Enrique?
—Soy yo. —Enrique respiró profundo antes de continuar—. Escucha, necesito verte cuanto antes.
El silencio al otro lado se extendió lo suficiente como para inquietarlo, pero finalmente Jeremy respondió:
—¿Es algo importante?. —Su tono intentó sonar firme, pero la presión se coló en su voz—. ¿Podemos vernos en el hospital donde está Rocío? Mi turno para cuidarla termina, así que podremos vernos y hablar allí sin problemas.
—Lo haré. —Enrique exhaló aún preocupado. Sentía que esa llamada era solo el primer paso de un camino mucho más complicado—. Gracias.
Jeremy no añadió más, solo colgó tras una breve despedida, dejando a Enrique con la sensación de que su petición lo había puesto en un terreno incierto. Aún así, él sabía que no podía retroceder.
El taxi avanzaba lentamente entre el tráfico, serpenteando por las calles iluminadas de la ciudad. Estela miraba por la ventana, fascinada por las luces y los destellos que parecían bailar entre los edificios altos……
Desde antes de darme cuenta, sólo tengo a mi hermano cuidándome. Él es quien siempre se asegura de que no me falte nada. Me lleva a la escuela, me compra lo que necesito y trabaja en tantas cosas que a veces llega muy tarde a casa. Durante esas noches, yo lo espero sola.
Recuerdo una vez que fuimos al supermercado. Vi una caja de cereal con un conejo adorable en el empaque. Me emocioné tanto que no dudé en pedirle que la comprara. Pero él se negó. “No tenemos mucho dinero”, me dijo. Aunque tenía cinco años en ese entonces, esas palabras quedaron grabadas en mi mente como una verdad pesada y absoluta.
Hasta donde sé, mis padres eran unos maestros de universidad cuando era una bebé, pero nunca me pude acordar de ellos. Mi hermano dejó la escuela para trabajar y criarme, a veces pienso ¿cómo serían las cosas si ellos estuvieran vivos?
Por primera vez veo que hay mucho dinero, pero no entiendo por qué mi hermano está preocupado.
Llegamos a un restaurante de esos en que nunca he estado antes. En este tenían robots de animales lindos en los que tocaban instrumentos tocando una canción alegre.
Mi hermano pidió un menú infantil para mí. Era un combo increíble: refresco de naranja, papas fritas y una hamburguesa tan grande que parecía imposible de terminar. El olor era tan tentador, pero mientras comía, una sensación extraña me impedía estar completamente tranquila.
—¿Te gustan las papas con catsup? —preguntó Enrique, rompiendo el silencio.
En ese momento, mientras mordía mi hamburguesa, mis ojos brillaron de alegría. Supe que mi mirada lo decía todo: ¡Miraaaaaar!
Hace mucho que no como una comida así de rica, regularmente mis desayunos se basan en huevo con rodajas de jitomate. Y mis comidas en tiras de tocino con algo de frijoles refritos. Esto era completamente distinto.
El último deseo que tuve fue la de tener un libro de Morgenstaft, mi hermano me dio el dinero para comprarlo cuando le pagaron por su video tonto.
Cuando llegamos a casa ésa noche, mi hermano me abrazó, sentía que me sofocaba pero había algo que parecía muy extraño. Lloraba de impotencia, no entendía por qué.
¿Es la alegría de tener más dinero? ¿Es por que ahora comeremos bien? No lo sé, su ahora nuevo jefe parece ser un viejo muy bueno. Quería preguntarle algo pero hay muchas cosas que no entiendo, si le pregunto qué le pasa sé que me dirá que todo está bien, sé que trata de no preocuparme y la verdad algo así no me la creo, quiero creer que no soy así de estúpida.
***
En el hospital, la luz del día entraba tímidamente por las persianas. Rocío seguía en su cama, con el cansancio aún visible en su rostro, aunque su semblante ya no lucía tan pálido. Era el quinto día desde su ingreso, y Jeremy se encontraba sentado a su lado, acercándole unos papeles de su portafolio.
—No lo voy a hacer —dijo Rocío con voz firme, rompiendo el silencio.
Jeremy levantó la vista. —¿¡Por qué no quieres!?
—No voy a demandar a nadie, Jeremy.
El abogado dejó los papeles a un lado, expresándose cabizbajo. —Rocío, entiendes que la televisora es la principal responsable de que tu paz y tu salud hayan llegado a este punto, ¿verdad? No puedes simplemente dejarlo pasar.
—Sí, lo entiendo, pero no lo haré. —Su mirada era un claro desafío. —¿Sabes? Una vez, cuando me gradué, intenté conseguir trabajo en esa misma televisora. Me rechazaron. Y ahora, no quiero nada que ver con ellos, ni siquiera para exigirles algo ni por venganza ni nada.
Jeremy suspiró profundamente, viendo que no iba a convencerla en ese momento. Antes de poder decir algo más, se escucharon unos pasos en el pasillo. La puerta se abrió, revelando a Enrique y Estela.
—Hola, Rocío —saludó Enrique al entrar, con Estela siguiéndolo de cerca.
Rocío no pareció sorprendida. —Hola, Enrique. —Luego miró a la joven que lo acompañaba. —Cómo te va Estela, ¿bien? ven y salúdame.
Estela asintió tímidamente, sonriendo apenas.
Jeremy se puso de pie, acomodando su portafolio. —Fue él quien me citó aunque le dije que aquí. Hay algo importante que debemos tratar.
—Espero que no le incomode. Enrique humildemente se dirige a Rocío.
—Necesitamos hablar a solas él y yo. —Jeremy dirigió su mirada a Rocío. —¿Te importa si salimos un momento?
—Vamos —dijo Jeremy, indicando a Enrique que lo acompañara.
—Estela, quédate aquí con Rocío, ¿de acuerdo? —pidió Enrique antes de salir, cerrando la puerta detrás de él.
—No hay problema. —Rocío se recostó mejor en su almohada. —Hans, ve con ellos. Ya sabes cuál es tu misión.
En ese instante, el fantasma de Hans se materializó al lado de Rocío, asintiendo con un gesto solemne. Luego, comenzó a moverse hacia la puerta, atravesándola sin ningún esfuerzo. Estela, que estaba observando en silencio, no pudo evitar seguirlo con la mirada, sorprendida de cómo volaba.
En el pasillo, Enrique parecía comerse las uñas de la impaciencia. —¿Podemos ir ya a tu despacho? Este asunto necesita tratarse con privacidad y confidencialidad.
Jeremy revisó su reloj. —Primero tenemos que esperar a que llegue la enfermera que cuida a Rocío. Irnos así como si nada sería una falta de respeto.
Unos minutos después, el médico a cargo apareció por el pasillo y se dirigió directamente a Jeremy.
—Señorita Albameira, abogado Wong —saludó mientras estaban sentados en el consultorio. Jeremy y Rocío lo siguieron, atentos.
—Ya podemos firmar su alta, señorita —informó el médico. —Su estado de salud ha mejorado muy bien. Aquí está la receta y las recomendaciones necesarias para evitar cualquier recaída.
—Gracias, doctor —respondió Rocío, aliviada.
Jeremy también agradeció y salieron juntos del consultorio. Afuera, Enrique y Estela estaban esperando. Jeremy se dirigió a ellos.
—Aún no podemos irnos —dijo. —La enfermera aún no llega, y si nos vamos así, sería descortés.
—¿Me esperaban, abogado-san? —interrumpió una voz femenina. Catalina ya estaba ahí, mirándolos con una sonrisa despreocupada.
Jeremy dio un respingo, claramente sorprendido. —¿Tú ya estabas aquí? ¡No lo esperaba en lo absoluto!
Catalina encogió los hombros, sin perder su actitud tranquila. —Pensé que sería útil, por si necesitan algo.
Jeremy, todavía desconcertado, miró a Enrique, quien simplemente se encogió de hombros. El abogado suspiró, preparándose para lo que venía.
Jeremy estaba al volante, ajustando los espejos del auto antes de encender el motor. Enrique ocupaba el asiento de copiloto, mientras que Rocío, Catalina y Estela se acomodaban en la parte trasera. Estela quedó atrapada en medio de las dos mujeres, con las piernas balanceándose ligeramente por no alcanzar completamente el suelo.
—Primero llevaremos a Catalina a su casa —dijo Jeremy con tono decidido, rompiendo el silencio inicial. Echó un vistazo al retrovisor, buscando a la mencionada.
Catalina puso una expresión de súplica, exageradamente dramática.
—¡Eh no seas cruel, abogado-san! Déjame ir con ustedes. —Su tono era una mezcla de broma y genuina insistencia.
Jeremy suspiró.
—Primero, no soy japonés, así que deja de llamarme así. Segundo, agradezco el trabajo que hiciste, Y tercero quiero que me disculpes por haberte llamado así como te llamé eh… —Hizo una pausa deliberada, como si estuviera reconsiderando sus palabras.
Catalina arqueó una ceja y completó por él:
—¿Prostituta? ¿Eso ibas a decir? —Su sonrisa traviesa dejó claro que estaba disfrutando la incomodidad del abogado.
Enrique no perdió la oportunidad de intervenir.
—Jeremy, ¿cómo puedes ser tan descortés con una dama? —lo reprendió con un tono que simulaba seriedad.
Rocío, siempre lista para unirse al ataque, añadió con una sonrisa burlona:
—Sí, Jeremy, y eso es peor si consideramos que la llamé modelo disfrazada cuando la conocimos.
Jeremy, visiblemente avergonzado, alzó las manos en señal de rendición.
—Está bien, está bien. Pero sólo si responde por qué quiere venir con nosotros.
Catalina, triunfante, se inclinó hacia adelante.
—Porque quiero seguir viendo a esta niña que es adorable. —Extendió un dedo para tocar a Estela por los cachetes, quien parpadeó sorprendida.
Catalina dirigió su mirada a Rocío y preguntó con gracia:
—¿¡Cierto!?
—¡Cierto! —secundó Rocío al unísono con ella.
Ambas se inclinaron hacia Estela desde sus respectivas posiciones, abrazándola por ambos lados. La escena era cálida y casi cómica, dejando a Estela con las mejillas encendidas de sorpresa.
Jeremy sólo sacudió la cabeza, centrando su atención en el camino mientras arrancaba el auto. El motor rugió suavemente y comenzaron a avanzar.
De pronto, Estela giró hacia Catalina con sus ojos grandes y brillantes, soltando su característico:
—¡Miraaaaar!
Catalina rió ante la expresión de la niña.
—¿Qué pasa, cielo?
Estela señaló a su hermano con un dedo pequeño.
—Hermano, ahora que hay dinero, ¿puedo disfrazarme como ella? —preguntó con total seriedad.
Enrique, con el rostro cubierto de indignación, respondió:
—Estela, ¡no! Eres menor de edad. —Se giró hacia ella con una ceja alzada. —Y no. Ni ahora ni nunca.
Estela frunció el ceño, considerando otra posibilidad.
—Entonces, ¿llegaré a tener un cuerpo como el suyo? —preguntó con la misma inocencia.
Enrique soltó un largo suspiro, llevándose una mano a la frente.
—j***r, deja eso ya.
Catalina, entretenida, intervino.
—Eso será posible si te lo propones, pequeña. —Guiñó un ojo a Estela, quien sonrió ampliamente.
Rocío aprovechó la oportunidad para añadir:
—Las cosas de chicas se hablan sólo entre chicas. Nada de niños. —Su mirada se dirigió directamente a Jeremy.
Jeremy, incómodo pero sonriendo, mantuvo los ojos en el camino.
—Muy bien, sólo conduzco —murmuró, intentando no verse demasiado afectado por los comentarios.
El viaje continuó con risas y pequeñas conversaciones, mientras el auto avanzaba hacia el próximo destino. Cada uno parecía encontrar su lugar en la peculiar dinámica del grupo.
CONTINUARÁ ------->